La expresión de las emociones en el hombre y en los animales

La expresión de las emociones en el hombre y en los animales

La expresión de las emociones en el hombre y en los animales (título original The Expression of the Emotions in Man and Animals) es un libro del naturalista británico Charles Darwin publicado en 1872 y trata sobre la manera en que los humanos y los animales -principalmente pájaros y mamíferos- expresan sus emociones. Representa, junto a El origen del hombre y de la selección en relación al sexo (1871) la intención de Darwin de enfocar cuestiones relativas a la evolución del hombre y su psicología usando la perspectiva de su teoría de la selección natural.

Figura 21, "Horror y Agonía", según una fotografía de Guillaume Duchenne (Más imágenes en Commons)

Mientras escribía La variación de animales y plantas en estado doméstico (1866), Darwin quiso añadir un capítulo que incluyese al hombre en su teoría, pero el libro resultó ser demasiado voluminoso y decidió enfocar el tema en un ensayo breve que también trataría sobre los ancestros del homínido, la selección sexual y la expresión humana. La obra resultó en dos gruesos volúmenes que tituló The Descent of Man. Después de completar sus investigaciones sobre las teorías apuntadas en dicha obra, en enero de 1871, Darwin decidió componer una nueva obra en la que reunir el material que había reunido sobre la expresión de emociones. Darwin reconocía cierto valor universal en la expresión facial, tal como explica en la obra:"...Los jóvenes y los adultos de razas muy distintas, tanto humanos como animales, expresan similares estados mentales con los mismos movimientos". Darwin había ido por todo el mundo reuniendo documentación para esta obra, y basaba su investigación en cuestionarios, cientos de fotografías de actores, bebés y enfermos mentales acogidos en asilos, y en sus propias observaciones personales, con un énfasis especial en el dolor causado por la muerte de un familiar. Durante su redacción, Darwin se encontró revisando grandes líneas de la teoría expuesta en El origen de las especies, y de nuevo una de sus teorías volvió a desatar cierta polémica al ser publicada: En primavera de 1872, cuando apenas había terminado su tratado sobre la expresión de emociones, otro libro de Charles Bell titulado Anatomía y fisiología de la expresión describía los músculos faciales como "obras de un creador divino, destinadas a expresar los exquisitos sentimientos del hombre", desde una perspectiva completamente opuesta a la suya.

Figura 4: "Un pequeño perro vigila a un gato sobre una mesa", a partir de una fotografía de Oscar Gustave Rejlander.

Las pruebas, reunidas por su hija Henrietta y su hijo Leonard Darwin, requerían una revisión intensiva que le llevaron a estar "harto del asunto, de mí mismo, y del mundo". Fue uno de los primeros libros ilustrados con fotografías, incluyendo siete placas de heliotipo. John Murray, el editor, advirtió que una edición tan costosa "causaría un terrible agujero en los beneficios", pero la obra resultó ser muy popular, superando las 5.000 copias vendidas.

Contenido

FRAGMENTOS DE LA EXPRESIÓN DE LAS EMOCIONES EN EL HOMBRE Y LOS ANIMALES (II) Charles Darwin

  • MAL HUMOR.

Se ha visto que el fruncimiento de las cejas es el movimiento expresivo que se produce naturalmente cuando se encuentra alguna dificultad, cuando sobreviene cualquier pensamiento o sensación desagradable. La persona que se halla muy expuesta a impresiones de este género y se entregue a ellas fácilmente, se hallará predispuesta a estar de mal humor, a irritarse, a mostrarse desagradable, y manifestará su estado de espíritu por un fruncimiento de cejas habitual.

La expresión de mal humor resultante de este fruncimiento puede ser neutralizada por la dulce expresión de una boca habitualmente sonriente y por ojos brillantes y enjutos. Lo propio acontece si la mirada es clara y resuelta, la fisonomía seria y meditativa. El fruncimiento de las cejas, acompañado de la depresión de los extremos de la boca, signo característico de la pena, da un aire de aspereza. Cuando un niño frunce enérgicamente sus cejas, al llorar, sin contraer con energía, como de costumbre, los músculos orbiculares, su semblante toma una expresión bien marcada de cólera y aun de rabia, con mezcla de sufrimiento. Si las cejas se fruncen y bajan al propio tiempo fuertemente, por la contracción de los músculos piramidales de la nariz -lo que produce arrugas o pliegues transversales en la base de este órgano-, la expresión revela humor melancólico.

Si admitimos que nuestros antecesores semihumanos adelantaban sus labios cuando estaban un poco irritados o de mal humor, como lo hacen actualmente los monos antropoides, nada hay de inexplicable en que nuestros hijos, bajo la influencia de análogas impresiones, nos presenten vestigios de la misma expresión, al mismo tiempo que una tendencia a emitir ciertos sonidos. Esto no es más que un hecho curioso. No es raro, en efecto, ver a los animales retener de un modo más o menos perfecto durante su edad juvenil, para perderlos más tarde, ciertos caracteres que en su origen pertenecieron a sus antecesores adultos y que todavía se encuentran en otras especies distintas.

