- Las correcciones
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Las correcciones (The Corrections, 2001), es la tercera novela del escritor estadounidense Jonathan Franzen (1959-), nacido en Western (Illinois). Ha sido calificada como una novela ácida y divertida y como un retrato fiel de las paranoias de fin de milenio en la vida norteamericana. Los Lambert son una familia del Medio Oeste.
Los personajes y la trama
Alfred, un ejecutivo de ferrocarriles, retirado, se confina al sótano donde sufre a solas los síntomas del Parkinson y de una demencia progresiva que le provoca alucinaciones. Enid, la quisquillosa ama de casa para quien los ideales de la burguesía son lo único que hay en la vida. Con una ansiedad fuera de toda proporción Enid espera tener a sus tres hijos –Gary, Chip y Denise- y a su nieto Jonah para el día de Navidad. Al principio de la novela nos encontramos con un personaje no del todo desconocido para nosotros. Chip es un profesor universitario –un foucaltiano-, que se ve despedido tras tener relaciones con una alumna. Vago y pesaroso -trasunto del intelectual que no logra manejar ni los hilos básicos de su propia vida-, Chip se embarca en una aventura al lado de su doble, Gitanas, ex marido de su ex novia, en un país aquejado por las convulsiones de la apertura al libre mercado, Lituania, en el que los casi hermanos se presentan para estafar a los inversores gracias a la página web regenteada por Chip. Al principio uno se siente muy a gusto con Chip. Recuerda en algo a los intelectuales sufridos y divertidos de Saúl Bellow, como Herzog o Charlie Citrine. Y aunque al pasar las páginas Chip se vuelve borroso, al final adquiere una calidad humana que ciertamente uno no espera.
Gary es el mayor de los hermanos, el yuppie vicepresidente de un banco agobiado por su pasivamente violenta esposa y sus tres consentidos hijos. Aquejado por el alcohol y la depresión Gary es quizá el personaje más interesante de la novela, aunque no el menos ubicado ni el que mejor te caerá. Atrapado en su terrible matrimonio Gary busca consuelo en la idea de corregir la vida a sus padres y especialmente a Alfred, al que considera un hombre inútil al que hay que administrarle cada una de sus acciones.
Denise, cocinera en jefe del Mare Scuro primero y de El Generador después, resulta la persona más ubicada de la novela pese a las confusiones sexuales en que se ve envuelta (su efímera relación con Don Armour, que a la larga jugará su papel en la demencia de Alfred; su relación con el dueño de El Generador y con la mujer de ésta).
La crítica
Como una novela moderna (up to the minute) resulta difícil que entre sus páginas no haya personajes que no procedan de la clase alta del este y del medio oeste, con la excepción de Don Armour. Los extranjeros son un problema para Franzen: Los noruegos son aburridos, los suecos también y además son engreídos, etc, etc.
Con todo esto en la bolsa Franzen dibujó una trama vaga (casi inexistente) en la que los diversos personajes se ven urgidos de una solución a sus problemas inmediatos. El dinero es, por supuesto, el motor de la novela, lo mismo que el tema de la enfermedad. Como si lo uno dependiera del otro, Las correcciones establece una red de equívocos que llevan a que la misma firma de abogados para la que trabaja Chip (ocasionalmente) sea la que pide a Alfred vender una patente que serviría para desarrollar una probable cura para el mal de Parkinson. Brian (segundo amante de Denise) hace su fortuna al vender un programa de computación a la empresa cuyo presidente ha sido salvajemente golpeado por el hermano de su mujer, Robin (primer amante de Denise).
