- Pedro Sevylla de Juana
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Pedro Sevylla de Juana
Pedro Sevylla de Juana (Palencia, 1946), escritor español.
Contenido
Vida
Hijo y nieto de agricultores, nació en Valdepero, provincia de Palencia, el día 16 de marzo de 1946.
Estudió el bachillerato interno en el colegio La Salle de Palencia. Posteriormente se hizo publicitario en la Escuela Oficial de Publicidad de Madrid. Obtuvo diplomas en marketing, psicología, fotografía y diseño gráfico.
Ha residido en Valladolid, Barcelona y Madrid; pasando temporadas en Ginebra, Estoril, Tánger, París y Ámsterdam. Actualmente vive en El Escorial.
Conferenciante, articulista, poeta, ensayista y narrador, ha recibido los premios Relatos de la Mar en 1997, ciudad de Toledo de novela en 1999, el Internacional de Novela "Vargas Llosa" en 2000 y Paradores de Turismo de Relatos en 2001. En el año 2005 fue finalista del premio de novela Ateneo-Ciudad de Valladolid.
Obra
Narrativa
Primera etapa
- Los increíbles sucesos ocurridos en el Principado (1982).
- Pedro Demonio y otros relatos (1990).
Segunda etapa
- En defensa de Paulino (1999).
- El dulce calvario de la señorita Salus (2001).
- En torno a Valdepero (2003).
- La musa de Picasso (2007).
- Del elevado vuelo del halcón (2008)
Poesía
Primera etapa
- El hombre en el camino (1978).
- Relatos de Piel y de palabra (1979).
- Poemas de ida y vuelta (1981).
- Mil versos de amor a Aipa (1982).
- Somera investigación sobre una enfermedad muy extendida (1988).
- El hombre fue primero la soledad vino después (1989).
- Madrid, 1985 (1989).
- Aiñara (1993).
Segunda etapa
- La deriva del hombre (2006).
Ensayo
- Ad memoriam (2007).
Ediciones colectivas
- Premios de narraciones "Miguel Cabrera" (1997).
- Premios "Relatos de la Mar" (1999).
- Premios "Paradores" de Relatos (2002).
Poética
Si investigo las causas que me alejan de la soledad impulsándome a la acción, la belleza, entendida como equilibrio y armonía, ocupa un lugar primordial. A ella voy una y otra vez portando mi equipaje, reincidente de búsquedas pensadas o impensadas. Ya en ella, me quedo como en casa propia, refugio cálido o fresco según deseos y necesidades. Después apenas queda exploración, la belleza llena todo el yute de los sacos vacíos, toda la lona de los costales, los canastos hasta el asa, cestos, bolsos y bolsillos. ¡Hay tanta…! Adonde dirijas la mirada, está: soberbias montañas, valles pronunciados, llanuras extensas, flora y fauna de variedad prolífica, desiertos formados por suaves colinas ricas en matices de un solo color o líquidas profundidades adornadas de peces y escollos coralinos; vastas nocturnas luminarias separadas entre sí por miríadas de kilómetros vacíos y repletas gusaneras de minúsculos virus invisibles. Se la ve desperezarse en el rocío de las madrugadas o cerrar los párpados tras las espléndidas puestas de sol. Por si no bastara, la mano del hombre y su ingenio han construido, pieza a pieza, todo un laberinto de hermosura. Pinturas partícipes de la armonía copiada de la naturaleza, floridas de aportaciones personales que diferencian a las unas de las otras; esculturas que siguen los derroteros marcados por la imaginación, responsable del exuberante derroche de formas y volúmenes ganados al aire; edificios insolentes, algo más que habitáculos, idóneos para que el espíritu aspire a alcanzar la estética suprema del arco celeste, de los horizontes huidizos; composiciones de Johan Sebastián Bach y Louis Daniel Armstrong: desde el murmullo del agua en el arroyo hasta el bronco cañón de las tormentas. Y un engarce íntimo de las artes bellas, ajustadas hasta conseguir la máxima perfección que el ojo humano puede apreciar, el entusiasmo que agota la capacidad emocional de las personas. ¡Abunda tanto la belleza!; escarbas y aflora. Se descubre tierna, voluptuosa, niña que se va haciendo mujer y camina sin pausa, conquistando habitaciones, la casa en sus dimensiones verdaderas, desde el propileo abierto a brisas cálidas, hasta el elevado palomar de los arrullos afectivos; calles, caminos, recorriendo el mundo, impregnándole de su vaho sutil, perecedero, renovado. Dispongo en los ojos un lugar destinado a ella cuando viajo; así, quienes esperan mi llegada, reciben en el relato su correspondiente porción llena aún de frescura. Simetría, orden, simpatía