- Literatura de Chile
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La literatura de Chile hace mención al conjunto de producciones literarias creadas por escritores originarios de Chile. La literatura de Chile es escrita habitualmente en español.
Contenido
Antecedentes
La literatura en Chile se gestó primeramente a través de la conquista y colonización que llevó a cabo el Imperio español durante el siglo XVI en los territorios pertenecientes en la actualidad a Chile. Es así como los conquistadores trajeron consigo a cronistas europeos que tuvieron la función de describir los acontecimientos importantes acaecidos en estos procesos, para posteriormente dar cuenta frente a la corona española de la administración de éstos. En este contexto se destacó Alonso de Ercilla con su poema épico La Araucana, publicado en España en 1569, 1578 y 1589, y que describe la lucha que llevaron a cabo el Imperio español y el pueblo mapuche en la denominada Guerra de Arauco.[1] Otra obra que también describió este conflicto fue Arauco Domado, publicada en 1596 y escrita por Pedro de Oña, el primer poeta nacido en Chile.[2] Incluso así, estas obras fueron creadas para el público lector español.
Más tarde, durante el período colonial y hasta el siglo XIX, sobresalió la labor literaria llevada a cabo por las monjas de los conventos chilenos, quienes se caracterizaron por escribir cartas espirituales, diarios, autobiografías y epistolarios.[3] De esta manera descollaron Sor Tadea García de San Joaquín, Úrsula Suárez y Sor Josefa de los Dolores.[3]
Por su parte, aunque existió la práctica de la escritura desde la llegada del Imperio español, la lectura continuó siendo una práctica realizada por una minoría de la sociedad chilena. Sin embargo, esta situación comenzó a cambiar desde la década de 1840, cuando un grupo de intelectuales impulsaron la formación de una sociedad lectora,[4] [nota 1] cuyas ideas se sustentaban en que la lectura era una herramienta eficaz para civilizar a una nación.[5]
Historia
Romanticismo
El romanticismo en Chile, conforme al análisis del crítico literario Cedomil Goic, puede clasificarse en tres generaciones literarias: la de 1837, 1852 y 1867.[6]
La generación literaria de 1837, denominada también generación costumbrista, se caracterizó por el desarrollo de un costumbrismo con especial énfasis en lo pintoresco y lo realista, abordándolos desde un punto de vista crítico y satírico.[7] En esta generación se destacaron Mercedes Marín del Solar, Vicente Pérez Rosales y José Joaquín Vallejo.[7]
La generación literaria de 1842, denominada también generación romántico-social, se caracterizó por poseer una postura más radical a la visión liberal que la generación anterior, presentando el pasado como ejemplo de rectificación del presente.[8] En esta generación sobresalieron José Victorino Lastarria, Salvador Sanfuentes, Martín Palma, Eusebio Lillo, Guillermo Matta y Guillermo Blest Gana.[8]
La generación literaria de 1867, denominada también generación realista, se caracterizó por poseer un enfoque más cercano al realismo que las generaciones anteriores.[9] En esta generación descollaron Alberto Blest Gana con su obra Martín Rivas, en el cual realizó un retrato de la sociedad chilena de finales del siglo XIX, incorporando a la vez el romanticismo característico de sus primeras obras.[10] [11] Sobresalieron también: Daniel Barros Grez, Eduardo de la Barra, Zorobabel Rodríguez, José Antonio Soffia, y Liborio Brieba.[9]
El romanticismo en Chile evolucionó desde los ideales neoclásicos del arte, hasta alcanzar una concepción ligada a la expresión de la sociedad, siéndole añadida la función de orientar el desarrollo ético y moral de la vida pública y privada.[6]
Sociedad literaria de 1842
Primera imagen: José Victorino Lastarria, fundador de la sociedad literaria de 1842.[12] Segunda imagen: José Joaquín Vallejo, integrante de la sociedad literaria de 1842.[12] La creación de la sociedad literaria de 1842, cuyo discurso inaugural fue leído por José Victorino Lastarria el 3 de mayo de 1842,[13] tenía el objetivo de impulsar la formación literaria de la juventud, y promover una literatura con identidad nacional, funcional al proyecto político liberal de nación, que proponía la clase ilustrada chilena.[12] Así también hizo hincapié en la ilustración como factor fundamental del progreso, fomentó la originalidad e impulsó al rechazo de los modelos extranjeros.[14]
