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Eugenio moya
EUGENIO MOYA CANTERO
Perfil biográfico
Eugenio Moya Cantero, actualmente Catedrático de Teoría del Conocimiento y Filosofía de la Tecnología en la Universidad de Murcia, nació en Alcázar de San Juan, Ciudad Real, en 1960. Cursó sus estudios de bachillerato en el Instituto Miguel de Cervantes, pero en otoño de 1977, en pleno periodo constituyente de la democracia española, se trasladó a Madrid para cursar la Licenciatura de Filosofía en la Universidad Complutense. En aquel momento, la Facultad de Filosofía, aunque contaba con la presencia de figuras intelectuales de la talla de José Luis Pinillos o José Hierro Pescador, seguía orientada fundamentalmente por el neotomismo y la fenomenología. Sin embargo, va a ser el encuentro intelectual con otro Profesor recien llegado de Barcelona, Jacobo Muñoz, el que va a marcar su orientación filosófica hacia la teoría del conocimiento y la epistemología. En este sentido, merecen ser destacadas su Tesis de Grado: La Teoría de las Revoluciones Científicas de Th. Kuhn (1983), así como su Tesis de Doctorado La Historiografía contemporánea de la ciencia y sus aportaciones a un nuevo concepto de racionalidad (1990), ambas dirigidas por el mismo profesor Muñoz. En ellos, Moya sostiene que la teoría de las revoluciones científicas supuso, en contra de la noción lineal del conocimiento sostenida por la concepción estándar de la epistemología (positivismo, Popper...), que existen transiciones revolucionarias en el desarrollo de las ciencias (naturales y sociales) y que, por tanto, hacía inviable las ideas de conocimiento como conjunto de representaciones exactas de la realidad, la de progreso científico y, por último, la idea de una racionalidad pura históricamente invariante; tres pilares de aquella concepción estándar.
En 1983, Moya saca el número dos en las últimas Oposiciones que se celebraron en España al Cuerpo de Catedráticos Numerarios de Bachillerato. Su primer destino fue Callosa de Segura (Alicante) y más tarde, en 1992, Murcia, donde comienza a entablar relaciones con recién constituida Facultad de Filosofía, que desde 1975 hasta el curso 1992-93 había compartido los tres primeros cursos del Plan de Estudios con Psicología y Pedagogía. Es contratado entonces Profesor Asociado y desarrolla un importante papel en defensa de la presencia institucional de la Filosofía en el Bachillerato, que tras la promulgación y desarrollo de la Ley Orgánica General del Sistema Educativo de 1990, había perdido buena parte de su presencia en el currículo de la enseñanza secundaria. Funda así, junto a Antonio Campillo, Profesor también de la Universidad de Murcia, y otros la Sociedad de Filosofía de la Región (SFRM) de Murcia, uno de cuyos objetivos era la defensa y promoción de la enseñanza de la Filosofía. En la SFRM ocupa el cargo de Vicepresidente, desde su fundación en 1994 hasta 1999.
La labor docente de Eugenio Moya se centró prácticamente desde su contratación en 1995 en la implantación de una materia, Filosofía de la Técnica, que iba a cobrar fuerza y presencia en todas las facultades de Filosofía españolas por aquel entonces con los llamados estudios CTS (Ciencia-Tecnología-Sociedad). Evidentemente, esta labor le sirvió a Moya para reencontrarse con una preocupación intelectual –nunca abandonada desde la defensa de su Tesis de Doctorado- con la epistemología y filosofía de la Tecnología. De hecho, el título de sus dos primeros libros señalan a las claras los frutos de ese interés: La disputa del positivismo en la filosofía contemporánea (1997) y Crítica de la razón tecnocientífica (1998).
En el año 2001 Eugenio Moya oposita al Cuerpo de Titulares de Universidad, en el que obtiene la plaza en el área de Filosofía. Y es importante destacar lo del área de conocimiento, porque Moya compatibilizó desde entonces su trabajo investigador y dedicación docente a la Teoría del conocimiento y la Filosofía de la Tecnología (sin olvidar la gestión: Secretario desde 2005 de Dáimon. Revista de Filosofía; Vicedecano de Posgrado, desde 2006) con un fuerte activismo en defensa del área de Filosofía desde la Secretaría de la Sociedad Académica de Filosofía (SAF), fundada en 2001 con el fin servir de canal institucional y representación del área que integra la mayor parte de los profesores universitarios de Filosofía en España (60%), a la manera en que la Sociedad de Lógica y Filosofía de la Ciencia y la Sociedad Española de Ética y Filosofía Política lo hacían en las áreas de Lógica y Filosofía moral.
