Valeriano Weyler

Valeriano Weyler
Valeriano Weyler
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Valeriano Weyler cerca de 1878
Capitán General
Años de servicio 72 años
Lealtad Bandera de España España
Condecoraciones Cruz Laureada de San Fernando
Participó en Guerras Carlistas - Guerra de Independencia cubana

Nacimiento 17 de septiembre de 1838
Palma de Mallorca
Fallecimiento 20 de octubre de 1930 (92 años)
Madrid, España

Valeriano Weyler y Nicolau (Palma de Mallorca, 17 de septiembre de 1838Madrid, 20 de octubre de 1930) fue un noble, político y militar español, Marqués de Tenerife y Duque de Rubí, Grande de España, capitán general de Cuba durante la sublevación independentista de José Martí y Máximo Gómez. Fue famoso por su denostada política de Reconcentración.

Contenido

Vida

Hijo del médico militar madrileño Fernando Weyler y Laviña, cursó estudios castrenses en la Academia de Infantería de Toledo, obteniendo la graduación de teniente a los veinte años después de haber vivido en el Real Colegio Mayor de San Bartolomé y Santiago de Granada. Diplomado en Estado Mayor, es ascendido a comandante con tan solo 24 años y destinado a Cuba y posteriormente a Santo Domingo.

La Campaña de Santo Domingo

El 16 de agosto de 1861 la República Dominicana solicita la anexión a España, promovida por Pedro Santana.

Se le condecora con la Cruz Laureada de San Fernando por su actuación en la acción del río Jaina, en Santo Domingo, donde al mando de una tropa de 150 hombres, defendió con éxito la posición durante tres días contra quinientos asaltantes, retirándose finalmente sin abandonar muertos, heridos ni material.

Era esta de Santo Domingo una guerra de sorpresas y batallas fugaces y violentas que se sucedían repetidamente; el mismo tipo de combates en el que se vería envuelto tantas veces a lo largo de su vida, en Cuba y Filipinas. Fue pues en tierras dominicanas donde comenzó a convertirse en un experto en la peculiar forma de batirse en el medio tropical. Había que aceptar que aprendió pronto y bien aquel oficio. Así, a diferencia de la mayoría de los hombres que acabaron alcanzando los mas altos grados del Ejército español, casi o al mismo tiempo que él, muchos de los cuales eran «africanistas», al menos en parte de su formación como Martínez Campos, Polavieja, Ahumada, ... y tantos otros; por no citar los de la generación precedente: López Domínguez, Caballero de Rodas, Valmaseda, etc.: Weyler fue esencialmente «antillanista».
Emilio de Diego, pág. 52
Los acontecimientos se desarrollaron aceleradamente. El 10 de octubre de 1868 se inició el alzamiento y ya el día 20 los revolucionarios cubanos habían tomado la ciudad de Bayamo, la segunda en importancia de la zona oriental de la isla, donde fundaron un gobierno en armas. El general Blas Villate, conde de Valmaseda, fue enviado a la región sublevada para enfrentar el movimiento; su segundo al mando era el brigadier Valeriano Weyler. Se trataba de dos militares derrotados en Santo Domingo,[1] donde habían aprendido algo que conocieron muy bien los ayacuchos: las dificultades irremontables de luchar contra un ejército irregular, apoyado por los campesinos, que servían al enemigo de informantes veraces y les suministraban alimentos, mientras respecto a los soldados de España actuaban como desinformadores y evadían toda ayuda. Frente a este tipo de guerra, las estrategias prusianas de moda en Europa carecían de valor.
Moreno Fraginals, pág. 276

Capitán General de Canarias

De 1878 a 1883 ejerce como Capitán General de Canarias. En este periodo impulsó la construcción del edificio de la Capitanía General de Canarias con sede en Santa Cruz de Tenerife y la construcción del Gobierno Militar de Las Palmas de Gran Canaria.

En 1878, a la edad de 40 años es nombrado Teniente General por sus servicios a la corona durante la última de las Guerras Carlistas. Estuvo al frente de las capitanías generales de Canarias, Cataluña, Vascongadas y Baleares. En 1883 obtiene el nombramiento de Capitán General de Filipinas, permaneciendo en el cargo hasta 1891.

