Aura (novela)

Aura (novela)

Aura (novela)

Aura
Título original Aura
Autor Carlos Fuentes
País Bandera de México México
Idioma Español
Género Novela
Editorial Era
Formato Impreso
Páginas 62
ISBN 968-411-181-9

Aura es una novela corta o noveleta, obra del ganador del Premio Cervantes, el escritor mexicano nacido en Panamá Carlos Fuentes. La historia está situada en el año 1961 en la Ciudad de México. Esta obra es considerada como una de las más importantes de este novelista y una de las mejores de la narrativa mexicana del siglo XX. Fue publicada en México en 1962, mismo año en que se publicó otra popular novela de Fuentes, La muerte de Artemio Cruz. Ambas forman parte del fenómeno literario conocido como Boom latinoamericano, que tuvo lugar entre las décadas de 1950 y 1970 en toda América Latina.

Contenido

Sinopsis

La narrativa de la novela es en segunda persona, esto quiere decir que quien narra los hechos lo hace "hablando" con el lector, como si el lector fuera quien los lleva a cabo. Así pretende involucrarlo en la historia y con los personajes, en especial con el personaje principal. En total la novela consta de 62 páginas, mismas que se dividen en 5 capítulos.

Primer capítulo

La historia inicia con Felipe Montero, el protagonista de la misma, sentado en un café mientras lee un anuncio en el periódico que llama su atención. En el anuncio alguien solicita a un historiador joven, con conocimiento de la lengua francesa, entre otras características. En el mismo aviso se ofrece un salario de $3000 pesos y Montero parece cumplir todos los requisitos, por lo que el anuncio le interesa. Sin embargo, no acude a la dirección que señalan en el periódico para reclamar el trabajo. Al día siguiente vuelve a encontrar el aviso, con la diferencia de que el salario ofrecido ha aumentado a $4000 pesos. Entonces Felipe decide acudir a la dirección que aparece en el diario, Donceles 815, ubicada en el centro de la Ciudad de México. Felipe llega a la casa, entra y se encuentra en un patio muy oscuro. Montero oye una voz de mujer que lo llama y lo va guiando a través de la oscuridad, así que atraviesa el patio, sube unas escaleras, y ya estando en la segunda planta la voz lo hace ir hasta una habitación débilmente iluminada por unas veladoras y donde al fondo hay una cama baja en la que se encuentra una mujer muy anciana, quien empieza a interrogar a Montero. El trabajo que le propone la anciana a Montero consiste en transcribir las memorias del difunto esposo de la mujer, el general Llorente, para poder después publicarlas. La única condición que pide la anciana, llamada Consuelo, es que Montero se quede a vivir en la casa con ella y con su sobrina Aura. Felipe inicialmente duda sobre la idea de mudarse a aquella casa, pero después de la misteriosa e imprevista aparición de Aura, acepta vivir en aquel lugar.

Segundo capítulo

Al inicio de este capítulo, Aura guía a Montero a través de la oscuridad hasta la nueva habitación del hombre. Aquella habitación es la única bien iluminada de la casa, ya que cuenta con un gran tragaluz en lugar de techo, mientras que el resto de la casa se encuentra permanentemente en penumbra, a pesar de tener instalada la iluminación eléctrica. Después de que Felipe le da un reconocimiento al cuarto, baja a cenar y oye los maullidos dolorosos de varios gatos, mientras Aura le explica que hay muchos ratones en esa parte de la ciudad y que por eso tienen a los felinos. Durante la cena, que consiste en riñones y tomates acompañados con un vino espeso —aparentemente los alimentos preferidos de los habitantes de la casa—, Felipe nota que hay cuatro lugares en la mesa. Sin embargo, Aura le dice que la señora Consuelo no podría acompañarlos en aquella ocasión, y le menciona que la anciana le espera en su habitación después de la cena. Al terminar la cena con Aura, Montero visita a la señora Consuelo. Al entrar a la habitación de la anciana, Felipe la descubre hincada, al parecer rezándole a varias imágenes religiosas, que tienen la característica de que todas presentan unos demonios sonrientes, ensartando sus tridentes en la piel de los condenados. Mientras tanto, Felipe se va acercando a la señora Consuelo y logra escuchar que balbucea algunas palabras. Después de eso, la anciana se derrumba frente a las imágenes con un acceso de tos, y Felipe la toma y la conduce cuidadosamente hacia su cama. Ahí la anciana, aparentemente agotada, se quita un listón morado del cuello del que cuelga una pesada llave de cobre. Ella se la entrega a Felipe, y le dice que con la llave abra un baúl que se encuentra en un rincón de la habitación, pidiéndole que le lleve unos papeles que se encuentran dentro de él, amarrados con un cordón amarillo. Montero obedece y la señora le indica que puede empezar a leerlos. Son la primera parte de las memorias del general Llorente.

