- Bufón
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Se llama bufón al truhan o gracioso que con sus palabras, acciones y chocarrerías tenía por oficio hacer reír a los poderosos y hacerles llegar a la realidad riéndose de ellos y haciéndoles sentir con una persona más del mundo. Según algunos se les llama así porque, entre las gracias que hacían durante sus actuaciones, se añadía un ruido como de bufido. Mayormente solía ser gente con unas características físicas anormales, fuera de lo habitual: jorobados, enanos, etc, y se solían reír de ellos más por sus defectos que por sus chistes y devaneos.
Se piensa que los bufones son exclusivos de la Edad Media y comienzos de la Moderna, pero lo cierto es que siempre ha habido cómicos que han vivido de sus gesticulaciones, chistes, muecas o bromas para la corte real y su entorno, más o menos frívolo y palaciego.
Contenido
Historia
Grecia y Roma
En Grecia y Roma ya figuran los bufones haciendo su papel. En Grecia, los atenienses no desdeñaban oír a los más viles bufones en los mismos teatros en que se presentaban a la vista y admiración del público las creaciones de Sófocles y de Eurípides.
En Roma, las obras de muchos autores cómicos y no pocos pasajes de las de Marcial, Séneca y Suetonio -confirmadas plenamente por pinturas halladas en Pompeya- demuestran el gusto con que el pueblo romano llegó a escuchar a los bufones. La afición a tal tipo de gentes hubo de crecer en Roma a compás que las costumbres se corrompían y que aumentaba el amor al lujo y al desenfreno por la ostentación, causando cada vez mayor deleite y siendo buscadas con mayor empeño las monstruosidades físicas, morales e intelectuales: enanos, gigantes, deformes, etc. La costumbre creó el tráfico y éste llegó a ser tan enorme que se hizo en Roma un mercado especial para esta clase de mercancías. Cuando los provechos de dicha industria aumentaron de modo considerable, los orientales se dedicaron a la confección de monstruos y enanos.
En Pompeya, se han hallado vasos etruscos con la forma de estos desgraciados engendros que servían de entretenimiento a una sociedad corrompida. Augusto, deseoso de que el pueblo participara del placer de ver uno de estos monstruos hizo exhibir un joven llamado Licino que no tenía más de 6 dm de altura, no pesaba más de 8 kg y que poseía una voz estentórea. Galba, Capitolino y Cecilio se hicieron grandes reputaciones como bufones a los cuales alcanzó la sátira de Marcial. Aun sin contar con los que aparecían en los escenarios de los teatros, tenía el pueblo sus bufones que le divertían en las plazas y en los puntos concurridos de las calles siendo política de los emperadores alimentar estos gustos para distraer a la gente apartándola de los asuntos importantes y de Estado. Las rivalidades de Pilades y Batilio, dos mímicos famosos alcanzaron carácter de cuestión de orden público a tal punto que Augusto se vio obligado a desterrar al primero.
El mundo pagano legó los bufones al cristiano, pudiéndose seguir sus huellas en el Digesto, en Isidoro de Sevilla y otros historiadores de la época. En el siglo V comienzan ya a recibir el nombre de juglares. Más pronto los bufones se diferenciaron de los cantores de amor que con el laúd al hombro recorrían los castillos, hecho que quedó patente cuando Rodolfo de Habsburgo desterró a los juglares de su corte conservando no obstante a su lado a su bufón Capadoxo.
Edad Media
El uso y mantenimiento de los bufones se había introducido entre los señores y reyes de la Edad Media y desde los primeros tiempos de ésta, como lo prueba el hecho de que Atila llevaba uno en sus correrías. Cada castillo tenía su bufón y llegaron a adquirir verdadera importancia. Se les vio en Alemania tomar parte en las conspiraciones, en las guerras, en las fiestas de aquella época caballeresca, sobrepasando con frecuencia en valor a los más ilustres caballeros. Kurtz van den Rosen, uno de los cómicos de Maximiliano penetra en la prisión de su amo y le salva a fuerza de valor y serenidad. No es extraño que los sacerdotes consagrasen sentidas oraciones fúnebres a estos antiguos payasos.
Algunos bufones llegaron a adquirir títulos de nobleza y bastantes cualidades de hidalgos. Como favoritos de los grandes y de los reyes se hallaba su existencia sujeta a muchas vicisitudes, no siendo caso único el del bufón de Margarita de Navarra que, después de haber gozado durante muchos años del amor de la princesa, muerta su favorecedora murió a su vez en la mayor miseria. No faltó entre sus chistes ejemplos de sutileza e ingenio, siendo sobre todo notable que las verdades que los más íntimos de los reyes no se atrevían a pronunciar brotaban a veces de manera normal y corriente de labios de los bufones.
El más célebre de todos, tanto en Francia como en Italia donde existieron gran número por la fastuosidad de las cortes y su variedad y el refinamiento de las costumbres, fue Triboulet que amenizó con sus gracias la corte de Francisco I de Francia y en cuyas supuestas desgracias se inspiró Víctor Hugo para hacerle protagonista de su trágico drama El rey se divierte, sobre el que luego compuso Verdi su Rigoletto.
En España, aún cuando en menor medida que en otros países, hubo también bufones. Aunque siempre fueron mirados con el desafecto natural a una profesión que, muchas veces, conducía a un favoritismo de baja estofa, germen de malas acciones y hasta de crímenes. Espías públicos de los palacios son los bufones y los que más estragan sus costumbres, dijo Saavedra Fajardo en sus Empresas y Quevedo en sus Zahurdas, en parte especial y señalada colocó a los bufones. Los bufones de la corte de Felipe IV fueron retratados con singular maestría por Velázquez imbuyéndoles de gran dignidad y porte aristocrático, siendo Mari Bárbola uno de los más famosos por figurar retratado en primer término con su aspecto grotesco en "Las Meninas".
Referencias
El contenido de este artículo incorpora material del Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano del año 1898, que se encuentra en el dominio público
Categorías:- Bufones
- Antiguas ocupaciones palaciegas
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