de los contrarios o de los iguales, similitud, contraste; llamada repetida al sometimiento, a la huida, a la norma y a la constante rebelión. Hay belleza para rato; las células y los electrones se organizan una y otra vez en hermosos conjuntos sucesivos, siguiendo al albur la ley de probabilidades. La poesía adopta a la realidad, la amamanta, la acuna, la desnuda, y la hace suya, recreándola. La poesía es cangilón, es vasija, es vaso; y el poeta es arcaduz que entrega su mirada, su sospecha, sus sueños y quimeras, su saber y entender, su sentir, su deseo de amar. Poesía es belleza y equilibrio, es síntesis y es ritmo. Poesía es búsqueda. Poesía es progreso. Es donación, es aire, es acero, es espuma, es raíz, es vértigo. Yo no sé si quien me hizo el regalo fue Bécquer, aquel Gustavo Adolfo enfermo en el cisterciense monasterio de Veruela, adonde caminé peregrino mucho antes que a Collioure, previo a Soria mi paso, en busca de Machado y su amor transformado en novia, en esposa, en hija, en compañera; entregado por completo al atractivo frutal de Leonor, huerto ella y hortelana al tiempo, tierra, agua y canal de riego. O fueron Lorca, Darío, Vallejo y Neruda, tan distintos y tan míos; o Juan Ramón quizá, atrincherado en la pureza, quitándole a la margarita los pétalos albos, despojándola de tules, de adornos que enmascaran la esencia; o el pastor Miguel y la vida que le ahogó el corazón al respirar la tierra húmeda y germinada. No sé; la poesía vino a mí muy de mañana, yendo a arrancar almortas con mi madre en plena noche, rodeados ella y yo de sombras insidiosas y sonidos intrigantes, camino de las bodegas hacia arriba, por valles escondidos de la luna creciente hasta llegar al páramo llano. Asperjaban esplendor mis ojos sobre la amanecida, luz y calor en efímera convivencia con el rocío a punto de iniciar la cabalgada, puesto ya un pie en el estribo. Acaso el mérito es de Góngora, portador de la belleza en fardos sobre el hombro, en la vereda yo del poético embeleso. Puede ser, ignoro ese punto concreto, que recibiera la poesía de manera indirecta, reflejada, filtrada o enriquecida, mostrándome ella los matices añadidos por alguno de esos que llaman, y no sé por qué, poetas menores —Gabriel y Galán, Grilo, Campoamor, Villaespesa, considerados sin razón, estoy convencido, de segunda línea— trovadores que a su vez la hubieran hallado en los excelsos. Luna yo que recibiera de la tierra la luz estelar, y luego, sabida la fuente, fuera al Sol a beberla; porque las estrellas, señoras de sus planetas, poseen el brillo nocturno, el verdadero lustre esmaltado: una luz pura, suya por entero; y disfrutan difundiéndola, irradiándola en todos los confines, fundiendo la oscuridad al penetrarla. Los extraños me salieron al sendero en mi tránsito, Tagore, Elitis, Maiakovski, Byron, Yeats, Witman, T. S. Eliot, Blake, Martinson, Ekelöff o Lundkvist, acompañados de Apolinaire, Rimbaud, Pessoa, Baudelaire, la Kazakova, la Wine y Leopardi. Todos contribuyeron, sin duda, a la coronación; pero la poesía estaba ya en la belleza que iba destapando a derecha e izquierda, a ras de suelo o en la cúspide. Cuando me detenía en los imperceptibles detalles —conformadores de una plenitud ingenua— mi sensibilidad, virgen, enfrentaba millones de fibras nerviosas a la superficie de los objetos de uso cotidiano y mi intuición perforaba las foliaciones cutáneas de los frutos exóticos, entrando en la esencia verdadera de su pulpa, persiguiendo el jugo dulce y los atractivos colores. Después, derroteros extraños me acercaron a la compleja morfología del insecto, a la sorprendente complejidad de las mariposas; durante un tiempo permanecí en sus ojos compuestos, en sus alas variadísimas, en su inagotable calistenia. Conquistó mi reverdecido interés el Universo inconcluso, espacio previsto para que la temperatura del color dibuje el cuadro perfecto, enorme mural en el que los seres humanos podemos ser elementos insustituibles. Trazando van las estrellas con voluntad decidida su vía hacia la nada ubérrima, estadio final que no es más que el principio de una evolución sin término —sístoles y diástoles, rotación y translación— eternizada por la sublime entrega del general convenio, a la euritmia que origina las conocidas músicas estelares. Quise aproximarme al hombre arañando su impenetrable coraza, y