En 2008 obtiene la Habilitación Nacional para el Cuerpo de Catedráticos de Universidad, siendo nombrado en julio de ese mismo año Catedrático de Filosofía de la Universidad de Murcia.
Perfil intelectual
Puede decirse que el análisis de la idea kuhniana de inconmensurabilidad y sus implicaciones críticas respecto a conceptos como verdad y objetividad, centrales en la teoría del conocimiento, se convirtieron a partir de sus tesis de licenciatura y doctorado en una referencia permanente de las investigaciones de Moya. Trabajos como La disputa del positivismo en la filosofía contemporánea (1997), Conocimiento y verdad. La epistemología crítica de K.R. Popper (2001), Ciencia, sociedad y mundo abierto. Homenaje a K.R. Popper (2004) se enmarcarían en esta misma línea. Así, de acuerdo con otro popperiano, Hans Albert, y su crítica a la hermenéutica en Kritik der reinen Hermeneutik (1994), Moya entiende que la hermenéutica, al soslayar que el conocimiento humano es un suceso natural en continuidad con otros acontecimientos naturales, ha extendido insensatamente el modelo filológico del análisis textual a todo encuentro con la realidad. Por ello, si desde Heidegger los hermenéutas han hablado de la ciencia como un forma de metafisica fundacional y, por tanto, como un peculiar olvido del ser, Moya denuncia el giro hermenéutico de la epistemología por su textualismo, por su especial “olvido de la naturaleza”. Se trata de un prejuicio o dogma que a muchos –desde Heidegger a Latour, sin olvidar el recientemente fallecido Richard Rorty- les ha hecho transitar desde la concepción del conocimiento como visión a la idea de que todo conocimiento, incluido el perceptivo, ha de ser entendido desde el paradigma de la lectura. La consecuencia ha sido el progresivo abandono de las metáforas visuales, asociadas al paradigma moderno del pensador/lector solitario y su sutitución por un modelo conversacional para el que la verdad de todo conocimiento –incluido el científico- se decide, finalmente no por encuentros con la realidad, sino por negociaciones entre colegas. Moya defiende que este relativismo supone un serio obstáculo a la idea de que podemos aprender de la experiencia y de la crítica de los demás. A lo sumo estaríamos ante un proceso de seducción o conversión. Y lo peor es que el reemplazo de las ideas de verdad y objetividad por las de circulación social o solidaridad terminan por hacer imposible una sociedad abierta y democrática. Más aún, como defiende en “Guerra de mundos. La apuesta multinaturalista de Bruno Latour” (2006), la idea de verdad es, frente a lo que dejó escrito Nieztsche en Verdad y mentira en sentido extramoral, constitutiva de la sociedad y no su resultado. El deseo individual de adquirir creencias que puedan ser justificadas ante un público (nuestros hijos, nuestros conciudadanos o la comunidad científica), no puede ser separado de la necesidad (incluso biológica) de adquirir y transmitir creencias verdaderas. O sea, la moraleja del cuento que todos aprendimos de niños sobre la conveniencia de no mentir con eso de “¡qué viene el lobo!” si no queremos correr el riesgo de quedarnos solos cuando más necesitaramos la ayuda de los demás, parece trascender, para nuestro autor, el simple ámbito de la corrección moral. De este modo, si ya no es posible defender el fundamentalismo cientista; es decir, aunque no tenga sentido ya lo que Susan Haack ha llamado el antiguo deferencialismo