Realistas

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Estandarte de Fernando VII de Borbón, «Hispaniarum et Indiarum Rex» durante el absolutismo, y rey constitucional de «las Españas» bajo el régimen liberal.
Para otros usos de este término, véase Realista.

Realistas es el término empleado para referirse al bando formado principalmente por españoles peninsulares y americanos, aparecido en el primer tercio del siglo XIX como reacción a la Revolución independentista hispanoamericana, y caracterizado por la defensa de la monarquía española. En España, se también denominó así a los defensores de la monarquía absolutista, llamados generalmente carlistas.

Los diccionarios de la Real Academia los definen desde 1803 como regiarum partium sectator, el que en las guerras civiles sigue el partido de los reyes. En 1822 se añadió potestatis regia defensor, que defiende regalías y derechos de los reyes. En 1832 se suprimió guerra civil, y el año 1869 se añadió a los partidarios de la monarquía absoluta.[1]

Contenido

Situación de la monarquía española

La monarquía española y sus defensores se vieron afectados por la revolución liberal a través de dos procesos paralelos y simultáneos, el constituyente español y la independencia hispanoamericana, y ambos procesos dieron origen a los nuevos estados nacionales que señalaron el final del absolutismo en todo el mundo hispánico.

El sentido patrimonial de la reunión de distintos Reinos (en plural) de Europa y Ultramar en una misma corona, bajo una dinastía absolutista, y que pretendía mantenerse en el estatuto de Bayona de 1808 con el nombre de Reinos de las Españas y de Indias, desapareció con el establecimiento del estado nacional denominándose reino (en singular) en la Constitución de 1812, con un retroceso transitorio durante la restauración absolutista. Sin embargo el territorio siguió denominándose en plural, las Españas, hasta la constitución del año 1869 donde finalmente dejó de llamarse Reino de las Españas, y pasó a denominarse Reino de España, ambos en singular.

Efectos de la revolución hispanoamericana en la monarquía

Artículo principal: Guerra de Independencia Hispanoamericana
Testamento de Isabel la Católica

Desde el año 1808, geográficamente, por su enorme amplitud, el conflicto militar tuvo por escenario los dominios americanos de la monarquía en las zonas continentales en que estaba presente y algunas de sus islas, con exclusión de las islas de Cuba, Puerto Rico, los dominios continentales cedidos a Estados Unidos, así como los territorios europeos, las islas Canarias, Filipinas y otras posesiones coloniales fuera de América.

Políticamente el conflicto tuvo a la vez, un marcado carácter civil e internacional. Inicialmente, algunas juntas americanas proclamaron su lealtad al monarca Fernando VII, prisionero de Napoleón. Luego, existieron proyectos de monarquías americanas independientes, llevadas a la práctica en el Primer Imperio Mexicano, o ser propuestas de una monarquía en el Perú,[2] o de una monarquía incaica, como en Argentina. En todas ellas se trató en todo caso de formas monárquicas que además de liberales tampoco renunciaban a la independencia, el eje del conflicto.

También hubo proyectos americanos no concretados para apoyar el régimen monárquico liberal establecido en España, con el objetivo de detener el proyecto monárquico absolutista de las potencias de la Santa Alianza. En todos los casos manteniendo la independencia de las nuevas naciones hispanoamericanas. La intervención oficial de las potencias europeas se limitó a la restauración en España de Fernando VII en el trono absoluto, manteniendo respecto a los dominios de la monarquía una neutralidad en el conflicto, aunque permisiva con la contratación de contingentes militares o voluntarios para los ejércitos independientes.

