- Casa de Cultura (Calanda)
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Casa de Cultura (Calanda)
El Convento de Capuchinos de Calanda, antiguo Convento de San Antonio de Padua y actual Casa de Cultura de la villa, es un edificio de estilo barroco y una de las más importantes edificaciones de la Orden de los Capuchinos en la provincia de Teruel.
Contenido
Historia
La fundación del convento capuchino de Calanda tuvo lugar en el año 1750 y fue la última de Aragón por parte de la Orden. Según el padre Ciaurriz, mencionado por el historiador Manuel García Miralles en su Historia de Calanda, la causa de dicha fundación se debe a la generosidad de unos devotos consortes: “Fue construido a expensas de don Antonio Solana y doña María Jimeno, residentes en Zaragoza, y con ayuda del pueblo. Estuvo dedicado a San Antonio de Padua. La iglesia era muy capaz y de tres naves...”.
Ahora bien, pocos son los datos de los que disponemos. Ni el padre Huesca en su Teatro histórico, ni ningún otro historiador relevante de la época, hace mención alguna de un monasterio del que el historiador Santiago Vidiella decía que, en su conjunto, “era la mejor obra que la Orden tenía en la provincia”.
García Miralles añade: “Sabemos que los referidos cónyuges fundadores eran naturales de Calanda. Un cuadro –existente en la sacristía parroquial hasta la dominación roja de 1936- los representa sosteniendo en sus manos el edificio”.
El mismo autor recrea en su Historia de Calanda la instalación de la comunidad religiosa: “...fue festejada con la representación de un dance dedicado al Sacramento y San Miguel, escrito para el caso por la poetisa calandina sor Luisa Herrero”.
En el año 1835, y tras 85 años de estancia en el Convento de San Antonio de Padua, como se llamaba, los monjes se marcharon. El padre Ciaurriz así lo señala: “Cuando la expulsión de los religiosos la comunidad se componía de doce sacerdotes, un corista, cuatro legos y cuatro donados. Los religiosos no sufrieron daño alguno en esta ocasión por haber salido del convento antes que llegaran las tropas de Alcañiz...”.
Emplazamiento
El convento fue construido a extramuros de la villa en un alto al sureste, donde todavía se alza sobre sus cimientos otro convento: el que fue de carmelitas y dominicos.
La vista que ofrece el lugar es notable: una panorámica que se rompe al sur, ante las montañas que conforman la Sierra del Tolocha. Abajo -no olvidemos que el convento está sobre una colina- se despliega la huerta calandina, de la que los frailes tenían una nada desdeñable porción de terreno (todavía hoy se conservan algunos restos de la tapia que delimitaba el terreno de unos y otros).
Valores patrimoniales
Pese al desconocimiento popular del mismo, el Convento de Capuchinos de Calanda ofrece el suficiente número de valores patrimoniales como para salir de un relativo anonimato que con otros tantos edificios apreciables comparte.
En primer lugar, y como ya hemos indicado antes, se trata de un lugar de gran interés dado que dentro de su ámbito es el más notable de la provincia de Teruel. Pero analicemos la situación desde la óptica de nuestros días.
Últimas intervenciones
En los últimos años el edificio ha sufrido dos remodelaciones, teniendo la primera carácter de restauración, y realizada durante la década de los años 1980. Restauración necesaria, pues, ya que con un presupuesto digno “reparaba” las taras de un convento de lo más necesitado. Tras esta intervención, en la que se respetó la esencia del lugar, el edificio se habilitó para hacer de él Casa de Cultura de la población, integrando así diferentes salas (destinadas a Biblioteca, Escuela de Jota, Escuela de Música y Museo de Cerámica [en la planta baja], y Escuela de Manualidades [en la primera planta]) sin romper la integridad de su interior, es decir, respetando pasillos y tabiques originales casi en su totalidad, pero aclimatando el lugar con suministro de electricidad y agua de las que carecía.
En la década de los años 1990, la población, necesitada de un Instituto de Secundaria, optó por la execrable opción de remodelar gran parte de los interiores, en especial de la primer planta, lo que conllevó eliminar pasillos y tirar tabiques, saldándose con un lamentable ejemplo de la desintegración de sus interiores originales. Dos años después se construyó el Instituto de Secundaria actual y las varias aulas que se hicieron en el convento pasaron a perder cualesquiera sentido al quedar paradas, aunque con el tiempo fueron reutilizadas para otros menesteres.
