- Paradoja del votante
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Paradoja del votante
El problema visto desde la Teoría de la elección racional, parece arrojar como resultado que los individuos no cometen, en apariencia, un acto racional cuando votan. Los primeros en plantear esto fueron Downs (1957) y Tullok (1968). Votar es beneficio, siempre y cuando ese sufragio sea decisivo.
Esto se observa de la siguiente forma: llámese Pr[G | V] la probabilidad que una persona vote por su candidato preferido, y éste gane; ahora, Pr[G | A] la probabilidad que esa persona no vaya a votar, y aún así, su candidato preferido gane; Además, B es el beneficio que obtiene la persona cuando su candidato preferido es elegido; también, habrá que tener en cuenta que votar genera cierto costo para cualquiera que quiera participar en el sufragio, ya que hay que sacrificar un día de ocio, para ejercer ese derecho, e inclusive, algunos deben tomar transporte para poder hacerlo (aunque en algunos países se prueba el voto electrónico para disminuir esto), por lo que c representará el costo de ir a votar. Así pues, se tiene que el beneficio esperado por ir a votar, y que el candidato preferido gane, será
π(V) = Pr[G | V] * B − c
mientras que el beneficio esperado de quedarse en casa, no votar, y que el candidato preferido gane será
π(A) = Pr[G | A] * B
por lo que un votante se abstendrá de ir a votar, siempre que
Pr[G | A] * B > Pr[G | V] * B − c
Pero, es lógico pensar que entre más personas asistan a votar, menor probabilidad habrá de ser el votante decisivo para el triunfo del candidato preferido. Bajo esta situación, votar no será racional, ya que implicaría un costo mayor que el beneficio a obtener. La paradoja está en el sentido que entre más personas votan, menor será el beneficio para el votante.
Lo que se refleja en la realidad es que las personas concurren en masa para sufragar, a pesar de lo anteriormente expuesto. Muchas conjeturas se han formado sobre cual es la motivación de la gente para ir a votar: tal vez, la elección del candidato preferido no sea el único beneficio, o simplemente, votar porque es un deber cívico, o por hacer pequeño el sentimiento de arrepentimiento que sentirían si su candidato pierde por un margen muy bajo.
Riker y Ordeshook (1968) justifican el voto como un acto racional, explicando que el costo neto de ir a sufragar es c = C − D, C y D > 0, donde C representa el costo bruto y D el beneficio de votar, más no que su candidato gane, exclusivamente. En unas elecciones muy reñidas, es probable que el incentivo para votar sea alto.
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