Es natural también que los hijos de los salvajes manifiesten una más fuerte tendencia a estirar sus labios cuando se enojan, que los hijos de los europeos civilizados, porque la característica del estado salvaje parece residir precisamente en esa conservación de un estado primitivo, conservación que se manifiesta en ocasiones hasta en las cualidades físicas.

La sorpresa ocasiona a veces un ligero adelantamiento de los labios, y una viva sorpresa, una profunda admiración, se manifiesta más comúnmente dejando la boca abierta de par en par.

  • ODIO - CÓLERA.

Cuando un individuo nos ha causado voluntariamente algún daño, nos ha ofendido de un modo cualquiera, cuando le atribuimos intenciones hostiles contra nosotros, experimentamos por él antipatía, que degenera fácilmente en odio.

Estos sentimientos, experimentados en débil grado, no se expresan distintamente por ningún movimiento particular del cuerpo o de las facciones, si no es tal vez por cierta rigidez en la actitud o por los caracteres de un mal humor ligero.

Pero pocas personas pueden detener largo rato su pensamiento en un ser odiado sin sentir o dejar ver por señales exteriores la indignación o la cólera. No obstante, si el ofensor es un ser ínfimo, lo que siente es desdén o desprecio.

Si por eventualidad el ofensor es muy poderoso, el odio se transforma en terror. Este último sentimiento es el que experimenta el esclavo que piensa en un amo cruel, o el salvaje que se representa una divinidad malévola o sanguinaria. La mayor parte de nuestras emociones se encuentran tan estrechamente ligadas a su expresión, que no pueden existir mientras nuestra organización permanece inerte y pasiva, puesto que la naturaleza de la expresión depende, ante todo, precisamente de la naturaleza de los actos que hemos habitualmente cumplido bajo la influencia de tal o cual estado particular del espíritu.

  • FUROR.

Los monos enrojecen también de cólera. He observado bastantes veces en uno de mis hijos, de menos de cuatro meses, que el flujo de sangre que enrojecía su pequeño cráneo calvo era el primer presagio de un acceso de cólera.

En ocasiones, por el contrario, el furor pone trabas al funcionamiento del corazón, hasta el punto de que el semblante se torna pálido o lívido. Con frecuencia se vio a individuos atacados de enfermedades del corazón caer muertos a consecuencia de esta emoción poderosa. La respiración es igualmente afectada, el pecho se levanta y las ventanas de la nariz se dilatan y tiemblan. De ahí vienen las expresiones: 'respirar la venganza' y 'humear de cólera'.

La excitación del cerebro comunica vigor a los músculos y afirma al propio tiempo la voluntad. El cuerpo es habitualmente recto, pronto a obrar. A veces está encorvado hacia el agresor, y los miembros se encuentran más o menos rígidos. Ordinariamente, la boca bien cerrada expresa una determinación decidida, y los dientes están apretados o se frotan unos con otros. Con frecuencia, los brazos se levantan y se cierran los puños, como para pegar a un agresor. Cuando se está muy irritado y se invita a otro a pelear, es raro escapar de hacer el gesto de pegarle o de empujarle hacia fuera violentamente. Más aún, este deseo de dar golpes se torna tan imperioso, que se golpean o se tiran por tierra objetos. Los gestos se tornan, por otra parte y con frecuencia, completamente desordenados y frenéticos.

  • BURLA - AIRE DE DESAFIO - ACTO DE DESCUBRIR EL DIENTE CANINO DE UN LADO.

La expresión que ahora vamos a estudiar se diferencia muy poco de las que han sido ya descriptas, y en las cuales los labios son retraídos y los dientes, apretados, descubiertos. La única diferencia está en el modo de elevar el labio superior, que no deja ver más que el canino de un lado. Al propio tiempo, el rostro mira ordinariamente un poco hacia arriba y se aparta a medias del autor de la ofensa. Pueden faltar todos los demás síntomas característicos del furor. Con frecuencia se observa esta expresión en el individuo que se burla de otro o lo desafía, aun cuando no esté encolerizado. Se ve, por ejemplo, en el rostro de una persona que es, por broma, acusada de algo, y responde: 'Esas imputaciones están muy por debajo de mí. Las desprecio'.

  • DESDEN - DESPRECIO - DISGUSTO - CULPABILIDAD - ORGULLO - IMPOTENCIA - PACIENCIA - AFIRMACIÓN - NEGACIÓN.

La altanería y el desdén no se diferencian del desprecio sino por la irritación mayor que revelan. Tampoco se las puede separar claramente de los sentimientos anteriormente estudiados bajo el nombre de burla y aire de desafío.