La resolución de dos polémicas intelectuales que se dieron en la prensa del año 1842 influenció en las concepciones literarias que abordó la sociedad literaria de 1842: la primera polémica, denominada controversia filológica, tuvo relación con una serie de términos y palabras utilizadas en Chile que fueron consideradas repugnables por escritores extranjeros como Pedro Fernández Garfias y Domingo Faustino Sarmiento; mientras que la segunda polémica tuvo relación con diversas posturas adoptadas por escritores como Vicente Fidel López, Salvador Sanfuentes, José Joaquín Vallejo, Domingo Faustino Sarmiento y Antonio García Reyes acerca del romanticismo.[13]
La sociedad literaria de 1842 duró hasta el 1 de agosto de 1843, registrando un total de ochenta y seis sesiones realizadas desde el 5 de marzo de 1842.[14] Su principal logro fue la publicación del Semanario de Santiago, revista que sería clave en la masificación de las revistas literarias en Chile.[12]
Entre los escritores y políticos que participaron de esta sociedad se destacaron: Salvador Sanfuentes, José Joaquín Vallejo, Francisco Bilbao, Manuel Antonio Tocornal, Antonio Varas, Aníbal Pinto y Domingo Santa María.[12]
Realismo
El realismo es un movimiento literario comprometido con la observación y el análisis de la realidad. El realismo en Chile se inició con la publicación en 1862 de la obra «Martín Rivas» de Alberto Blest Gana, y se extendió hasta el año 1947.[15] Según el escritor y crítico literario Fernando Alegría, se presentó en dos corrientes: el realismo romántico y el realismo naturalista, representados respectivamente por Alberto Blest Gana y Luis Orrego Luco.[16]
Durante el desarrollo temprano del realismo en Chile, estos dos exponentes, Alberto Blest Gana y Luis Orrego Luco, calificaron en sus obras su época como un período de transición entre el inicio de la emancipación de la herencia colonial y el fin de este proceso con el inicio de la sociedad capitalista.[16] Sin embargo ambos autores respondieron antagónicamente respecto a este cambio: Luis Orrego Luco enfatizó en las consecuencias valóricas que traería consigo el cambio hacia la sociedad capitalista, considerando estas consecuencias mayoritariamente negativas,[16] miestras que Alberto Blest Gana acogía positivamente este cambio, incluso considerando inevitable este desplazamiento de costumbres.[15]
Además de su obra «Martín Rivas», Alberto Blest Gana se destacó por su obra «Los Trasplantados», publicado 1904. En esta obra Alberto Blest Gana analizó el comportamiento de los chilenos radicados en París.[17] Por su parte Luis Orrego Luco sobresalió por sus ciclos narrativos que describieron la sociedad chilena de aquella época. El primer ciclo narrativo se denominó Escenas de la vida en Chile e incluyó las obras «Playa negra», «Un idilio nuevo», «Casa grande», y «El tronco herido», ciclo que elaboró desde 1876 hasta 1929.[18] El segundo ciclo narrativo se denominó Recuerdos del tiempo viejo e incluyó las obras «En Familia» y «A través de la tempestad», publicadas en 1912 y 1914 respectivamente, abordando la segunda mitad de la década de 1880 y principios de la década de 1890.[19]
Otro relevante escritor del realismo fue Baldomero Lillo, quien publicó en 1904 una recopilación de cuentos en su obra «Subterra». A través de esta recopilación de cuentos Baldomero Lillo describió las precarias condiciones de trabajo en el que se desarrolló la minería del carbón en Lota durante el fin del siglo XIX y principios del siglo XX.[20] [21] «Subterra» tuvo un gran éxito, agotándose su primera edición en sólo tres meses, y siendo favorablemente acogida por la crítica de aquella época.[20] En 1907 Baldomero Lillo publicó «Subsole», una nueva recopilación de cuentos basados en la vida campesina y la vida del trabajador en el mar.[22]
Criollismo
El criollismo fue un movimiento literario nacido a fines del siglo XIX y que perduró durante la primera mitad del siglo XX. El criollismo fue una extensión del realismo, y cuyo objetivo era describir de manera objetiva la vida rural para contribuir así a su conocimiento.[23] El criollismo se desarrolló en medio de una tendencia generalizada a privilegiar la ciudad como centro de desarrollo en vez de la vida campesina.[23] La obra criollista interpretó "la lucha del hombre de la tierra, del mar y de la selva por crear civilización en territorios salvajes, lejos de las ciudades", como lo indicó Mariano Latorre, uno de sus mentores; dotando a personajes cotidianos de un carácter heroico, aunque su lucha siempre terminaba en derrota.[23] Entre los primeros escritores del criollismo descollaron: Alberto Blest Gana, Baldomero Lillo con sus obras «Subterra» y «Subsole», y Mariano Latorre con su obra «Zurzulita», publicada en 1920.[24]
