Unam sanctam

Unam sanctam

Unam sanctam[1] es una bula papal promulgada por el papa Bonifacio VIII el 18 de noviembre de 1302, que los historiadores consideran una de las declaraciones de supremacía espiritual más fuerte jamás hecha por el papado.

El documento original se ha perdido, pero puede hallarse una versión del texto en los registros de Bonifacio VIII en los Archivos vaticanos.[2]

Su publicación se debió al conflicto entre el papa y Felipe IV de Francia en que cada uno procuraba evitar el cobro de impuestos por parte del otro. Se relaciona a esta bula con una fuerte defensa de la supremacía del poder espiritual sobre el terrenal.

Contenido

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Esta Bula es, tal vez, la última expresión radical de la hierocracia papal. Apoyándose en la interpretación medieval de varias figuras bíblicas (la esposa del Cantar de los cantares, la túnica de Cristo, el "hombre espiritual" del que habla san Pablo en I Cor. 2,15, etc.) el Papa afirmaba la absoluta supremacía del poder espiritual sobre el poder secular.

Significativamente, la bula proclamaba que «fuera de la Iglesia no hay ni salvación ni remisión de pecados»[3] Esto constituye una forma extrema del concepto conocido como «plenitudo potestatis» o plenitud del poder, que declara que aquellos que resistan al pontífice romano están resistiendo el ordenamiento divino.[4]

La bula también declaraba que la Iglesia debía permanecer unida, que el papa era su único y absoluta cabeza: «Por tanto, de la unidad y unicidad de la Iglesia, sólo hay una cabeza y un cuerpo, no dos cabezas como en un monstruo».La bula continuaba diciendo: «Estamos informados por los textos de los Evangelios que en esta Iglesia y en su poder hay dos espadas: el poder temporal y el espiritual». Las espadas son una referencia tradicional a las empuñadas por los apóstoles en el arresto de Cristo, que se dice fueron enterradas junto al apóstol Pedro.[2] Los primeros teólogos creían que si había dos espadas, una tenía que estar subordinada a la otra. Esto evolucionó luego en una jerarquía de liderazgo, lo espiritual juzga lo secular, «considerando su grandeza y carácter sublime»[2] mientras que el bajo poder espiritual es juzgado por el alto poder espiritual,etc.[4]

Así, se concluye que el poder temporal debe subordinarse al poder espiritual, no sólo en temas concernientes a la doctrina o moralidad: «Con la verdad como testigo, corresponde al poder espiritual establecer el poder terrenal, y juzgarlo si no ha sido bueno».

La bula concluye estableciendo: «Además, declaramos, proclamamos y definimos que es absolutamente necesario para la salvación que toda criatura humana esté sujeta al romano pontífice». Bonifacio establece así oficialmente lo que venían declarando los papas desde la época de Gregorio VII.[5]

Mucho de lo expresado puede verse en los escritos de Bernardo de Claraval, Hugo de San Víctor y Tomás de Aquino.[6] La bula contiene también escritos de las cartas del papa Inocencio III, que reafirman el poder espiritual y la idea de plenitudo potestatis en relación al papado.[5] Una voz fuertemente representada en la bula es la de Egidio Romano, que algunos piensan puede haber sido el verdadero autor de la bula.[7]

En su escrito «Sobre el poder eclesiástico», Egidius proclama la supremacía del romano pontífice sobre el mundo material. Su línea de argumentación establece que dado que el cuerpo es gobernado por el alma, y el alma es gobernada por las reglas espirituales, el pontífice de Roma es entonces el gobernante de alma y cuerpo.

De acuerdo con la Enciclopedia Católica en los archivos, sobre el margen del texto la última sentencia se lee: «Declaratio quod subesse Romano Pontifici est omni humanae creaturae de necessitate salutis»[2] ,por lo que la frase, como en muchas escrituras canónicas, puede haber sido trasladada de la glosa al texto principal, donde fue aceptada como parte integrante de la bula. Algunos piensan que esta es la única definición dogmática del documento, porque el resto se basa «en declaraciones papales del siglo XIII».[4]

Siguiendo la costumbre medieval las premisas no están basadas en el razonamiento lógico, sino en interpretaciones alegóricas tomadas de la biblia hebrea así como del Nuevo Testamento.

Contexto político

La furiosa reacción de Felipe y su ministro no puede entenderse fuera del contexto del conflicto iniciado a partir del creciente poder de los gobiernos seculares en Francia e Inglaterra, que había llegado a la vía de los hechos con los intentos para imponer tributo al clero para sostener la guerra, no muy diferente a las cruzadas autorizadas durante el siglo XIII -por ejemplo contra el rey de Aragón - salvo que las guerras actuales no habían sido autorizadas por el papa y los impuestos pretendían ser cargados también contra el clero. Conocido por su muy impulsiva interferencia en los asuntos internacionales, la reacción de Bonifacio fue la potente bula Clericis laicos de 1296.

