Leyenda de El Rosario de Amozoc

Leyenda de El Rosario de Amozoc

La Leyenda de El Rosario se Amozoc es una leyenda de la comunidad de Amozoc de Mota, en el estado de Puebla, México, que narra sobre las consecuencias trágicas ocurridas durante el periodo virreinal en esa comunidad provocado por las diferencias de grupos de artesanos rivales. De esta leyenda proviene la famosa frase muy utilizada cuando algo termina mal o va a terminar mal; Esto terminó como el Rosario de Amozoc o Esto va a terminar como el Rosario de Amozoc

Durante la época del Virreinato, el gremio de forjadores tuvo algunas diferencias muy propias de esas corporaciones, a causa de las cuales formaron dos bandos igualmente fuertes que se discutían la celebración de la fiesta anual a la Virgen del Rosario, en que como es natural nadie quería ser desairado y la competencia de los contendientes hacia que el lujo de extremará hasta el punto de que en la función religiosa se hacia derroche de ostentación y riqueza, sobre todo durante la procesión y en la noche se quemaban fuegos artificiales en el atrio de la Parroquia.

Hasta aquí las cosas parecían ser benéficas, pues los componentes y directores de los bandos se esforzaban en quedar mejor que los contrarios; pero la envidia comenzaba a interponerse y la división de los bandos con el tiempo se fue ahondando, no faltando las disputas, lo que inquietaba a las autoridades que se mostraban desconfiadas, pues era de temerse que tal estado de cosas culminara en algo más serio; a esto agréguense que uno de los bandos tenía como líder a una mujer a quien apodaban la “Culata”, lo cierto es que de este Mari-macho tenía un amante de no recomendable aspecto ni antecedentes, a quien la autoridad tenía señalando por sus peleas y enredos, la autoridad eclesiástica dispuso, en obvio de diferencias y alborotos que los dos grupos celebraran la festividad alternativamente; unos en los años que tuvieran cifra par, y los otros cuando fuera impar. Con tan atinada medida se creyó que se daría por terminado este negocio mas, por causa de uno de tantos alborotos de la inquieta política militante de otros tiempos; la celebración de las festividades se interrumpió en el orden acordado y cuando la calma y la normalidad volvieron a aquel terruño, toco el turno, en la celebración de la solemnidad a los del año par; lo que descontento a los del bando opuesto que alegaron que a ellos correspondía la celebración y que por causas de los trastornos políticos se les privaba de esa franquicia pero; sometido el punto a riguroso arbitraje, se resolvió que no debía interrumpirse el orden en que la Autoridad Eclesiástica y Civil habían establecido y los celebrantes del año impar humillados y furiosos por tal decisión se retiraron, no sin jurar que tomarían desquite.

Como ya se supondrá, el caudillo de los descontentos era nada menos que la “Culata” ciertamente en el fondo de estas cuestiones y acaloradas disputas había el provecho de algunos pesos que se quedaban entre los organizadores, mas que el deseo de dar lustre a la fiesta.

Así las cosas llegaron a los días del novenario que antecede a la festividad. Los organizadores en esa ocasión extremaron los preparativos y aquel año recaudaron fondos hasta de la cercana Puebla. Los dividendos entre los organizadores prometían ser abundantes: se contrató buena orquesta, se invitaron a los faroleros de la Catedral de Puebla, y a distinguidas personalidades.

El día de la fiesta el bando en derrota se entregó al pulque y mezcal, celebrando a Baco (en la mitología griega Dionisio; dios del vino e inspirador de la locura ritual y el éxtasis) ya que no podía festejar a los santos. La iglesia desde temprana hora se lleno de fieles; el altar iluminado con luces de colores resplandecía de modo fantástico, luciendo las más hermosas galas; las esbeltas columnas revestidas de cortinajes de tafetán, de las cornisas pendían gallardetes y en lo general el adorno hacia ver el esmero que los encargados habían tomado para que no faltara el más mínimo detalle. Los faroleros estaban formados en doble fila frente al altar… comenzó el Rosario: El sacerdote, desde el pulpito iba dirigiendo con pausada voz los distintos pasos del rezo; los del bando contrario aunque en condiciones poco favorables de tenerse en pie se mantenían quietos, solo el lugarteniente de la “Culata” que estaba cerca del jefe de los faroleros, dejaban fluir su rencor con entrecortadas palabras, no propias del recinto sagrado.

Por fin llego la hora de la letanía; las distintas cofradías tomaron el orden y acomodo, vela en mano para formar en la procesión que ya anunciaba el alegre repique de las campanas; los cohetes estallaban en los cielos, todo era alegría; la cascada voz de los cantores, acompañados por el órgano pronunciaban las alabanzas de la letanía, y aún no moría el eco de la última alabanza, cuando en el aire se oía dilatarse por las bóvedas el implorante “Ora Pronobis”

El mal encarado amante de la “Culata” mascullaba entre dientes toda clase de imprecaciones salpicadas de ácido; por fin llego el momento en que en la letanía se canta aquello de “Matter Inmaculata” que la trastornada mente de aquel bribón tradujo por MATEN A LA CULATA, y sin esperar nada grito con toda la fuerza de sus pulmones: “eso si que no, hijos de…” y acto continuo, se lanzo como feroz animal, cuchillo en mano, sobre el jefe de los faroleros que llevaba la voz cantante.

El desconcierto que se siguió: palabras de grueso calibre alternadas con fuego liquido, pedradas, golpes; cada banca o reclinatorio se convirtió en una trinchera; aullidos, gritos, los faroles se convirtieron bien pronto en arma ofensiva de gran efectividad: a cada golpe venían por tierra tres o cuatro contrincantes de los más resueltos.

El sacerdote los amenazaba a gritos a la cordura le lanzaban aspersiones de agua bendita con el hisopo mientras rezaba con voz agitada la magnifica, creyendo como es natural que el demonio se había apoderado de aquellos malandrines y desalmados que no daban tregua en las acometidas y el que sustitución del jefe de los faroleros dirigía la maniobra campal era un joven fuerte, bien desarrollado que gritaba a sus subalternos: “adelante con los faroles muchachos”,… todo era confusión: la campana sonaba en señal de auxilio y solo cuando el señor Alcalde se presentó en el lugar con un amplio número de soldados se serenaron los ánimos.

Restablecida la calma fueron desfilando confusos heridos y en el campo quedaron tres o cuatro cuerpos muertos.

Hechas las averiguaciones de rigor, toco la peor parte a la falanges de la revoltosa “Culata” y la Autoridad Virreinal, al tener conocimiento del escándalo en recinto sagrado, colmada por tanto desatino decreto el encarcelamiento de unos, la condena a trabajos forzados de otros y con el mayor sigilo el destierro de la pintoresca heroína, la brava “Culata” que dio motivo a que cuando una empresa pinta mal se diga con entonación irónica: “Esto acabara como el Rosario de Amozoc”

Otras versiones de la leyenda

Existen diferentes versiones sobre la leyenda del El Rosario de Amozoc, lo que coincide entre las versiones es el personaje de "la Culata" y que es por culpa de ella sobre lo sucedido en la leyenda.

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