Manuel Monedero

Manuel Monedero

Manuel Monedero (n. Sevilla en 1925 - m. Carboneras(Aracena, Huelva) en 2002) es un pintor español.

Su primera exposición data de 1961 en la Dickson Gallery en Washington. Durante toda la década de los años 60 expondrá numerosas veces en USA, desde su capital federal, hasta Filadelfia, Baltimore, Nueva York, Houston, Princeton, California, así como en la ciudad canadiense de Montreal, siempre en prestigiosas galerías (Dickson, Lesnick, Delancey, Gorline, etc). Recibió influencias de Hohenleiter, y especialmente de su amigo Baldomero Romero Ressendi.

Su primera exposición española tiene lugar en 1965 en su ciudad natal (Galería Florencia). Expuso cuatro veces en Madrid, dos con Heller y otras dos con Cano, entre 1973 y 1979. A partir de entonces se refugia en la aldea onubense de Carboneras donde trabaja sin cesar. No será hasta mayo de 1993 cuando se le rinde homenaje en Sevilla con una Exposición Antológica en la Sala Imagen, que recibe el aplauso de la crítica y el calor inusitado del público.

Pintor autodidacta, no estudia en Bellas Artes. Por norma no se presenta a ningún concurso, premios o becas. No tiene discípulos, aunque si seguidores.

Falleció en Carboneras (Huelva) el 6 de diciembre de 2002.

   Exposiciones:
 1961  Diciembre. Dickson Gallery.        Washington, D.C.
 1963  Abril.     Dickson Gallery.        Washington, D.C.
 1963  Septiembre Gallery 100.            Princeton, New Jersey
 1964  Abril.     Delancey Gallery.       Philadelphia, Pennsylvania.
 1964  Junio.     Dickson Gallery.        Washington, D.C.
 1965  Abril.     Dickson Gallery.        Washington, D.C.
 1965  Octubre.   Galería Florencia.      Sevilla. 
 1966  Mayo.      Gorline Gallery.        New York, N.Y.
 1966  Octubre.   Triton Museum of Arts.  San José, California.
 1967  Junio.     Galerie Martín.         Montreal, Canadá.
 1967  Noviembre. Lesnick Gallery.        New York, N.Y.
 1968  Noviembre. Lesnick Gallery.        Houston, Texas.
 1969  Noviembre. Lesnick Gallery.        Houston, Texas.
 1969  Diciembre. Lesnick Gallery.        New York, N.Y.
 1973  Junio      Galería Heller.         Madrid.
 1975  Noviembre. Galería Heller.         Madrid.
 1977  Octubre.   Salón Cano.             Madrid.
 1979  Octubre.   Salón Cano.             Madrid.
 1993  Mayo/Junio Sala Imagen.            Sevilla.
               


ABC de Sevilla, 16 de julio de 1966 JOSÉ M.ª MASSIP DEL GUADALQUIVIR AL HUDSON: M.MONEDERO


WASHINGTON._ El extraordinario pintor sevillano que es Manuel Monedero acaba de clausurar dos exposiciones en Estados Unidos, la primera en la Galería Gorline, de Nueva York, y la segunda en la Galería Dickson, de esta capital.

Ambas han sido un éxito de crítica y de venta. Ambas colocan al artista del Guadalquivir en primera línea del Hudson y del Potomac. Entre los “connosseurs” de la pintura de Estados Unidos empieza a haber una debilidad por el arte de Monedero, como en el pintor hay, desde luego, una debilidad por este país.