Capitán General de Filipinas

Nombrado por Real Orden de 15 de marzo de 1888, acude a un territorio extenso y de difíciles comunicaciones, con régimen de monopolio. Hasta la década de 1830, la única comunicación era el galeón de Acapulco.[2]

La presencia española en tan lejanas tierras fue siempre escasa. Apenas unas pocas de sus más de siete mil islas fueron ocupadas efectivamente.[3] Los recursos de la administración civil y militar no superaron en ningún momento, en circunstancias normales, la cifra de unos cuantos cientos de funcionarios y soldados y unas ridículas dotaciones presupuestarias.
Emilio de Diego, pág. 144

Capitán General de Cuba

Nombrado capitán general de Cuba en febrero de 1896 por Cánovas del Castillo, sustituyó al general Martínez-Campos, con órdenes de zanjar los intentos independentistas por la fuerza de las armas. En el breve período que ocupó esta capitanía general solo consiguió frenar un tanto la lucha de los independentistas, y su mayor éxito fue la muerte en una escaramuza del lider rebelde, Lugarteniente General Antonio Maceo y Grajales , pero a pesar de estos los "mambises" cubanos estos siguieron siendo particularmente fuertes en el centro y el oriente de la isla, donde las largas campañas de verano destruyeron las fuerzas españolas al son de las enfermedades y las tácticas guerrilleras del general Máximo Gómez Baéz, jefe militar máximo de los independentista, para entonces Weyler ordenó el encierro forzoso a la población rural del occidente cubano en campos de reconcentración, hecho conocido en la historia como la Reconcentración de Weyler.

La proclama que daba inicio a la reconcentración decía:

1. Todos los habitantes de las zonas rurales o de las áreas exteriores a la línea de ciudades fortificadas, serán concentrados dentro de las ciudades ocupadas por las tropas en el plazo de ocho días. Todo aquel que desobedezca esta orden o que sea encontrado fuera de las zonas prescritas, será considerado rebelde y juzgado como tal.

2. Queda absolutamente prohibido, sin permiso de la autoridad militar del punto de partida, sacar productos alimenticios de las ciudades y trasladarlos a otras, por mar o por tierra. Los violadores de estas normas serán juzgados y condenados en calidad de colaboradores de los rebeldes.

3. Se ordena a los propietarios de cabezas de ganado que las conduzcan a las ciudades o sus alrededores, donde pueden recibir la protección adecuada.

El plan de Weyler, al alejar a los campesinos de sus tierras, resultó en la pérdida de las cosechas, provocando una hambruna generalizada, que unida a las enfermedades provocadas por las pésimas condiciones de salubridad en los campos, terminaron diezmando a la población. La situación se complicaba a medida que avanzaba la guerra. Los sufrimientos y calamidades aumentaban por la irregular forma de vida en barracones, almacenes o refugios abandonados, durmiendo en patios o a la intemperie, en condiciones higiénicas deplorables, y sin acceso suficiente a alimentos.

Es difícil determinar con certeza la cantidad de personas reagrupadas como consecuencia de las órdenes dictadas por Weyler. Se estima que para diciembre de 1896 unos cuatrocientos mil cubanos no combatientes se catalogaban como reconcentrados en lugares escogidos o no con ese objetivo. Más difícil aún es establecer las cifras exactas de fallecidos, pero la propaganda antiespañola estima que entre 750.000 y 1.000.000 de cubanos murieron en los campos de concentración creados por Valeriano Weyler (imposible dado que la población de Cuba en 1895 era de 1.500.000 habitantes). Las fuentes más conservadoras establecen la cifra en algo más de 300.000. Aún antes de terminada la guerra cubana, los muertos caídos en el campo de batalla, por las enfermedades y la reconcentración decretada por Weyler, ascendían aproximadamente a la tercera parte de la población rural de Cuba.

La reconcentración acabó hacia marzo de 1898, en pro de la nueva política pacifista propiciada por el general Ramón Blanco y Erenas e impuesta por las circunstancias.