para abrir las mentes cerradas a la mínima emoción hube de punzar corazones que destilaban fluidos purulentos. Avancé a través de los enormes cementerios en que se habían convertidos los campos cultivables, y no fui capaz de volver atrás la mirada. En la última trinchera hallé el amor y ante el amor me detuve, pues en su interior se dan cita los cuatro elementos y de allí parten las directrices fructíferas. El amor es la rama que origina las hojas, es el tronco del que arrancan las ramas, es la raíz que sustenta el tronco, es la tierra que alimenta la raíz, es la vida muerta que da a la tierra los imprescindibles nutrientes; y adonde quiera que vaya, el amor me precede. (Entresacado de sus textos)
Escritos
Fragmento del capítulo XIII de la novela “Del elevado vuelo del halcón”
Sirve el accidente para soltar de su amarre, turbia y nebulosa, la pesadilla de mayor brutalidad. Cientos de noches la mujer ha sentido la misma conmoción. Es un fogonazo sordo, un disparo de cañón lanzado desde un barco situado a la amura del abordado. Amelia es la nao capitana, la nodriza; portadora de agua, alimentos y las armas de mayor alcance. De su misma madera está hecha la nave atacada, y fue puesta a su cuidado por el Armador. Lo ha visto, lo ha sentido en fragorosas películas de filibusteros, sin duda; a su suegro, el abuelo Miguel, le ha escuchado los términos usuales. Oponiéndose jarcias y velas al impacto, el embate quiebra el palo mayor; el velamen íntegro cae hecho un ovillo de jirones que alcanza a cubrir personas y objetos. Simultánea ocurre una explosión luminosa -blanca, azul, roja- que espolvorea irisaciones cambiantes y recorre vertiginosa la gama visible e invisible, desde antes del infrarrojo hasta más allá del ultravioleta. El humo se apodera del espacio circundante y lo oculta, mago que escamotea el objeto a la vista de los espectadores. A continuación se rasga el lienzo encendido, y una catarata ígnea cae informe sobre la cubierta, sangrienta de llamas, azulada por la escasez de oxígeno, lanzando bruscos chorros de gases ardientes, combustibles en exceso, que invaden la superficie dirigiéndose al centro intacto desde las orillas consumidas. Y es el cuerpo de su hijo Miguel, es su carne joven la que sufre el terrible encontronazo; órganos nacidos de los suyos en una hora de angustiosa esperanza. ¡Las manos!, quiere ver las manos del muchacho; el pecho hundido, la cabeza rota, su rostro descompuesto, la mirada perdida. Pero no quiere ver, teme ver, y los ojos se cierran, se encierran sus ojos, refugio recién inventado. Separado, ocurriendo quizá en otra extensión temporal, paralela, simétrica, se desencadena el sonido. Es la traducción de los elementos visuales que se ocupan en representar lo mejor que saben la expansión violenta del aire. Se sirven de ráfagas cromáticas que empujan la vela, el tronco del palo mayor, los cabos; y el casco inestable del bajel, forzado por un impulso ensordecedor que lo fragmenta en miles de pedazos -frágil cristal- cuando el grito agudo de la temerosa madrugada llega a un punto insostenible. Huele a tela quemada, a madera quemada, a pólvora, a sangre, a carne quemada. En la emulsión sensible de la memoria de Amelia, palpita el impacto de la noche oscura contra el luminoso haz de los faros del coche. Su sensor materno registra la oposición del muro pétreo, roca y cemento; del árbol frondoso, tronco, ramas y raíces; la irrupción de la contingencia enemiga. Sufre el repentino antagonismo de los hierros retorcidos, que van adquiriendo formas caprichosas y nueva rigidez tras un corto período de flojera. Percibe la discrepancia manifiesta del letrero publicitario, que cae desde arriba invitando al consumo, al uso de objetos, a la obediencia civil promotora de armonía social: letras oscuras sobre fondo níveo. Oye el inocente grito infantil, vida de su propia vida, cuerpecito desnudo, tres kilos y doscientos cincuenta gramos cabeza abajo; siente el azote de la comadrona que arranca el salvaje desgarro de la humanidad individualizada. Los frenos chirrían envueltos en un miedo atroz, y el caucho de los neumáticos se abraza al suelo desprendiendo olor a goma próxima a la ignición. Coincidente, percibe, esforzándose más allá de sus potencias, la voluntad del conductor. Empuja el amigo en sentido contrario retrasando la explosión final, el