Al final la novela mantiene su mínima trama: Will Mom be able to get the whole family home for one last Christmas? Aparecida tan sólo unos días antes de los trágicos eventos del 11/9, la novela se ganó el derecho a ser llamada asunto de interés nacional y de provocar discusiones de todo tipo, desde las que nacieron a partir de la negativa de Franzen a acudir al programa de Oprah Winfrey, hasta otras de más sustancia y que atañían directamente a la literatura. (Quizá era Franzen -antes sólo conocido a raíz de su famoso ensayo Harper's de 1996 “Perchance to dream: in the age of images, a reason to write novels”-, hacia diciembre del 2001, el autor del que más se hablaba en los círculos literarios. Y nuevamente las raíces del escándalo no se debían del todo a sus dotes literarias sino al desprecio del autor por una figura mundial. En sus días, Salman Rushdie blasfemó contra el poder religioso y eso le valió la condena de unos y la aceptación de otros. Franzen hizo lo mismo, se reveló, de alguna manera, contra el poder económico que representaba la ayatola Oprah Winfrey cuyas selecciones para su club de libro dejan ganancias millonarias. “La mayoría de los autores se cuidan de no ofender a Oprah Winfrey” escribió David D. Kirkpatrick en The New York Times. Lo mismo podría decirse de editores, publicistas, y libreros. Al final Franzen dio muestras de sentirse abrumado por las críticas cuando intentó disculparse al decir que la gente no había entendido sus palabras. Todo esto sigue teniendo sus peros. James Campbell se pregunta si cuando David Galassi, el editor del libro, aduce que Las correcciones es una obra maestra y cita el fajín que acompaña al libro (donde leen la cantidad de copias vendidas; como en la versión española), no estará haciendo lo propio en la misma manera que Oprah. David Galassi se apresuró a llamar Las correcciones una “obra maestra”. Tal y como cualquier editor del mundo, Galassi apostó por su hombre. Pensemos en Javier Herralde, que mucho antes de que "2666" saliera al mercado, ya anunciaba con bomba y platillo que la novela póstuma de Bolaño era una obra maestra. A este respecto, señala Campbell en su artículo del Boston Review, podemos creer que no ha sido de mala fe y que cualquier editor se llenaría de entusiasmo encontrando una novela ambiciosa, bien escrita, y actual, y la promovería agresivamente. Es algo normal, casi obvio. A fin de cuentas ese es el trabajo de los editores. El tiempo, por otra parte, trabaja arduamente en decir sí o no a las así llamadas “obras maestras”). Rodrigo Fresán, lo mismo que Tom LeClair en su artículo de ABR (2002), pone a Las correcciones muy por debajo de las de sus contemporáneos David Foster Wallace, Richard Powers y William T. Vollman, y debajo aún de sus novelas anteriores. El mismo Foster Wallace lo incluyó en su escuela de “white male novelist over six feet”, integrado por los arriba mencionados. La pregunta es qué hace a Las correcciones mejor que los libros de sus contemporáneos. La respuesta nadie la dice porque quizá no la haya. Quizá Las correcciones es una novela que ha servido al propósito estético de Franzen, a sus convicciones, y eso debe contar algo. Lo otro es menos plausible. En última instancia la novela reactiva una discusión básica para la literatura, la del realismo. Philip Roth ha dicho que la vida moderna se ha vuelto tan absurda que ya no es posible escribirla con realismo. Tom Wolfe exige el detalle, casi la transcripción de la realidad, y llama a una legión de Zolás a describir ese mundo bizarro y barroco que es el de los Estados Unidos. Por otro lado la parafernalia posmodernista ha dado luz verde a más de un monstruo que sobrevive en aras de la experimentación y lo novedoso. ¿Hacia dónde ir? ¿Qué hacer? Se ha acusado a Franzen de querer llevar la literatura hacia un estadio más tradicional. Pero no es la primera ni la última vez que se dirá algo así. Lo que Rodrigo Fresán llama “ficción moral”, es un asunto siempre presente en la literatura. Después de la oleada de posmodernistas que inundaron las escena en los años setenta. John Gardner (uno de cuyos libros se titula igual que esta bitácora), escribió un ensayo titulado “On Moral Fiction” en el que atacó la excesiva preocupación formal y abstracta de los posmodernistas. Hoy parece que la aparición de un libro como Las correcciones no quita sino que añade más al movimiento de escritores puros e imaginativos como el de los muchachos blancos de Foster. No parece que lo que tanto le critican a Franzen vaya a tener consecuencias negativas. Todo lo contrario. No será la Gran Novela Americana, pero es, con toda seguridad, el embrague que tanta falta hacía a la velocidad de las nuevas propuestas.
Otras obras del mismo autor
- Ciudad Veintisiete, novela (1988).
- Strong Motion, novela (1992).
- Cómo estar solo, libro de ensayos (2002).
Categoría:- Novelas de Estados Unidos
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