Socialmente ambas posiciones enfrentadas, realista y patriota, tuvieron una trascendencia incierta para los súbditos de la monarquía. En España se empleó el reclutamiento indiscriminado para las expediciones, en general forzoso por leva o quinta (sorteo).[3] [4] Para la movilización americana se apeló al fidelismo de comunidades nativas americanas enfrentadas a los estados nacientes,[5] a las mejoras sociales o promesas de ellas, por parte de unos y otros, a los indígenas y las diferentes castas coloniales mestizas, como mulatos («pardos»), cholos, etc., y hasta la leva de esclavos africanos.[6] Los potentados criollos de origen europeo dieron su apoyo a la causa realista, o independentista, en relación al posicionamiento comercial de cada región, y que podía estar circunscrita a ciudades pobladas o intendencias, o incluir globalmente un virreinato. La Iglesia estaba dividida, el bajo clero era el motor de una verdadera revolución social en el primer movimiento insurgente de México, mientras que la mayoría de los obispos «permanecieron más partidarios del rey que de los nuevos gobiernos» debido al patronato en cabeza del Rey de España.[7]

Liberales y absolutistas

Constitución de Cádiz, La promulgación de la Constitución de 1812 obra de Salvador Viniegra (Museo de las Cortes de Cádiz).

En España la monarquía española que gobernaba a través de un régimen de absolutismo fue abatida en 1808 por Napoleón, y desde 1812 controlada por los españoles partidarios de una monarquía constitucional. La defensa de la monarquía española en América había quedado casi a sus propios medios locales, con auxilios esporádicos de Europa, hasta que Fernando VII y los partidarios del absolutismo, tras recuperar el gobierno en 1815, llevaron adelante acciones de verdadera envergadura, como la primera expedición de ultramar de unos diez mil españoles, que bajo el mando de Pablo Morillo tenían como objetivo reprimir la insurrección hispanoamericana.

Sin embargo en 1820, una segunda expedición a ultramar de unos veinte mil españoles que había sido organizada en Cádiz por el antiguo virrey de Nueva España, don Félix María Calleja del Rey, nunca llegó a partir porque fue sublevada contra el propio Fernando VII y en favor del Trienio liberal. Seguidamente, el gobierno del Trienio liberal suprimió cualquier auxilio a los realistas, paralizó las operaciones militares de forma unilateral, y envió negociadores a los independentistas americanos sin ningún resultado, convirtiéndose de facto en una renuncia a los territorios de ultramar en conflicto. El año 1820 marcó el declive de los realistas.

El ejército realista

Ejército Realista
Coronela.png
Cultura e historia
Honores
de batalla
Nueva España y Guatemala

Nueva Granada, Venezuela, Quito

Río de la Plata y Paraguay

Chile, Alto y Bajo Perú

El ejército realista no era el ejército colonial del Imperio Español; no tuvo la misma misión ni la organización que tenía el ejército colonial durante la época colonial, y que iba dirigida a la defensa frente a potencias enemigas del exterior. Sin embargo, ya desde la introducción de las reformas borbónicas, la proporción de sus componentes europeo y americano no varió, y se estabilizó en torno a un 80-85% de americanos en los regimientos veteranos.[8] [9] Al iniciarse la revolución hispanoamericana el propio ejército colonial español se desintegró y grandes sectores del mismo se integraron a los ejércitos independentistas y dependieron de las juntas de gobierno americanas.

El ejército realista fue una organización improvisada, surgida de la reacción de los defensores de la monarquía española, que sólo reconocían la autoridad del rey español a través de los virreyes y las autoridades instaladas en España, y tuvo como fin intentar detener el proceso generalizado de independencia de las colonias americanas.

La mayor parte de las agrupaciones militares realistas fueron entonces de nueva creación y se formaron por unidades americanas nuevas en su mayoría, por unidades recicladas del desarticulado ejército colonial americano que permanecían leales y por unidades expedicionarias formadas en España ad hoc, que a su vez mantendrán su continuidad únicamente por reemplazos de americanos.

