Asedio del Alcázar de Toledo

Asedio del Alcázar de Toledo

Asedio del Alcázar de Toledo

Asedio del Alcázar
Parte de la Guerra Civil Española
Fecha 21 de julio27 de septiembre, 1936
Lugar Toledo, (España)
Resultado Victoria de los Sublevados, al liberar el Ejército de África a los sitiados
Beligerantes
Flag of Spain 1931 1939.svg II República española Bandera del bando nacional 1936-1938.svg[1] Fuerzas sublevadas
Comandantes
Cándido Catesbello José Moscardó Ituarte
Fuerzas en combate
8.000 milicianos 1.028 Guardias Civiles, soldados, cadetes y paisanos
Bajas
Ver texto (al menos 57 rehenes del Alcázar, numerosos asesinados en salidas de los asediados al exterior y asesinados en la represión posterior) 48 muertos, 438 heridos y 22 desaparecidos

El Asedio del Alcázar fue una batalla altamente simbólica que ocurrió en los comienzos de la Guerra Civil Española. En ella se enfrentaron milicianos gubernamentales del Frente Popular y militares sublevados contra la República, acompañados de sus familias en favor del bando nacional en Toledo. Éstos últimos se refugiaron en el Alcázar de Toledo, entonces Academia de Infantería, Caballería e Intendencia. Las fuerzas republicanas empezaron el asedio sobre el fortín de los sublevados el 21 de julio de 1936 y no lo levantarían hasta el 27 de septiembre, tras la llegada del Ejército de África al mando del general José Enrique Varela, haciendo Franco su entrada en la ciudad al día siguiente.

Contenido

Precedentes

El Alcázar de Toledo.

El 17 de julio de 1936, Francisco Franco proclamó una sublevación militar de las fuerzas españolas en Marruecos. En consecuencia, el 18 de julio el gobernador militar de la provincia de Toledo, el coronel José Moscardó, se puso al mando de la Guardia Civil de dicha provincia.

Durante el 19 y el 20 de julio, el Ministerio de Guerra del Gobierno republicano hizo varios intentos para obtener munición en la Fábrica de Armas de Toledo. Cada vez que era requerida la munición, el coronel Moscardó rehusaba entregarla, por lo que fue amenazado con que fuerzas provenientes de Madrid serían enviadas contra él.

Fuerzas

Las fuerzas republicanas asentadas en Toledo consistían aproximadamente en 8.000 milicianos[cita requerida] de la FAI, la CNT y la UGT. Tenían varias armas de artillería, unos pocos vehículos blindados y 2 ó 3 tanquetas. Las Fuerzas Aéreas de la República realizaron tareas de reconocimiento, apoyados por la artillería y bombardearon el Alcázar en 35 ocasiones.

Los defensores del Alcázar eran 800 hombres de la Guardia Civil,[2] 8 cadetes de la Academia de Infantería, 1 de la de Artillería y 110 civiles. Las armas de las que disponían eran según el relato de Moscardó:

  • Se contaba con el armamento de la Guardia Civil, Academia, Escuela de Gimnasia y Guardias de Asalto y Seguridad;
  • 800.000 cartuchos de fusil y ametralladora (procedentes de las Fábricas de Armas);
  • 1.200 fusiles Mauser y mosquetones;
  • 200 petardos pequeños de trilita;
  • 50 granadas rompedoras de 7 cm;
  • 50 granadas de mortero Valero de 51 cm;
  • 50 disparos de rompedora;
  • 13 ametralladoras Hotckiss de 7 mm;
  • 13 fusiles ametralladores, de la misma marca y calibre, todo en uso por los alumnos en sus prácticas;
  • 4 cajas de granadas de mano Laffite —ofensivas, 200—;
  • 2 piezas de montaña de 7 cm;
  • 1 explosivo eléctrico;
  • 1 mortero de 50 mm;
  • 1 caja de granadas de mano —incendiarias, 25—. Pero los oficiales y la Guardia Civil habían logrado traer munición abundante.[3]