En Inglaterra Eduardo I retiró la protección del derecho anglosajón sobre el clero, una estrategia de aterradoras psobilidades. Los ministros de Felipe reaccionaron con sus propios típicos métodos: expulsaron a todos los banqueros no franceses de Francia, y prohibieron la exportación de oro sin excepción. El flujo de dinero francés a la curia romana se secó completamente.Los ministros reales y sus aliados hicieron circular cartas estableciendo la soberanía del rey sobre su reino y el deber de la iglesia en ayudar a la defensa de la patria.

Bonifacio cometió el error táctico de ceder alguna de sus posiciones. En setiembre de 1296 envió una indignada protesta a Felipe titulada Ineffabilis Amor, declarando que estaba dispuesto a morir antes de resignar cualquier justa prerrogativa de la Iglesia, pero al mismo tiempo explicaba en términos conciliadores que su reciente bula se entendía aplicable a algunos de los acostumbrados impuestos feudales correspondientes al rey por las tierras de la iglesia.

Luego vino el jubileo de 1300, que llenó Roma de fervientes masas de peregrinos, que llevaron oro de Francia a Roma. Al año siguiente los ministros de Felipe excedieron sus límites. Bernard Saisset, obispo de Pamiers en Foix, en la frontera mas lejana de Languedoc resultó difícil y recalcitrante. No había aprecio entre el sur, que había sufrido recientemente con la cruzada albigense y el norte franco. Pamiers fue uno de los últimos bastiones de los cátaros.

Saisset no ocultó su ausencia de respeto por el rey de Francia. Los ministros de Felipe decidieron hacer un ejemplo del obispo, que fue traído ante el rey y su corte el 24 de octubre de 1301, donde el canciller Pierre Flotte, le acusó de alta traición. El obispo fue puesto bajo la custodia del arzobispo de Narbona, su metropolitano. Antes de poder juzgarlo en las cortes, el ministro real necesitaba que el Papa lo removiera de su sede y le quitara sus fueros canónicos. Felipe intentó obtener el desafuero por parte del papa, pero Bonifacio, en la bula Ausculta fili (Escucha, hijo) reprueba al rey francés por no haber tomado en cuenta otra bula, la Clericis laicos sobre los impuestos a los clérigos, y por no obedecer al obispo de Roma.

En Francia, la bula fue quemada; por disposición real se extrajeron algunos textos falseando su sentido: luego fueron difundidos bajo forma de una bula llamada Deum time. Así se suscitó una reacción de apoyo al rey y de rechazo al Papa que aparecía como quien intentaba -en términos nada conciliatorios- someter al rey en asuntos temporales:

No deje que nadie lo convenza sobre que tiene Ud. superioridad o está libre de sujeción a la cabeza de la jerarquía eclesiástica, ya que sólo un tonto podría pensar así.
Bonifacio VIII, Ausculta Fili

Al mismo tiempo, Bonifacio emitió una bula mas general, Salvator mundi, que reiteraba fuertemente los conceptos básicos de Clericis laicos.

Luego, a fin del año, Bonifacio, con su acostumbrada falta de tacto criticó a Felipe por su comportamiento personal y la inescrupulosidad de sus ministros (crítica con la que muchos historiadores contemporáneos coincidirían), llamando a un concilio de obispos franceses para noviembre de 1302 en Roma , que tendría el objetivo de reformar varios asuntos en relación a la iglesia de Francia. Felipe prohibió asistir a Saisset y a cualquier otro obispo, y respondió al papa organizando una contra-asamblea en Paris, en abril de 1302. Nobles, burgueses y clero asistieron para denunciar al papa y criticar un documento falsamente atribuido a Bonifacio titulado Deum Time (Temor de Dios) , donde supuestamente éste se autotitulaba señor de toda Francia. El clero francés protestó educadamente contra las «inauditas declaraciones»: Bonifacio negó su autoría pero recordó que los papas habían depuesto a tres reyes de Francia.

Esta fue la atmósfera en que se promulgó la bula Unam sanctam unas semanas después. Leyendo la referencia a las dos espadas en la bula, uno de los ministros de Felipe se dice que comentó:

«La espada de mi Señor es de acero, la del Papa está hecha de palabras.»

