Caso de Marsella

Caso de Marsella

Caso de Marsella

Grabado incluido en la edición holandesa de Justine. Marqués de Sade

Se conoce como caso de Marsella el episodio vivido por el Marqués de Sade en Marsella, el verano de 1772. El 23 de junio de 1772, cuatro años después del escándalo de Arcueil, Sade se desplaza a Marsella en compañía de su sirviente Latour. El 27 de junio solicita los servicios de cuatro prostitutas y pasan, él y su criado, el día en su compañía en la casa de una de ellas. A la mañana siguiente una de las muchachas y pasados unos días otra, las dos sufrieron una indisposición. Desde un principio se investigó como un supuesto envenenamiento. Se sospechó de unos caramelos que Sade ofreció a las muchachas, se analizaron y no se descubrió rastro de veneno; también, pasados los días las muchachas se repusieron de su indisposición. El proceso continuó y los rumores se extendieron por toda Francia. Sade y su criado, iniciado el proceso, huyeron a Italia siendo condenados en rebeldía a la pena de muerte por sodomía y envenenamiento.

Contenido

Los hechos

El 23 de junio de 1772 Sade cuenta 31 años de edad y se desplaza a Marsella en compañía de su criado Latour, al parecer para recoger fondos con los que asumir los gastos que le ocasiona la compañía de teatro que ha formado en La Coste. A las ocho de la mañana del sabado 27 de junio, Latour solicita los servicios de una prostituta llamada Marianne Laverne (18 años), invitándola a ir a la casa de otra prostituta, Marie Borrelly (23 años), donde también se encuentran otras dos prostitutas, Marianne Laugier (20 años) y Rose Coste (20 años). Los seis pasarán el día juntos. Aquella noche, Sade aún tendría otro encuentro con otra prostituta, Marguerite Coste. Sade paga los servicios a las muchachas y la mañana siguiente, se dirige de vuelta a La Coste.

A la mañana siguiente una de las muchachas, Marguerite Coste, sufre molestias en el estómago, vómitos y malestar general. Por la tarde los dolores son más agudos y manda venir a un médico que le receta aceite de almendras. Los dos días siguiente persiste el malestar, ha estado vomitando desde el domingo una sustancia negruzca y fétida, comienzan a sospechar que ha podido ser envenenada por unas bolas de anís que le ofreció Sade la jornada del sábado. Mandan venir de nuevo al médico y éste avisa a la gendarmería. Ese martes, aunque con menor gravedad, otra muchacha, Marianne Laverne, comienza a sufrir los mismos síntomas. El medico se encarga de recoger en un frasco parte de las deposiciones de Marguerite Coste y la gendarmería manda registrar la casa donde aconteció la orgía. En ella encuentran dos bolas de las que obsequió a las muchachas. Se manda analizar los vómitos y las bolas de anís.

Desde un primer momento las sospechas sobre el contenido de las bolas recayó en la Cantárida, muy difundida en aquella época y conocida en Francia como ‘’caramelos Richelieu’’. La cantárida es una sustancia vesicante utilizada en aquella época como afrodisíaco. Sus efectos, tomada en una cantidad indebida, coinciden con los sufridos por las muchachas, aparte y principalmente de producir priapismo en el caso del hombre y fuertes ardores en el aparato urinario, en el caso de la mujer. Pudiendo llegar a causar la muerte.

Analizadas las muestras no se detectó rastro de veneno conocido en aquella época. En las deposiciones no encontraron ningún mineral ni restos de sustancia vesicante. En el caso de las bolas fueron sometidas a varias pruebas: desmenuzadas se sometieron a una primera inspección ocular, uno de los boticarios las probó en la lengua (probablemente para intentar apreciar algún efecto vesicante), fueron observadas a través del microscopio y sometidas a la acción de las llamas intentando descubrir la presencia de arsénico. Como resultado de estas pruebas determinaron que se trataba de un grano de anís envuelto en azúcar caramelizada.

Con el paso de los días las muchachas fueron recuperando su salud, no obstante el proceso contra Sade y su criado continuó.