Poesía chilena (1900-1925)
Primera imagen: Gabriela Mistral, Premio Nobel de Literatura en 1945 gracias a su obra «Desolación».[25] Segunda imagen: Vicente Huidobro, fundador del Creacionismo. Durante el primer cuarto del siglo XX un conjunto de poetas lograron a través de sus obras renovar la escena literaria chilena, trayendo consigo el inicio del vanguardismo en Chile.[26]
La primera manifestación de éste conjunto comenzó con la publicación de la obra «Flores de cardo» de Pedro Prado en 1908. Esta obra introdujo en Chile el culto al verso libre y la ruptura de las sujeciones métricas.[27] Más tarde, Pedro Prado publicaría las obras «El llamado del mundo» y «Los pájaros errantes», en 1913 y 1915 respectivamente.[26] Posteriormente sería el fundador del grupo artístico Los Diez en 1915.[27]
En este período sobresalió también Gabriela Mistral, gracias a su poema «Sonetos de la muerte», ganando consigo el concurso literario de los Juegos Florales de Santiago, realizados el 22 de diciembre de 1914.[28] En 1919 Gabriela Mistral publicó su libro de poesías «Desolación», obra con el cual obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1945, transformándose en la primera latinoamericana en recibir dicha distinción.[25]
Asimismo destacó Vicente Huidobro, quien publicó en 1914 «Arte del sugerimiento» y «Non serviam», obras que fueron la antesala del creacionismo, vanguardia literaria fundada por él y que cuyo manifiesto fue publicado en su libro «El espejo de agua» en 1916:
El poema creacionista se compone de imágenes creadas, de situaciones creadas, de conceptos creados; no escatima ningún elemento de la poesía tradicional, salvo que en él dichos elementos son íntegramente inventados, sin preocuparse, en absoluto de la realidad ni de la veracidad anteriores al acto de realización.
Fragmento de «Creacionismo», Vicente Huidobro.[29]Luego de su residencia en Santiago de Chile y posteriormente Buenos Aires, Vicente Huidobro partió a París, donde en 1918 publicó una segunda edición de «El espejo de agua», además de sus obras «Ecuatorial» y «Poemas Árticos»; que establecieron el creacionismo en la vanguardia europea.[30]
Otro poeta que surgió en esta generación fue Ángel Cruchaga, quien se caracterizó en sus obras por un énfasis permanente en el mundo del amor y su predisposición a la tristeza.[31] En este período descolló su libro de poesías «Las manos juntas», publicado en 1915.[31]
Por su parte Pablo de Rokha resaltó por su visión anárquica y contestataria, rupturista y polémica del mundo; plasmándose en su obra.[32] Entre sus obras sobresalieron: «El folletín del Diablo» y «Los gemidos», publicados en 1920 y 1922 respectivamente.[32] [33] En 1938 Pablo de Rokha fundó y fue director de la editorial Multitud, que circuló en Estados Unidos, Rusia y Latinoamérica.[34]
Además Juan Guzmán Cruchaga publicó en este período sus obras poéticas «Junto al brasero», «La mirada inmóvil», «Lejana», «La fiesta del corazón», y la antología poética «Agua de cielo»; en 1914, 1919, 1921, 1922 y 1925 respectivamente.[35]
Por último, y como antesala de su éxito en el siguiente cuarto del siglo XX, Pablo Neruda, que comenzó su carrera literaria a finales de la década de 1910; publicó sus obras «Crepusculario» y «Veinte poemas de amor y una canción desesperada», en 1923 y 1924 respectivamente.[36]
Imaginismo
El imaginismo chileno se definió como una tendencia literaria nacida en 1925, cuyos autores no tomaron en sus obras elementos directamente de la realidad nacional, ni descripciones de la naturaleza, ni transcribieron el lenguaje de los campesinos propiamente tal;[37] más bien rechazaron el apego a los elementos naturales, cotidianos y convencionales, siendo opuesto al criollismo.[38] De acuerdo a los historiadores Luis Muñoz González y Dieter Oelker Link, las principales diferencias entre el criollismo y el imaginismo se resumen en el siguiente esquema:[38]
