Batalla de Pidna

Batalla de Pidna

Batalla de Pidna

Batalla de Pidna
Parte de Tercera Guerra Macedónica
Fecha 22 de junio de 168 a. C.
Lugar Pidna, Golfo de Tesalónica (Grecia)
Resultado Victoria romana
Beligerantes
República romana Reino de Macedonia
Comandantes
Lucio Emilio Paulo Perseo
Fuerzas en combate
38.000 44.000
Bajas
1.000 25.000

La batalla de Pidna puso fin a la Tercera Guerra Macedónica entre Roma y Macedonia. El ejército romano estuvo bajo el mando del cónsul Lucio Emilio Paulo y el de Macedonia dirigido por su rey Perseo. Tuvo lugar el 22 de junio de 168 a. C. en el noreste de Grecia cerca de la localidad de Pidna en el golfo de Tesalónica. Esta batalla puso de manifiesto la supremacía de la legión romana sobre la rígida falange macedonia.

Contenido

Antecedentes

Ubicación de Pidna.

En los años 187 y 186 a. C. el rey Filipo V de Macedonia conquistó las ciudades costera tracias de Enós y Maronia, lo que inquietó al rey Eumenes de Pérgamo, quien solicitó el envío en el 185 a. C. de una comisión romana para que investigara la situación.

Los romanos decidieron que Filipo debía retirarse de ambas ciudades y también de Tesalia. Filipo, como no se encontraba listo para enfrentar una guerra contra Roma, envió a su hijo Demetrio para que negociara este asunto y así tener tiempo para prepararse. Demetrio regresó con una respuesta favorable de Roma, lo que causó gran alegría en el pueblo pero que provocó los celos de su hermano Perseo, que temió ser excluido de la sucesión, por lo que inventó una intriga debido a la cual Filipo ordenó la muerte de su hijo Demetrio mediante un veneno. Esto sucedió en el 181 a. C. Posteriormente Filipo se enteró de que había sido engañado por su otro hijo y sintió gran remordimiento por lo acontecido. Fue abandonado por su pueblo y murió dos años después, siendo enterrado sin honores y en una tumba vulgar.

En 179 a. C. Perseo subió al trono de Macedonia y siguió la política de su padre de fortalecer su dominio sobre Tracia. Procuró ganarse las simpatías de los habitantes de las ciudades griegas del norte que deseaban un cambio respecto a la propiedad de la tierra y de las deudas que los agobiaban. Finalmente estalló la revolución social y las facciones de los ciudadanos afectados accedieron a Perseo en busca de ayuda.

Lo anterior alarmó sobremanera a los senadores romanos, los que decidieron enviar una comisión a Macedonia, que fue recibida con desprecio por parte del rey macedonio. En el 172 a. C. Eumenes de Pérgamo se trasladó personalmente a Roma y presentó pruebas de las intenciones hostiles hacia su reino por parte de Perseo. Los romanos le dispensaron todo tipo de honores y éste, satisfecho, emprendió el regreso a Asia pasando por el santuario de Delfos para ofrecer sacrificios a Apolo. En esta ciudad sufrió un atentado contra su vida por parte de asesinos enviados por Perseo. Este fue el pretexto para comenzar la Tercera Guerra Macedónica entre Roma y Macedonia. A principios de 171 a. C. Roma envió al pretor Gneo Sicino a Apollonia, en Iliria, para establecer una cabeza de puente en la costa oriental del Adriático para ser empleada en los futuros desembarcos de sus tropas.

En ese momento Macedonia estaba en mejores condiciones económicas y materiales para una guerra que Roma, pero Perseo en lugar de actuar ofensivamente adoptó una actiud defensiva esperando el ataque de su adversario.

En el verano de 171 a. C. Roma envió al cónsul Licinio Craso al mando de un ejército que se trasladó desde Brindisi a Apollonia. Eumenes, para cooperar con los romanos, puso su ejército en pie de guerra. Perseo se enfrentó con el ejército romano cerca del monte Calicino, infligiéndole una dura derrota, pero en lugar de explotar esta victoria se retiró ateniéndose a su estrategia defensiva. Nunca un ejército romano había estado tan desorganizado, desmoralizado e indisciplinado, pero Perseo no aprovechó la oportunidad.

En 170 a. C. Licinio fue sustituido por el cónsul Aulo Hostilio Mancino, quien intentó avanzar por la Tesalia, pero fue rechazado por Filipo. En el 169 a. C. asumió el mando del ejército romano el cónsul Marcio Filipo, tan incompetente como los anteriores, el cual emprendió la travesía del monte Olimpo y cuando llegó a Heracleum se dio cuenta de que no podía abastecer a su ejército. Pero una vez más Perseo no aprovechó la oportunidad y, peor aún, al ver al enemigo en territorio macedónico, pensó que estaba todo perdido y huyó a Pidna, ordenando quemar sus naves y ocultar el tesoro en el mar.

