- Torre de asedio
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Una torre de asedio es un tipo de variante ofensiva de una bastida, ingenio empleado en la Edad Antigua y Media para superar murallas enemigas y depositar sin grandes dificultades a varios hombres armados en lo alto de éstas para que las tomasen más fácilmente.
El modelo básico es el de una torre de base cuadrada de varios pisos, unidos entre sí por una escalera interna o posterior, dos o tres metros más alta que las murallas a superar y con un puente levadizo en su parte superior por el que alcanzaban las almenas enemigas los soldados (y a veces, la caballería) que llevaba en su interior. También solían portar arqueros que disparaban a los defensores en el momento de bajar el puente. Para poder moverse, la torre contaba con cuatro grandes ruedas. Inicialmente era movida por bueyes o caballos, pero a medida que se acercaba a su objetivo la tracción animal era sustituida por el empuje de numerosos hombres en su parte posterior. Probablemente, la torre de asedio más colosal fue la Helepolis construida por Epímaco de Atenas para Demetrio Poliorcetes durante el fallido asedio de Rodas del año 304 a. C. Medía 43 m de altura y 22 de lado en su base, y estaba provista de ruedas de 4,6 m de diámetro y montaba catapultas en sus nueve pisos.
En épocas antiguas, la torre de asedio fue empleada tanto en Europa como en Extremo Oriente y sus orígenes se remontan al siglo IX a. C., en que aparece representada en los relieves asirios junto al ariete con ruedas. Fue empleada en el asedio de Selinunte por el ejército cartaginés, y posteriormente en Motia por el tirano Dionisio I de Siracusa.
Su construcción requería de mucho tiempo y recursos, por lo que no solían usarse hasta que fracasaban todas las otras medidas para superar una muralla, derribarla o romper sus puertas por medio de arietes. La estructura, a veces formada por piezas prefabricadas, se montaba en el propio lugar del asedio, a la vista de la fortaleza o ciudad sitiada con el fin de causar un impacto psicológico apreciable en el enemigo. El hecho de que la torre pareciera moverse sin nadie que tirase de ella cuando era empujada desde atrás la hacía más terrorífica aún, sobre todo cuando los sitiados pertenecían a culturas que desconocían las armas de asedio (como ocurría con muchos pueblos de Europa occidental cuando se enfrentaron a la conquista romana).
Las respuestas tácticas que los asediados tenían contra las torres de asedio eran múltiples, y por ello, poco definitivas. La más simple consistía en la construcción de fosos alrededor de la fortaleza, lo que obligaba al asaltante a rellenarlos con paja, madera o escombros con el fin de aplanarlos y que la torre no perdiese el equilibrio, obligándoles a retrasar su asalto final. Así mismo, los sitiados también disparaban flechas contra la torre y material incendiario que al caer sobre la estructura de madera podía destruirla rápidamente y matar a todos los hombres que llevaba en su interior. Durante el asedio de Jerusalén de 1099, los musulmanes lograron quemar de esta forma una de las dos torres empleadas por los cruzados en el asalto a la ciudad. Con el fin de evitar este tipo de situaciones, las torres de asedio se recubrieron posteriormente con diversas protecciones, generalmente pieles de animales mojadas aunque en algunos casos se emplearon planchas metálicas. El impacto de grandes piedras lanzadas por catapultas también podían desestabilizar la torre y hacerla volcar.
Otro método era el minado del terreno que se extendía ante los muros para impedir su avance. Pero el más utilizado era la elevación con cualesquiera medios de la altura de las murallas para impedir que las torres de asedio pudieran batir la parte superior de las defensas de la ciudad.
Esta técnica, descrita en el relato del asedio de Masalia[1] no figura en los textos sobre el sitio de Sagunto, pero debe inferirse que los saguntinos conocían diversos métodos de lucha contra las torres de asedio, ya que Aníbal empleó estos ingenios, cuya altura sobrepasaba la de las murallas de la ciudad, desde el inicio del asedio y, sin embargo, el sitio se prolongó por espacio de ocho meses según Tito Livio[2] y Zonaras,[3] lo cual es ilógico si se entiende que desde el momento en que las torres cobran ventaja sobre las fortificaciones, a los zapadores les era relativamente sencillo abrir las brechas para el asalto de la infantería.Como todas las armas de asedio medievales, la torre también quedó obsoleta con la generalización del cañón en el siglo XV.
Referencias
- ↑ Julio César, Guerra Civil, II, 9.
- ↑ Tito Livio, Historia de Roma desde su fundación, XXI, 15.
- ↑ Zonaras 8, 21.
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