La respuesta a Unam sanctam

La reputación de Bonifacio en tratar siempre de incrementar el poder papal hizo difícil la aceptación de una declaración tan extrema. Su aseveración sobre el poder temporal fue vista como vacía y desubicada, y se dijo que el documento no fue tomado como obligatorio porque el cuerpo de la fe no lo aceptaba.[4] [5]

En respuesta a la bula, Felipe hizo que el dominico Jean Quidort emitiera una refutación. El papa reaccionó excomulgando al rey. Felipe llamó entonces a una asamblea donde se hicieron 29 acusaciones contra el papa, incluyendo infidelidad, herejía, simonía, gran e innatural inmoralidad, idolatría, magia, pérdida de Tierra Santa, y asesinato de Celestino IV. Cinco arzobispos y veintinueve obispos apoyaron al rey.

Bonifacio VIII sólo podía responder denunciando los cargos, pero ya era muy tarde para él: el 7 de setiembre de 1303 el asesor del rey, Guillaume de Nogaret encabezó una partida de doscientos mercenarios a caballo y a pie, que junto a soldados locales atacaron los palacios del papa y su sobrino en la residencia de Anagni, hecho que pasó a la historia como el ultraje de Anagni. Los empleados del papa y su sobrino Francisco huyeron prontamente: sólo el cardenal español Pedro Rodríguez permaneció a su lado.

El palacio fue arrasado y Bonifacio casi asesinado, aunque Nogaret había prevenido a sus tropas acerca de respetar la vida del papa. Se lo tomó prisionero y se lo mantuvo en una celda sin agua ni comida durante tres días. Finalmente los pobladores lograron expulsar a los invasores, y Bonifacio perdonó a aquellos capturados, retornando a Roma el 13 de setiembre de 1303.

A pesar de su estoicismo, Bonifacio quedó claramente golpeado por el incidente. Desarrolló una violenta fiebre y murió el 11 de octubre de 1303. En su libro A Distant Mirror: The Calamitous Fourteenth Century[8] Barbara Tuchman asegura que sus colaboradores más cercanos aseveraron luego que el papa murió de un «profundo disgusto».

El sucesor de Bonifacio VII, Benedicto XI duró sólo nueve meses antes de morir en el exilio. El cónclave para elegir sucesor cayó en punto muerto por once meses, antes de elegir papa a Clemente V, quien en un esfuerzo por congraciarse con el rey de Francia mudó el papado a Aviñón. Desde ese momento hasta 1378 el papado quedó bajo la órbita e influencia directa de la monarquía de Felipe. Se dice que Felipe mantuvo su venganza contra el papado de Roma hasta su muerte.[5]

No sólo el rey y el clero de Francia desaprobaron la bula de Bonifacio. Hubo varios textos circulando por Europa atacando la bula y la proclamacion del poder del papado sobre lo temporal. Uno de los mas notables escritores opuestos a Bonifacio y sus crencias fue el poeta florentino Dante Alighieri, quien expresó su inclinación por la reposición de un Sacro Emperador Romano. Su tratado Monarchia intentó refutar las pretensiones del papado sobre la primacía de la espada espiritual sobre la temporal.[9]

Dante señaló que el Papa y el emperador eran humanos, y ningún par tenía poder sobre otro par. Sólo un poder superior podría juzgar la «igualdad de las espadas», ya que cada una fue entregada por el poder de Dios para gobernar sus dominios respectivos.

Referencias

  1. Bula conocida por su incipit:«Unam sanctam ecclesiam catholicam et ipsam apostolicam urgente fide credere cogimur et tenere, nosque hanc firmiter credimus et simpliciter confitemur, extra quam nec salus est, nec remissio peccatorum...»'' («Estamos obligados, nuestra Fe nos urge a creer que sostener -y creemos firmemente y confesamos con humildad- que hay sólo una Iglesia Católica y Apostólica, fuera de la cual no hay salvación ni remisión de los pecados...»)
  2. a b c d Catholic Encyclopedia
  3. Véase Extra Ecclesiam Nulla Salus.
  4. a b c d Collins, Paul (2000). Upon this Rock: the Popes and Their Changing Role. Melbourne UP. pp. 150–154. 
  5. a b c d Duffy, Eamon (2002). Saints and Sinners: a History of the Popes. Yale UP. pp. 158–166. 
  6. Catholic Encyclopedia
  7. Romanus, Egidius (2004). Columbia UP. ed. On Ecclesiastical Power. 
  8. A Distant Mirror: The Calamitous Fourteenth Century: «Un espejo distante, el calamitoso siglo catorce»
  9. Alighieri, Dante (1998). Monarchia. Pontifical Institute of Mediaeval Studies. 

Enlaces externos


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