momento sublime del clímax, el encarnizado enfrentamiento con el obstáculo que rompe el cristal del parabrisas y la frente despejada y lúcida del hijo de Juan y Amelia, bien amado, fruto extraído del vientre original por la naturaleza. Secuencia breve como un relámpago, que la mente deseosa de olvidos alberga mientras se agarra a ella con desesperación, desmenuzándola, reconstruyéndola, alargándola hasta el infinito. Útero de Amelia engrandecido por la gravidez, embarazo premiado con el parto, nacimiento de la ofrenda que entregó magnánima a la claridad de la vida, como quien, demiurgo, modela al mundo: nueve meses en seis días y un mínimo lapso final de expectante autosatisfacción, cuando se desvela, separando el manto que la cubre, la obra terminada. Son fruto de su esfuerzo creador, la luz alejada de las tinieblas, las aguas y la solidez complementaria, las aves y el azul del cielo, las mañanas y el rocío; y en lo alto de las montañas elevadas, dominando el conjunto, el rey de la creación, su hijo; completo de células y tejidos: manos y pies, corazón, pulmones, sexo, rostro lleno de armonía; compendio -ojos, nariz y boca- de la materna maestría escultórica. Y la madre, asida al orgullo, a horcajadas de la vanidad, cabalga nubes grises hijas del abrazo del blanco y el negro. Nota su evolución, las ve tornarse transparentes hasta permitir el paso de la ojeada, hasta filtrarla: delicado algodón, borra híspida. Y ella queda erguida en la cumbre, satisfecha de la tarea que justifica miles de veces, derramándola en miles de odres, su trayectoria vital. Fin y principio, y en el justo centro, conscientes e inconscientes, los actos de Miguel forman un mullido de materias diversas: polen acarreado por abejas para transformarlo en miel, plumas de la cresta del marabú y esmeraldas dueñas del auténtico verde, del último matiz que concreta la perfección, premio entregado por la naturaleza a los incansables buscadores; y a la postre, el manantial que el sediento descubre en el oasis. A modo de acolchado central que materializa el tiempo, aparecen los actos de su fugaz travesía; ve el progreso de la lenta caravana, minuto a minuto, a lo ancho de las ardientes arenas, a lo largo de los glaciares inhóspitos. Completan el núcleo sus días, diferenciados uno de otro, bautizados cada cual con un nombre distinto, conocidos por separado y así, distinguidos en su propia configuración, en su peculiar contenido, guardados en el archivo abierto de la retentiva de madre desgarrada: principio y fin.
“Del elevado vuelo del halcón” Incipit Editores Madrid (2008) ISBN: 978-84-8198-767-6
Fragmento del capítulo II del ensayo “Ad memoriam”
En mi opinión, somos hijos de un pretérito que es el de la humanidad entera y el del Universo al completo, producto de unas normas naturales en las que el azar juega un papel primordial. Lo diré con palabras de mi padre, sacadas de sus cuadernos juveniles, cuajados de referencias a la compleja identidad del hombre, a los innumerables lazos que unen a las personas entre sí y a su vinculación con el resto del Cosmos. “Se creó el Universo en seis días, y se concibió imperfecto a sabiendas. Una Providencia solícita –nada distinto de las leyes iniciales de la Naturaleza- un entramado de órdenes inexorables -las mismas para todos pero adaptadas a cada especie y a cada individuo- quedó encargado de terminar la creación mejorándola. De ello hace millares de millones de años; mucho si se compara con la duración de una persona, nuestra referencia más inmediata. O partía el progreso de una situación en verdad caótica o lleva un paso cansino, con desvíos que no añaden nada y retrocesos que restan. Costó lo suyo enfriar la Tierra; sopla que te sopla el viento, poniendo los labios en forma de o mínima, produciendo un silbido aterrador. Costó condensar los vapores en gotas que fluyeran juntas por arroyos y ríos hasta el mar. Costó iniciar la vida en las inquietas aguas de los océanos. Pero cuando la savia vital aleteó desorientada, ya fue coser y cantar sacarla a tierra firme para que se esparciera -cualquier clima, cualquier atmósfera oxigenada, cualquier geografía- dispuesta a poblar el aire. “Ciñéndonos al planeta Tierra, donde nos consta la ocurrencia de tal fenómeno, se provocaron cataclismos que estuvieron en un tris de acabar con el trascendental hallazgo retrasando