El pintor andaluz ha expuesto varias veces en Norteamérica—en Washington, Filadelfia, Princeton, ahora en Nueva York, y hay galerías de Pittsburg y otras ciudades que le piden que exhiba en ellas sus cuadros—y el resultado es que, por alguna razón, Monedero se ha identificado con el público de arte de este país y todas sus estancias aquí dan por resultado una demanda inagotable de pinturas y retratos. “Manuel Monedero dispone de una gran capacidad de pintor, sumada a una gran imaginación visual y vigor técnico. Ha pintado a un <<Toreador>> casi heroico, admirable en la riqueza de su traje de luces, impresionante en su caracterización y puede, al mismo tiempo, crear deliciosos pilluelos pertenecientes quizás, a otro planeta”, escribe de la exposición de Monedero en Nueva York, la revista <<Pictures>>. “Si podemos discernir una corriente pictórica –dice la revista<<Cue>>--de los cuadros del sevillano, es el retorno a lo figurativo, y ahí tenemos la primera exposición de Monedero en Nueva York”. En Washington, los comentarios no han sido menos cálidos, ante la exposición de la Galería Dickson: “Los diversos mundos que nos presenta Monedero—decía el critico del <<Washington News>> el otro día—nos ofrecen una observación sentimental y, a veces, humorística de los niños jugando, un odio goyesco contra la crueldad humana expresado en metáforas pictóricas y un gran talento para el dibujo, que encontramos en sus toreros y en sus desnudos”. “Monedero, escribe otro crítico, “es un artista que combina elementos de las pesadillas del siglo XX con el vocabulario artístico del siglo XVII, con dosis, a veces excesivas, de sentimentalismo. Su <<Saturnal>>, ofrece un grupo de viejos corrompidos que no habían sido vistos en una tela desde Jordanes. Las líneas diagonales de la composición, centradas magistralmente en la mano de primer término, son de Caravaggio. En otros trabajos, sigue escribiendo el crítico del <<Star>> de Washington, como <<el buen ladrón>>, en el cual un cristo angustiado y demacrado mira al ladrón bíblico pintado en primer termino, el artista no abandona la composición en diagonal, pero la simplifica en sus esenciales, obteniendo así un efecto de sueño, fuera del tiempo. El crítico llega a la conclusión de que leal sentimiento en la pintura de Monedero se combina con una pintura vigorosa y un sentido de la composición en sus grandes cuadros. En mi opinión personal Monedero es un vigoroso pintor expresionista, maestro del color y del dibujo, lleno de ambiciones y problemas intelectuales, capaz de abordar muchos temas—desde las criaturas más extraordinarias a la figura más impresionante, como sus toreros, y a los temas más extravagantes de la psiquiatría moderna, con una seguridad de trazado y paleta excepcionales—que dará mucho que hablar si persiste y simplifica su arte, ahora todavía un poco desparramado. Tendrá que escoger algún día entre la psiquiatría y la pintura, . En el catálogo de su exposición de Washington se habla de “los varios mundos de Manuel Monedero, un artista que ama, que odia y que entiende a su hermano el hombre”, que “admira a la forma humana en acción y en reposo”, que “odia la ignorancia y la crueldad", que “ama los humores de los niños”. Con sus mundos, tan dispares, Monedero ha establecido una reputación de gran pintor español en Nueva York y en Washington, donde se le han pedido, en el próximo futuro, nuevas exposiciones y se le han ofrecido contratos importantes.



Diario ABC Noviembre 1974 JOSÉ M.ª MASSIP

La de Monedero es una colección vivaz, acre y de un elegante realismo, muy dentro de la tradición española. En el conjunto de su obra hay, indudablemente, muchas raíces de la gran pintura del país, tamizadas por la personalísima interpretación de un artista muy personal y por un asombroso dominio del color, la composición y el movimiento. En una palabra, una exposición brillante que no ha caído en el vacío en este mundo artístico, sofisticado y difícil del Washington “Nouveau Regime”. ...Pocos pintores extranjeros entre los que exponen constantemente en esta capital han interesado tanto como Monedero, cuya obra tiene una ágil personalidad de colorido y ejecución, subrayada por un fino sentido del humor y, al mismo tiempo, una penetrante calidad dramática.



M. A. García Viñolas Diario pueblo 27/11/1974

Para situarnos de un salto en la pintura de Monedero, sin recurrir a otras resonancias más actuales que es fácil advertir en ella, puede traerse a colación el trazo suelto, generoso y alegre de un Frans Hals que no pintara sus festines en una granja de Haarlem, sino en una cueva gitana del Sacromonte. La espléndida y ruidosa carcajada que da la pintura en los lienzos de aquel robusto pintor holandés del siglo XVII, toman luces de misterio y verdes sombras en los cuadros de este pintor sevillano. Y dicho esto, que no vale como juicio, sino como referencia para situar una pintura, digamos que esa pintura nace de una mano muy hábil y resuelta, tan identificada y con el dominio del color que, cuando el pintor dibuja, la imagen dibujada se cohíbe. Porque Monedero es naturalmente pintor que nos hace ver la pintura con toda su franqueza, a mano suelta en toques muy certeros de pincel o de espátula, con una fuerza expansiva que ni el exceso de barniz congela, interponiéndose a la evidencia del trazo arrogante y soberano.


