Capitolio de La Habana

Capitolio de La Habana

Capitolio de La Habana

El Capitolio Nacional de La Habana es un relevante edificio construido en 1929 por el arquitecto Eugenio Raynieri Piedra destinado a albergar y ser sede de las dos Cámaras del Congreso o cuerpo legislativo de la República de Cuba. Situado en el centro la capital del país, La Habana, entre las calles Prado, Dragones, Industria y San José, es el origen kilométrico de las carreteras del país y después del triunfo de la revolución, cuando fue disuelto el Congreso, comenzó a ser la sede del Ministerio de Ciencia Tecnología y Medio Ambiente. Abierto al público, es uno de los centros turísticos más visitados de la ciudad. Constituye el segundo punto más alto de La Habana después del monumento a José Martí situado en la Plaza de la Revolución.

Capitolio de La Habana

Contenido

Antecedentes Generales, Evolución del Sitio y su Entorno Inmediato

El origen de esta zona de la ciudad se remonta a los finales del siglo XVIII y va a estar estrechamente vinculado a la construcción de la Nueva Alameda a Extramuros, propiciada por los nuevos espacios obtenidos de la demolición de las murallas a partir de 1863. Un espacio abierto, con una rotonda arbolada en cuyo centro se encontraba colocada la estatua de Isabel II, constituyó el antecedente del hoy Parque Central de La Habana. En su entorno se organizaron áreas verdes y parques y, fueron emplazados establecimientos de servicios, hoteles y teatros que hicieron de la zona (engarce entre la antigua ciudad intramuros y el desarrollo que se efectuó en el exterior), el centro recreacional más importante de la Capital. El carácter de centro adquirido por este sitio urbano hacia finales del siglo XIX, fue reforzado al incorporarse en las inmediaciones de dicho conjunto en las primeras décadas del presente siglo, las construcciones del Capitolio Nacional y el Palacio Presidencial, sede de los poderes ejecutivos y legislativos de la república, complementando su fisonomía con la presencia política también en la zona.

El periodo comprendido entre el comienzo del siglo XX y la década del cincuenta va a constituir el momento de mayor esplendor del lugar. Fueron erigidos un grupo de edificaciones sobresalientes que contribuyeron a calificar sobremanera a este espacio urbano, sujeto también a una serie de modificaciones a lo largo del tiempo que lo han convertido en una zona paradigmática de la arquitectura y el urbanismo capitalino. La actividad comercial se desarrolló notablemente en ejes y calles de La Habana Vieja y Centro Habana, cuyo punto de confluencia y cruce fuese a construir precisamente este nodo o centro de la ciudad.

La historia particular de los terrenos hoy ocupados por el Capitolio de La Habana se remontan hacia 1817 que se instala el jardín botánico en lo que constituía un antiguo vertedero de basura de la ciudad ubicado junto a la muralla de tierra. Bajo el auspicio de la Sociedad Económica de Amigos del País, en 1834 se trasladara hacia las estancias de los Molinos del Rey, actual Quinta de los Molinos, que se encontraba situada en las faldas de la loma de Arostegui donde esta emplazado el Castillo del Príncipe. En este mismo año comenzó la construcción de una estación para el ferrocarril que enlazaría La Habana con Güines. La Estación de Villanueva, que así se llamó dicha edificación en memoria de Claudio Martínez de Pinillos, Conde Villanueva, Intendente General de Haciendas y primer presidente del Consejo Directivo de Ferrocarril. En 1817 se inaugura el primer tramo a Bejucal y un año después llega a Güines. En 1839 se concluye dicha estación en los terrenos contiguos al Campo de Marte, en 1840 las líneas del camino de hierro alcanzan ya a Cárdenas.

En 1910 se produce un cambio de los terrenos ocupados por la Estación de Villanueva por otros pertenecientes al antiguo Arsenal de La Habana, con el fin de construir en ellas la nueva estación terminal de ferrocarril y a su vez erigir en dichos terrenos el Palacio Presidencial, ya que hasta estos momentos el presidente de la república se mantenía ocupando el edificio del Palacio de los Capitanes Generales en la Plaza de Armas. Después de innumerables avatares, de inicios y paralizaciones que abarcaron un prolongado periodo de casi quince años, el lugar se había convertido en un gran caos en el que convivían los restos del edificio inconcluso y abandonado, con las estructuras de un parque de diversiones.

El Proyecto Inicial; Variantes y Modificaciones

‎ En el año 1925 el General Gerardo Machado Morales asumió su primer periodo presidencial con el propósito de celebrar en La Habana en 1928 -año de culminación de su mandato- la Sexta Conferencia Internacional Panamericana, en un edificio que aun estaba por ser construido. Carlos Miguel de Céspedes, su Secretario de Obras Publicas, encargó a la firma de arquitectos Govantes y Cabarrocas el estudio del nuevo proyecto del Capitolio, a partir de la base de la que se había estado ejecutando. Introduciéndole las modificaciones que el mismo requiriera.