hacia los saberes positivos, todavía hay para E. Moya formas de evitar lo que llama el nuevo cinismo posmoderno. Y es que por dificil que sea rechazar la presión de la crítica cultural de la ciencia, que nos ha hecho ver en los científicos (varones, occidentales, blancos, y de clase medio-alta) una especie de sacerdocio secularizado que defiende desde transformados púlpitos (academias e institutos de insvestigación) nuevos dogmas (Feyerabend dixit) y que ha utilizado la idea de construcción social del conocimiento para desbancar las falsas pretensiones del deferencialismo y fundamentalismo cientista; en definitiva, para desbancar un tipo de racionalidad científica que se ha presentado como expresión y fuente de autoritarismo, patriarcalismo, racismo e imperialismo; por díficil que sea, en último término, no ceder a la crítica cultural de la ciencia, la única esperanza real de una verdadera tolerancia está, para él, como para el racionalismo crítico de Popper, en la defensa de la razón y la discusión crítica. Y con ellas en la idea de verdad a la que podemos no ajustarnos. Renunciar a ella sería renunciar a una de las mayores conquistas de Occidente para la humanidad: el uso crítico y público de nuestra razón. Sólo este uso, que ya erigiera Kant en la clave de la ilustración de la humanidad, puede inmunizarnos del del error fundamental del relativismo: juzgar como criterio de validez y valor la simple coherencia discursiva de un lenguaje o sociedad consigo misma y prescindir de la coherencia con la realidad exterior o de la comparación entre los distintos valores que se dan en dife¬rentes sociedades. El compromiso de Moya con las ideas de verdad y objetividad y su disputa con desarrollos socio constructivistas y hermenéuticos de tales nociones epistémicas –que se hace más acusada en trabajos como “A.D. Sokal, TH. S. Kuhn y la epistemología postmoderna” (Revista de Filosofía, 2000); “Constructivismo social y neutrinos solares” (Daímon, 2000); “Filosofía, literatura y verdad” (Revista de Filosofía, 2002); “Tradición y verdad. Los límites del giro hermenéutico de la epistemología” (en Caminos de la hermenéutica, Biblioteca Nueva, 2006); y “Guerra de mundos. La apuesta multinaturalista de Bruno Latour” (Isegoría, 2006)– marcan, en cualquier caso, una orientación decidida en defensa del realismo performativo, donde la dimensión instrumental del conocimiento resulta decisiva. Como sostiene en la voz “Objetividad”, que escribió para el Compendio de epistemología, dirigido por Jacobo Muñoz y Julián Velarde (2000), “es el éxito tecnológico el que hace de la ciencia una actividad que, a diferencia de la literatura o la religión, no podamos concebirla como simple práctica conversacional, sino como un auténtico diálogo entre los investigadores y la realidad” (Trotta, p. 430). Es la tesis que había defendido ya en su influyente libro Crítica de la razón tecnocientífica, donde escribe que, aunque hay logros innegables del constructivismo social (Bloor, Collins, Woolgar, Rorty...), el “papel de la realidad no puede ser insignificante”, porque “la realidad no se agota en nuestro comercio lingüístico o teórico” (Madrid, Biblioteca Nueva, 1998, pág. 264). Y decimos que influyente, porque Eugenio Moya es uno de los primeros en utilizar en esa obra el término “tecnociencia” en España y por emplear una metodología sistémica, para dar cuenta de las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad.