M. A. García Viñolas Diario Pueblo 14/11/1979

Es de los pintores –pocos ya—que ven la pintura en grande y van a ella con arrojo, no solo a cuerpo limpio, óleo y pincel, sino también a cuerpo entero, sin arredrarse ante unos temas ricos en figura y afrontando los problemas que crea una nutrida composición. Dicho esto, hay que decir de la pintura de Monedero que a su pincelada le gusta andar suelta por el lienzo, muy saturado de color y obediente—pero no esclava—del dibujo que toda pintura realista exige incluso cuando actúa por libre y a su aire. El aire aquí está impregnado de colores enteros, que buscan más la modulación por las sombras que por los matices. La índole de esta pintura es suntuosa, y actúa con esplendidez, sabia en establecer contrastes de luz y muy propensa a unos temas intemporales de mascarada y disfraz de abundante ropaje. Y esto es todo.



M.A. García Viñolas Diario Pueblo 11/12/1981

Aquí la pintura anda suelta, resuelta, decidida siempre a ser pintura y no otra cosa. El pincel esgrime los colores como en un lance gallardo de capa y espada. Tiene temperatura romántica esta pintura, un cierto desmelenamiento airoso, un fulgor febril. Pertenece Monedero a esa Escuela Sevillana del Realismo impetuoso anterior al otro Realismo primoroso que hoy se cultiva en aquella otra tierra. Ese ímpetu expresivo recoge con bravura las fibras sueltas de un Expresionismo que está más cerca de Frans Hals que de Vlaminck o Kokoschla. Su pincelada, larga y fuerte, no es ya propicia como lo fue la de Ressendi al lustre del raso de los carnavales venecianos. Hay en ella una raíz más española, más densa de ocres y de verdes en seco. Y más al rojo vivo de la expresividad.

Es evidente que una pintura tan soberana “puede“ con los grandes espacios afrontar arriesgadas composiciones y figuras de cuerpo entero y a escala natural. Y eso ya es un alarde en estos tiempos, donde la pintura apenas si cata el lienzo. Pero ese arrojo no es en ningún momento in insensato alarde, porque Monedero acierta a sujetar siempre lo que dejó suelto para que nada se descomponga en su arrojo estimulador de pintura a lo grande.


Manuel Moya Escobar

LA RAZÓN DE LOS SUEÑOS O LOS SUEÑOS DE LA RAZÓN

Hay en la pintura de Monedero un peculiar sentido—y aún aullido—de lo religioso. Al cabo de los años, al cabo de la contemplación ansiosa de sus telas, no ya el tejido roto de la vida, no ya el vértigo que es exigible a todo verdadero arte, no, veo también a un bonzo, si, a un hombre que arde, a un hombre que se precipita sobre sí mismo, a un hombre que hurga, que busca desesperada, telúricamente en sí mismo. Monedero es el Cristo que tiembla y desciende dentro de esa llamarada de sangre que lo va envolviendo a cada pincelada, a cada aliento. Monedero es esa mueca terrible que te acecha y que te persigue más allá de la noche y de los símbolos... Porque un hombre que pinte como lo hace Monedero sólo puede merecer la horca, el escarnio, el exilio, el más tenaz y sombrío de los cerrojos. Un hombre que nos mira tan de frente, que nos muestra así sus vísceras, el amargo licor de nuestras vísceras, un hombre que nos toca el cascabel como se tratase de una serpiente, por el simple y meridiano placer de vernos correr despavoridos, solo puede merecer la horca. Las merecería, sí, si acaso no estuviésemos convencidos de que su lucidez< es insobornable, de que la certeza de su bisturí no admite dudas, de que la valentía y seguridad de su obra no puede dejarnos indiferentes... Lo ahorcaríamos—no sé hasta que punto lo hacemos y lo seguimos haciendo todos los días, a cada minuto—si no fuese porque en el fondo él no hace más que suscribir todas nuestras miserias y todas nuestras paranoias, esas provincias donde sólo es posible sobrevivir gracias al coraje o al suicidio; ésas que Monedero opera cono el oncólogo, que al final de la intervención nos advierte que eso que nos deshacía por dentro, eso que cabalgaba en el fondo de nosotros, no era más que una enorme rosa encendida, un puñal de carne que es necesario fumigar con nuestra propia mirada. Por eso, Monedero, psiquiatra y cirujano y rabdomante y embaucador, a la vez que nos destripa, esboza una sonrisa, más bien una mueca, un guiño grotesco que nos afirma en la difícil contorsión que consiste en seguir vivos y bien vivos. Nos dejaremos sorprender, sí, como las moscas que el camaleón, por ese personaje con aspecto de monje tibetano, todo suavidad y delicadeza... Para luego irnos resbalando por la galería sostenidos en sus brazos, admirando todos esos muros, todas esas puertas y ventanas que nos observan. Creeremos estar con Stevenson, con Swifl, con Celine, con Toulouse-Lautrec, con Milton, con Duchase, con Kierkegaard o con Passolini. Pero no, estaremos frente a Monedero, frente a la razón de los sueños o, por qué no, frente a los sueños de la razón.