Justo después de que la señora Consuelo le dice a Felipe que puede conservar la llave, éste le menciona que hay un nido de ratones en un rincón, y que debería llevar a los gatos de la casa allí. Consuelo le contesta:

¿Gatos? ¿Cuáles gatos? Buenas noches. Voy a dormir. Estoy fatigada.

El capítulo finaliza cuando Felipe le desea buenas noches a la señora Consuelo y se retira a su habitación.

Tercer capítulo

El capítulo comienza con Montero leyendo los papelotes que acaba de recibir de la señora Consuelo, la misma noche que se los entregó. Montero considera que la anciana exagera sobre la importancia de aquellos escritos, piensa no son nada especial o que no haya sido contado antes. A la mañana siguiente, poco después de haberse levantando, oye una especie de maullido doloroso e implorante. Se da cuenta que el ruido proviene de fuera del tragaluz, por lo que con esfuerzo se asoma por él levantando uno de sus vidrios, y puede observar un jardín lateral en el cual se encuentra un grupo de gatos aparentemente envueltos en fuego y desprendiendo un humo opaco. Al no poder sostenerse en aquella posición por mucho tiempo, Felipe cae sobre una butaca y medita sobre lo que acaba de observar, cuestionándose si de verdad lo vio o sólo fue su imaginación. Los maullidos después de unos momentos desaparecen. Poco después Aura acude a avisarle que el desayuno está listo, y luego se retira sin darle tiempo a Montero de alcanzarla. Felipe baja entonces y desayuna solo. Más tarde acude a la habitación de la señora Consuelo para decirle que ya leyó los papeles que le había dado. Entonces Felipe dice:

—Está bien, señora. ¿Podría visitar el jardín?

—¿Cuál jardín, señor Montero?

—El que está detrás de mi cuarto.

—En esta casa no hay jardín. Perdimos el jardín cuando construyeron alrededor de la casa.

Después la señora Consuelo le indica que lo único que hay en la casa es el patio por donde entró Felipe el día de su llegada. También le pide que pase a verlo aquella noche. Montero pasa todo el día revisando los papeles, trabajando en su retoque. Cuando escucha de nuevo la campana que indica que la comida está lista, baja al comedor y encuentra a Aura ya sentada y a la señora Consuelo ocupando la cabecera de la mesa. Sin embargo, nota que de nuevo hay cuatro lugares puestos. Al terminar, Aura y Consuelo se retiran a la habitación de la anciana y Felipe se queda solo. Otra peculiaridad que nota Felipe durante la comida es que la señora Consuelo parece ejercer cierto control sobre su sobrina, como si ésta última no pudiera hacer nada sin el consentimiento de la primera, o si sólo lo que hiciera la vieja estuviera permitido para la joven. Montero se pregunta si Aura no estará encerrada en aquella casa contra su voluntad, y luego piensa si estará esperando a que él la salve. Montero entonces decide entrar a una habitación que está junto a la de la anciana, pensando que debe ser donde vive Aura. La habitación es igual de oscura que el resto de la casa, con un Cristo negro como único adorno y una puerta que piensa debe conducir a la habitación de la señora Consuelo. Felipe se acerca a la puerta pero se detiene antes de atravesarla, pues piensa que debe hablar con Aura a solas. Felipe pasa el resto de la tarde en su habitación sin hacer otra cosa que pensar en Aura, esperando incluso a que ésta llegue a hablar con él, pero nada sucede hasta que oye la campana que anuncia la cena, aunque decide no bajar pues no quiere otra escena como la de la comida. Poco después Felipe se duerme y al despertar agitadamente se da cuenta que hay alguien más con él, una mujer desnuda que lo besa. Termina por reconocer que es Aura. Finalmente la mujer le dice que lo espera esa noche en su recámara, y Felipe, tras asentir, vuelve a caer dormido. Más tarde despierta y Aura, del otro lado de la puerta, le informa que la señora Consuelo quiere hablar con él. Felipe acude a la habitación de la anciana y ésta le indica que puede tomar el segundo folio de memorias. Felipe lo hace, y después de una conversación con la señora, sale de la habitación. Entonces se pregunta por qué no tiene el valor para decirle a la anciana que ama a Aura y que desea llevársela consigo al terminar el trabajo. Al leer más tarde el segundo documento, Felipe descubre que la señora Consuelo se casó en 1867, a la edad de 15 años.

