- El dios Marte
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El dios Marte Diego Velázquez, h.1640 Óleo sobre lienzo • Barroco 181 cm × 99 cm Museo del Prado Marte o El dios Marte es un óleo sobre lienzo de 181 x 99 cm, obra del artista sevillano Diego Velázquez (Sevilla, 6 de junio de 1599 - Madrid, 6 de agosto de 1660).
Contenido
Breve descripción de la obra
Inspirado en una de las esculturas que realizó Miguel Ángel para la tumba de los Médici en la nueva sacristía de San Lorenzo de Florencia, la denominada Il Pensieroso, esta representación velazqueña del dios Marte es de corte satírico, en este caso, además de por las razones moralizantes, de estirpe contrarreformista, que propiciaron esta visión a ras de tierra de los dioses y héroes mitológicos, seguramente también por la cada vez más adversa fortuna de las armas españolas. La fecha de su ejecución está muy discutida, pero todo parece indicar que debió de ser realizada hacia 1640. La técnica es fluida, el colorido variado, destacando, así mismo, en el conjunto el casco que porta este soldado desnudo y el resto de la armadura que se amontona a sus pies.
Historia del cuadro
El cuadro iba dirigido a la Torre de la Parada, situada a medio camino del cazadero de El Pardo. Entre 1635 y 1638, este palacete se llenó de cuadros referentes a temas mitológicos y de cacerías de artistas tales como Rubens, Frans Snyders o Cornelis de Vos, entre otros. Junto a estos cuadros y para este mismo ambiente, el pintor sevillano pintó también una serie de lienzos entre los que destacan Esopo y Menipo.
El Marte velazqueño estuvo allí desde 1642 aproximadamente para luego pasar al Palacio Real antes de 1772. La Real Academia de Bellas Artes de San Fernando lo albergó desde 1816 a 1827 y a partir de esta fecha está ubicado en una sala del Museo del Prado de Madrid. jk
Análisis formal
El cuadro está realizado en óleo sobre lienzo, soporte muy utilizado por Velázquez ya que le permitía libertad para combinar efectos opacos y transparentes en la pintura.
Técnicamente, la obra es de una suave soltura y por el contraste algo agrio de los colores más vivos, el azul y el rojo, parece seguir la costumbre francesa de moderar los tonos calientes por uno frío, más que en seguir una entonación cálida a la veneciana típica de Tiziano. Junto a esa posible influencia francesa, hay que añadir una segunda donde Velázquez asimila el colorido frío y plateado de Veronés, Tintoretto y El Greco. Paralelo a ese cambio en el colorido destaca también el en la factura. En el cuadro, la pasta de color se va desentendiendo del anterior sentido escultórico de la forma que utilizaba el pintor antes de 1630, y ahora piensa más en la virtud del color mismo vivificado por la luz y en el efecto que, visto a distancia produce en el ojo del espectador.
Estamos ante una obra del Barroco donde se establece un sistema compositivo en el cual prevalece la estructura geométrica, y además la actitud o la postura del personaje, cuya actitud es de reposo, se basa en principios de simetría.
El cuadro sigue el ritmo velazqueño, que es un orden iconográfico de izquierda a derecha, igual que cuando se escribe o se lee. El pintor añade un elemento, la luz, que coincide en el punto de vista del espectador, y si la lectura empieza por la izquierda, la derecha es como una pared reflectante para que a partir de ahí se vuelva la vista a la izquierda. Se trata de una mirada pendular para captar la composición. Por lo demás, la obra presenta una línea horizontal en primer plano, marcada por el escudo, que es la línea de la lectura: de izquierda a derecha, más otras líneas escorzadas de profundidad. El desarrollo en vertical arranca en diagonal desde la parte inferior izquierda de la composición, culminando en línea recta. Por último, un aspecto velazqueño importante lo constituye la factura de las manos, la cual es típica del artista sevillano, ya que nunca las termina del todo. Es como si las esbozara en vez de dibujarlas.
El cuadro representa a un hombre desnudo, salvo un paño azul que rodea sus caderas, un manto rojo sobre el que está sentado y el casco o yelmo. La cabeza, ornada con el mostacho carecterístico de los soldados de los Tercios, que acentúa grotescamente su melancolía, se apoya en la mano izquierda. Sobre el desnudo hay ciertos recuerdos de Rubens en la carnación rojiza y brillante y en la musculatura de madurez, que le quitan prosopopeya y le añaden humanidad. La mano derecha, oculta bajo el manto, tiene una maza o bengala de madera. A los pies, un aparatoso escudo de torneo, una espada moderna, de enormes gavilanes, y un trozo de armadura. Velázquez ha extremado, como en el retrato del bufón Don Juan de Austria, los atributos bélicos, que subrayan lo aparatoso y ridículo de esta visión melancólica.
Significado de la obra
La figura representada en el cuadro es Marte, el dios romano identificado con el Ares helénico. Es el dios de la guerra pero también de la primavera, porque la estación guerrera empieza al terminar el invierno. Es el dios de la juventud, porque la guerra es una actividad propia de ésta. Él es quien, en las "primaveras sagradas", guía a los jóvenes que emigran de las ciudades sabinas para ir a fundar otras nuevas y procurarse nuevas residencias. Era hijo de Zeus y Hera y pertenece a la segunda generación de los dioses olímpicos. Figura entre los doce grandes dioses y se le representa normalmente como un guerrero, con coraza y casco, y armado de escudo, lanza y espada. Unas veces tiene un aspecto joven, imberbe y melancólico, otras es maduro, con barba y serio. Pero en el cuadro de Velázquez, Marte es una figura de aspecto casi ridículo representado en actitud melancólica enlazando de esta forma con línea de ironía referente a las representaciones mitológicas cultivada por Rodríguez de Ardila, Góngora, Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, etc.
El lienzo podría representar el final de los amores de Marte con Venus, por la cara de resignación y tristeza que observamos en el dios. El gesto ha sido perfectamente captado por el pintor, demostrándonos su facilidad para enseñar el alma de sus modelos. Vulcano, esposo de Venus, al ser informado de los amores entre su mujer y Marte, que Velázquez recogió en su Fragua de Vulcano, tejió una malla de hierro para sorprender a los ilícitos amantes y que los demás dioses del Olimpo contemplaran el engaño. Todo esto ya ha ocurrido y Marte, aturdido y derrotado, reflexiona sobre todo ello. Tras la figura contemplamos una sábana de color blanco del lecho donde los amantes fueron sorprendidos. Además, hay quien ha querido ver en esta pintura una alegoría de la decadencia militar del poder español en Europa durante la década de 1640, pero resulta un poco extraño que Velázquez, siempre respetuoso hacia su señor y deseoso de obtener el ennoblecimiento, pudiera realizar una imagen en la que el honor de los temidos y famosos tercios españoles quedara dañado
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