     APUNTES A LA MUERTE DE MANUEL MONEDERO

El pasado viernes 6 de diciembre, fallecía en su casa de Carboneras el pintor Manuel Monedero (Sevilla 1925-2002 Carboneras, Huelva), un hombre profundamente comprometido con el realismo más nuestro, en la tradición de Valdez Leal, Ribera, Goya, o Solana. Nació en la sevillanísima plaza de la Europa, en el meollo mismo de la Alameda de Hércules, envuelta entonces en un ambiente de chulos, putas, buscavidas, niñatos, aventureros ocasionales, bohemios, torerillos y flamencos. Manuel, que era de natural retraído, se pasaba las horas en la azotea de su casa, temeroso de asomarse a ese mundo equívoco y canalla de la plaza que le atraía y repudiaba al mismo tiempo, pero que al cabo de los años reaparece con una intensidad creciente en su pintura. De muy joven se aficionó al cómic americano y a las láminas inglesas y rusas, que él imitaba hasta la saciedad en la penumbra de su cuarto, rastreables en la concepción escénica y en el movimiento de sus telas. El padre, que era ingeniero y tan curioso de novedades ópticas como buen aficionado a la música, murió en los albores de la contienda civil a causa de un accidente de automóvil. Hubo, pues, de buscar empleo en una firma de seguros para socorrer a la familia, pero pronto ese mundo se le reveló gris e insoportable y, liándose la manta a la cabeza, se puso a pintar profesionalmente, lo que entonces, en plena posguerra era una decisión tan aventurada como insensata, al alcance sólo de un loco o de un visionario. Durante aquellos primeros años de francas penalidades, casado ya con María Luisa, realizó numerosos retratos para la buena sociedad sevillí, retratos que él consideraba puramente alimenticios, aunque en ellos, en todos ellos, se atisba un vigor en el dibujo y una predisposición a la contundencia en el color, que serán signos muy característicos de una pintura, que, por otra parte, permanecerá absolutamente fiel al retrato, aunque con planteamientos forzosamente distintos. En la década de los sesenta, acaso desencantado por el ambiente pictórico sevillano, que se refugia entonces en un cierto intimismo colorista y dulzón, consciente del peligro que supone convertirse en un retratista a la carta, entra en contacto con galeristas estadounidenses, vivamente interesados en una obra de gran poderío formal, pero aún levemente inquietante en su expresión. En Estados Unidos consigue imponer su pintura inserta inequívocamente en la vigorosa tradición española. En medio de su exitoso periplo norteamericano, asegurada ya una cierta tranquilidad económica y alejado definitivamente del mundo cultural sevillano, Monedero inicia lo que será su verdadera y genuina deriva artística. Si en la primera etapa, su pintura parecía necesariamente contenida y amable, ahora comienza a escorarse hacia un mundo mucho más interior y autónomo, desgarrado y hondo. Ironía, cinismo, sarcasmo y ternura se funden en sus telas consiguiendo crear densas atmósferas de misterio y contundencia, con un ritmo cromático vigorosamente personal. Sus más íntimos fantasmas, atrapados en ese cedazo de deseos y miedos mal curados que fue su infancia, vienen a convertirse en los protagonistas absolutos y agónicos de una pintura valiente, de fuerte exigencia y compromiso moral, que no ahorra inquietantes proyecciones sicológicas. El mundo que describe Monedero es un mundo de proyección cervantina y goyesca, dostoyevskiana, adicto a pasajes interiores, de una ebriedad que es, a la vez, socarrona y amarga. Como muchos