Por otra parte, la pequeña iglesia del convento, de una nave, se utilizó para hacer de ella un cine, y allí pasó a estar ubicado el Cineclub “Luis Buñuel”, hoy por hoy vigente, y anteriormente emplazado en la Plaza de La Hoya. La nulidad del espacio para dicha función se ha saldado con los resultados predecibles: una acústica lamentable y una inclinación del suelo poco menos que inadecuada.
Entre tanto despropósito, cabe añadir otro acaso menos relevante pero igualmente importante: la incorporación de una horrenda franja de hormigón en el lateral derecho de la fachada principal, de pésimo gusto.
Por todo ello resulta obvio que el edificio ha sufrido un trato de lo más grisáceo, en cuanto ha utilizado su espacio interior amparándose a las coyunturas del momento obviando la esencia, luego pertinencia, de su naturaleza estética.
Lo que el edificio ofrece al visitante
Pese a los puntos oscuros de los que hemos hablado, el convento mantiene partes aisladas de particular belleza.
La planta baja es la más satisfactoria del conjunto. En ella destaca el claustro, espacio respetado en su práctica integridad, que pese a su traza convencional y falta de elementos escultóricos, ofrece una interesante muestra del espíritu sobrio y recogido de los frailes capuchinos. Una buena iluminación llega a la galería interior, separada del exterior mediante ventanas acristaladas que datan de la intervención de los años ochenta. Esta galería sirve de elemento de comunicación entre las diferentes salas, de entre las que destaca la Biblioteca, con diferencia el lugar más transitado por los habitantes, aunque carece de interés, ya que como arquitectura de interior sufrió una salvaje remodelación en la que, tirando y levantando nuevos tabiques, se dispuso del espacio de la manera más conveniente. De entre las restantes dependencias, destaca la que hoy alberga la sala de exposiciones temporales (antaño refectorio), en parte por su peculiar tratamiento del espacio (que triplica en altura el de las demás habitaciones) y su cubrición por medio de bóvedas de arista.
Dos son los tramos de escaleras que acceden a la primera planta. Sendos tramos conservan intactos su apariencia original. El primero consta de cuatro ramales de escaleras y carece de cualquier particularidad. El segundo es muy discreto en proporciones y está situado en la parte trasera del convento, siendo apenas transitado.
La primera planta, pese a ser la más masacrada, ofrece lugares de interés, como es el caso de la antigua iglesia, hoy cine, y cuyo perímetro sigue intacto. Allí donde estuvo el altar y el retablo (destruidos durante la Guerra Civil Española) aparecen hoy la pantalla sobre la que se proyectan las películas y un pequeño entarimado que en ocasiones sirve de escenario para algunas representaciones teatrales.
Rodeando la balconada que da al claustro estaban dispuestas las celdas de los frailes, de las que hoy apenas quedan huellas, ya que el espacio que ellas ocupaban, al carecer hoy de utilidad práctica, ha sido demolido en beneficio de habitaciones grandes en las que ejercer otras actividades, caso de la Escuela de Manualidades y la Escuela de Adultos, espacios convencionales sin mayor interés. Otras de las muchas habitaciones de la primera planta están vacías y corresponden a la intervención del provisional Instituto de Secundaria.
Entre tanto, y tras la última intervención, sólo queda intacto un pasillo, ya que el resto (y en la supuesta razón de ganar espacio) se eliminó al optarse por la comunicación entre habitación y habitación, es decir, unas con otras, por medio de puertas, lo que además de ser muy molesto y poco práctico, crea corrientes de aire.
A la segunda y última planta del convento se accede por una escalera de un ramal a la que no tiene acceso el visitante (ya que la puerta de acceso está cerrada). Esta última planta es un enorme espacio vacío que quedó al margen de las intervenciones, por lo que aparece en su estado primitivo. Se destinó a funciones de almacén o granero, y carece estrictamente de cualquier interés visible.
Desde el exterior, el convento aparece elevado sobre una colina, contando en su parte trasera con notables vistas, además de un disociado jardín destinado a la tercera edad (con sus pistas de petanca incluidas) dada la proximidad de una residencia de ancianos. Efectivamente, es ese carácter pretendidamente práctico el que lastra muchos de los atractivos del entorno del convento, no digamos ya de su interior.
Referencias
Este artículo ha sido elaborado con extractos del siguiente estudio:
- BIELSA ARBIOL, José Antonio: Investigación sobre el Convento de Capuchinos de Calanda, Universidad de Zaragoza: Conservación y restauración del patrimonio artístico, Zaragoza, 2004.
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