Felipe también calcula que en ese momento la señora ya tendría 109 años, y 49 al morir su esposo.

Cuarto capítulo

Iniciando este capítulo, Felipe llega a la conclusión de que Aura vive en aquella casa para perpetuar la ilusión de belleza y juventud de la anciana. Felipe baja a la cocina y encuentra a Aura degollando un macho cabrío, y momentos después visita la habitación de Consuelo con la intención de echarle en cara su codicia y tiranía. Al abrir la puerta la encuentra con las manos extendidas en el aire, una de ellas apretada como si estuviera sosteniendo algo, la otra cerrada en torno a un objeto aunque en realidad no hay nada, y Felipe ve claramente que actúa como si estuviera despellejando a una bestia. Montero corre a la cocina y encuentra a Aura despellejando lentamente al animal sin darse cuenta de la presencia de Felipe. Montero sube a su habitación, impresionado por lo que acaba de ver. Atranca la puerta de su habitación, se tiende sobre su cama y duerme teniendo un sueño sobre Aura y Consuelo, hasta que despierta al oír la campana que anuncia la cena. Al bajar se encuentra con que en la mesa sólo está puesto su lugar. Al terminar de cenar recuerda que Aura lo ha citado en su habitación, así que se dirige allí. Antes de entrar a la recámara de Aura, se acerca un poco a la puerta de la señora Consuelo y no oye ningún ruido. A continuación consulta su reloj y se percata de que aún es muy temprano, así que decide bajar al patio techado que visitó el día de su llegada a la casa. Ahí enciende algunos fósforos y el húmedo patio queda iluminado, mostrando que a cada lado crecen muchas variedades de plantas con flores, frutos y aromas peculiares. Felipe se da cuenta de que muchas de estas plantas se utilizan como hierbas curativas para tratar diversos males. Cuando el tercer fósforo se consume, regresa al vestíbulo y se dirige a la habitación de Aura, y esta vez entra. Encuentra la recámara como la había visto la vez anterior: oscura, sólo levemente iluminada, con el crucifijo de adorno y con Aura en su interior. Al ver a Aura, Felipe nota la diferencia entre la Aura del día anterior y ésta: la anterior era una joven de no más de veinte años; ésta parecía de cuarenta. Entonces Aura le pide a Felipe que se siente en la cama y que le deje a ella hacerlo todo. Felipe se quita los zapatos y calcetines y Aura entonces le lava los pies con agua tibia mientras dirige miradas furtivas al Cristo. A continuación, Aura toma a Montero de la mano y empieza a canturrear una melodía y a girar lentamente como si bailara, tomando al mismo tiempo a Felipe de los brazos. Al terminar con este acto, Aura se coloca de cuclillas sobre la cama y quiebra una delgada oblea de harina por la mitad, ofreciéndole una de las partes a Felipe. Después de haber ingerido cada quien su parte, Felipe cae sobre el cuerpo de Aura, quien se encuentra con los brazos extendidos de un extremo a otro de la cama, como si fuera el Cristo colgando en la pared. Aura entonces le pregunta a Felipe si la querrá siempre, a lo que él responde afirmativamente. Aura insiste, preguntándole si lo amará bajo cualquier circunstancia, inclusive si muriera. Felipe responde afirmativamente a todo, y entonces oye que alguien lo llama. Felipe ve a Aura sonriendo al pie de la cama, caminar hacia un rincón de la habitación, sentarse en el piso y colocar sus manos sobre unas rodillas que salen de la oscuridad, las rodillas de la señora Consuelo. La anciana le sonríe a Felipe, mientras ella y Aura mueven sus cabezas al mismo tiempo. Ambas le están sonriendo. Entonces ambas se levantan del piso y se marchan hacia la habitación de Consuelo, dejando a Felipe dormir.