El disgusto es una impresión de naturaleza algo mejor definida, provocada originalmente por un objeto que repugna en el dominio del sentido del gusto, luego, por extensión, por todo lo que puede dar lugar a una impresión análoga, por mediación del olfato, del tacto y aún de la vista. Sea como quiera, hay poca diferencia entre el disgusto y el desprecio llevado a su grado más alto, que es a veces llamado repulsión. Estos diversos estados de espíritu son muy vecinos. Cada uno de ellos puede manifestarse de modos muy diferentes. Diversos autores han fijado alternativamente y de un modo especial en esta o aquella de las maneras de expresar que llevan consigo.

Ahora vamos a ver hasta qué punto es natural que los sentimientos de que hablamos puedan expresarse de muchos modos distintos, en virtud del principio de asociación, puesto que actos habituales diversos son igualmente propios para manifestarles. La altanería y el desdén, como la burla y el aire de desafío, pueden expresarse descubriendo ligeramente el diente canino de un solo lado, movimiento que parece degenerar en una especie de sonrisa. Otras veces la burla se manifiesta por una sonrisa o por una risa verdadera. Ocurre esto cuando el autor de la ofensa es tan ínfimo que no puede despertar sino jovialidad, la cual no es nunca de buen agüero. A veces una sonrisa expresa desprecio. Siendo la risa la expresión primitiva del placer propiamente dicho, no creo que los niños de poca edad rían nunca en señal de burla.

La oclusión parcial de los párpados, o bien la acción de apartar los ojos y el cuerpo entero, expresan asimismo y de un modo muy claro el desdén. Estos actos parecen significar que la persona despreciada no es digna de que se la mire, o que su vista es desagradable.

La manera más ordinaria de manifestar el desprecio consiste en ciertos movimientos de las regiones nasal y bucal. Estos últimos, cuando son muy pronunciados, anuncian el disgusto. La nariz se eleva a veces un poco, lo que proviene, sin duda, de la ascensión del labio superior. Otras veces el movimiento se reduce a una simple plegadura de la piel de la nariz. A menudos, las ventanas de ésta son ligeramente contraídas, como para estrechar su orificio, y se produce al propio tiempo un ligero relincho, una breve espiración.

Todos estos actos son los mismos que los que provoca la percepción de un olor desagradable que deseamos evitar o del que queremos desembarazarnos. En los casos en que estos fenómenos son más marcados, adelantamos y elevamos nuestros labios o sólo el superior, tapando la nariz como por una especie de válvula. Al mismo tiempo se eleva la nariz. Aparentamos dar así a entender al individuo que le desdeñamos porque huele mal, de igual modo que le significamos que no es digno de atraer nuestra mirada cuando cerramos a medias los ojos o apartamos de él la cabeza. Es necesario no creer que tales razonamientos atraviesan nuestro espíritu en el momento mismo en que manifestamos nuestro desprecio.

La palabra 'disgusto', en su acepción más sencilla, se aplica a toda sensación que ofenda al sentido del gusto. Es curioso ver hasta qué punto este sentimiento es provocado con facilidad por todo lo que se aparta de nuestras costumbres, en el aspecto, el olor, la naturaleza de nuestra alimentación.

En Tierra del Fuego, habiendo un indígena tocado con el dedo un trozo de carne fría en conserva que yo me disponía a comer, manifestó el más profundo disgusto al notar su blandura. Por mi parte, experimentaba yo la misma sensación viendo a un salvaje desnudo llevar sus manos a mi comida, aún cuando estas manos no me parecieron sucias.

Puesto que la sensación de disgusto deriva primitivamente del acto de comer o de gustar, natural es que su expresión consista principalmente en movimientos de la boca. Pero como el disgusto causa también la contrariedad, estos movimientos van acompañados en general del fruncimiento de las cejas, y a menudo de gestos destinados a rechazar el objeto que le provoca o a preservarse de su contacto.

En el rostro, el disgusto se manifiesta, cuando es moderado, de diversas maneras. Se abre de par en par la boca, como para dejar caer el objeto que ha ofendido el gusto, se escupe, se sopla adelantando los labios, se produce una especie de rascadura de la garganta como para aclararla. Su emisión es a veces acompañada de un estremecimiento, a la vez que los brazos se aprietan contra el tronco y los hombros se levantan, como en la expresión del horror. Un disgusto extremo se expresa por movimientos de la boca semejantes a los que preparan el acto del vómito. La boca se abre de par en par, el labio superior se retrae enérgicamente, las partes laterales de la nariz se arrugan, el labio inferior se baja y se dobla hacia fuera tanto como es posible. Este último movimiento exige la contracción de los músculos que atraen hacia abajo los extremos de la boca.

El desprecio y el disgusto parecen expresarse casi universalmente por el acto de escupir, que representa evidentemente la expulsión de cualquier objeto repugnante fuera de la cavidad bucal.




Véase también

Notas y referencias

  • Desmond, Adrian; Moore, James (1991), Darwin, London: Michael Joseph, Penguin Group, ISBN 0-7181-3430-3 

Enlaces externos

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