- Batalla de Curupayty
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Batalla de Curupayty
Curupayty Parte de Guerra de la Triple Alianza Fecha 22 de septiembre de 1866 Lugar Fuerte de Curupayty
(Ñeembucú, Paraguay)Resultado Victoria paraguaya Beligerantes Argentina
Imperio del BrasilParaguay Comandantes Bartolomé Mitre José Eduvigis Díaz Fuerzas en combate 20.000 5.000 Bajas 4.000/7500 (entre muertos y heridos) 92 (entre muertos y heridos) La Batalla de Curupayty fue librada el 22 de septiembre de 1866 entre las tropas de la Triple Alianza (Argentina, Brasil y Uruguay) y las del Paraguay en el Fuerte de Curupayty, actual departamento de Ñeembucú, Paraguay, ubicado en la zona conocida como El Cuadrilátero, durante la Guerra de la Triple Alianza.
La Batalla de Curupayty fue la mayor victoria paraguaya de la sangrienta guerra que duró seis años, los paraguayos en esta batalla fueron comandados por el general José Eduvigis Díaz.
Contenido
Antecedentes
Tras la caída en la batalla de Curuzú, el 3 de septiembre de 1866, y coincidiendo con la celeridad que los paraguayos imprimían a los trabajos de fortificación de Curupayty, los aliados se enfrascaban en un “largo cabildeo” sobre las variadas formas de conducir a sus tropas a capturar el entonces débil bastión paraguayo. Las discusiones se habían iniciado desde el mismo momento en que comenzaron las dudas para completar la victoria de Curuzú y así continuar con las fuerzas aliadas hasta Curupayty, que por entonces no era defendida más que por una pieza y unos pocos hombres. Varias “reuniones de comandos” determinaron otras tantas medidas no llevadas a término. Entre tanto y desde el 8 de septiembre, con cada reunión con la que los jefes aliados perdían el valioso tiempo, crecían las defensas paraguayas.
El 22 de septiembre, un radiante sol saludaba el inicio del desplazamiento de la flota imperial, desde el apostadero de Curuzú hacia Curupayty. Avanzaron 5 acorazados, 2 buques bombarderos, 3 chatas bombarderas y 6 cañoneras. Antes de partir, el almirante Tamandaré había prometido que en dos horas “descangallaría” las trincheras paraguayas. Los acorazados Bahía y Lima Barroso se adelantarían a cañonear las fortificaciones. Las demás naves dirigirían sus fuegos hacia el resto de las líneas paraguayas.
Eran las 8:00 de la mañana cuando las 101 bocas de fuego de la flota imperial iniciaron el feroz cañoneo a las trincheras de Curupayty. Las piezas paraguayas ubicadas hacia el río contestaron los disparos. Las distintas secciones de aquellas se hallaban bajo el mando del Capitán Pedro Hermosa y los marinos Domingo Antonio Ortiz, Pedro V. Gill y el Teniente de Artillería Adolfo Saguier. También estaba con los oficiales mencionados Albertano Zayas, degradado de Mayor a Sargento, tras la Batalla de Curuzú. Al mando de las tropas de infantería estaba el Teniente Coronel Antonio Luis González. Como asistente del General Díaz, actuaba el Capitán Eduardo Vera. En pocas horas, los cañones de la flota imperial lanzaron sobre las trincheras paraguayas alrededor de 5.000 proyectiles. Cuando llegó el mediodía, los acorazados Brasil, Lima Barroso y Tamandaré, cruzaron la línea de contención de Curupayty para ametrallar la batería paraguaya de la barranca, desde su retaguardia. Completado el bombardeo, se hizo un súbito y desconcertante silencio, que dio paso al desembarco de tropas.
Ataque terrestre de la Triple Alianza
Impuesto el general Mitre del aviso que daba por terminada la tarea de la flota imperial y asumiendo que las trincheras paraguayas estaban ya “descangalladas”, ordenó el inicio del avance. Bajo el mando directo de los generales Paunero y Emilio Mitre, 9.000 argentinos y 5000 Uruguayos se lanzaron al ataque. Otros 10.000 brasileños conducidos por el General Manuel Marques de Souza, Barón de Porto Alegre, hacían lo propio. Eran en total 28 cuerpos a los que se sumaron posteriormente otros 15 batallones argentinos y 9 cuerpos brasileños que quedaron formando la reserva y más tarde tomaron parte del asalto. En total eran 20.000 aliados. En Curupayty los esperaban 5.000 soldados paraguayos con 49 piezas de artillería.
