- Tríptico de Venecia
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Tríptico de Venecia
Tríptico de Venecia. Francisco Hernández Díaz, 1966
Realizada entre 1965-1966, representó a España, junto a otras piezas complementarias, en la Bienal de Venecia de 1966, y, desde su misma ejecución, supuso un punto de inflexión en el quehacer de su autor, ya que inauguró una nueva etapa más orientada hacia la investigación de atrevidas formas plásticas, más experimental e innovadora, en definitiva, más cercana a los lenguajes de las vanguardias históricas, que se prolongaría hasta principios de los setenta, cuando la pintura de Francisco Hernández Díaz se inclina definitivamente hacia una figuración que, aunque con interesantes elementos surreales y simbólicos, está marcada por una composición convencional y un dibujo académico.
Archivo:Hernandez triptico.jpgRealizado sobre un soporte de lienzo, lo primero que asombra en él es su técnica, ya que, a pesar de estar hecho sólo con lápiz a la aguada y con tinta china, la densidad de la aguada sobre la tela, así como su aplicación con un pincel ancho o con una brocha, proporcionan un efecto pictórico extraordinario, como si se hubiese empleado óleo. Esas áreas espacialmente indeterminadas y de trazo más gestual, sobre todo en el panel central, se combinan con el minucioso empleo de la tinta, que en algunas zonas semeja una sutilísima trama de líneas o un finísimo granulado.
En cuanto al tema, se trata de una naturaleza muerta, ya que en los tres paneles el asunto principal es una forma orgánica irreconocible, abultada, exasperada, desgarrada, con muñones y miembros truncados, que se ve atravesada por huesos asimismo completamente deformados que parecen anudarse a la masa exánime de carne. Este violento expresionismo del vasto dibujo sobre lienzo que es en realidad el Tríptico de Venecia, así como sus contrastes entre luces y sombras, lo vinculan tanto a la tradición barroca como a la escuela española, a esta última, por su carácter bronco, por su dramatismo casi religioso.
Pero, aun acordándonos de algunas composiciones de Ribera, incluso del fino entrelazado de líneas de los pocos aunque soberbios aguafuertes que realizó, pues tampoco cabe duda que aquí hay una honda admiración por el concepto riberesco del dibujo, tanto en sus lienzos como en sus grabados, lo que el Tríptico de Venecia está gritando por sus cuatro costados es una profunda filiación plástica y espiritual con Rembrandt. El inconmensurable precedente es El buey desollado del Louvre, ese portentoso trozo de pintura, tan admirado por Delacroix y Daumier, que, además de suponer una exploración de la realidad difícilmente igualable, eleva espiritualmente, a través de la armonía cromática y de la misteriosa luz, un tema vulgar, más aún, redime espiritualmente la materia. Este es el modelo de Hernández. Él mismo, en unos breves Retratos de artistas publicados en 1989, escribía de Rembrandt en estos términos: «Macizo porte de noble carnicero. Lujo del Louvre que adquirió parte de tu carne a la venta. Carne de tu magistral paleta. Lección de alta pintura». Esa lección se concretó en Hernández en una desconocida espontaneidad racionalizada, en un desbordamiento errante, en un solo ser en distintos cuerpos que en cierto modo es una cosmovisión fundamentada en una atenta observación de la naturaleza.
Categoría: Obras de arte
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