La población de españoles peninsulares en las colonias americanas a fines del siglo XVIII, era de 150.000 personas, cifra inferior al 1% de la población total.[10] En el año 1820 el número de españoles peninsulares combatiendo en América llegaba a 9.954 hombres[11] y a partir de 1820 el gobierno español no envió más expedicionarios desde Europa para reforzar el ejército realista. En ese mismo año en Chile los independentistas formaron una expedición al Virreinato del Perú, que entonces contaba con una fuerza de 7000 hombres[12] en su mayoría movilizados sobre el Alto Perú. Para diciembre de 1824, punto culminante de las guerras de independencia en Sudamérica, un diezmado componente europeo de apenas 1500 hombres se repartía para toda la extensión de aquel virreinato.[13]

Componentes americanos y europeos

Por su origen se puede clasificar dos grandes clases de unidades dentro del ejército realista, las unidades creadas en América y las unidades creadas en España. Por su número los americanos formaron, en palabras de estudiosos del ejército realista, la inmensa mayoría del conjunto del ejército realista, superando como porcentaje el noventa por cien de las tropas,[14] [15] pero su proporción en los mandos superiores se deducía, según el origen de la unidad, siendo españoles peninsulares casi el cien por ciento de los virreyes realistas, exceptuando a D. Pío Tristán, el último virrey.

unidades creadas en América

Las unidades creadas en América se formaban por tropas originarias americanas, y su componente social y étnico era el reflejo de su población local. Asi por ejemplo, en el Virreinato del Perú, los oficiales y suboficales del Ejército Real hablaban en la lengua quechua o aimara para dirigir a las tropas amerindias ya que «La inmensa mayoría sólo hablaban su lengua nativa por lo cual los oficiales debían conocerla para poder dirigirlos».[16] Estas tropas "del país" se movilizaron para sus respectivos teatros de guerra locales, y con raras excepciones partieron fuera de sus lugares de origen. De esta forma, y también para los independentistas, las personas identificadas con las multiples castas de amerindios mestizos (cholos), o de negros mestizos (mulatos o pardos), junto con negros esclavos liberados fueron el grueso de la tropa realista dependiendo del predominio étnico en la población. De otra parte, por su movilidad geográfica y por su instrucción, las tropas americanas se podían dividir en unidades de milicias y unidades veteranas. Los batallones de milicias que para su mejora recibían un núcleo de instructores veteranos, a veces europeos, pasaban a denominarse milicias disciplinadas.

Unidades creadas en España

Las unidades creadas en España eran las llamadas expedicionarias, pero desde su llegada al continente americano recibían un flujo continuo de tropas americanas que suplantaba sus bajas europeas, es decir, a más tiempo de llegada más americanizada se quedaba la teórica unidad expedicionaria. Por ejemplo, una conocida unidad expedicionaria, el batallón Burgos, tras el trayecto naval desde la Península Ibérica tuvo que completar sus filas a su llegada a puertos con un tercio de americanos, sin siquiera haber trabado combate alguno. De esta forma únicamente un cuarto del ejército real en la batalla de Maipú era europeo. A partir del año 1817 no llegaría ningún refuerzo europeo para los realistas del Perú, y desde el año 1820 para ningún lugar de América. En el año 1820 las unidades expedicionarias tenían un 50% de europeos, en general, y Pablo Morillo afirma que en esa fecha tenía unos 2000 europeos bajo su mando. En el año 1824 unicamente 500 españoles peninsulares formaron parte del ejército realista que combatió en la batalla de Ayacucho.[17]

La característica que se atribuye a los soldados expedicionarios europeos es una teórica mayor lealtad que sirviera de cohesión para las unidades, sobre todo en los teatros de guerra de Costa firme o Nueva España, y finalmente en las campañas del Perú. Pero por el contrario esta tropa europea era más susceptible a enfermar, y sin disciplinar eran más insubordinados que los americanos. Lo cual era extensible también para los miles de mercenarios británicos y de otras naciones europeas contratados por los independentistas para sus ejércitos.

