Lorenzo Gigli

Lorenzo Gigli

Lorenzo Gigli es un artista italiano que desarrolló su actividad en Argentina.

Biografía

Nació en Recanati, el pueblo de Leopardi, Italia, en 1896. Llegó a Buenos Aires a los dieciséis años, poco antes de la Primera Guerra Mundial, como lo hicieran tantos otros italianos, españoles, polacos o rusos, por entonces. Aquí se formó, en la Academia de Bellas Artes y desarrolló una intensa actividad como artista y como maestro, hasta su muerte en 1983.

Su doble nacionalidad, su condición de migrante, su amor por el pueblo de origen, está presente de una u otra manera a lo largo de toda su obra. En sus paisajes, en sus escenas campesinas de Le Marche, y en la serie de grabados inspirados en versos de Leopardi se pone de manifiesto una fuerte voluntad de pertenencia a la patria natal, a donde volvió en diversas oportunidades, en donde expuso sus obras y se hizo conocer como artista.

En gran parte de su producción, Gigli despliega un lenguaje alegórico novedoso, referido a sus valores frente a la vida, sus ideales y la situación del emigrante. Las convenciones de la alegoría clásica y la tradición iconográfica cristiana se encuentran en Gigli transformadas y reelaboradas en una libre utilización de sus elementos, subsumidas en una preocupación moral en la que se debaten el bien y el mal, el tiempo y la felicidad. Su lenguaje se acerca, por momentos, a Segantini, cuando en sus escenas rurales o intimistas, en aparente tono menor, entreteje una trama simbólica que las eleva a un plano de universalidad y trascendencia.

«Siempre he adecuado mi técnica al tema que encaro -decía Gigli en 1971- porque pinto tal como veo y como siento». Sus constantes cambios de lenguaje adquieren significación y coherencia desde esta perspectiva: una relación directa entre forma y contenido. Julia D. Carraro observa, en este sentido, que Gigli «permanece fiel a una pintura de 'contenido' y en su aproximación a la realidad prevalece siempre la experiencia humana y poética a la cual está subordinada la estética y técnica.»

Gigli fue un artista que no adhirió a las sucesivas modas imperantes pero sí introdujo permanentes cambios e innovaciones en su hacer a lo largo de su vida al punto de abandonar los pinceles para dedicarse a la escultura a una edad relativamente avanzada.

La producción pictórica de Gigli gira en buena medida en torno a la representación de la familia: él su madre su esposa e hijos. La característica más notoria de estas obras es la clave poética en que presenta a las figuras. En la serie realizada en Recanati entre 1926 y 1928 la belleza ideal de su mujer e hija contrasta con detalles realistas de su propia imagen sugiriendo lecturas que trascienden el mero retrato. La familia es para Gigli un sólido valor y un refugio donde encuentra espiritualidad. Mi Familia de 1927, por ejemplo, está impregnada de un sentimiento religioso, evidente en el conjunto de la madre y el niño. Al año siguiente, en Casa Nostra, expuesta en Venecia, las figuras se disponen cerrando un círculo en torno a la imagen de la anciana y la caricia del niño, en una composición que denota su aprendizaje de los grandes maestros quattrocentistas. El pintor, en ropa de trabajo, mira al espectador con un rollo de dibujos a su lado, como atributo de su oficio. En obras posteriores se representará casi invariablemente como un trabajador del arte, entroncando su hacer con el de sus ancestros albañiles.

La familia en Gigli adquiere otra dimensión: el tiempo. Es habitual la composición de la vejez y la niñez en un mismo cuadro. La sensación física del paso del tiempo se vislumbra en los retratos de su madre, y en obras como Casa Nostra, ya mencionada. Pero en 1939, su idea del tiempo adquiere una dimensión alegórica: el artista, pincel en mano, abre sus brazos en un gesto de taumaturgo presentando el milagro de la continuidad de la vida, simbolizada en el hilo de las Parcas. No es sin embargo el Destino incierto sino la anciana madre quien sostiene el huso y los hijos del artista, mantienen intacto el hilo. Detrás de la escena, la esposa mantiene en alto una forma abstracta y blanca, ¿el espíritu?

En Italia se aleja de las representaciones realistas que desarrollara en sus grabados en el primer tercio de la década del veinte, para acentuar un lirismo cercano a la estética novecentista. En 1937 pinta una de sus más logradas composiciones dentro de esta línea: En la playa. La ribera norte del gran Buenos Aires se transforma en un entorno idílico, afirmado por una paleta luminosa, donde Gigli construye su paraíso: la familia, entrelazada en un juego de miradas.

En Convaleciente (1938) la pureza de la mujer, simbolizada en el armiño que rodea su cuello, transmite serenidad en el equilibrio detenido de su espigada figura.

Dentro de esta temática intimista, vinculada a la valoración de la cotidianeidad del hogar y de lo rural, se destaca el conjunto de sus maternidades donde los límites entre lo sagrado y lo profano se desdibujan. En estas obras los niños se encuentran, generalmente, dormidos (Mi familia, 1928, Mater y otros dibujos de la década del treinta). El sueño profundo invade, a veces, también a la madre (Figura, 1951). En 1946 Gigli se pinta contemplando a su mujer dormida, frente a un paisaje idealizado. Es posible relacionar esta persistencia de figuras dormidas con el pesimismo presente en Leopardi: en el diálogo de Malambruno y Farfarello, el diablo señala que sólo en el dormir sin soñar cesa la infelicidad. Gigli dedicó su devoción a Leopardi en una serie de grabados. ¿Acaso no comparten la misma tierra natal, el ideal de belleza clásica, la libertad en la creación, la sensación física del tiempo y la mirada angustiosa sobre la vida? «Sé que no poseo poderes de taumaturgo, así que con mi labor especifica no podré ser nunca de mucha utilidad a la mayor suma de nuestros semejantes que sufren las injusticias y la pavorosa miseria que sólo en parte conocemos», escribe Gigli en 1973, expresando a la vez su inquietud social y un cierto fatalismo .