Quinto capítulo

En este capítulo, Felipe despierta en la recámara de Aura, con una mezcla de sentimientos. Felipe sale de aquella recámara y se dirige a la suya propia, entra a su baño y se introduce en la tina que acaba de llenar con agua tibia. Al salir, comienza a recordar lo sucedido la noche anterior. Piensa que cuando las mujeres están juntas, siempre hacen lo mismo, como si se imitaran. Termina preguntándose qué es lo que espera Aura de él. Entonces oye la campana que le advierte que el desayuno está listo. Felipe se dirige a la puerta de su habitación y la abre, encontrando a Aura con la cara cubierta por un velo. Felipe toma la muñeca de Aura, y acto seguido Aura le indica que el desayuno está listo. Felipe entonces le dice:

—Aura. Basta ya de engaños.

—¿Engaños?

—Dime si la señora Consuelo te impide salir, hacer tu vida;

Felipe le pregunta si se irá con él cuando haya terminado su trabajo, para vivir juntos. Le pregunta por qué se sacrifica así, y ella le contesta que es la anciana quien se sacrifica. También le indica, ante la extrañeza de Montero, que la anciana saldrá de la casa todo el día. Entonces le dice a Felipe que lo espera esa noche en la recámara de su tía. Más tarde, al bajar Felipe al comedor, se encuentra con doña Consuelo, quien no hace más que decirle que no estará en la casa ese día y que confía en su trabajo. Felipe pasa largo rato en el comedor, hasta que se asegura de que la anciana ha salido de la casa. Se dirige entonces a la habitación de la vieja. Se dirige ahí al baúl de donde ha sacado las memorias del general Llorente. Toma el tercer folio de las memorias, en el cual encuentran algunas fotografías. Se va a su habitación con estos objetos, y ahí lee los nuevos papeles. Busca nuevas menciones de Consuelo, hasta que encuentra las siguientes líneas:

"Sé por qué lloras a veces, Consuelo. No te he podido dar hijos, a ti, que irradias la vida..."
"Consuelo, no tientes a Dios. Debemos conformarnos. (...) No te pido conformidad, porque ello sería ofenderte. Te pido, tan sólo, que veas en ese gran amor que dices tenerme algo suficiente, algo que pueda llenarnos a los dos sin necesidad de recurrir a la imaginación enfermiza..."
"Le advertí a Consuelo que esos brebajes no sirven para nada. Ella insiste en cultivar sus propias plantas en el jardín. (...) Las hierbas no la fertilizarán en el cuerpo, pero sí en el alma..."
"La encontré delirante, abrazada a la almohada. Gritaba: 'Sí, sí, sí, he podido: la he encarnado; puedo convocarla, puedo darle vida con mi vida' "
"Hoy la descubrí, en la madrugada, caminando sola y descalza a lo largo de los pasillos. (...) 'No me detengas —dijo—; voy hacia mi juventud, mi juventud viene hacia mí. Entra ya, está en el jardín, ya llega' "