Sobre el desempeño de las fuerzas peninsulares en el teatro de guerra en el Alto Perú en la campaña de 1817, el general realista Andrés García Camba señalaba:

Los cuerpos peninsulares ostentaron en todos los lances de esta activísima campaña, constante y decidido valor, mas la falta de conocimientos en esta clase de guerra enteramente nueva para ellos y el desventajoso concepto que ligeramente habían formado del enemigo varios de sus individuos, fueron la causa de algunas temeridades tan sensibles como costosas. Las tropas del país (americanas) llevaban algunas ventajas a las europeas, por la práctica que habían adquirido, por la menor impresión que les hacia la frecuente variación de temperaturas y aun por su imponderable sobriedad.
Andrés García Camba.[18]

Jefes del movimiento realista

Procedencia de la oficialidad

Los españoles peninsulares ocuparon los puestos de jefes de gobierno, y también los puestos de alto rango, sobre todo de los cuerpos expedicionarios llegados de España, sin que por ello faltaran oficiales americanos que se incorporaran en América hasta alcanzar un tercio de sus mandos,[22] lo que implicó una pérdida de la identidad ibérica de los ejércitos realistas, pero a la vez facilitó la continuidad de estas formaciones militares en base a tropas americanas.

Por el contrario, no ocurría así con el número de mandos militares de las unidades americanas, ya fuesen veteranas o de milicias, y que se calcula para los oficiales del país que estaba en torno a unos dos tercios en los cuerpos veteranos, y casi el total de jefes americanos para las milicias. Tampoco faltaban americanos en el mando de ejércitos enteros, o de un teatro de guerra, como en cada caso obtuvieron Agustín de Iturbide o José Manuel de Goyeneche.[23]

Banderas, condecoraciones y música

Las banderas de los ejércitos de la monarquía española, tanto para los batallones de infantería de línea como para los batallones ligeros, estaban representadas por la bandera Coronela, que mostraba el estandarte real y se entregaba una para cada regimiento, siendo portada por el primer batallón, y por las banderas de Ordenanza o Batallona, que mostraban la Cruz de Borgoña que portaban el segundo y tercer batallón. Todas se acompañaban de cuatro coronas con cuatro pequeños escudetes de la ciudad de origen de la unidad. A las banderas se añadían adornos y lemas.

Estas banderas fueron usadas tanto por unidades españolas como por unidades americanas. Para conservar los símbolos, cuando por cualquier razón los batallones se fundían en un único batallón del regimiento, las unidades peninsulares superponían ambas banderas una sobre la otra, mientras que las unidades americanas las ponían también en la misma bandera pero una en el anverso y otra en el reverso.

Banderas de los ejércitos de la monarquía española.
Lemas:[24] «Por la Religión, la Patria y el Rey», «Viva Fernando VII».

Además de lemas en las banderas, existían distintivos como colores en cintas atadas al vestido o las armas, en rojo y negro que significaban «No dar tregua», moda traída de la guerra en la Península Ibérica contra Napoleón, o rojo y blanco que significaban «La unión» de españoles y americanos. Se entregaban condecoraciones y medallas a los jefes y tropas realistas por los hechos notables, tanto en acciones del ejército, como de guerrilla o civiles.[25]

Los ejércitos realistas, tanto europeos como americanos, veteranos o milicias tocaban la misma música de las reales ordenanzas (archivo mp3[26] ), y no habían toques particulares ni marchas especiales, pero las unidades expedicionarias también cantaban las canciones traídas de la Guerra de Independencia española (archivo mp3[27] ). Los cuerpos de infantería tenían plazas de pífanos y tambores. En los de infantería ligera figuraban cornetas desde 1815 en la moda traída por las unidades de Pablo Morillo. Los de caballería llevaban cornetas y tambores montados, como timbales.