La declaración de las muchachas

Iniciado el proceso se tomó declaración a las cuatro muchachas, se les exigió que narraran los hechos de forma pormenorizada. Su situación era comprometida puesto que de haberse llegado a demostrar que en el encuentro se había practicado la sodomía, habrían podido ser condenadas a la pena de muerte.

Hoy se conservan estas declaraciones, según las cuales, Sade habría pedido que le azotasen con un pergamino enrollado lleno de clavos ensangrentados; al negarse ellas, se habría hecho azotar con una escoba (en algunas de sus biografías se hace referencia a una serie de números marcados con navaja en una chimenea, hasta 240. Se supone que ese fue el número de azotes que Sade habría recibido); también habría azotado a una de ellas con la mano y con la escoba. Ambos hombres se habrían masturbado mutuamente. Sade habría pedido insistentemente a las muchachas que le permitieran la penetración anal, ofreciendo más dinero por ello; al negarse ellas, él habría desistido. Se añaden detalles tan morbosos como que Sade habría olido el trasero de una de ellas, supuestamente, para inhalar sus ventosidades. También se recoge que Sade les ofreció los famosos caramelos de anís.

El proceso

El proceso se inició con toda celeridad. Aun sin conocerse el análisis de los caramelos, el 4 de julio se decreta el arresto de Sade y su criado. Probablemente, advertido Sade de que se dirigen a su castillo para arrestarle, en compañía de su criado, se refugia en sus alrededores. Posteriormente, ambos, huyen a Italia. El 11 de julio los alguaciles se presentan en su castillo de La Coste, Sade y su criado ya no se encuentran allí. Se interroga a los criados y se registran todas las estancias, dejando una citación para que se presenten a los quince días. También proceden al embargo de todos sus bienes: Castillo, casas de campo, tierras de labranza y rentas.

A partir de entonces, Renèe, su mujer, asume su defensa. Tras solicitar un préstamo de 4.000 libras que es avalado por el Abad de Sade (tío de Sade), Renèe visita a las dos muchachas que presentaron denuncia. Son indemnizadas y las denuncias son retiradas. El proceso continúa. El 3 de agosto, el presidente Montreuil (su suegro) se desplaza desde París, sin duda para interceder ante el tribunal; también viene con fondos que entrega a Renèe (3.000) para que afronte los gastos que genera el proceso. Se tiene constancia de que el presidente se entrevistó, al menos con un abogado y con el Procurador General del nuevo parlamento de Provenza. También se desplazó a Aix, ciudad en la que estaba situado el parlamento que entendía sobre la causa de su yerno. Ninguna de sus gestiones parece que tuvieran éxito, Sade fue condenado a dos penas de muerte una por envenenamiento y otra por sodomía; y su criado a otra por sodomía. El tribunal de Marsella dictó sentencia el 3 de septiembre, siendo ratificada el día 11 por el parlamento de Aix de Provenza. Al día siguiente, día 12, esta sentencia se cumple en rebeldía, siendo quemados en efigie en una plaza pública. Aunque la ejecución de la sentencia fue un acto simbólico, las consecuencias para Sade fueron importantes, ya que desde ese momento dejaba de existir para el estado francés, perdía todos sus bienes, que pasaron a ser propiedad de Renèe, así como la patria potestad de sus hijos.

Hasta su largo encierro en Vincennes, Sade vivió huido en diferentes países (principalmente Italia, pero se piensa que pudo pasar también por España) y escondido, por temporadas, en su castillo en compañía de Renèe.

Desde que se dicta sentencia, Renée recurre a todas las instancias tratando de que la causa contra su marido sea revisada. En 1778 consigue que se reabra la causa y demostrándose numerosas irregularidades en el proceso, la sentencia es anulada.

En la revisión del caso se destaca la existencia de ‘’una precipitación tan extraña, que uno no puede evitar creer que fuera provocada’’ (Joseph-Jéróme Siméon, jurista de la época que llegaría a ser consejero de Estado y ministro del Interior). Sade pudo verse envuelto en una lucha entre los nuevos poderes provinciales y el nacional de París. También se ha especulado sobre la posible injerencia de personajes públicos (el canciller Maupeou), por entonces enemigos declarados de su padre, Jean-Baptiste de Sade, como consecuencia de su actividad diplomática, o enfrentados a su suegro el presidente Montreuil.