Filipo avanzó cuatro días pero de ahí en adelante la flota no pudo abastecerle más, por lo que se detuvo y retiró al sur. Perseo a su vez avanzó hacia el sur y ocupó una posición, en el Elpeo al sur de Dium, que era prácticamente invulnerable, ante lo cual Marcio Filipo abandonó toda esperanza de atacarla. En esta posición, Perseo trató de comprar a los aliados de Roma: Gencio de Ilirico, Eumenes y los rodios; también trató con un jefe celta el arriendo de 10.000 jinetes galos, pero con todos, excepto con los rodios, tuvo problemas en cuanto al precio, no concretando la llegada de refuerzos.

Mientras tanto en Roma, la presión popular era enorme por un cambio en la dirección de la guerra, hasta que el Senado comprendió que no podía continuar entregándole el mando a cónsules incompetentes, que se preocupaban más en enriquecerse que en combatir, por lo que eligió, como nuevo cónsul, a Lucio Emilio Paulo. Paulo pertenecía a la antigua nobleza romana, se había distinguido en España y Liguria. Tenía 60 años y según varios historiadores era uno de los pocos romanos importantes capaz de resistir la tentación del dinero.

El primer acto de Emilio Paulo fue requerir del Senado el nombramiento de una comisión que investigara la situación existente en Grecia. El Senado aprobó el requerimiento dejando el asunto en sus manos. Lucio Emilio designó tres delegados, entre los que se encontraba Lucio Enobarbo, triunfador en Magnesia; les entregó un cuestionario con preguntas precisas relacionadas con la situación en Grecia y especialmente con el estado del ejército y la marina en cuanto a alistamiento, medios y abastecimiento.

Una vez que los delegados regresaron, presentaron un lapidario informe de la situación: que los campamentos romano y macedonio se encontraban en las orillas opuestas del Elpeo, que ninguno de los dos jefes pensaba atacar, que los romanos no tenían fuerzas suficientes y estaban en la más completa ociosidad, que les restaba trigo para sólo tres días, que la flota estaba en estado deplorable y que dudaban de la lealtad de Eumenes.

A consecuencia del informe de los delegados, Emilio Paulo recibió la autorización para que seleccionara a los tribunos de sus dos legiones, que sumaban en total 14.000 ciudadanos romanos y confederados latinos más 1.200 jinetes. Además le permitieron que reclutara dos legiones de 5.000 hombres cada una y 200 jinetes en Iliria, las que pondría bajo el mando de Lucio Anicio Galo.

Conseguido lo anterior del Senado, Paulo hizo un discurso ante los congregados de la Asamblea popular. Este discurso tiene importancia porque en él hizo mención a los estatregas de salón, cuyas sugerencias, planes y críticas paralizaban la acción de los jefes militares en campaña. Concluyó su discurso con estas palabras, según el historiador Livio:

“Si alguien se siente en condiciones de dar consejos respecto a la campaña que voy a emprender, y sus palabras son beneficiosas, no rechazaré su ayuda. Que venga conmigo a Macedonia. Yo le daré barco, caballo y tienda, e incluso sufragaré sus gastos. Pero si cree que es demasiado molesto para él emprender tal viaje y prefiere las comodidades de la vida ciudadana a los azares de la guerra, no permitamos que asuma las funciones de piloto naval quedándose en tierra. La ciudad proporciona abundantes temas de conversación; que dedique su tiempo a charlar. Por nuestra parte, preferimos discutir los asuntos de la guerra en los consejos que se celebran en campaña.”
Tito Livio

Acciones previas

Al comienzo de la primavera de 168 a. C., Lucio Emilio Paulo partió para Grecia. Su viaje fue muy rápido. Al quinto día de dejar Brindisi, llegó a Delfos y cuatro días después estaba en el campamento romano en Elpeo. Paralelamente el pretor Anicio pasaba a Iliria a reclutar sus hombres.

A su llegada, el ejército estaba escaso de agua, ya que el río estaba seco. Ordenó excavar pozos en búsqueda de agua, la que encontraron muy pronto. Esto aumentó la buena reputación del general ante sus soldados. Luego ordenó que todo se efectuara en forma metódica y en silencio y dio varias tareas para sacar a su ejército del letargo en que estaba.

Llamó a reunión de oficiales para explorar su estado de ánimo y escuchar proposiciones sobre el curso a seguir. Desechó el ataque inmediato porque las posiciones macedonias por el lado del Elpeo contaban con toda clase de máquinas de guerra, como catapultas y balistas. Otra sugerencia fue efectuar una maniobra de rodeo para atacarlo por el flanco.

Finalmente, Paulo planificó atacar a Perseo de frente enviando una fuerte columna que atravesara las vertientes del monte Olimpo y que luego continuara a Pitium y Petra hasta llegar a Dium, a la retaguardia del campamento macedonio. Unos lugareños le informaron que los pasos del Olimpo estaban custodiados por tropas macedonias, por lo que varió su plan original y envió la columna - compuesta por 8.200 soldados de infantería escogidos y de 200 jinetes bajo el mando de Publio Escipión Nasica - a Heracleum y que desde allí, en marchas nocturnas, se dirigiera hacia el oeste y ocupara Pitium para luego avanzar hasta Dium. Al pretor Octavio lo envió con la flota y víveres a Heracleum para que Perseo creyera que iba a atacar una posición macedonia en esa dirección.

