- Némesis de la creatividad
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Dentro de las teorías del historiador Arnold J. Toynbee, la némesis de la creatividad es un concepto que explica el colapso y posterior caída de las civilizaciones.
Para Toynbee, las civilizaciones evolucionan haciéndose cada vez más complejas en sí mismas, y diferentes del resto de sus compañeras, a medida que van superando los distintos desafíos que se le oponen durante su crecimiento. Sin embargo, la respuesta que le otorga una civilización a un problema determinado acarrea consigo una autosatisfacción que resulta peligrosa para la misma. De hecho, observa Toynbee, no se da el caso de que cada desafío sucesivo sea respondido por la misma minoría creadora que resolvió el anterior, debido a que la antigua minoría creadora sucumbe a su propia autosuficiencia. Esto se explica porque el movimiento de retiro y regreso, que permite el surgimiento de una minoría creadora, ofrece una iluminación espiritual que no está disponible para sus sucesores, que deben seguir el camino forzado y mecánico de la mímesis, la imitación de aquellos que resolvieron el problema primero, y que por tanto, ven agotado así su propio poder creador.
La némesis de la creatividad puede adoptar dos variantes, una pasiva y una activa.
Variante pasiva de la némesis de la creatividad: la idolatría
La variante pasiva de la némesis de la creatividad se produce cuando una minoría creadora alcanza una solución óptima a las incitaciones que la hicieron surgir, y entonces se abandona a si misma, literalmente durmiéndose sobre sus laureles. Este exceso de autoconfianza le hace idolatrar la solución que han obtenido, y le impide ver cualquier falla o fisura que comience a surgir en la misma.
El pecado de idolatría, explica Toynbee, consiste en dirigir la mirada hacia la parte, en vez de hacia el todo, concentrando toda la atención en una fracción de la sociedad. En términos religiosos, significa desviar el respeto y tributo debidos al Creador eterno, hacia una criatura efímera, condenada a las últimas a morir, y que por tanto no puede asegurar sustento permanente y eterno a la sociedad (aunque la minoría creadora estime lo contrario).
La idolatría puede dirigirse en varias direcciones. Puede tratarse de la idolatría de una institución, como ocurrió en el caso del Imperio bizantino, que creció hasta el punto de transformarse en una monstruosidad social que se tragó e hizo colapsar íntegramente a la sociedad cristiana ortodoxa, o como la casta sacerdotal egipcia. O puede tratarse de la idolatría de una técnica efímera, como queda ejemplificado en la historia militar antigua, en donde el guerrero individual fue reemplazado por la falange, y éste a su vez por la más eficiente legión.
Variante activa de la némesis de la creatividad: la hybris
Una posible manera de caer en la némesis de la creatividad es dejarse abandonar pasivamente en la autoconfianza, pero la otra es, por el contrario, entregarse a una actividad frenética que implique exceder las propias fuerzas más allá de todo límite razonable. Toynbee usa la expresión griega hybris para explicar esto. En la idolatría se trataba de "hacer menos de lo necesario", mientras que en la hybris es lo contrario, "hacer más de lo necesario".
La hybris se expresa principalmente en el campo militar, como un frenesí militarista que arruina a la propia sociedad que supuestamente debía beneficiarse con la actividad militar, o al menos al imperio que lleva a cabo esta actividad. Toynbee cita los ejemplos del Imperio carolingio, el Imperio Timúrida y el Imperio Asirio.
Pero también puede expresarse en un campo no militar. Toynbee ofrece como ejemplo la Iglesia Católica, que debido a su extraordinario éxito en conjurar la amenaza imperial durante la Querella de las Investiduras, gracias al Papa Gregorio VII, se comportó con tanta arrogancia y orgullo que llevó a cabo una serie de actos que desembocaron en la Reforma Protestante y el gran colapso posterior que acabó en la destrucción de los Estados Pontificios en 1870.
Resultado final de la némesis de la creatividad
El resultado final de la némesis de la creatividad es siempre el agotamiento del poder creador. Por tanto, la supervivencia de la civilización exige el reemplazo de aquella minoría creadora por otra nueva, o mejor dicho, la sustitución de las instituciones que resultaron exitosas en una etapa de la vida de la sociedad, por otras que sean nuevas y adaptadas a los nuevos desafíos. Este proceso puede llevar a tres soluciones posibles: la adaptación gradual, la revolución o la monstruosidad social.
En la adaptación gradual, la sociedad va poco a poco transformando sus instituciones, haciendo adaptaciones poco a poco, hasta transformarla completamente y adaptarla a los nuevos tiempos. Toynbee ofrece como ejemplo, entre otros, la transformación política de Inglaterra en el siglo XVII, que hizo nacer gradualmente la democracia moderna.
En la revolución, la antigua minoría creadora se opone denodadamente a los cambios, acumulando presión en la caldera social, hasta que ésta termina por reventar. Los cambios se producen finalmente, pero a velocidad acelerada, barriendo con todo el antiguo orden social de un solo plumazo. Toynbee ofrece como ejemplo la Revolución francesa, que llevó a cabo los mismos cambios democratizadores que en Inglaterra, pero a velocidad mucho más acelerada y de manera mucho más sangrienta.
En el surgimiento de la monstruosidad social, la minoría creadora no sólo pierde su poder creador, sino que además impide todo posible cambio social, hasta que el sistema social revienta por sus costuras. El resultado final es el colapso. Por una parte, como la minoría creadora ya no ejerce su influencia mediante la atracción de su poder creador, la reemplaza por el poder policíaco y militar, convirtiéndose así en una minoría dominante, en tanto que el poder creador, al no poder dirigirse ahora a la sociedad en su conjunto, debe hacerlo en otras direcciones, haciendo surgir las figuras de los salvadores de la sociedad (salvadores por la espada, salvadores por la máquina del tiempo, filósofos detrás de los reyes y dioses transfigurados).
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