El tema de la migración, crucial en un país en que las sucesivas oleadas inmigratorias aportaban profundas transformaciones, es visualizado por Gigli en clave simbólica en obras como Inmigrantes (1940) o Emigrantes (1944). En la primera el artista trabaja en dos registros plástica y espacialmente diferenciados: sobre la cubierta del barco familias trabajadoras idealizadas, envueltas en una luz doradas miran hacia lo lejos y, emergiendo de la bodega del mismo, el vicio y la miseria, en fin, la diversidad de la vida, en figuras que apelan al espectador de manera directa. En Emigrantes Gigli se afirma, ya sin conflictos, en sus valores positivos de la inmigración: la familia, el trabajo y el arte. Entre estas dos obras plantea el conflicto del destino humano durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial. En La balsa (1940/41) diversas figuras simbólicas eminentemente trágicas (el dolor, el hambre, la desesperanza, etc.) componen un interrogante sobre la fragilidad humana, retomando un topos tradicional, del cual otro ejemplo es Náufragos (1941). La angustia ante la guerra está presente también en obras contemporáneas de otros artistas de nuestro medio como Raquel Forner o Demetrio Urruchúa.

La disputa del bien y el mal se presenta explícitamente en Le Donne: circa 1919 a la derecha del Árbol del Paraíso una mujer y su hija angelical, a la izquierda del mismo un grupo de aspecto demoníaco; esta composición axial retoma la disposición tradicional de justos y pecadores con una diferencia inquietante: la región de la virtud es amenazada por el mal. Esta obra fue muy retocada por el artista en sus últimos años de vida, suavizando los contrastes. Se trata del mismo conflicto esencial planteado en Imigrantes.

En dos paisajes industriales de 1939 titulados Fábrica, Gigli presenta una visión infernal de la industria con largas chimeneas escupiendo humo y fuego donde los trabajadores apenas se adivinan pequeños como hormigas. Estas imágenes fuertes y agresivas se contraponen al clima de serenidad que impera en las escenas rurales frecuentes en su producción de las dos décadas anteriores y a su idealización de campiñas y riberas. La idea del progreso se convierte en Gigli en una advertencia sobre la pérdida de humanidad en la sociedad industrial tema que también retomará con fuerza Antonio Berni.

El gesto tradicional de la melancolía aparece inequívoco en dos obras pintadas durante su estancia en Recanati hacia el fin de la década del veinte: Figura rural y Campesinos. La elección de ese gesto de profundo contenido alegórico en sus figuras rurales tal vez sea la clave para comprender la posición de Gigli respecto de una tradición y de un mundo que amenazan con extinguirse.

Como ya señalamos el sentimiento religioso de Lorenzo Gigli aparece recurrente en el tratamiento de temas familiares. Este se expresa, a menudo, en una libre interpretación y resignificación de la iconografía cristiana. En Mi familia, el nacimientos (1933), por ejemplo, el artista compone una escena hondamente femenina, íntima y solemne a la vez, que remite a las representaciones renacentistas del nacimiento de la virgen. La Lamentatio sobre el cuerpo de Cristo es evocada en Fin (Primer Premio en el Salón Nacional de 1927), otorgando a la muerte de un campesino una dimensión universal.

La adoración de los pastores (1943), incluye en un clima místico ruinas que remiten a los versos de Leopardi más que a una referencia clásica («O patria mia, vedo le mura e gli archi...»); versos que retomará en un dibujo de 1953 (All'Italia) y señalan esa persistente mirada del inmigrante a su tierra.

Cuando el artista aborda temas bíblicos (en la serie Imágenes Bíblicas, 1939/1952), sin embargo, su lenguaje por momentos se acerca a un expresionismo social, independizándose de las representaciones tradicionales. Esta actitud libre de Gigli ante la herencia religiosa parece revelar en él un cristianismo de raíz campesina afirmado en sus valores familiares y volcado a una solidaridad con los humildes, donde lo crucial es el enfrentamiento entre el bien y el mal.

Un aspecto importante del hacer de Gigli en Argentina es su condición de maestro, en la que afirma su pertenencia a una tradición que considera necesario aprehender. Guillermo Roux, evocando su aprendizaje con Gigli en la Escuela Manuel Belgrano, escribe: «Eran tiempos en que se medía, en que el dibujo no nacía como una casualidad lineal, sino como fruto de una construcción, de una arquitectura. No se llegaba al contorno directamente sino como resultado del análisis del volumen interno, cuya última resonancia es el borde que lo contiene. Gigli enseñaba a construir desde adentro y ese, creo, era su gran mérito como maestro». Esta percepción del volumen en un dibujo sólidamente construido es, por otra parte, una característica esencial en la obra del maestro.

En Gigli, finalmente, se encuentra ese deseo del retorno a un orden que la traumática experiencia de la guerra había potenciado. La aventura de las vanguardias deja paso a una mirada retrospectiva hacia el pasado, hacia las fuentes de una italianidad, hacia las lecciones de los grandes maestros. Gigli, sin embargo, evitará un arte retórico para encontrar en el sentimiento junto a los sufrientes, con su familia y su tierra natal el sentido pleno y justificativo de su obra.

Gigli tuvo una hija, Adelaida, y un hijo, también llamado Lorenzo. El hermano de Gigli era famoso tenor de opera, Beniamino Gigli.


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