- Álvaro Ruibal
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Álvaro Ruibal
Alvaro RuibalNacimiento 22 de junio de 1910
Santiago de CompostelaDefunción 15 de enero de 1999
BarcelonaSeudónimo ERO Ocupación Escritor y periodista. Nacionalidad España Período Siglo XX Género prosa Nació el 22 de junio de 1910 en Santiago de Compostela y estudió arquitectura y ciencias exactas en Madrid.
Publicó sus primeros artículos en El Sol, dentro de la sección literaria que dirigía Juan Ramón Jiménez. Muy al principio de los años 40 se instaló en Barcelona, donde dirigió la prestigiosa revista Destino. Colaboró en numerosos diarios y revistas como El Compostelano, El Faro de Vigo, El Correo Gallego, La Noche, El Ideal Gallego, Gaceta Ilustrada, El Ciervo, Jano, La Revista, etc., pero su actividad literaria se centró preferentemente en La Vanguardia de Barcelona, donde colaboró bajo diversas firmas: la suya propia, AR y Zaguero (crónicas deportivas del fútbol de tercera división).
En este periódico publicó la columna diaria “La calle y su mundo” bajo el pseudónimo de ERO, que se inició el 28 de enero de 1962 y finalizó el 16 de enero de 1999, justo al día siguiente de su fallecimiento.
Sus artículos han sido reproducidos en numerosas publicaciones. Escribió tres libros de viajes: “Los pueblos y las sombras” (Planeta, 1972), “El tiempo retenido” (Plaza y Janés, 1974) y “León” (Destino, 1982). Una pequeña parte de su obra está recopilada en “Ida y vuelta a Lérida”, con prólogo de Juan Manuel Nadal, (Publicacions del Caliu, 1999) y “Viveiro y A Mariña”, con prólogo de José Luis Varela, (A.C.Estabañón, 2010).
Álvaro Ruibal, de Santiago por la madre i de Pontevedra por el padre, pertenece a la generación de la guerra. Se integra en la pléyade de escritores gallegos, todos originales y de notable calidad literaria – Castroviejo, Torrente Ballester, Cela, Cunqueiro, Fole - que se dan a conocer en los primeros años cuarenta. Álvaro es un autodidacta que abandona su vocación científica universitaria y se torna humanista, a la manera de Baroja o Salvador de Madariaga. Estudiante en el Madrid republicano frecuenta tertulias y cenáculos, y en vez de escuchar a don Faustino Archilla sus lecciones de geometría de la posición, acude a las clases de Ortega y de Morente. Es amigo de Leopoldo Panero, Garcia Lorca, Feliciano Rolán y Miguel Hernández y trata a Valle Inclán y a don Manuel Azaña. Alguna noche se acerca a Pombo, convive con boxeadores y ciclistas. Se interesa por la pintura de Solana, Ricardo Baroja, Juan de Echevarria, Arturo Souto y Carlos Maside. Sus compañeros se quedan atónitos al verle charlar con Emil Ludwig en la Castellana y en el circo de Price con el púgil de color, Kid Chocolate. Se le sorprende en el café con Rafael Vázquez Zamora, en el “hall” del Palace con el diputado radical don Emiliano Iglesias Ambrosio y por la calle de Alcalá con el escritor vascongado Fernando de la Cuadra Salcedo. La guerra lo zarandea por los frentes, donde se empacha de paisaje, y la paz lo abandona sin norte ni guía en Barcelona. Entonces quiere irse a América, pero cuando tiene dinero no tiene barco, y cuando tiene barco no tiene dinero. No desea volver a Madrid, porque, según él, está demasiado visto. Luis de Galinsoga lo incluye en la nómina de colaboradores de “La Vanguardia” y a seguida aparece el grupo liberal de “Destino” – y luego dirige el semanario – que arman: Santiago y Eugenio Nadal, Ángel Zúñiga, Teixidor, Agustí, Montsalvatge, Sempronio, Julio Coll y Néstor Luján, y los pintores Serrano, Prim y Pedro Pruna. La influencia de este cónclave juvenil ha sido muy importante en la vida barcelonesa de aquellos tiempos. Un día se larga a la Galicia nativa, vuelve, se casa con catalana y deja de escribir, para no naufragar en un mar de consignas oficiales. Torna a hacerlo en 1962, al encargarle don Manuel Aznar la sección “La calle y su mundo”, que firma Ero, rememorando a su paisano el monje Bernardo que estuvo tres siglos adorando a la Virgen y escuchando arrobado el canto delicioso de los pájaros. Ruibal es ante todo un periodista. Se trata de un escritor de periódicos, profesión de rancia tradición europea y que en España comienza acaso con Larra, reanima Cavia, Azorín, Maeztu y otros ingenios y cuaja con los maestros Julio Camba, Gaziel, Fernández Flórez, Corpus Barga y más tarde Eugenio Montes, Sánchez Mazas, González Ruano, José Pla, Chaves Nogales, Luis Calvo… La cuestión es escribir al arrimo de una noticia, imprimiendo al artículo un aire intelectual, como si se esbozase ligeramente un menudo ensayo. Y aunque nos recuerda que su mirada es de simple hispanista, nosotros pensamos que siente una profunda pasión española. Debemos situarlo pues en el círculo de los liberales. Sin embargo, su pasión no es la de los hombres del 98, sino que parece entroncar con el criticismo social de Jovellanos y la avidez arqueológica de Ponz. Su postura resulta antirretórica, humorista a ratos, irónica casi siempre y en ocasiones burlona. Se dijo ya que busca los entresijos y que los hombres le interesan más que sus ideas. (…)”. La Vanguardia, 11 de mayo de 1973.
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