El caso de Marsella en la obra de Sade

Con Sade huido, no se cuenta con ninguna declaración suya sobre los hechos; no obstante, podemos encontrar en sus relatos, pasajes que pueden descubrirnos su opinión sobre los mismos. En El presidente burlado (incluido en Cuentos leyendas y fábulas) Sade pudo mezclar los dos incidentes, el de Arcuelil y el de Marsella:

Un joven de elevado rango de la provincia quiso, por una venganza trivial, dar una zurra a una cortesana que le había jugado una mala pasada, y este indigno cernícalo [el magistrado] convirtió la broma en un asunto criminal, lo consideró asesinato, envenenamiento, arrastró a todos sus cofrades a esta ridícula opinión, perdió al joven, le arruinó y, no habiendo podido atraparle, le hizo condenar en rebeldía
Marqués de Sade.

Este otro pasaje, en el que puede apreciarse su ironía, se refiere con toda probabilidad al caso de Marsella:

No, no, señora —contestó el marqués—; este respetable magistrado no siempre tiene cólicos, hay que disculparle si se ha tomado el ataque un poco a la tremenda; esa pequeña convulsión de las entrañas es una enfermedad habitual en Marsella o en Aix, y desde que hemos visto cómo una turba de bribones, colegas de este buen mozo, juzgaban como «envenenadas» a unas cuantas rameras que no tenían más que un cólico, no debemos extrañarnos de que un cólico sea un grave asunto para un magistrado provenzal.
Marqués de Sade.

Y en su novela Aline y Valcour encontramos este otro pasaje:

Sé que cena en ocasiones con muchachas, nuestro querido conde... eso es, ya más de lo que hacía falta en este siglo para llevarlo derecho al cadalso. Solamente se trata de inventar, de suponer... sobornar a algunos querellantes, algunos espías, algunos alguaciles y ya tenemos a un hombre en el tormento. Desde hace treinta años hemos visto más de una de estas escenas. Casi preferiría ser acusado hoy de una conspiración contra el gobierno que de irregularidades con las putillas. Y en verdad esa manera de llevar las cosas es respetable... Honra a la patria. Si cuando se tienen ganas de perder a un hombre hubiese que esperar a que atentase contra el Estado, no se terminaría nunca. Mientras que hay muy pocos mortales que no cenen con prostitutas. Por tanto, está muy bien que las trampas se hayan colocado en donde están. Esta especie de inquisición establecida sobre la conducta del ciudadano que se encierra con una muchacha. Esta obligación en que se coloca a estas criaturas de dar cuenta exacta del acto lujurioso de este hombre, es en verdad una de las más bellas instituciones francesas. Inmortaliza para siempre al ilustre arconte que la instauró en París. Es uno de esos entretenimientos agradables y, no obstante, prudentes, que no habría que dejar nunca que cayese en desuso. Todo lo que se hace para fomentar las delaciones de las sacerdotisas de Venus es poco. Es extremadamente útil al gobierno y a la sociedad, saber cómo un hombre se conduce en tales casos. Hay miles de inducciones, segurísimas todas ellas, que se pueden extraer sobre su carácter. El resultado de esto, lo concedo, es una colección de impurezas que puede ser excitante para el juez que las escucha. Espiar y recoger las acciones libertinas de Pedro para estimular la intemperancia de Juan no es hacer un servicio a las buenas costumbres, dicen los enemigos de este sistema. Se trata de una forma de encadenar al ciudadano, un recurso para sojuzgarlo, para perderlo cuando se desea y esto es lo esencial.
Marqués de Sade.

La opinión pública

A Donatien Sade le perseguía la fama que cosechó tras el escándalo de Arcueil. Como consecuencia de aquél escándalo, Sade adquiriría fama de loco aristócrata preocupado en experimentar pócimas sin importarle sus consecuencias. Pronto, los sucesos de Marsella se convirtieron igualmente en escándalo. Los rumores sobre estos hechos llegaron a Paris. El 15 de julio M. de Saint-Florentin, duque de la Vrilliére, recaba información a M. de Montyon, intendente de Provenza.

