- Graffiti autóctono madrileño
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Graffiti autóctono madrileño
El Graffiti autóctono madrileño.
El graffiti no llegó a España ligado a ninguna tribu urbana ni movimiento musical, tampoco vino ligado a ninguna corriente cultural, ni nacional ni extranjera, y ni tan siquiera se puede decir que “llegó” de ningún lugar, ya que nació directamente y por generación espontánea de manos de unos cuantos escritores autóctonos que fueron creándose a ellos mismos, y construyendo a partir de la nada una actividad hasta entonces inexistente.
En los primeros años de la década de los ochenta, en plena ebullición de libertades conseguidas tras 40 años de dictadura y represión franquista, un tal Muelle comenzó a dejar su nombre por las calles de Madrid con una firma sencilla, de un solo trazo y legible, que a todo aquel que la veía le hacia pensar por un momento "¿qué será eso de Muelle?" Para aquel joven del barrio de Campamento era su original manera de decir “aquí estoy yo, este soy yo”.
Lógicamente unos años después ya no sólo se veía a Muelle en las paredes, sino que tras su estela habían aparecido otros nombres que también reivindicaban su espacio en la calle madrileña. Eran tiempos nuevos, tiempos de gran actividad para estos famosos anónimos, que si bien no se conocían personalmente unos a otros sí se respetaban y se repartían los muros callejeros y los carteles del suburbano de Madrid como si tuvieran unas pautas -nunca escritas- de convivencia.
Estos primeros escritores desconocían que la actividad que realizaban, dejar plasmado su nombre en el mayor número de sitios visibles para que los viera el mayor número de personas, era una actividad que se realizaba también en otros lugares de fuera de España, con lo cual esa característica forma de dejarse ver fue desarrollándose sobre sí misma, sin ningún agente externo, ni revistas, ni películas, ni fanzines que contaminaran su originalidad y su pureza, es decir, cualquier parecido con otro tipo de graffiti foráneo era pura coincidencia.
Los métodos para llevar a cabo sus acciones eran -vistos hoy en la actualidad- rudimentarios, Edding, Kanfort, y spray Novelty para hogar y Duply-Color y CRC para coches era lo que tenían a su alcance, pero usando la imaginación fabricaban rotuladores de punta ancha con mecheros de gasolina, y manipulaban las boquillas de los spray para conseguir que marcaran de forma biselada o más ancha. Visitaban tanto los grandes comercios como las pequeñas papelerías, droguerías y tiendas de recambios de coches ingeniándoselas para tener siempre en su haber una buena cantidad de pintura y rotuladores, todo ello, claro está, sin gastarse en el 99% de las veces ni una sola peseta en ello. Estuvieron actuando en solitario durante años, el único graffiti que se conocía era el de ellos, por lo que a todo aquel que le picaba la curiosidad adquiría un nombre, lo preparaba y se echaba a la calle y al metro con sus rotuladores y spray a empezar su particular campaña.
Cada firma de estos escritores autóctonos es su tarjeta de presentación, es en sí un logotipo, una marca publicitaria que una vez asimiladas sus características en el cerebro humano son fácilmente reconocibles sin necesidad de pararse a mirar o acercarse a leerlas, tan sólo viendo sus formas son inmediatamente reconocidas, por esa razón es habitual que en un muro lleno de firmas o piezas de otros estilos las que más llamen la atención sean estas. Es decir, en este tipo de graffiti se puede decir que la firma es lo más importante, se cuida su estética y se mima cada una de las que se estampan en la pared para que quede perfectamente nítida y limpia.
Las firmas autóctonas tienen algo en común, todas tienen un “algo” que las hace llamar la atención sobre las demás, una especie de reclamo que las personaliza y las hace únicas, las hay con un muelle bajo el nombre, las hay que tienen burbujas, palabras entre paréntesis o números romanos, las hay con cuernos de toro, pasando por letras exageradamente redondeadas, tumbadas e incluso del revés, hasta llegar a la inclusión de infinidad de tipos de flechas y signos, de almohadilla, de okupación, de anarquía, contra la religión o contra todo… o sencillamente con la peculiar apariencia de una firma de DNI (documento nacional de identidad, en España), todo vale para resaltar el nombre de alguna manera, para que quede grabado y no dejar indiferente a la persona que la vea.
Si importante es la firma, igual o más lo es el lugar en el cual se realiza, desde siempre este tipo de escritores han tratado de hacer el menor daño posible, procurando en la mayoría de ocasiones no pintar en propiedades particulares ni en lugares de carácter cultural, como monumentos, edificios históricos, patrimonio nacional, etc. Para ellos las superficies más demandadas son las paredes viejas y los efímeros muros de obra de la ciudad, los puentes de autopistas y las casetas de carretera abandonadas y ruinosas a causa de la expropiación, y ,¿cómo no?, los carteles de publicidad del Metro que son cambiados cada cierto tiempo, como los míticos cartelones azules de Expoluz.
Sin duda hoy en día hay otros tipo de graffiti mejor elaborados, piezas más llamativas, con miles de profundidades y relieves perfectamente marcados, y manos con mucha destreza para elaborar grandes murales que rayan la perfección, también es cierto que hay una gama inmensa de colores y distintos botes de spray exclusivos para hacer graffiti, así como rotuladores de distintos grosores y botes de tintas para recargarlos, todo ello a disposición de cualquiera por poco dinero. También existe un excedente de información de todo lo que se desarrolla en cualquier rincón del mundo gracias a las nuevas tecnologías, y sobre todo existen multitud de corrientes y modas donde poder inspirarse y desarrollar distintos estilos.
Todo aquel movimiento del hoy llamado Graffiti Autóctono Madrileño empezó hace ya más de veinticinco años y aún hoy se siguen viendo nuevas firmas y piezas de escritores supervivientes de aquellos primeros años, incluso de vez en cuando y con cuentagotas aparecen nuevos escritores con esta particular forma de hacer, entender y sentir el graffiti, en el cual lo más importante era y sigue siendo "dejarse ver".
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