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Rafael Cordero y Molina
Rafael Cordero y Molina, nació en San Juan, Puerto Rico el 24 de octubre de 1790 y murió en su ciudad natal el 5 de julio de 1868. Fueron sus padres el artesano Lucas Cordero y Rita Molina, mulatos libres. Tuvo dos hermanas mayores: Gregoria y Celestina. El maestro Rafael Cordero es una de las figuras más importantes de la educación en Puerto Rico y un icono para el sistema educativo, la historia y la cultura de la isla.
Durante su niñez, Rafael fue educado por sus padres, ya que por ser negro no tenía derecho y por ser pobre tampoco contaba con los recursos para asistir a una escuela. Posteriormente, y gracias a la dedicación de sus progenitores, el propio Rafael continuó su educación mediante la lectura de libros, principalmente de temas religiosos. Ese mismo interés y afán por el saber y su devoción lo llevaron a dedicar toda su vida a la educación y el bienestar social de los más necesitados.
Contenido
Obra social
En 1810, Rafael Cordero abre su primera escuela de enseñanza primaria en su hogar de San Juan (Puerto Rico), donde residía en esa época. Gratuitamente impartía clases a los niños negros, quienes, por ser tiempos de la esclavitud en Puerto Rico, no podían pagar el maestro para a asistir a la escuela. Atendía a los pobres, quienes, por su parte, no contaban con los recursos para poder recibir una educación formal en alguna de las pocas escuelas que existían en ese entonces. Su hermana, Celestina, hizo lo propio por la educación de las niñas de esta misma misma forma. Además de aprender las destrezas básicas, Rafael enseñaba las doctrinas del cristianismo a sus discípulos, religión de la cual era muy devoto.
El maestro establecó una escuela para instruir a los niños pobres, negro y mulatos. En ella les enseñaba a leer y a escribir, gramática, historia, caligrafía, geografía, aritmética y, por supuesto, los preceptos del cristianismo. Para sustentar a su familia y poder mantener la escuela, combinaba sus tareas de maestro con la elaboración y venta de cigarros; además, se desempeñaba como zapatero. Le encantaba comer bacalao frito y alcapurrias.
La fama del buen maestro fue tal que, con los años incluso las familias blancas con recursos comenzaron a enviar a sus hijos a estudiar con él. Así cimentó las bases que hicieron desparecer la esclavitud en Puerto Rico. Muchas de las figuras importantes de la política y la cultura puertorriqueñas del siglo XIX —a varios de los cuales hoy se les llama próceres—, fueron discípulos suyos. Entre éstos, cabe mencionar a Alejandro Tapia y Rivera (considerado por muchos como el “patriarca” de la literatura puertorriqueña), José Julián Acosta (político y líder abolicionista), Román Baldorioty de Castro (líder autonomista y abolicionista) y Manuel Elzaburu (fundador del Ateneo Puertorriqueño y líd
El plano religioso
Rafael se dio totalmente: su vida, su tiempo, sus energías y todos sus bienes como ofrenda de amor a Dios y a su prójimo, haciendo de su casa en la calle Luna del Viejo San Juan la escuela del amor divino. No menor fue su fama de hombre de caridad para con los pobres: era capaz de darle el pan que había preparado para sí y los pocos bienes de que disponía a quien los necesitara. Hombre de gran fe, los domingos y días de precepto a las seis de la mañana ya estaba en misa, única ocasión que se vestía de gala, con su traje azul festivo y sombrero de alpaca negro, pero sin quitarse el pañuelo que siempre llevaba en la cabeza. De humildad inigualable decía: “Yo no escribo nada en esta vida porque no quiero recordar hoy el bien que hice ayer. Mis deseos son que la noche borre las obras meritorias que he podido hacer durante el día”.
Sus últimos años
Luego de su establecimiento, la Sociedad Económica de Amigos del País le otorgó el Premio de Virtud, el cual consistió de una aportación económica de 100 pesos. Sin embargo, Rafael no utilizó dicho dinero para sí, sino que, con una parte compró vestimentas y libros para sus discípulos más necesitados, y repartió la otra entre los limosneros de la capital. Ya anciano, recibió del gobierno una ayuda de 15 pesos mensuales.
Hasta tan sólo ocho días antes de morir, el maestro Rafael Cordero estuvo impartiendo lecciones a sus niños. Sabiendo que su muerte estaba próxima, pidió a las autoridades de la Instrucción Pública que continuaran con la educación de sus últimos discípulos, solicitud que fue cumplida. El 5 de julio de 1868, se despidió de sus antiguos alumnos, pidiendo sus oraciones y bendiciéndolos: “Que al pobre anciano que os infundía amor a la instrucción no le queda más un soplo de vida.” A pocos minutos, expiró con una vela sellada y unos escapularios que le enviaron las Monjas Carmelitas diciendo:“¡Dios mío, recíbeme en tu seno!”. Alrededor de 2,000 personas rindieron tributo y participaron del sepelio de aquél que había vivido para darle a la niñez el pan de la enseñanza.
Después de su muerte
Rafael Cordero y Molina es reconocido como una de las personas más importantes de la educación en Puerto Rico en el siglo XIX. Muchas escuelas y otras obras públicas del país llevan su nombre, pero su fama trascendió los límites de la isla. José Martí, conocido líder de la independencia de Cuba, se refirió a él como el “Santo Varón”. También, varias escuelas en los Estados Unidos han sido bautizadas con el nombre de este ilustre puertorriqueño.
La casa donde residió el maestro Rafael Cordero en la calle Luna del Viejo San Juan fue restaurada por el Gobierno de Puerto Rico y hoy es considerada como un sitio histórico en el Registro Nacional de Sitios Históricos de los Estados Unidos.
Actualmente y debido a la vida ejemplar y devota de este ciudadano, la iglesia católica inició, hace un tiempo, el proceso para su beatificación.
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