Aproximadamente 670 civiles (500 mujeres y 50 niños[4] ) vivieron en el Alcázar durante el asedio. Muchos de éstos eran familiares de los miembros de la Guardia Civil mientras que otros se habían refugiado allí desde diversas partes de la ciudad para salvar sus vidas de los milicianos anarquistas y socialistas. Las mujeres no participaron en la defensa del Alcázar, por su seguridad no se les permitía ni siquiera cocinar o curar a enfermos y heridos. Sin embargo, su presencia en el Alcázar elevó el valor de los hombres para continuar en la defensa. Los civiles que se encontraban dentro del Alcázar estuvieron a salvo de los ataques de las tropas gubernamentales, excepción hecha de los rehenes que los sitiados tomaron en sus salidas del Alcázar y que no salvaron la vida. Las cinco muertes de civiles afines a los sublevados que hubo fueron por causas naturales. Hubo dos nacimientos durante el sitio.

Simbolismo

El Alcázar de Toledo se convirtió en la residencia temporal de la Monarquía Hispánica después de la reconquista de Toledo contra los musulmanes, pero fue abandonada por Felipe II y en 1850 fue convertida en Academia Militar, bajo el nombre de Colegio de Infantería. Después de un fuego en 1886 partes del Alcázar fueron reforzadas con acero y vigas de hormigón.

El Alcázar se había convertido para ambos bandos en símbolo y cuestión moral. El fracaso ante el Alcázar fue un duro golpe para el bando republicano y una inyección de moral para el sublevado.

El asedio

21 de julio

Esquema de la destrucción del Alcázar de Toledo

La declaración de «Estado de Guerra» fue leída por el capitán Vela Hidalgo, de la Academia Militar, a las 7 de la mañana en Zocodover, la plaza principal de Toledo. Se dieron órdenes para el arresto de conocidos activistas de izquierda de Toledo, pero solamente detuvieron al maestro de la prisión local, Francisco Sánchez López de la Torre, que había preparado a Luis Moscardó para oposiciones, y a algunos militantes de base. Moscardó nombró a un nuevo gobernador civil, el notario Justo del Pozo Iglesias, pues el anterior, Manuel Mª González, se refugió en el Alcázar con su familia. Los sublevados distribuyeron fuerzas por la ciudad: Hospital de Tavera, Fábrica de Armas, Convento de los Carmelitas Descalzos, Bancos, Ayuntamiento, Catedral, Plaza de Zocodover, Correos, Teléfonos, Matadero, Cuartel de Asalto (Plaza de Padilla), Prisión Provincial, puertas de la muralla y puentes sobre el Tajo. Los guardias civiles llenaron camiones de munición en la Fábrica de Armas con destino al Alcázar. El Ministerio de la Guerra ordenó el bombardeo aéreo de los sublevados; a las 18 horas, el último de los camiones fue alcanzado de lleno cuando estaba llegando a su destino.

Las tropas republicanas enviadas de Madrid, avanzadillas de la columna del general Riquelme, primero llegaron al Hospital de Tavera, pero volvieron a dirigir su ataque hacia la Fábrica de Armas por el intenso fuego que recibían desde el Hospital. Un destacamento de 200 guardias civiles estacionado en la Fábrica de Armas empezó a negociar con los republicanos. Durante estas conversaciones, la Guardia Civil envió carros cargados con la munición de la fábrica al Alcázar antes de evacuar y destruir la fábrica. Riquelme telefoneó esa noche al sublevado Moscardó conminándole a rendirse.

22 de julio–13 de agosto

El 22 de julio está ya en Toledo la columna madrileña: dos compañías de infantería, guardias de asalto, una batería de 105mm y un número indeterminado de milicianos ácratas de las "Águilas Libertarias"; además, una compañía de ametralladoras del Regimiento León nº 2 y milicianos del Colegio de Abogados de Madrid, lo que hace un total aproximado de 2500 hombres, frente a los 1250 del Alcázar, en su mayoría profesionales de la milicia. Controlaban la mayor parte de Toledo hacia las 20 horas, y comenzó a organizarse el cerco en torno al Alcázar. Esa noche el ministro de Instrucción Pública, Francisco Barnés, volvió a apelar a Moscardó, para que se rindiese.