Equipo y uniforme del soldado realista

Infantería de línea — Alto Perú[28]
Cuerpos veteranos—Alto Perú[29]

Desde finales del siglo XVIII la corona intentó unificar los uniformes del ejército colonial de América pero siempre con variantes locales. Pese a ello el ejército virreinal a principios del siglo XIX tenía un vestuario generalizado. Desde 1795 el estilo con uniforme de color azul era el mayoritario. La diferenciación de unidades venía dada por el distinto color de cuellos, mangas, chalecos, botones, bordados, etc.

Así, por Real Orden del año 1796 las milicias (disciplinadas y urbanas) se uniformaron «mandando que el de todas las milicias disciplinadas de Indias sea casaca (larga) azul con la vuelta, solapa y collarín (cuello) encarnado, chupa (chaqueta corta) y calzón blanco, distinguiéndose los cuerpos de infantería de los de caballería y dragones en que los primeros llevan galón de oro en el collarín y los segundos de plata. Y el de las milicias urbanas en los mismos términos y con las propias diferencias para infantería caballería y dragones con la sola distinción entre disciplinadas y urbanas de no llevar estas solapas».[30]

Hacía 1810 todas las unidades de milicias llevaban el reglamento vigente en las guías de forasteros de Madrid. El estilo inglés que se reglamentó en España en el año 1811 pudo haber sido adoptado por unidades expedicionarias enviadas en auxilio de Montevideo o de Costa firme. Está documentado que el Talavera arribó a Chile en 1813 con la uniformidad del año 1811. Desde el año 1814 se generalizó el uso de shakó para todas las unidades, en reemplazo de los bicornios. Aunque el azul siguió siendo el color mayoritario, algunas unidades especiales, sobre todo en caballería usaron estilos más modernos y coloristas.

Realistas en la batalla de Maipú[31]

Con la llegada del ejército expedicionario en 1815 llegó el estilo de uniformidad basado en reglamentación española de 1815 y que se trasladó al resto de unidades por real orden del año 1818. Se señala que únicamente los granaderos de regimientos de línea usaron el característico gorro con piel de oso. En el año 1816 y 1817 aparecen los uniformes de color brin (lino) para las campañas de verano en ultramar, modalidad no usada por el ejército español, y característica de la campaña de Maipú.

A partir del año 1818 y 1819 debido al agotamiento por la prolongación de la guerra proliferan en el ejército real los vestuarios de color gris plomo y pardo sin solapas, más baratos que el azul. También se recortaron los faldones de los chaquetones y se generalizó la chaquetilla corta. Algunas unidades como los voluntarios de Chiloé llevaron uniforme verde de cazadores.

Desde 1821 las cortes liberales fijaron reglamentos con uniformidad azul, pantalón gris de invierno y blanco de verano y las unidades ligeras en verde oscuro y pantalón gris. Esto solo se consiguió desde el año 1823 y 1824 debido a las carencias de los años finales de la guerra.

El distintivo español y realista más socorrido era la escarapela roja, la que lucían los soldados en el chakó o en el bicornio. En el ejército la presilla de sujeción de la cucarda roja iba a juego con el color de los botones de la casaca de la unidad militar en cuestión, luego las presillas de la cucarda podían ser blancas o amarillas. Las corbatas de la moharra (cintas) de las banderas del ejército español de la época también eran rojas.[32]

Armamento, táctica y sanidad

Las magnitudes de los llamados ejércitos regulares enfrentados en las guerras hispanoamericanas no superaban las agrupaciones militares de entidad de División de las Guerras Napoleónicas durante la Guerra de Independencia española. La estrategia estaba fuertemente influenciada por la lealtad y la geografía de las provincias americanas. Y la operatividad de las unidades dependía según la concepción de hacer una guerra regular o irregular.