Eugenio Moya compatibiliza sus investigaciones sobre epistemología y filosofía de la tecnología (principalmente la digital, a la que ha dedicado en los últimos años más de un trabajo) con una novedosa y original relectura del transcendentalismo kantiano. Frente a hipótesis interpretativas, en principio antagónicas –como las de Cassirer y Heidegger; o, en nuestro contexto filosófico, de Martínez Marzoa y del mismo Montero Moliner–, que han visto en la teoría kantiana de las facultades mentales un problema que oscurece el verdadero sentido del idealismo trascendental, Moya sostiene que en el filósofo de Königsberg no encontramos jamás una razón pura y unitaria, capaz de enfrentarse al mundo (y al propio cuerpo) para imponerle sus reglas y principios –teóricos y prácticos–; sino más bien, una razón compleja, modular e instituida por la naturaleza, caracterizada por los continuos conflictos intermodulares y, por tanto, muchas veces incapaz no sólo de legislar aquel mundo, sino tan siquiera de gobernarse a sí misma. Es importante la idea de una razón instituida por la naturaleza, porque, para Moya, es una ciencia emergente en el siglo XVIII: la Embriología (y en especial su concepto de epigénesis –que utiliza el mismo Kant en el § 27 de la Crítica de la razón pura)–, la que permite profundizar en una naturalización del idealismo transcendental. De hecho, para Moya, las ideas de espontaneidad y sistema, centrales en la teoría kantiana de la mente, encontraron su analogía empírica en la idea de epigénesis, una noción embriológica que en principio hacía referencia a la capacidad del embrión para diferenciar sus órganos y ganar estructura a partir de un huevo indiferenciado, y a la que Kant da rango filosófico a fin de encontrar una respuesta satisfactoria a la cuestión de la génesis de unas representaciones puras, que, en cuanto que autopensadas, adquieren validez universal. Así, frente a quienes han negado incluso las aportaciones de la Lebenslehre kantiana a las ciencias de la vida y, más concretamente, al pensamiento evolutivo (Gerland, Arthur O. Lovejoy (“Kant and Evolution”, 1910-1911), o más recientemente Robert J. Richards (“Kant and Blumenbach on the Bildungstrieb: A Historical Misunderstanding”, en: Studies in the History and Philosophy of Biology and Biomedical Sciences, 31/1 (2000), Moya defiende con no pocos apoyos textuales- que la idea de epigenesia le permitió a Kant implementar la doctrina de la evolución cósmica, mantenida en su temprano ensayo de 1755: Historia General de la Naturaleza y Teoría del Cielo, hasta ofrecer un modelo general e inmanentista de la naturaleza, incluido el mismo hombre y su mente. En el fondo, como señala el mismo Kant en el § 65 de la Crítica del Juicio, “La naturaleza se organiza más bien a sí misma y en cada especie de sus productos organizados siguiendo globalmente un mismo modelo, pero también con las oportunas divergencias que exige la propia conservación, según las circunstancias”. Mención especial merecen en esta última línea de su investigación los trabajos: ¿Naturalizar a Kant? Criticismo y modularidad de la mente (Madrid, 2003); “Apriorismo y evolución: el naturalismo emergentista de Kant y Popper” (Daímon, 2004); “Epigénesis y razón. Embriología y conocimiento en Kant” (Teorema, 2004); “Epigénesis y validez: el papel de la Embriología en el programa transcendental de Kant” (Theoría, 2005); y “Apriorismo, epigénesis y evolución en el transcendentalismo kantiano” (Revista de Filosofía, 2005). Trabajos que han concluido –por ahora- con un volúminoso y no menos innovador y atractivo libro sobre Kant y las ciencias de la vida (2007), que puede convertirse en un libro de referencia de las investigaciones de Kant en los próximos años.
Libros publicados
-1997: La disputa del positivismo en la filosofía contemporánea, Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia, Murcia.
-1998: Crítica de la razón tecnocientífica, Biblioteca Nueva, Madrid.
-1999: Discurso sobre el espíritu positivo de Augusto Comte. Editor, traductor e introductor, Biblioteca Nueva, Madrid.
-2001: Conocimiento y verdad. La epistemología crítica de K.R. Popper, Biblioteca Nueva, Madrid.
-2003a: Teoría del conocimiento, ICE-Universidad de Murcia / Diego Marín Editor, Murcia.
-2003b: ¿Naturalizar a Kant? Criticismo y modulariad de la mente, Biblioteca Nueva, Madrid.
-2003c: Diccionario Espasa de Filosofía, coautor del trabajo dirigido por Jacobo Muñoz, Espasa-Calpe, Madrid.
-2004b: Ciencia, sociedad y mundo abierto. Homenaje a Karl R. Popper, edición, Comares, Granada.
-2005: Historia de la Filosofía y de la ciencia, 2 vols., INFIDES, Murcia.
-2006a: Filosofía I: Filosofía, lenguaje y ciencia, INFIDES, Murcia.
-2006b: Filosofía II: Metafísica y teoría del conocimiento, INFIDES, Murcia.
-2006c: Filosofía III: Antropología, psicología y filosofía práctica, INFIDES, Murcia.
-2008: Kant y las ciencias de la vida, Biblioteca Nueva, Madrid.
-2009: Pensar el presente. Incertidumbre humana y riesgos globales, Biblioteca Nueva, Madrid.
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