Es aquí donde terminan las memorias del general Llorente. A continuación se encuentran las fotografías. La primera es del general, un anciano vestido de militar. Luego viene una que aparentemente es de Aura, aunque con fecha de 1876 y con un letrero en la parte posterior que dice Consuelo Llorente. En la tercera aparecen Aura y el anciano sentados en un jardín. Entonces Felipe se da cuenta, al tapar la barba del general Llorente, que es prácticamente él mismo. Felipe queda totalmente confundido, meditando sobre el asunto. Al caer la noche, baja de su habitación y se dirige a la de la anciana, y al estar frente a la puerta, pronuncia el nombre de Aura. Entonces entra a la habitación, que se encuentra en completa oscuridad. Al acercarse a la cama, escucha ruidos leves, y entonces escucha la voz de Aura, quien le pide que se acueste a su lado. Felipe le dice que la anciana puede volver en cualquier momento, pero Aura responde que ella no regresará, y que nunca ha podido mantenerla a su lado más de tres días. Ella le pide varias veces que no la toque, a pesar de que Felipe lo intenta. La mujer le indica que le bese sólo el rostro. Felipe la toma sin escuchar, sin pensar, sin distinguir nada. Entonces siente algo extraño, diferente, al mismo tiempo que una rendija de luz entra a la habitación e ilumina el pelo blanco de la mujer, su rostro seco y arrugado, y el cuerpo desnudo de la vieja. La línea con que culmina el libro es:

—Volverá, Felipe, la traeremos juntos. Deja que recupere fuerzas y la haré regresar...

.

Personajes

Aura es el personaje más misterioso de la novela. Es la sobrina de Consuelo Llorente. Su rasgo físico más característico son sus ojos verdes,[1] además de que siempre aparece vestida de tafeta verde.[2] Representa la juventud y la belleza, en contraste con su tía, ante quien suele comportarse sumisamente.[1] En su presencia, por lo general es silenciosa y tímida y tiende a actuar mecánicamente, como dependiendo de alguien más para realizar cualquier acción.[3]

Consuelo, por otra parte, es una anciana de más de cien años de edad, dueña de la casa a la que acude Felipe a solicitar trabajo. Es una señora con la piel muy arrugada, pelo blanco y con un rostro casi infantil de tan viejo. Suele vestir con un camisón de lana, abotonado hasta el cuello, y pasa gran parte del tiempo en cama, aunque en algunas ocasiones baja a comer e incluso en una ocasión sale de la casa. Es descrita como una vieja pequeña y delgada, casi esquelética, y con una voz débil y aguda. Felipe la cataloga como una persona manipuladora, inclusive tirana, por su forma de tratar a Aura. Le obsesionan ciertas cosas, entre ellas que las memorias de su marido sean publicadas antes de que muera.[1] También tiene una profunda devoción religiosa. Acostumbra realizar ciertos rituales, entre ellos algunos religiosos, aunque el más notable es en el que da vida a Aura. En contraparte de su sobrina, que representa la juventud, esta señora representa la vejez y por momentos inclusive la falta de sentido de la realidad y las obsesiones.[1] Tiene 109 años, y 15 en 1867 cuando se casó con el general Llorente y se fue a vivir a París con él. Tenía 49 años al morir su esposo.

Felipe Montero es el protagonista de la historia. Es un joven historiador que acude a casa de la señora Consuelo debido a un trabajo que ofrecía la anciana, mismo que podía realizar Felipe debido a sus conocimientos de la lengua francesa y otras características.[1] Al inicio de la novela se indica que es antiguo becario en la Sorbona, historiador y profesor auxiliar en escuelas particulares, donde gana 900 pesos mensuales. Físicamente se le describe como un hombre joven, con cejas pobladas, boca larga y gruesa, ojos negros, pelo oscuro y lacio, perfil recto y mejillas delgadas. Más adelante se revela que tiene planeada una obra propia, acerca de los descubrimientos y conquistas españolas en América. Aparentemente se deja llevar por sus emociones, pues al dudar inicialmente sobre si quedarse a vivir o no en aquella casa para realizar el trabajo, toma definitivamente la decisión de quedarse al ver a Aura. A pesar de esto, también tiene bastante control sobre sus acciones y sentimientos, especialmente por lo que siente por Aura.[3]

Referencias

  1. a b c d e «Apunte: Resúmenes de Obras - AURA». Los Eskakeados. Consultado el 26 de mayo de 2008.
  2. Eudave, Cecilia (septiembre de 2001). «Simbolismo y ritualidad en la novela Aura de Carlos Fuentes». Literaturas.com. Consultado el 26 de mayo de 2008.
  3. a b «Análisis de los personajes». Instituto Universitario del Audiovisual. Consultado el 26 de mayo de 2008.

Enlaces externos

Obtenido de "Aura (novela)"

Wikimedia foundation. 2010.

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