El 23 de julio el Coronel Moscardó recibió la llamada de representantes del Frente Popular para pedirle la rendición, teniendo a su hijo Luis como rehén. Las fuentes del bando sublevado tienen un tono heroico, lacónico, patriótico y religioso al hablar del contenido de la conversación (posteriormente se le llegó a comparar con Guzmán el Bueno); los testigos republicanos mantienen que participó más de un interlocutor gubernamental y que, en lo referente al hijo de Moscardó, el tono fue de duda, fatalismo e incluso debilidad. La amenaza de matar a Luis fue sólo eso, y no una orden ejecutiva: fue enviado a la Prisión Provincial y un mes después de estos hechos, tras un bombardeo aéreo, los milicianos asaltaron la prisión, le incluyeron en una saca masiva de prisioneros y fue fusilado, sin que la conversación antes aludida tuviera nada que ver. Por el contrario, el presidente de la Diputación hizo todo lo posible por proteger a la esposa y al hijo menor de Moscardó, Carmelo, durante los meses del Toledo revolucionario.[5]

Los historiadores Herbert Southworth[6] e Isabelo Herreros[7] dudan de la versión oficial sobre la conversación y el fusilamiento, y añaden como datos nuevos que Luis Moscardó tenía tendencias liberales y que su entrada en el registro del cementerio de Toledo tuvo carácter retroactivo (Herreros dice que fue en abril de 1956 cuando su cuerpo se trasladó a la cripta del Alcázar junto a la de su padre recientemente fallecido).

El 24 de julio, en respuesta a la amenaza de asesinar a Luis Moscardó, los sitiados realizaron una salida para capturar rehenes y recoger alimentos. La consecuencia más grave de esa salida fue la detención y asesinato del Teniente de Alcalde del Ayuntamiento de Toledo, el ex-diputado, periodista y líder histórico de la UGT-PSOE Domingo Alonso Jimeno, que se resistió a sus captores y fue muerto en plena calle, cerca de su vivienda de la calle de la Sierpe, mientras veía cómo arrastraban a su mujer y a su hija al Alcázar.

Los rehenes republicanos del Alcázar fueron gentes de mediana o escasa significación político-sindical. La cifra tal vez más fiable (57 personas) la da el periodista e historiador Manuel Aznar.[8] Todos ellos murieron asesinados en el Alcázar antes de que las tropas de Varela llegasen a Toledo.

En las Cartas a su mujer, el coronel Moscardó confiesa pasar por varios episodios depresivos, que él llama "blandura"; varias veces confiesa a su esposa que no se suicidará, y surgen por doquier reflexiones religiosas, pues la rutina diaria de las familias católicas no se alteró durante el asedio en el interior de la fortaleza. La capacidad de mando de Moscardó, unánimemente refrendada por sus apologistas, es puesta en duda por algunos historiadores,[9] que sostienen que el verdadero artífice de la defensa del Alcázar fue el teniente coronel de la Guardia Civil Pedro Romero Basart.

El 25 de julio, ante la imposibilidad de comunicarse por radio por falta de electricidad, el capitán Luis Alba Navas salió del Alcázar con la intencion de enlazar con las tropas del general Mola y hacerles ver que la rendición del Alcázar difundida por Unión Radio de Madrid ese día era completamente falsa. Para pasar inadvertido se vistió con un mono azul de miliciano. En las proximidades de Torrijos fue reconocido por un antiguo soldado que había estado a sus órdenes; lo apresaron y fue asesinado cerca de Burujón.