artistas de su generación, el niño de la Plaza de Europa quedó marcado a sangre y fuego por una guerra incomprensible y alucinada y una posguerra si cabe más ruin, que iban dejando a su paso un cerco calamitoso de fuego, podreza y necesidad. Es esa atmósfera la que, recurrentemente, se instalará en los pinceles de Manuel Monedero, convertido ya en un pintor agrio, temperamental y dueño de una concepción pictórica que no rehúsa ni de la teatralidad ni del patetismo, pero que pone el acento en los diferentes aspectos de la dignidad humana, acaso el tema de más calado y recurrente en su obra. Artista sevillano hasta la médula, su visión pictórica se adscribe a una corriente alterna y subterránea que desde el barroco posee una sólida y prestigiosa tradición en la ciudad hispalense y en la que sobresalen el Valdez Leal de las postrimerías, el Velázquez del Niño de Vallecas, Mateo Alemán, el Murillo desarrapado y amargo, Blanco White, el Antonio Machado de Campos de Castilla y Mairena y el Luis Cernuda de La desolación de la quimera. El de Monedero es, en efecto, un mundo oscuro y huraño, lleno de ira contenida y negruras atávicas, en el que menudean pícaros, menesterosos, obispos, reyes de tres al cuarto, idiotas, esbirros y personajes entreverados y hoscos, carentes de toda dignidad. Vistos con distancia, sus cuadros, poseen un claro contenido social y existencial, captándose en ellos la tensión latente en la España ominosa de la dictadura. Existe en su obra una muy interesante reflexión sobre algunos de los conflictos del hombre contemporáneo. Desde una posición inequívocamente dualista, supo ver la dignidad que se esconde en los fracasados y la miseria moral de la que se nutre cualquier poder. Su posición con respecto al arte fue siempre valiente e isleña, alejada de cualquier forma de gregarismo y desdeñosa tanto del realismo más alienante y amable, cuanto del vanguardismo frío y tramposo. Expuso muy poco, pero siempre que lo hizo apabulló por su coherencia formal y por la gran fortaleza y hondura humana que exhalan sus óleos. Ejemplo de ello es su última exposición sevillana de 1993 en la que se pudo ver en toda su grandiosidad una de las apuestas artísticas más comprometidas con el hombre de nuestro tiempo. Maestro en el ritmo del color, fue un dibujante excepcional, como demuestran sus muchísimas plumillas, inéditas en su gran mayoría. Al margen de su obra pictórica, anotó en un cuaderno sus reflexiones artísticas y humanas donde dio rienda suelta a su humor, de corte esperpéntico. Los últimos años de su vida los pasó en Carboneras, la aldea próxima a Aracena. Si su pintura, como se ha visto, posee un fuerte contenido dramático y humano, fue un hombre de gran envergadura moral, generoso y próximo, con un excepcional sentido del humor. Yo lo conocí recién instalado en Carboneras y siempre lo tuve como un ejemplo moral, como un artista valiente y comprometido en cuerpo y alma con su arte. Fue siempre un amigo generoso y leal, ajeno por completo a cualquier tipo de excrecencia artística y así se mantuvo a suficiente distancia tanto de la arrogancia cuanto del victimismo. Convencido de la enorme validez de su obra, parecía siempre un hombre en paz con el mundo. Ejemplar tanto en lo artístico como en lo humano, siempre prefirió el silencio y el trabajo al vocerío de las plazas. Como Machado, Monedero fue no sólo un buen hombre, sino un hombre bueno. EL MUNDO, Huelva Diciembre 2002 Manuel Moya Escobar


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