Sobre Cuba pesaba la enorme fatiga de casi cuatro años de lucha y el cansancio acumulado de la Guerra de los Diez Años, la Guerra Chiquita y la batalla cotidiana del exilio durante los quince años de paz preparando una nueva guerra. Sobre los campos cubanos desolados por la reconcentración ordenada por Valeriano Weyler se había llevado a cabo una lucha que agotó los recursos españoles, quienes a su vez dominaron todos los centros urbanos fundamentales, hasta la rendición de Santiago de Cuba. España se había obligado a mantener sobre las armas a tantos soldados como hombres cubanos en edad militar. Miles de estos hombres pelearon en el campo con las tropas insurrectas que en continua movilidad evitaban todo encuentro frontal, ya que precisamente su objetivo era mantener dividido y disperso al ejército español. De esta forma la guerra se alargaba, paro no se exponía el triunfo cubano al resultado de una sola batalla contra un ejército cuyos jefes estaban formados en las modernas técnicas militares prusianas. El tiempo estaba a favor de la causa cubana. La famosa frase de Cánovas del Castillo pronunciada poco antes de morir:[4] «Hasta el último hombre, hasta la última peseta», era una prueba de que hombres y pesetas se estaban agotando en España. La tardía concesión de la autonomía, no aceptada por los revolucionarios, y exiguamente impuesta en las ciudades, fue también muestra de la debilidad española. Naturalmente que librar una guerra de agotamiento exigía una altísima dosis de reciedumbre.
Moreno Fraginals, págs. 338–339

Fue retirado de Cuba en octubre de 1897, cuando Sagasta sustituyó al asesinado Cánovas. Pero el mal ya estaba hecho, y la prensa norteamericana de Hearst y Pulitzer reclamaban a gritos la intervención norteamericana en Cuba, presuntamente para acabar con la «matanza de civiles» aunque en verdad solo pretendían apoderarse de la Isla, ignorando la lucha de los independentistas cubanos.

Cargos posteriores

En 1909, siendo capitán general de Cataluña, reprimió con dureza las protestas y altercados durante la Semana Trágica de Barcelona.

Ministro de Guerra en tres ocasiones, simultaneado en una de ellas con el Ministerio de Marina, fue Senador vitalicio por designación real. Se opuso a la Dictadura del general Miguel Primo de Rivera, interviniendo en la Sanjuanada contra el Dictador, que lo detuvo pero no se atrevió a encarcelarlo, aunque lo condenó al ostracismo e hizo que desapareciese su nombre de las calles y plazas que le había otorgado tal distinción (conservando el nombre la Plaza Weyler de Tenerife). En 1930 ya cercana la hora de su muerte, seguía presionando al rey Alfonso XIII para que destituyese a Primo de Rivera.

Estrategias y tácticas militares

El general Weyler está considerado uno de los mejores estrategas militares de la historia de España[cita requerida]. Su misma concepción de la estrategia como campo específico, unido a sus originales aportaciones en esta materia, le sitúan a la altura de los grandes tratadistas sobre esta materia.

La concentración de poblaciones en lugares determinados, las trochas y otras innovaciones, inicialmente aplicadas durante la Guerra de Secesión Norteamericana[5] por los generales Sheridan y Hunter cuando devastaron completamente el valle de Shenandoah y por el también general Sherman al arrasar Georgia y Carolina del Sur, fueron fielmente copiadas y seguidas en otros conflictos como Horatio Kitchener en la Guerra de los Boers o el ejército nazi en la Segunda Guerra Mundial. La diferencia entre estas tácticas estriba en que en América hubo auténticos campos con ganado y cultivos y no prisiones de concentración.

Es importante tener en cuenta que las medidas del General Weyler fueron excesivamente exageradas y manipuladas por la prensa de EE. UU. (Pulitzer, Hearst), [1] lo que granjeó la impopularidad internacional a España y facilitó el apoyo popular a la entrada de EE.UU. en guerra.

Notas

  1. No concuerdan las fechas.
  2. El Manifiesto
  3. Véase la Nueva Geografía Marín. Barcelona, 1970, Vol. 5.
  4. Asesinado el 8 de agosto de 1897, en el balneario de Santa Águeda, en el municipio de Mondragón, Guipúzcoa, por el anarquista italiano Michele Angiolillo.
  5. Cardona y Losada, páginas 34 y 35.

Bibliografía

  • Moreno Fraginals, Manuel, Cuba–España, España–Cuba. Historia común. Grijalbo Mondadori, Barcelona, 1995. ISBN 84-397-0260-4
  • Emilio de Diego García, Weyler, de la leyenda a la Historia. Fundación Cánovas del Castillo, Madrid, 1998. ISBN 84-88306-48-2
  • Gabriel Cardona y Juan Carlos Losada, Weyler, nuestro hombre en La Habana. Planeta, Barcelona, Segunda edición 1988. ISBN 84-08-02327-6

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