A Riquelme le sucede en el mando de la plaza el teniente coronel de infantería Francisco del Rosal, y a éste el comandante Ulibarri a finales de julio. El gobierno de la República trasladó a Toledo piezas de artillería de gran calibre. Se confiaba entonces en un pronto desenlace, pues la situación en el Alcázar era dramática: los alimentos escaseaban, el agua estaba racionada y la moral estaba muy baja. Se producían suicidios y deserciones (en la segunda semana de agosto ya habían huido de la fortaleza 23 personas para unirse a las filas republicanas). La moral se intentaba mantener con la publicación de un periódico tirado a multicopista, El Alcázar, a cargo del dirigente del Partido Radical Amadeo Roig.

14 de agosto–17 de septiembre

El 14 de agosto, los republicanos cambiaron de táctica después de constatar que las defensas de la zona norte del Alcázar habían sido notablemente reducidas. Durante las 5 semanas siguientes, los republicanos atacaron once veces la casa del Gobierno Militar, pero fueron repelidos en cada uno de ellos. Si hubieran capturado la casa del Gobernador Militar, habrían podido ubicar en masa a un gran número de tropas a sólo 40 metros del Alcázar.

El 9 de septiembre, un enviado de los republicanos, el Comandante Rojo entró en el Alcázar para hablar con el Coronel Moscardó acerca de una posible rendición. El Coronel la rechazó, pero pidió un sacerdote para bautizar a dos niños recién nacidos durante el asedio y también para decir misa.

Vázquez Camarasa, canónigo magistral de Madrid con ideas izquierdistas, entró en el Alcázar la mañana del 11 de septiembre y confesó a los sitiados. Esa tarde, Rojo habló con Moscardó acerca de una posible evacuación de las mujeres y los niños. Las mujeres unánimemente contestaron que no querían rendirse y que estaban dispuestas a empuñar las armas para defender el Alcázar.[10] Camarasa murió exiliado en Burdeos, Francia, en 1946.

El embajador chileno en España, Aurelio Núñez Morgado, habiendo oído que los anteriores intentos de rendición habían resultado fallidos, fue el 13 de septiembre a intentar la rendición del Alcázar. El coronel Moscardó envió a su ayuda de campo para saludar al embajador por un altavoz y para decirle que le prestarían atención sólo si el mensaje se cursaba "a través del Gobierno Nacional de Burgos". A partir de ese momento ya no hubo diálogo.[11]

18 de septiembre

Desde el 16 de agosto, los republicanos habían estado cavando para introducir dos minas en la parte sudoeste del Alcázar. La mañana del 18 de septiembre, las minas fueron detonadas por orden de Francisco Largo Caballero,[12] destruyendo completamente la torre sudoeste del edificio y matando a los dos defensores que se encontraban en ella.

Aproximadamente 10 minutos después de la explosión, los republicanos lanzaron cuatro ataques contra el Alcázar con la ayuda de carros blindados y tanques. El ataque fracasó a causa de la enconada resistencia de los defensores pero los republicanos respondieron con continuos bombardeos de artillería durante la noche y durante todo el día siguiente.

19 de septiembre–26 de septiembre

El bombardeo de los edificios periféricos dio buen resultado pues la comunicación entre ellos y el Alcázar llegó a ser imposible. La retirada de los edificios fue ordenada la noche del 21 de septiembre, la guarnición fue utilizada para defender lo que quedaba del Alcázar. Los republicanos atacaron los edificios periféricos la mañana del 22 de septiembre, pero el progreso fue muy lento porque desconocían que los edificios habían sido abandonados.

A las 5 de la mañana del 23 de septiembre, los republicanos asaltaron las brechas del norte del Alcázar y sorprendieron a los defensores lanzando granadas y dinamita. Los nacionales fueron forzados a retirarse al patio del Alcázar pero contraatacaron para hacer retroceder el asalto. Un nuevo asalto al Alcázar se intentó por la mañana; esta vez un tanque condujo la carga. 45 minutos después de que los soldados republicanos hubiesen atacado las brechas el ataque se había paralizado.