Criterio Criollismo Imaginismo Origen La realidad: observación, documentación y temperamento. La imaginación: observación, fantasía y sensibilidad. Naturaleza Descriptiva, heterotélica y arraigada en lo nacional. Narrativa, autotélica y de proyección universal. Función Cognoscitiva y didáctica: comprometer al lector. Hedonística y recreativa: liberar al lector. Uno de los mayores aportes de la generación imaginista fue la creación en 1928 de la revista Letras, cuyo objetivo era fomentar un diálogo internacional acerca de las artes y la literatura.[39] Entre los escritores que formaron parte del imaginismo en Chile, se destacaron: Ángel Cruchaga, Salvador Reyes Figueroa, Hernán del Solar, Luis Enrique Délano y Manuel Eduardo Hübner.[39]
La Mandrágora
La Mandrágora fue un grupo de poetas surrealistas chilenos fundado en 1938 por Teófilo Cid, Enrique Gómez Correa y Braulio Arenas; aunque desde el inicio participó también Jorge Cáceres.[40] [41] [42] Este colectivo poético surgió y se desarrolló en medio del triunfo del Frente Popular y la llegada de Pedro Aguirre Cerda a la presidencia de Chile. Es por eso que la propuesta poética de este grupo estuvo vinculada en un principio con estos fenómenos sociales, desarrollando un proyecto radical de socialización con especial énfasis en lo político.[40] [41] Sin embargo pronto abandonaron su discurso inicial para dar paso a una interlocución con el surrealismo a través de textos personales y manifiestos conjuntos, vínculo que ya había establecido Vicente Huidobro.[40] [41]
Entre los principales logros de la Mandrágora para promover el surrealismo en Chile sobresalieron: la publicación de la revista La Mandrágora desde diciembre de 1938 hasta octubre de 1943, la conferencia dictada en la Universidad de Chile en 1939, una exposición surrealista en la Biblioteca Nacional en 1941, y una exposición surrealista internacional en la Galería Dédalo de Santiago de Chile en 1948.[42] Por su parte Braulio Arenas publicó la revista Leit-motiv desde 1942 hasta 1943, y que contó con las colaboraciones especiales de André Bretón, Benjamin Péret y Aimé Césaire; estableciéndose una estrecha relación entre la Mandrágora y el conjunto de surrealistas franceses.[42] [41]
Este conjunto de poetas se caracterizó también por sus connotadas discusiones reprobatorias en contra de los criterios establecidos en la poesía moderna, criticando además a varios escritores chilenos, tales como Pablo Neruda y Vicente Huidobro.[40]
El grupo comenzó su dispersión a partir de 1949. En 1957 Braulio Arenas, Enrique Gómez Correa y Jorge Cáceres, publicaron la antología «El AGC de la Mandrágora», que incluía además un diccionario surrealista y una bibliografía del surrealismo chileno.[42]
Neocriollismo
A finales del lustro de 1935 y la primera mitad de la década de 1940 se desarrolló la generación neocriollista de 1940.[nota 2] El objetivo de esta generación fue representar el mundo popular en su dimensión social y humana, caracterizándose por plasmar en sus obras un marcado acento regionalista.[43] Un factor fundamental en el carácter ideológico de esta generación fue el turbulento paronama político chileno en el cual se desarrolló, ocasionando como consecuencia un importante compromiso de sus mentores al marxismo y a la militancia política de izquierda.[44] [43]
Uno de los escritores más relevantes de esta generación fue Nicomedes Guzmán, quién se caracterizó por tratar en sus obras aspectos sociales tales como "la injusticia social, la explotación, la vida miserable de los suburbios, la degradación moral en la pobreza y la corrupción en el poder".[nota 3] Entre sus obras más importantes resaltaron: «Los hombres oscuros», «La sangre y la esperanza», «La luz viene del mar», y «Una moneda al río y otros cuentos», publicados en 1939, 1943, 1951, y 1954 respectivamente.[45] Otro escritor importante en esta generación fue Gonzalo Drago, gracias a obras como: «Cobre», obra que revela la lucha de los mineros frente a la injusticia y la naturaleza,[46] publicada en 1941; «Surcos», una colección de cuentos campesinos publicada en 1948;[47] y «El purgatorio», novela que describió sus experiencias durante el servicio militar y que publicó en 1951.[48]