Con sus “vistosos uniformes de parada, relucientes bajo los rayos del sol, alineados en rigurosa formación, marchando al son de músicas marciales, con sus banderas desplegadas, más parecían destinados a lucirse en una fiesta fastuosa que próximos a la catástrofe”. Al finalizar el bombardeo de la flota imperial y cuando el vigía le anunció la presencia del enemigo, allá lejos, en el extremo del estero, el General Díaz ordenó el repliegue de sus tropas ubicadas en las trincheras más avanzadas. Seguidamente, montado a caballo, recorrió todo el frente de la línea arengando a la tropa que respondía con vivas a su Patria.
Masacre del ejército de la Triple Alianza
En cuanto las tropas aliadas estuvieron al alcance, Díaz ordenó el fuego. Un toque de clarín fue seguido por el unísono estruendo de los 49 cañones paraguayos. La artillería paraguaya, que no había sufrido más que la destrucción de una pieza, estaba intacta y el tránsito de las tropas aliadas por el carrizal -bajo la nube de fuego lanzada desde las trincheras- se hacía en condiciones muy penosas. Sin otras preocupaciones más que afinar la puntería, los artilleros paraguayos dejaban enormes claros en las formaciones que se revolvían en el fango. Los que salían indemnes del campo de tiro de los cañones se encontraban con las “bocas de lobo”, las zanjas cubiertas con espinas y estacas. Y los que superaban este obstáculo, se precipitaban en los abattis, desarrollándose todo ya en el campo de tiro de los fusiles.
Los soldados argentinos y brasileños no podían ni siquiera aproximarse a las trincheras, y los pocos que lo lograban eran literalmente fusilados. “En vano trataban de utilizar las escalas y fajinas que traían para sortear los fosos y trepar sobre los abattis. Caían segados por centenares. Retrocedían horriblemente destrozados, se arremolinaban, recibían refuerzos y volvían a la carga, siempre con el mismo infortunado resultado. Curupayty era inexpugnable”.
Retirada
A las cuatro de la tarde, el general Bartolomé Mitre dio la orden de retirada, aunque mucho antes y por iniciativa propia, algunas tropas ya se habían retirado.
A las 16:30, sonaba el clarín del pardo Cándido Silva anunciando la victoria, mientras el General José Eduvigis Díaz recorría la trinchera entre los vítores de la tropa. Las bajas aliadas, según los sondeos más conservadores de sus propias fuentes, sumaron 4.033 efectivos (411 muertos y 1.540 heridos brasileños, 588 muertos, 1.339 heridos y 155 dispersos argentinos). Otras fuentes, que parecen ser más veráces, como la del historiador Luis G. Benítez, afirman que en Curupayty, los ejércitos aliados tuvieron cerca de 9.000 muertos y 1.300 heridos. Los paraguayos sólo sufrieron 23 muertos y 69 heridos: una proporción de pérdidas única en un enfrentamiento entre dos ejércitos occidentales durante la edad contemporánea. Pero entre ellos se encontraban el ingeniero escocés R. Thompson y varios arquitectos de nacionalidad polaca, que trabajaban voluntariamente para la construcción de defensas en el ejército Paraguayo. Entre los caídos aliados figuraba Domingo Fidel Sarmiento, capitán del ejército argentino e hijo del futuro presidente Domingo Faustino Sarmiento. El General Díaz, hijo de un humilde labrador del Valle de pirayú ordenó tocar la Diana Mbayá, la diana de los indios mbayaés, que, desde los fondos de la historia convoca a los paraguayos a la lucha, para rechazar al invasor. La diana mbayá tiene su origen en una diana traída por los conquistadores españoles, enseñada a la parcialidad de indios mbayaés, nativos con gran aptitud para la música. Estos la modificaron agregándole características propias. La diana mbayá se utilizaba en Paraguay desde la conquista, servía para poner en alerta a los criollos frente a cualquier invasión, especialmente de los Bandeirantes Paulistas que venían del Brasil a robar, matar y llevar esclavos, y las incursiones de los fieros indios Payaguá a las colonias.
El desastre de Curupayty, que constituye un cumplido ejemplo del fracaso de un ataque frontal sin reconocimiento previo contra una posición prácticamente inexpugnable, paralizó las operaciones de los aliados durante diez meses, terminó de hundir el ya mermado prestigio de Mitre como generalísimo y reavivó especialmente en Argentina el rechazo popular a la guerra, lo cual devino en una serie de levantamientos en las provincias que hicieron forzoso retirar tropas del frente.
Véase también
Referencias
Categorías: Batallas de la Guerra de la Triple Alianza | Batallas del siglo XIX
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