Toma de la ciudad y posterior ajusticiamiento

El primer signo del avance de la columna nacional se dio a conocer el 17 de agosto cuando un avión Junker de la Legión Cóndor (al servicio del bando nacional) lanzó comida al Alcázar con un mensaje que decía que el Ejército de África iba a ayudar a la guarnición allí existente.[13] El 26 de septiembre, las columnas nacionales tomaron la localidad de Bargas, seis kilómetros al norte de Toledo. La posición de los republicanos se tornó desesperada y la mañana del 27 de septiembre intentaron un asalto final sobre el Alcázar. El ataque fue rechazado y poco después el Ejército de África se dirigió desde Bargas a Toledo y dio final al asedio. Cuadrado ante el general José Enrique Varela el coronel Moscardó dijo supuestamente la famosa frase: «Mi general, sin novedad en el Alcázar».

La evacuación del sector sur de la ciudad fue trágica: cientos de toledanos intentaron cruzar el Tajo en barcas o a nado, bajo el fuego de las fuerzas moras y de la Legión, y en el intento pereció gran número de personas, cuyos cadáveres arrastró el río aguas abajo. Los últimos focos de resistencia republicana fueron el Colegio de los Maristas de la calle Trinidad (incendiado por los éstos sin dar la posibilidad de rendición), el Seminario conciliar (unos 80 muertos) y el Palacio Arzobispal (otros 80 defensores muertos). Previamente, las tropas sublevadas habían asesinado en sus camas a 200 heridos del Hospital de San Juan Bautista (Tavera),[14] y habían conducido al cementerio a 20 mujeres embarazadas que se hallaban en la casa de Maternidad y las habían fusilado contra las tapias.[15] Asimismo, fueron asesinadas algunas personas de clara militancia católica y derechista por parte de los moros y legionarios: toda persona que no estuviera dentro del Alcázar era sospechosa. Las fuerzas que se apoderaron de Toledo estaban mandadas por el comandante Oro (soldados marroquíes) y el capitán Tiede (Quinta Bandera del Tercio extranjero). Fue nombrado Jefe Militar de la plaza el teniente coronel De Tella Cantos, quien dirigió las operaciones de represión. Durante varios días se sucedieron los asesinatos y la rapiña, con la complacencia del repuesto Cardenal Isidro Gomá.[16]

John T. Whitaker[17] escribió sobre la actuación de las tropas franquistas: “Los hombres que los mandaban nunca negaron que los moros matasen a los heridos del hospital republicano de Toledo. Se jactaban de cómo habían sido lanzadas granadas contra 100 hombres indefensos. Nunca negaron que hubiesen prometido mujeres blancas a los moros cuando entrasen en Madrid”. Bowers, embajador de los Estados Unidos en Madrid, se refiere[18] así a la entrada de las tropas moras en Toledo: “Por segunda vez en la Historia, los moros entraron en Toledo invitados por los españoles, y las escenas resultantes difícilmente pueden ser consideradas cristianas. (...) Wep Miler, el gran periodista norteamericano, me contó haber visto en la calle numerosos muertos con la cabeza cortada: la influencia civilizadora de los moros salvando a la Cristiandad”. Entre el 27 de septiembre y el 13 de octubre aparecen registrados en el libro-registro del cementerio municipal de Toledo 727 cadáveres como desconocidos. Se puede asegurar[19] que gran parte de ellos corresponden a personas muertas durante la represión (milicianos o población civil), pues las personas de ideología afín a los “liberadores” de la ciudad aparecen perfectamente identificadas. La represión en la ciudad continuó, mediante fusilamientos y paseos, hasta 1944, en que se contabilizan las últimas ejecuciones, cinco años después del fin de la guerra en 1939.

Consecuencias

La caída de Toledo había sido espectacular, pero nadie hubiera podido pedir entonces, ni las pidió, responsabilidades a un Gobierno que acababa de asumir sus funciones.[20] Aparte de una fábrica de armas, Toledo era una ciudad sin importancia militar para ninguno de los dos bandos. Las fuerzas nacionales estaban aisladas, mal equipadas y sin condiciones para conducir una operación ofensiva. Aun así, los republicanos se obcecaron en conquistar el Alcázar con hombres, artillería y armas que podían haber sido usados para parar el avance de los nacionales en el frente norte. El Gobierno republicano pensaba que al estar la guarnición del Alcázar 70 km al sudoeste de Madrid y sin ayuda de otras fuerzas sublevadas, al conquistarlo, sería una fácil propaganda victoriosa. La prensa fue invitada por el Gobierno para ver la explosión de las minas en el Alcázar, el 18 de septiembre, pero hasta el 29 de ese mes no entró en el Alcázar, ya con la invitación de los rebeldes.