Infantería en orden cerrado: en línea o batalla
Infantería en orden abierto: en guerrilla

Durante las batallas, la táctica de las formaciones regulares venía determinada por las armas blancas y las limitaciones de las armas de fuego napoleónicas (principalmente mosquetes) que podían ser de montaje local o producción importada. La infantería empleaba las clásicas formaciones en orden cerrado, una llamada en línea o batalla, formada por dos o tres líneas (escalones) de fusileros que descargaban simultaneamente por escalones, o las muy instruidas por secciones de cada una de los tres líneas, aunque todas finalmente terminaban con una carga de bayonetas. La otra formación cerrada, en cuadro, se tomaba únicamente como medida defensiva urgente frente a las cargas de caballería. La formación en orden abierto, llamada guerrilla, no se refiere a los guerrilleros, sino a la formación de combate de unidades de élite como voltígeros, tiradores o cazadores que se desplegaban para tirar a discreción, especialmente en terrenos boscosos o de montaña. La caballería tenía una misión fundamental de choque o persecusión, y su uso en la exploración era menos sistemático. La artillería de la época, de tiro directo, era ineficaz en selvas o terrenos montañosos. Finalmente en estas grandes concentraciones humanas, las bajas por enfermedades y falta de alimento, especialmente durante los asedios, eran una preocupación constante en el mando.

Guerrillas realistas

Véase también: Guerra de guerrillas

Fueron agrupaciones organizadas de forma permanente para la guerra irregular, aunque otras, las llamadas «montoneras», eran fuerzas reunidas espontáneamente tras el resultado de un alzamiento abandonaban las luchas. Se pueden distinguir en primer lugar los tipos de guerrillas que se componen de habitantes autóctonos de su propia área de actuación. Estas eran las más numerosas y estaban formadas generalmente por indígenas generalmente, cuyas poblaciones estaban integradas dentro de los territorios virreinales, como en el caso de los pastusos de Nueva Granada, o estaban integrados por indígenas de zonas periféricas de los virreinatos, como el caso de los araucanos del sur de Chile o los indios Guajira del caribe neogranadino. En segundo lugar estaban algunas formaciones guerrilleras que tenían su origen en agrupaciones militares realistas que se habían dispersado, del país, pero no autóctonos.

Por su localización todas las guerrillas realistas se situaron en América del Sur, sin que se existiese ninguna en Nueva España, reprimida por los propios realistas mexicanos debido al carácter social de la revolución de Hidalgo y Morelos. Tampoco se formaron guerrillas realistas en el Alto Perú, ni Jujuy o Salta donde las fuerzas realistas regulares sostuvieron una guerra contra guerrilla por el control del territorio; tampoco en Córdoba, Buenos Aires, Uruguay o Paraguay, bajo control independentista desde los inicios mismos del proceso de descolonización.

En Venezuela, tras el triunfo inicial independentista, las guerrillas de Siquisique en la provincia de Coro, al mando de Juan de los Reyes Vargas, apoyaron la llegada de una compañía de marines españoles al mando de Monteverde, y tras su desaparición, los restos de las milicias realistas de esclavos y de llaneros se consolidaron en el territorio de los Llanos para formar un verdadero ejército que al mando de José Tomás Boves destruyó los ejércitos independentistas dominando toda Venezuela, antes y sin apoyo de la expedición española de Morillo. Tras la caída de Puerto Cabello en 1823, las guerrillas siguieron actuando hasta el año 1829, y apoyaron una última incursión del coronel Arizabalo.

En la región de Pasto, al sur de Nueva Granada, y tras la capitulación de las tropas regulares del coronel Basilio García en octubre de 1822, el fidelismo a la monarquía española originó la aparición de guerrillas y montoneras. Las guerrillas fueron dirigidas por el caudillo Agustín Agualongo hasta junio de 1824, cuando fue tomado prisionero y ajusticiado. Las guerrillas combatieron hasta 1830.

En Chile, las guerrillas bajo los caudillos Vicente Benavides, Juan Manuel Picó, el coronel Senosiain y los hermanos Pincheira, con el apoyo de grupos mapuches y pehuenches prosiguieron la llamada guerra a muerte contra las autoridades de Santiago en territorio continental y en el norte de la Patagonia argentina. Fueron derrotados en la batalla de las lagunas de Epulafquen el 14 de enero de 1832 en territorio de la actual Provincia de Neuquén (Argentina).