Se destacaron Andrés Sabella y Volodia Teitelboim por sus obras «Norte Grande» y «Hijo del salitre» respectivamente, obras que describieron la vida de los trabajadores salitreros en el norte de Chile.[49] [50] Asimismo resaltaron Nicasio Tangol y Francisco Coloane por sus obras inspiradas en el extremo sur de Chile: Nicasio Tangol reveló en sus obras las costumbres, creencias e historias de Chiloé y la patagonia chilena, destacándose su labor de describir la cultura de los pueblos aborígenes extremo-australes,[51] mientras que Francisco Coloane describió la lucha constante del hombre en los mares del sur. Destacan sus obras «Cabo de Hornos» y «El último grumete de La Baquedano», ambas publicadas en 1941.[52]
Sobresalieron también Marta Brunet y Maité Allamand por sus obras inspiradas en la vida en el campo, distinguiéndose la obra «Montaña adentro» de Marta Brunet, debido al retrato del lenguaje rural realizado en él.[53] [54] Por su parte, Maité Allamand tuvo especial hincapié en la literatura infantil.[55]
Literatura infantil
Desde la década de 1930, la literatura infantil adquirió considerable importancia en la escena chilena.[56] Sin embargo, su inicio se establece en los primeros años del siglo XX, cuando se fundan diversas revistas que buscan atraer al público infantil, tales como «Revista de los Niños», «Chicos y Grandes» y «El Peneca», donde sólo este último perduró hasta varias décadas siguientes.[57] Así, encontramos por precursores a autores como: Blanca Santa Cruz Ossa, que recopiló en libros de cuentos –desde 1929– varios mitos y leyendas de diversos lugares del mundo y de Chile;[58] Ernesto Montenegro con su obra «Cuentos de mi Tío Ventura» de 1930;[59] Damita Duende con «Doce cuentos de príncipes y reyes» y «Doce cuentos de hadas», ambas de 1938;[59] e incluso la anteriormente mencionada Marta Brunet, con «Cuentos para Marisol», publicado también en 1938.[56] En transición a la década de 1940, destacó Ester Cosani, quién publicó sus obras «Leyendas de la vieja casa», «Para saber y contar», «Las desventuras de Andrajo» y «Cuentos a Pelusa», entre 1938 y 1943.[60]
Premio Nacional de Literatura
El Premio Nacional de Literatura de Chile es una distinción otorgada por el Gobierno de Chile mediante el Ministerio de Educación y desde 2003 por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Es entregada a quien ha consagrado su vida al ejercicio de las letras y haya recibido la consagración por el juicio público.[61] Esta distinción nació a través de la preocupación de la Sociedad de Escritores por la orfandad social en la que vivían los escritores chilenos. Fue creado por la Ley número 7.368 durante la presidencia de Juan Antonio Ríos el 8 de noviembre de 1942 en homenaje al centenario de la sociedad literaria de 1842,[61] y consiste en una entrega indivisible de un premio en dinero y una pensión vitalicia. Se otorgaba anualmente hasta su modificación por la Ley número 17.595 de 1972 que cambia su entrega a cada dos años. Forma parte de los Premios Nacionales de Chile.
Véase también
- Cultura de Chile
- Escritores de Chile
- Obras literarias de Chile
- Editoriales de Chile
- Críticos literarios de Chile
Notas
- 1. ↑ Entre el grupo de intelectuales que impulsaron la creación de una sociedad lectora en Chile se destacaron: José Victorino Lastarria, Andrés Bello y Domingo Faustino Sarmiento.[4]
- 2. ↑ El término generación neocriollista de 1940 hace referencia al primer grupo de la generación literaria de 1938, siendo el segundo grupo de dicha generación la Mandrágora; comprobable implícitamente en la siguiente cita:
(...) Un sector importante de la crítica especializada afirmó que estuvo dividida en dos grupos. El primero, de mayor sentido social, lenguaje más directo, apegado al realismo y con un claro acento regionalista. El segundo, buscó mayor novedad en los motivos literarios, fue más esteticista y subjetivo, formado en su mayoría por poetas impactados por el surrealismo y el creacionismo.
Generación literaria de 1938, Memoria Chilena.[44] - 3. ↑
Estos temas de Nicomedes Guzmán pueden resumirse en la injusticia social, la explotación, la vida miserable de los suburbios, la degradación moral en la pobreza y la corrupción en el poder, y son tratados en su obra desde una perspectiva de identidad nacional. (...) Su producción literaria indaga en la miseria de las zonas suburbanas y se puede leer como una profunda reflexión sociohistórica sobre las injusticias sociales de su época.
Nicómedes Guzmán (1914-1964), Memoria Chilena.[45]
Referencias
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