La decisión de Franco de rescatar a los defensores del Alcázar fue muy controvertida. La ofensiva de Juan Yagüe apuntaba hacia Madrid, pero ocupó antes el valle del Tajo. El día siguiente a la caída de Talavera los nacionales tomaron Irún, después de un cerco muy duro, lo que impedía todo contacto con Francia de la zona vasca leal a la República. El 8 de septiembre se unieron a las tropas de África las de las montañas de Gredos. Todo parecía inclinarse en favor del Movimiento.[21]

Franco no forzó la marcha hacia Madrid aprovechando el ímpetu del ataque y la inadecuada defensa que entonces oponía la ciudad. En vez de ello, hizo girar las tropas hacia Toledo para acudir en auxilio de los sitiados del Alcázar. Como Yagüe protestó, enfadado, contra esta decisión, Franco le sustituyó por Varela, que acababa de tomar la localidad malagueña de Ronda el 18 de septiembre. La ambición política llevó a Franco, entonces un primus inter pares, a convertirse en “el salvador del Alcázar” y jefe indiscutible del Movimiento. Se ha dicho que podía conseguirlo también con la toma de Madrid, pero Toledo suponía un riesgo muchísimo menor. En palabras de Pierre Vilar, “el episodio no tiene nada de heroico”.[22] Compárese, además, el fin de los rehenes del Alcázar (resultaron muertos) con el de un episodio prácticamente idéntico en su desarrollo: el asedio al santuario de Santa María de la Cabeza, cerca de Andújar (Jaén). Allí se refugiaron, a mediados de agosto de 1936, 1.135 personas (guardias civiles y familiares, en su mayoría) afines al bando nacional. El asedio duró hasta los primeros días de mayo de 1937. El capitán rebelde Santiago Cortés, herido por una granada, fue operado por sanitarios republicanos, pero falleció poco después. La vida de los supervivientes fue respetada.

Con posterioridad, Franco reconoció a un periodista portugués: “Cometimos un error militar y lo cometimos deliberadamente”.[23] Prefirió encumbrarse políticamente con tal golpe de efecto propagandístico. Al día siguiente, el alto mando afín a Franco se reunió en el aeródromo de Salamanca, le confirmó en su condición de Generalísimo y le confirió el cargo de Jefe de Estado. Como resultado de su decisión, las operaciones bélicas se detuvieron desde el 21 de septiembre (toma de Maqueda) hasta el 7 de octubre (reinicio de la marcha sobre Madrid).[24]

Franco convirtió la liberación de Toledo en un valioso golpe de efecto internacional, llegando a recrearlo, recorriendo los escombros, para las cámaras de los noticiarios que se proyectaron en salas de cine de todo el mundo. Toledo es un lugar de enorme importancia simbólica y patriótica desde la Reconquista.[25]

La propaganda fascista llevó al cine el episodio del asedio: Sin novedad en el Alcázar (L’assedio dell’Alcazar, Augusto Genina, Italia 1940), ensalzadora del numantinismo y los valores de la causa. El director se propuso responder a El acorazado Potemkin, “film de la revolución destructora”, con el episodio del Alcázar, “una revolución constructiva”. Rodada en Cinecittà con asesores españoles, la cinta obtuvo la Copa Mussolini en la Mostra de Venecia de 1940.[26]

