- Muerte de Simón Bolívar
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Simón Bolívar, Libertador de Colombia originalmente "Gran Colombia", luego se independizan de esta, Venezuela, Ecuador, Perú, y Panamá murió el 17 de diciembre de 1830 en Santa Marta, Colombia, a la 1:07 de la tarde (hora de Colombia).
En mayo de 1830 Simón Bolívar sale de Bogotá con rumbo hacia el norte, por el río Magdalena (Un viaje narrado magistralmente por Gabriel García Márquez en su novela “El General en su laberinto”). Dos cosas tenía en mente Bolívar: O irse a Inglaterra a recobrar su salud y escribir sus memorias o comenzar a trabajar para recuperar la unión grancolombiana. Su salud se había empeorado mucho. Sale de Bogotá y no falta quien le grite: “¡Longaniza!” (Longaniza era un loco que mendigaba por las calles de la ciudad). En Cartagena, el 1 de julio, se entera del Asesinato de Antonio José de Sucre. El 1º de diciembre llegó a Santa Marta. El general Mariano Montilla, quien era uno de los pocos que lo acompañaban, contrató a un médico francés, Alejandro Próspero Reverend, quien por más que se le insistió se negó rotundamente a cobrar honorarios por atender a Bolívar. El día 2 de diciembre, el doctor Reverend escribió sus primeras impresiones, entre otras cosas decía: “Las frecuentes impresiones del paciente indicaban padecimientos morales. Finalmente, la enfermedad de S. E. me pareció ser de las más graves, y mi primera opinión fue que tenía los pulmones dañados". Al otro día escribe: “duerme solamente dos o tres horas a prima noche, y el resto lo pasa desvelado, y como con pequeños desvaríos". Un español, Joaquín de Mier, le ofrece su casa en la Hacienda de San Pedro Alejandrino, ubicada en las afueras de Santa Marta, para que se recupere de sus males. Llegó a la hacienda un poco mejor pero el día 8 tuvo una recaída. Ese día, Reverend escribe: "El enfermo disimula sus padecimientos, pero estando solo da algunos quejidos". El día 10 Bolívar le pide al médico que le hable francamente y éste le dice que no cree que pueda salvarse. Bolívar le dice: “¿Y ahora, cómo salgo yo de este laberinto?” Se decide entonces escribir su última proclama y su testamento. El día 11 escribe su última carta. Va dirigida a Justo Briceño, y le pide que se reconcilie con Rafael Urdaneta para salvar la Unión de la Gran Colombia.
A partir del día 12 se agravó mucho más. A veces deliraba. El día 17, a eso de las once de la mañana entró en estado agónico. Reverend lo narra: "Me senté en la cabecera, teniendo en mi mano la del Libertador, que ya no hablaba sino de modo confuso. Sus facciones expresaban una perfecta serenidad; ningún dolor o seña de padecimiento se reflejaban sobre su noble rostro. Cuando advertí ya la respiración se ponía estertorosa, y el pulso trémulo, casi insensible, y que la muerte era inminente, me asomé a la puerta del aposento, y llamando a los generales, edecanes y los demás que componían el séquito de Bolívar: "Señores, exclamé, si queréis presenciar los últimos momentos y el postrer aliento del Libertador, ya es tiempo". Inmediatamente fue rodeado el lecho del ilustre enfermo, y a los pocos minutos exhaló su último suspiro Simón Bolívar..."
José Palacios, su mayordomo, llorando en un rincón de la habitación exclamó: “¡Se me murió mi señor!”. El general Montilla no pudo contener el llanto y exclamó: "¡Ha muerto el Sol de Colombia!”. Desenvainó su espada y cortó el cordón del péndulo que marcaba la hora, el cual se quedó para siempre marcando la una y siete de la tarde. Acompañaron a Bolívar en sus últimos momentos los generales: Mariano Montilla, José María Carreño, José Laurencio Silva, José de La Cruz Paredes, el coronel Belford Hinton Wilson, Juan Glenn, el Capitán Andrés Ibarra, Lucas Meléndez, José María Molina, Joaquín de Mier, el doctor Manuel Pérez Romero, el doctor Próspero Reverend, Manuel Ujueta, el notario José Catalino Noguera, su sobrino Fernando Bolívar Tinoco y su mayordomo José Palacios.
Cuando Reverend fue a amortajar el cuerpo se dio cuenta que la única camisa que tenía Bolívar estaba rota. Reverend dijo: “Bolívar aun muerto no vestirá una camisa rota, voy a traer una de las mías”. Pero le entregaron una que mandó el general José Laurencio Silva y con esa vistió el cuerpo.
Se había ido la vida, que en palabras de Gabriel García Márquez: “No volverá a repetirse por los siglos de los siglos”.
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