Molino marchiguano

Molino marchiguano

Los molinos marchiguanos son molinos de viento hechos a forja y cincel que caracterizan a Marchigüe, pueblo de la zona costera del valle de Colchagua en Chile, donde se usaron desde principios del siglo XX hasta los años 1970.

Su origen proviene del permanente viento del sur que corre todos los días de verano en la localidad y la creatividad criolla para imitar los siglo XX las importadoras Morrison, Williamson & Balfour y Saavedra Benard. El primer mecánico que se atrevió a erigir los molinos de alaves y veletas de metal fue don Emeterio Ruz, quien nacido en Alcones en 1893, trabajó de joven en la primera de las importadoras nombradas donde aprendió el oficio y la manera de sacar agua utilizando las propias fuerzas de la naturaleza. Emeterio Ruz fue un maestro en el arte de construir molinos que se lubricaban con cebo de carreta y desconocían bujes o rodamientos, haciendo rechinar ejes y bielas en un sonido característico del lugar.

Los primeros molinos fueron casi íntegramente hechos en madera y fueron evolucionando a piezas de hierro y zinc. La maquinaria era forjada en hierro dulce fijada con grandes pernos. Las estructuras de madera fueron reemplazadas paulatinamente por perfiles de hierro tensados con alambres acerados que se enroscaban para cumplir con su cometido. Las veletas y álaves eran construidos en láminas de zinc y funcionaban con una bomba de Bauer cuyas membranas eran hechas de suelas de vacunos propios del lugar.

No utilizaron graseras sino hasta bien avanzado los años 1970 pues se lubricaban con sebo de caballos al igual que los ejes de las carretas, también utilizando insumos locales. No existían elementos moldeados ni fundidos y toda la maquinaria se construía con repuestos reciclados de camiones y hierro forjado a fragua de carbón.

El pueblo se vistió de innumerables molinos hasta la década de los 70, en que fueron paulatinamente reemplazados por electrobombas y sólo perduraron en los sectores rurales donde no existía entonces ningún suministro eléctrico. Fue tanto el número y variedad de molinos que se observaban en Marchigüe, que fue denominado el «pueblo de los molinos», como reza su himno que ahora entonan los colegiales de las escuelas del lugar al iniciar cada semana lectiva.

A la muerte de don Emeterio Ruz, a quien la gente apodaba cariñosamente don Mite, su ayudante, Heriberto Arias asumió el trabajo de proveer a los marchiguanos de esta pintoresca industria. Con el tiempo fueron disminuyendo los maestros del oficio por la mayor cobertura que adquiría la red eléctrica pública, y permitía a los campesinos utilizar bombas: más eficientes, silenciosas y cómodas. No hay que olvidar que los molinos requerían un mantenimiento permanente: cambio de suelas, rectificación de las bombas y engrasado de las bielas que debían hacerse a 15 metros de altura. En invierno, además, los molinos debían frenarse con una palanca que desde el suelo pulsaba un alambrón que trababa los engranajes y permitía dirigir las veletas para no enfrentar el viento norte de los temporales.

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