Se habla aquí, señor, de un asunto muy grave ocurrido en Marsella a M. de Sade y del cual el Parlamento ha tomado conocimiento. No puedo dejar de haceros notar mi sorpresa porque no me hayáis informado. Es mi deber rendir cuentas al rey de los acontecimientos que ocurren en las provincias de mi departamento, y no puedo cumplir si los señores intendentes no tienen la atención de instruirme de los mismos; os ruego, pues, que en el futuro no dejéis de darme parte de lo que pasa de interesante en vuestra generalidad.
En Pauvert.

Inmediatamente, M. de Montyon informa al duque:

En cuanto a M. de Sade, vino desde sus tierras a Marsella para cobrar o para librar una letra de cambio. En lugar de ver a sus parientes, ha estado en casa de varias muchachas, se pretende que, acompañado de su lacayo, ha cometido excesos abominables y, además, que ha dado a las muchachas pastillas envenenadas. Lo que no se sabe es si ha sido el conde de Sade quien ha dado estas pastillas para ensayar el veneno o si ha sido el criado, quien se las habría entregado creyendo que lo envenenaría y que podría apoderarse de su dinero. Otra versión de la historia, en la que los hechos no son tan atroces y sí más probables, es que este joven estuviera en algunos lugares de mala nota, que les diera a las muchachas pastillas con cantárida que las incomodaran mucho y que una de ellas, que había tomado más que las otras, estuviera a punto de morir. Ninguna de ellas, sin embargo, ha muerto. El Parlamento ha informado y decretado. Habría que haber leído las informaciones para escribiros con mayor certeza y difícilmente me arriesgaría a relataros hechos de los que daríais cuenta a Su Majestad en base a conversaciones que en esta provincia son comúnmente tan falsas como en cualquier otro país del mundo.
En Pauvert.

Entre tanto, los rumores más descabellados recorrieron toda Francia. El 25 de julio, el Journal de Bachaumont, una gacetilla de la época, describía así los hechos:

Desde Marsella escriben que el Sr. conde de Sade, que tanto dio que hablar en 1768 por las horrorosas locuras que había cometido con una muchacha bajo pretexto de experimentar medicamentos tópicos, acaba de proporcionar en esta ciudad un espectáculo muy agradable en un primer momento, pero tremendo por sus consecuencias. Ha dado un baile al que había invitado a mucha gente, y ha deslizado en el postre unas pastillas de chocolate, tan excelentes que mucha gente las devoró. Eran abundantes y nadie se quedó sin ellas; pero les había agregado moscas cantáridas. Conocemos la virtud de este medicamento: es tal, que todos los que habían comido comenzaron a arder en un fuego impúdico que los condujo a darse a todos los excesos a los que lleva el mayor furor amoroso. El baile degeneró en una de esas reuniones licenciosas que tanta reputación tenían entre los romanos; ni las mujeres más honestas pudieron resistir al furor uterino que las poseía. Fue así como M. de Sade gozó de su cuñada, con la que se fugó para escapar al suplicio que merece. Muchas personas han muerto a causa de los excesos a los que se entregaron en su horrible priapismo, y otras se encuentran aún muy fastidiadas.
En Pauvert.

Se inició la leyenda según la cual habría huido en compañía de su cuñada. En el siglo XIX, Paul-Louis Jacob recoge esta leyenda, describe el suceso de Marsella en parecidos término a como apareciera en el Journal de Bachaumont y continúa:

Os amo al punto de no poder vivir sin vos, dijo con todos los signos del dolor más vivo; sé que no me amáis; ¡sé que me despreciáis! Este pensamiento ha sido el conductor de mi crimen: estaba decidido a perecer, animado por la venganza que hubiera deseado ejercer sobre la humanidad entera; proyecté inmolar conmigo algunos miserables que habían perdido mi reputación atribuyéndome infamias que devuelvo a sus infames autores; con mis manos preparé el veneno; muchas personas han sucumbido; el azar me ha salvado, y ahora me haré justicia después de haberos dicho adiós, para escapar al castigo que me estaba reservado.