En Perú, las guerrillas realistas de Ica, Huamanga y Huancavélica, se desarrollaron tras el repliege del ejército de la Serna a su bastión de la Sierra. En 1823, la creciente reputación de las armas reales logró la adhesión de los pobladores de Tarma, Huancavelica, Acobamba, Palcamayo, Chupaca, Sicaya y muchos otras ciudades y villas de la sierra central. El mismo virrey intervino en la organización de fuerzas irregulares que brindaron importantes servicios combatiendo a las guerrillas independentistas, informando de los movimientos enemigos y cubriendo las bajas que tan prolongada campaña causaba en el ejército real. Las guerrillas de Iquichanos continuaron su beligerancia contra el proyecto republicano más allá de la capitulación del virrey, bajo la dirección de Antonio Huachaca, caudillo indígena que empezó como combatiente contra la rebelión del Cuzco de 1814.[33]

Extinción del movimiento y capitulación de sus fuerzas

Desde la sublevación de los 20.000 españoles que formaban la gran expedición a ultramar, ocurrida en Las Cabezas de San Juan el 1 de enero de 1820 en contra del monarca Fernando VII, se sucedieron hechos que durante la guerra, a partir de ese mismo año, desmontaron el movimiento realista desde propias sus filas también en América. La gran expedición a ultramar había sido organizada en Cádiz por el antiguo virrey de Nueva España, don Félix María Calleja del Rey con el propósito contrario de decidir la contienda americana, pero nunca llegó a partir por la mencionada rebelión de Rafael de Riego en favor del Trienio liberal.

Así en Costa firme, en diciembre de 1820 el militar liberal Pablo Morillo consiguió su retorno a España, solicitado en 16 ocasiones anteriormente. También se puede objetivar la descomposición de las fuerzas del ejército en Costa Firme por las nóminas de la secretaría real del estado mayor y las listas de desertores. Al margen del cuerpo expedicionario, que siguió siendo el más operativo y cohesionado y que duplicaba su número con tropas americanas como antes, se distingue que hubo una deserción masiva de tropas del país desde principios de 1821, por lo que en consecuencia se disuelvieron sin combatir los batallones americanos: Clarines, Barinas, La Reina y Cumaná.

Unidades americanas. Costa firme, febrero de 1821 Infantería Caballería Total
Blancos del país 633 210 843
Castas (mestizos y morenos) 3.169 2.209 5.378
Nativos indios 935 45 980

[34]

El problema era más acuciante en los criollos de origen europeo: solo durante aquél mes de abril de 1821 abandonaron las armas 230 soldados, y en los listados de desertores de esas fechas, con nombre y apellido y unidad perteneciente, de 1.600 americanos quedaron solamente seis. El abandono del combate alcanzó al mismo despliegue de unidades en el campo de batalla de Carabobo, y así la caballería de milicias americana que agrupaba 1.372 Llaneros en el regimiento llamado Lanceros del rey, desertó en su totalidad sin combatir.

La desarticulación del ejército realista desde finales del año 1820 no afectó únicamente a las unidades combatientes de Costa Firme. En todos los frentes de lucha se producían sucesos similares. No se puede achacar a una sola causa, pero destacan las mismas que originaron el abandono mexicano de las filas realistas, ya que al tratarse de un territorio pacificado casi en su totalidad, fue el más drástico y notable.

Evolución de la estructura del ejército realista.

Las luchas de absolutistas y liberales que polarizaban España, también dividían en América a los defensores de la monarquía española. Los militares españoles, en su mayoría partidarios de la monarquía constitucional pero sin ningún auxilio de España desde el año 1820, fueron abandonados a su vez por los caudillos criollos partidarios del absolutismo, quienes renunciaban a la defensa de la monarquía española por su oposición al Trienio liberal. De esta forma los criollos realistas de Nueva España, a pesar de haber reducido a los insurgentes, resolvieron atraer a los insurrectos, y negociar con ellos en 1821 la independencia del Imperio Mexicano con el Plan de Iguala, los Tratados de Córdoba y el pacto trigarante.