Notas

  1. En los primeros momentos de la Guerra, las fuerzas sublevadas no tenían una bandera diferente a la del resto del ejército. El 29 de agosto de 1936 un decreto de la Junta de Defensa Nacional (organismo que ostentaba la Jefatura del Estado en la zona nacional) restableció la bandera bicolor, roja y gualda.
  2. Keene, Judith, Luchando por Franco: Voluntarios europeos al servicio de la España fascista, 1936–1939, p. 61, Salvat, 2002, ISBN 84-345-6893-4.
  3. Luchando por Franco, p. 63.
  4. Luchando por Franco, p. 62.
  5. José María Ruiz Alonso, La guerra civil en la provincia de Toledo. Utopía, conflicto y poder an el sur del Tajo (1936-39), Añil, Ciudad Real 2004, ISBN 84-932833-5-5
  6. Southworth, Herbert R., El mito de la Cruzada de Franco, Plaza & Janés Editores, Barcelona, pp. 92–120. Referenciado en Luchando por Franco, página 74.
  7. Herreros, Isabelo, Mitología de la cruz de Franco. El Alcázar de Toledo, Vosa, Madrid, 1995. Referenciado en Luchando por Franco, página 74.
  8. Manuel Aznar, Historia militar de la guerra de España, 1940, pág. 212
  9. Hugh Thomas, La guerra civil española, 1979, vol. 2, p. 179; Gabriel Cardona, Franco y sus generales. La manicura del tigre, 2001, pág. 30.
  10. Geoffrey Moss, El asedio del Alcázar, Nueva York, A. A. Knopf, 1937, p. 203.
  11. Aurelio Núñez Morgado, Los sucesos de España vistos por un diplomático, Buenos Aires, 1941, págs. 214-221, para el relato del embajador; The red domination in Spain, Madrid 1946, págs. 325-337, para el relato de Moscardó. Citados por Gabriel Jackson, La República Española y la guerra civil, RBA, Barcelona 2005, pág. 245, ISBN 84-473-3633-6.
  12. Moss, op.cit., p. 217.
  13. Hugh Thomas, op. cit., vol. 1, pág. 418 (ed. 1976).
  14. John T. Whitaker, We cannot escape History, MacMillan, Nueva York 1943, págs. 113-114
  15. Isabelo Herreros, Mitología de la Cruzada de Franco. El Alcázar de Toledo, Vosa, Madrid 1995, pág. 75, ISBN 84-8218-003-7.
  16. Isabelo Herreros, op. cit., págs. 71-73.
  17. John T. Whitaker, We cannot escape History, MacMillan, Nueva York 1943
  18. Bowers, Misión en España en el umbral de la Segunda Guerra Mundial, editorial Grijalbo, México 1955.
  19. José María Ruiz Alonso, op. cit., vol. 2, págs. 342-344.
  20. Ángel Viñas, El escudo de la República, Crítica, Barcelona, 2007, pág. 476, ISBN 978-84-8432-892-6.
  21. Pierre Vilar, La guerra civil española, Crítica, Barcelona 2000, pág. 74, ISBN 84-8432-019-7.
  22. Antony Beevor, La guerra civil española, Crítica, Barcelona 2005, pág. 184, ISBN 84-8432-665-3.
  23. Armando Boaventura, Madrid-Moscovo. Da ditadura à IIª República e à Guerra Civil de Espanha, Lisboa, Parceria António Maria Pereira, 1937, pág. 212.
  24. Paul Preston, El gran manipulador. La mentira cotidiana de Franco, Ediciones B, Barcelona 2008, págs. 63-64,</ISBN 978-84-666-3829-6.
  25. Helen Graham, Breve historia de la guerra civil, Austral, Madrid 2006, pág. 60, ISBN 84-670-2015-6.
  26. Román Gubern, 1936-1939: la guerra de España en la pantalla, Filmoteca Española, Madrid 1986; Jorge Nieto, La memoria cinematográfica de la Guerra Civil española (1939-1982), Publicacions de la Universitat de València, Valencia 2008, ISBN 978-84-370-6907-4; véase también Vicente Sánchez-Biosca, Cine y guerra civil española. Del mito a la memoria, Alianza editorial, Madrid 2006, ISBN 84-206-4745-4.

Véase también

Enlaces externos

En español:

En inglés:

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