el proceso. La evolución derivó sin orden ni concierto abarcando muchos frentes, con la intención clara de sacar al menos uno de ellos a flote. Se logró; ese engendro es el hombre tal como hoy lo conocemos. Nació el envanecido con vocación de centro del cosmos, y el equilibrio reinante hasta entonces, destinado a sucederse aventajado sine die, per saecula saeculorum, se quebró. Ocurre que el hombre, desdeñando al resto de los animales, excluyéndolos de la configuración del futuro, sostiene que la lucha selectiva se organizó para procurarle cauce y afecta sólo a su propia especie. “Contemplando de cerca a quienes formamos la familia humana, entre nosotros se observan diferencias, mínimas si se quiere, pero diferencias al fin y al cabo. El descubrimiento dio pie a los estudiosos para ahondar en las disimilitudes, divulgándolas. Nacieron en consecuencia comunidades de afines, dedicadas a preservar y acentuar esos delgados matices de la identidad común: rayas trazadas en las palmas de las manos, huellas de los dedos, factor Rhesus, dibujo del iris; y algún otro análogo, aunque de mayor trascendencia, como el color de la piel. “La cosa no quedó ahí, fue a más. El lugar y las condiciones atmosféricas, uniformes en espacios reducidos, ahondaron las grietas abiertas entre los hombres. Eso mismo sucedió con la memoria de cada tribu desde su nacimiento; historia que perfila raleas bien diferencias, distanciadas al máximo cuando la jerga de sus parloteos, resultó ininteligible para quien no perteneciera al núcleo o a sus aledaños. Por si fuera poco, los distintos dioses –entes de razón diseñados por sus adoradores para suplir las propias carencias- terminaron tomando partido y entraron en abierta liza, elevando el tono y la causa de la pendencia. Estas palabras de mi padre me pertenecen. Forman una herencia que hago mía no sólo por hija, sino también, y en mayor medida, debido a que formo parte de la raza humana. Las enseñanzas de los escritores nos tienen a los demás como destinatarios; sus reflexiones, las conclusiones a las que logran llegar, la porción de verdad que atrapan, corresponden por igual a los actuales habitantes del mundo y a los venideros. El futuro se construye con los materiales que el presente añade a los recogidos del pasado; y no olvidemos que el hoy, efímero, tan sólo ayer fue mañana y mañana mismo se convertirá en ayer. Pretendía en su juicio el joven Cesáreo mostrar grosso modo el árbol de la historia, cuyas raíces, para asegurarse el abastecimiento de humedad y la resistencia al viento, se hunden en las profundidades del tiempo y del espacio. Nada se ha perdido, nada de cuanto cayó en desuso puede considerarse inútil; tanto los aciertos como los errores han servido al avance, al progreso. El propio Gutiérrez Cortés añade reflexiones a su reflexión primera, escrita en los cuadernillos cuadriculados, al decir, años después, en un artículo publicado en la revista “Pensamiento”, lo siguiente: “Piedra, madera, arcilla, hueso, hierro, bronce: la necesidad aguza el ingenio. Mesopotamia, Egipto, China, Persia, Caucasia, Fenicia, Palestina, Etiopía. Sujetándonos al continente europeo, Grecia se yergue y camina; sus pasos dejan una marca indeleble. Roma toma el relevo e incrementa la cadencia del paso. La afición al comercio trae a los fenicios; todavía humean sus hogueras llamando compradores para las mercaderías desplegadas. Tras los cartagineses llega el momento de Roma, y sus legiones arrasan, saquean, someten y preparan el terreno a la cultura común. Del Norte bajan los bárbaros como una marea desbordante que desbarata vidas y proyectos. Los visigodos sustituyen a los romanos, y son relevados por los árabes en la ocupación del terreno y en la formación de una impedimenta característica. Cristianos, musulmanes y hebreos coexisten y conviven. Castilla, bajel movido por el azar y la necesidad, se topa con América, nao anclada en medio de la mar océana. Del puente de mando surge con saña un grito miles de veces escuchado: ¡Al abordaje! Se da y se toma con palpable desequilibrio, pero la historia prosigue y la paupérrima actualidad –construido y desmoronado el imperio- nos facilita la ocasión de enmendar yerros y despojos resarciendo a los herederos de los perjudicados. “La teoría y la práctica, una enmendando la plana a la otra, marchan en zigzag