La situación de España dio otro vuelco más en el año 1823, cuando los partidarios españoles del absolutismo recurrieron a las potencias europeas triunfadoras de Napoleón, la llamada Santa Alianza, y obtuvieron el auxilio de un ejército de 132.000 franceses para invadir España y reprimir el Trienio liberal, suprimir la Constitución española y restaurar a Fernando VII en el gobierno absoluto de España. El 1 de octubre de 1823, Fernando VII, ya reinstaurado en el gobierno, decretó la abolición de todo lo aprobado durante el Trienio liberal; lo que también incluía los nombramientos de jefes militares que comandaban ejércitos en América, y que desató una ola de insubordinación y nuevas insurrecciones, que como la de Pedro Antonio Olañeta y su rebelión, obstaculizaron y dividieron a los últimos defensores de la monarquía española.

Rafael del Riego, caudillo de los sublevados de Cádiz, murió ahorcado el 7 de noviembre de 1823, y los propulsores del movimiento liberal fueron ajusticiados, marginados o exiliados de España. El ejército de la Santa Alianza permaneció ocupando España varios años más hasta 1830 en la llamada década Ominosa para sostener la monarquía absoluta de Fernando VII que reprimió a los caudillos liberales, como Juan Martín Díez "el Empecinado". Definitivamente ya no se formó ninguna expedición en España, y el colapso en América ya era irreversible. Los jefes realistas supervivientes y sus ejércitos, relegados por el desgobierno de España, y fracturados por las discordias de liberales y absolutistas, capitularon finalmente tras la batalla de Ayacucho, aunque todavía se sostuvieron contra todo pronóstico en el archipiélago de Chiloé y la Fortaleza del Real Felipe de El Callao, hasta finalizar su resistencia en enero del año 1826, quedando bajo soberanía de España sólo las islas de Cuba y Puerto Rico en América.

Más allá de la capitulación de los ejércitos regulares, los guerrilleros realistas, propios de cada país, todavía seguieron combatiendo durante varios años más. El proceso de paz tampoco pudo comenzar hasta el fallecimiento del monarca Fernando VII de España en 1833, ya que «El Rey no consentirá jamás en reconocer los nuevos estados de la América española y no dejará de emplear la fuerza de las armas contra sus súbditos rebeldes de aquella parte del Mundo».

Operaciones navales y los últimos reductos

Bandera de la flota naval y de fortalezas navales españolas. Bandera Nacional del Reino de las Españas por decreto de la monarquía constitucional de Isabel II.

Las flotas de aquella época se componían de barcos mayores, de tres mástiles, que como los navíos tenían de dos o tres baterías en sus costados, las fragatas con una o dos baterías y hasta 60 cañones, y las corbetas de menos de 16 cañones. También de barcos menores, de dos mástiles, como bergantines, goletas y pailebotes, con menos de ocho cañones. A esto se sumaban las embarcaciones costeras y fluviales más pequeñas, como balandras, faluchos, flecheras y bongos de un solo cañón.

En el año 1800 la flota española estaba formada por más de 50 navíos y otros 50 entre fragatas y barcos menores. La mayor parte de la flota había sobrevivido a Trafalgar, pero tras la paralización de toda actividad de reparación y construcción naval motivada por la invasión de España por Napoleón, para el final de la Guerra de Independencia española en 1814 únicamente restaba de aquella flota española cinco navíos y diez fragatas. En 1818, incluida una compra sin pago hecha a Rusia, se contaba con un navío y diez fragatas, de las que cuatro estaban fuera de uso. En 1822 el número de fragatas se había reducido ya a ocho.

Obtenido de "Realistas"

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