Una hora después, Mlle. de Montreuil, completamente pálida y temblorosa, estaba sentada junto al marqués de Sade en una silla de postas, a la que los amigos de éste se acercaban para felicitarlo por su conquista y presentarle sus votos de que la conservara por largo tiempo. La pobre señorita permanecía muda en el fondo del vehículo, donde su vergüenza y su rubor no tenían otro velo que una noche oscura apenas iluminada por algunas antorchas: el marqués triunfaba.

Adiós, señores, dijo alegremente a los testigos de este rapto, haced como yo, penitencia: voy a fundar una ermita en Italia y adorar el amor perfecto. Los dos amantes partieron.
En Pauvert.

No existen pruebas que avalen que Sade huyera con su cuñada Mlle. de Launay.[1] [2] En aquella época, a juzgar por los rumores que se difundieron, sería la opinión aceptada por una mayoría y en el siglo XIX, como se desprende del relato de Jacob, se estableció como cierta. Desde entonces la mayoría de sus biógrafos la han reflejado en sus biografías y, actualmente, como se conoce que convivió una temporada en el castillo de La Coste en compañía de Renèe y de Sade, algunos biógrafos han aventurado que la relación pudo comenzar en aquella época. En todo caso, a Mlle. de Launay se la sitúa en Francia pocas semanas después de la huida de Sade y, durante esas semanas, Renèe y su suegro el magistrado se encuentran en Marsella defendiendo sus intereses. Los biógrafos Maurice Heine y Gilbert Lely han dudado de esta relación. Resulta cuanto menos extraño que Sade huyera con su cuñada y que su mujer quedara el Marsella empeñando todos sus esfuerzos en su defensa. Maurice Heine y Gilbert Lely apuntan a que si la canonesa hubiese llegado a acompañar a Sade en su huida, lo habría hecho para facilitar esa huida; si se buscaba a dos fugitivos, su compañía habría posibilitado escapar a los controles.[3]

Bibliografía

  • Marqués de Sade. Historia de Aline y Valcour. Editorial Fundamentos. Madrid 1976. ISBN 84-245-0186-1
  • Marqués de Sade. Cuentos, historietas y fábulas. Ediciones Busma S. A. Madrid 1984. ISBN 84-7520-104-0
  • Lely, Gilbert. Sade. Éditions Gallimard. 1967
  • Lever, Maurice. Donatien Alphonse François, marqués de Sade. Seix Barral S. A. Barcelona 1994. ISBN 84-322-4726-X
  • Pauvert, Jean Jacques. Sade. Una inicencia salvaje. Tusquets Editores. Barcelona 1989. ISBN 84-7223-105-4

Referencias

  1. No obstante, tenemos que repetirnos que ignoramos por completo lo que pudieron ser las relaciones entre Donatien de Sade y su cuñada. Pauvert Pg: 291.
  2. Al complicado relato presentado por los biógrafos modernos de Sade para forzar la aceptación de la huida a Italia de Anne-Prospére y Donatien, relato fundado sobre dos o tres hechos accesorios más o menos verificados y violentados para hacerlos encajar en una construcción casi enteramente hipotética, se oponen únicamente, a decir verdad, algunos documentos que, admito de buen grado desde ya, tampoco constituyen pruebas absolutas. Sin embargo, quizá pueda convenirse en que sostienen una versión más coherente de los acontecimientos. Pauvert Pg: 306
  3. La hipótesis romántica moderna, bosquejada por Maurice Heine y perfeccionada por Gilbert Lely, se enuncia así: "Se decide que la marquesa se quede ostensiblemente en La Coste, para atraer hacia allí las investigaciones y el marqués gane Italia, pero, sea para tranquilizar aún más a la marquesa, sea para disfrazar esta huida bajo la apariencia de un viaje tranquilo, la canonesa decide acompañar a su cuñado hasta la frontera. Por otra parte, no se detiene allí y cree deber cumplir su misión tutelar más allá de toda prudencia. La canonesa se compromete en compañía tan poco edificante, tanto y tan bien que el mundo teje la leyenda de un rapto" (Maurice Heine). Pauvert Pg:297
Obtenido de "Caso de Marsella"

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