tomadas de la mano. La filosofía griega procede, en parte, de Oriente: Egipto, Babilonia; mas Pitágoras y Demócrito son ya científicos originales. Un escultor y una comadrona engendraron a Sócrates: `Conócete a ti mismo´. Sócrates engendró a Platón. Platón fue vendido como esclavo por un tirano temeroso de que las ideas del filósofo se concretaran. Si Aristóteles no fue generado por Platón, sucedió porque el hijo no aceptó un progenitor único. Alejandro, en su juventud, tuvo a Aristóteles como maestro; pero puso en práctica las enseñanzas de la cuna. Teoría y acción, enfrentadas e inseparables. “Un romano de Córdoba, estoico ecléctico y práctico, fue maestro y consejero de Nerón; y Nerón ordenó matarlo. Es indudable que se produjo un fallo en la progresión de la enseñanza: `amarás a tu maestro´ debió ser su primera sentencia o el punto en que coincidieran todas. Filosofía es estudio, análisis, búsqueda; y exige libertad para buscar, analizar y estudiar. De otro modo deriva en aleccionamiento y sujeción. La palabra de Cristo representa un peligro para la historia sagrada en la que se apoya, de ahí que se abran contra él tantos frentes simultáneos. El camino que conduce a Dios, para San Agustín, parte del hombre. El camino que lleva al hombre, para San Agustín, parte de sí mismo, de su palpable y palpada realidad. Juan Escoto pasa a través de las obras de San Agustín como las aguas de un chaparrón sobre la tierra desnuda; arrastra consigo un humus muy rico, que puesto al servicio de la lógica y distribuido a su alrededor, proporciona una copiosa cosecha. Abelardo posee el brillo del oro y la firmeza de la roca en la que funda su dialéctica: Dios no da puntada sin hilo; del mejor hilo y la perfecta puntada nace la eterna costura. Las culturas árabe y hebrea se aproximan también en la filosofía; ambas forman parte de la escolástica latina, ambas se interesan por la relación existente entre lógica y fe, Dios y su obra, la inteligencia y el espíritu. Tomás de Aquino se hace cauce para que el agua del río aristotélico, filtrada por depuradoras musulmanas y hebraicas, pueda ser bebida con provecho y deleite. “Sobre las turbulentas aguas del río que fue la Edad Media, sobre su corroído lecho, el Renacimiento eleva un puente que conduce al añorado mundo de griegos y latinos. El Renacimiento sale al campo y se encuentra, junto a las ovejas que pacen y al vigilante lobo, al hombre trazador de caminos que le hacen uno con la naturaleza madre y nodriza: el Humanismo ya tiene raíz, la hiedra ya puede elevarse sobre el tronco erguido del árbol muerto, reverdeciéndolo. Si Dante `renace´ del fundamento medieval, y Petrarca no desea otro señor que el Humanismo, Valla llega al extremo de considerar el placer como motor único del hombre. Maquiavelo, Erasmo, Lutero, Telesio, Bruno; Renacimiento y Humanismo propician la modernidad; nace la Ciencia hija del naturalismo renacentista: Leonardo, Galileo, Bacon; y la modernidad, sucediéndose a sí misma, se desentiende de ambos. La Economía sube a los altares y ocupa los tronos, dicta los códigos e impulsa las acciones. Y en tal momento nos encontramos, tras Descartes, Hobbes, Spinoza, Leibniz, Kant, Schopenhauer y otros muchos que contribuyeron al triunfo del materialismo o no fueron suficiente valladar, Kierkegaard, Marx, Proudhon, Nietzsche, Bergson, Unamuno, Ortega, Jaspers o Sartre. “El mundo, estimando un momento concreto de su trayectoria, es como hoy puede apreciase, en parte per se, en parte por las influencias del pasado y de sus reacciones. Eso sucede también con las personas; hijas de miles de variables que, en esta España tan contradictoria como los individuos que la forman, tratan de olvidar una guerra civil, en vigor aún tras callar los fusiles que respondían a los fusiles. Un solo bando atacaba al amanecer, un solo bando moría al amanecer; el inclemente destino ponía especial cuidado en que cada grupo permaneciera fiel a las esencias de su cometido. La dictadura militar y la dictadura religiosa, unidas en extraño matrimonio de conveniencia, se convirtieron en el padre y la madre de un pueblo cansado de arengas y consignas, escéptico, que admitía la situación sólo porque prometía mejorar la precedente.
“Ad memoriam” Egartorre Libros Madrid (2007) ISBN: 978-84-87325-86-1
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