Primeros combates

En cuanto Nasica se puso en movimiento, Paulo lanzó el primero de sus ataques de distracción contra las posiciones macedonias. En esta lucha a distancia, las tropas de Perseo tenían la ventaja de sus proyectiles arrojadizos, pero en la lucha cuerpo a cuerpo, el soldado romano tenía ventajas porque se encontraba mejor protegido por su escudo. Al medio día Paulo dio la señal de retirada y la escaramuza terminó. Al día siguiente se repitió la misma acción.

En el intertanto, Perseo se enteró del movimiento de Nasica por un desertor romano. El monarca envió 12,000 hombres bajo el mando de Milo para que bloquearan a los romanos. Ambas fuerzas se encontraron en las montañas y tras un encarnizado combate, los romanos vencieron a los macedonios.

Perseo, al enterarse de la derrota de Milo, comprendió que sería atacado desde dos direcciones. Para evitarlo se retiró hacia el norte en dirección a Pidna, tomando posiciones en una llanura apropiada para su falange, al sur de Katerina, que quedaba flanqueada por los riachuelos Pelicas y Mavroneri.

Paulo, por su parte, se juntó con las tropas de Nasica y avanzó hacia Katerina, ubicándose en las faldas del monte Olocro, lugar en el que armó su campamento y dejó descansar a las tropas de Nasica. Perseo no atacó porque el terreno elegido por Paulo era muy desfavorable para la operación de la falange macedonia, que necesita un terreno totalmente llano para ser efectiva.

Se sabe la fecha exacta de la batalla porque en la noche del 21 al 22 de junio de ese año hubo un eclipse de luna, eclipse que Paulo hizo explicar a sus tropas de que era un fenómeno completamente natural.

La batalla

Plan de la batalla

A la tarde del día siguiente comenzó la batalla. Perseo tomó la iniciativa y cruzó el río con su falange. Paulo envió sus elefantes contra el ala izquierda macedonia, que pronto se dispersó.

En el terreno llano, los macedonios derrotaron a las legiones romanas que se retiraron en desorden hacia el monte Olocro. Para fortuna de los romanos, Perseo, en lugar de emplear su caballería y tropas ligeras en la persecución, hizo avanzar a sus falanges por las faldas del monte. Sin embargo, la batalla se resolvió en una lucha encarnizada de la infantería en el centro, con la incursión de las legiones romanas en la falange macedonia. Cada legionario tuvo que vérselas con diez picas simplemente con su espada, después de haber lanzado sus pila (pilum en singular), y los romanos no lograron entrar en la lucha cuerpo a cuerpo.

Los pelignos, aliados de Roma, se vieron forzados a retirarse, pero las filas delanteras de la falange se desorganizaron al acceder a un terreno más accidentado, y la formación empezó a romperse. Paulo, dándose cuenta de ello, envió a sus cohortes hacia los espacios abiertos en las líneas del enemigo para llegar al cuerpo a cuerpo. Una vez rota la falange, los legionarios tenían una ventaja casi insuperable sobre los falangitas, ya que estaban entrenados para luchar - en una formación más suelta y flexible - con el gladius, un arma corta y más manejable que la sarissa.

Por otra parte, los falangitas arrojaban la sarissa, lo que les obligaba a defenderse de estos soldados con sólo un puñal y un pequeño escudo de mimbre. En cuanto penetraron en ellas y las separaron, atacaron los flancos y la retaguardia de los macedonios. La falange se desgajó y huyó en desbandada.

Perseo, al ver que la batalla estaba perdida, huyó hacia Pella con su caballería que estaba casi intacta. La matanza que siguió fue terrible. Según Livio los macedonios sufrieron 20.000 bajas y 6.000 fueron hechos prisioneros, a los que después se les sumaron otros 5.000 capturados en la persecución. Los romanos perdieron poco más de un centenar de hombres.

Consecuencias

Esta batalla puso fin definitivo al Imperio de Alejandro Magno 144 años después de su muerte, y casi todo el Mediterráneo quedó bajo el dominio de Roma.

En cuanto Roma supo el resultado de la batalla, dispuso que todos los estados de macedonios y griegos, amigos y enemigos, fueran despojados de su fuerza. Macedonia desapareció siendo dividida en una federación compuesta por cuatro ligas republicanas.

Emilio Paulo tuvo que permitir, contra su voluntad, que fueran saqueadas setenta ciudades y se vendieran como esclavos a 150,000 hombres. Roma, una vez que aplastó a sus enemigos, hizo lo mismo con sus aliados.

Así fue como Roma, después de Pidna, quedó convertida en potencia mundial y en un auténtico imperio, aunque aún no llevara tal nombre.

Bibliografía

  • Fuller, J.E.C (1963). Batallas decisivas del mundo occidental y su influencia en la historia. Barcelona, Luis de Caralt.
  • National Geographic Society (1967). «Lands of the Bible Today» National Geographic Magazine. Vol. 1967. n.º 12.
  • Kinder e Hilgemann (1972). Atlas histórico mundial. Madrid. Ediciones Istmo.

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