Fue designada una comisión a cuyo frente se encontraba el arquitecto Raúl Otero, en la que participaron también los miembros del equipo francés que se encontraba en La Habana trabajando en un Plan Director para su reordenamiento urbano a cuyo frente estaba el urbanista y paisajista Forestier, quienes se incorporaron también a los estudios del proyecto del Capitolio. Estos aportaron un conjunto de nuevas soluciones, en las que se hallan muchos de los elementos exteriores que hoy apreciamos en el edificio como la gran escalinata y las logias laterales de la fachada principal. Otero fue designado Director Artístico de la obra, encargado de la documentación de planos y los detalles del proyecto y el arquitecto Eugenio Raynieri Piedra fungiría como Director Técnico a cargo de la ejecución y el presupuesto. Con posterioridad, Raynieri asumiría también la parte artística del trabajo hasta su culminación.

Otro profesional a cuyo cargo estuvo el proyecto del Capitolio fue el arquitecto José M. Bens Arrate, quien también introdujo modificaciones muy importantes como la proyección exterior de los cuerpos laterales de los hemiciclos, la segunda línea de fachada de las logias y la silueta general de la cúpula. La compañía norteamericana Pudrí & Henderson Company tuvo a su cargo la construcción del edificio. Como puede notarse el proyecto del Capitolio resultó imposible asignarle una autoría exclusiva; constituye en si una obra que desde su inicio fue recibiendo a través de estudios sucesivos un minucioso trabajo de diseño particular de los detalles del proyecto, que puede notarse cuando uno revisa los bocetos y dibujos originales, que constituyen verdaderas obras de arte en muchos casos, y cuya materialización han dado lugar a la expresión y la imagen que hoy se puede apreciar en esta monumental obra.

Forestier. Una Contribución Positiva para La Habana

Con el propósito de realizar un proyecto de organización urbana de la ciudad de La Habana, fueron contratados por el gobierno de Machado, los servicios del destacado arquitecto, urbanista y paisajista francés Jean Claude Nicolás Forestier, quien había realizado importantes trabajos anteriores en España, Marruecos y Portugal. Además de sus realizaciones en La Habana, entre 1925 y 1929, intervino en compañía de sus colaboradores más cercanos Heitzler y Leveau, a aportar sus experiencias y sugerencias en el enriquecimiento del proyecto del Capitolio y en particular a todo lo referente a los parques y jardines del entorno que servían de marco paisajístico a este verdadero protagonista del conjunto. El presidente Gerardo Machado concibió, con un gran delirio de grandeza, la ejecución de un ambicioso proyecto en cuyo centro de mira se hallaba la realización de un conjunto de obras de remodelación que perseguían el propósito de crear un impresionante marco monumental para la celebración en La Habana de la Conferencia Panamericana en 1928 y, de posible toma de posesión de su segundo mandato, que debía de ocurrir en 1929.

Este plan para remodelar La Habana contaba como motivo central al edificio del Capitolio, que albergaría las sedes de los poderes legislativos, la Cámara de Representantes y el Senado de la Republica; y su ubicación en las áreas de transición entre La Habana Intramuros y todo el desarrollo posterior de los siglos XIX y XX, constituyó el reto a enfrentar por el equipo encargado de su realización. El otro ambicioso proyecto planteado y que se salía del ámbito de La Habana, fue la construcción de la Carretera Nacional cuyo kilómetro cero estaría marcado aparatosamente por un brillante diamante de 25 kilates colocado bajo la cúpula del Capitolio. Según se cuenta, el diamante perteneció al último zar de Rusia, Nicolás II, y se le otorgaban poderes curativos. Protegido por un cristal, el diamante fue robado en 25 de marzo de 1946 y recuperado el 2 de junio del año siguiente sin nunca saber por exactitud quien lo robo. En 1973 se sustituyó el diamante por una réplica debido a cuestiones de seguridad y se guardó en una bóveda del Banco Central de Cuba.

Forestier en su propuesta respetó básicamente la estructura existente de la ciudad colonial, proyectando en su entorno inmediato un conjunto de espacios públicos y parques que la dotaron en estas áreas carentes y tan necesitadas por la vieja ciudad. Esta sucesión comenzó con los parques de la Plaza de la Fraternidad Americana, situado en los antiguos terrenos del Campo de Marte, los jardines del Capitolio, el Parque Central, la franja del Paseo del Prado y el conjunto de parques de la plaza del Palacio Presidencial y los de la Avenida del Puerto.

El proyecto para los jardines del Capitolio se concibió como un sistema de senderos floridos que se correspondían con los accesos de entradas de las diferentes fachadas del edificio, a la vez que conjugaban con las jerarquías de las vías que conformaban el trazado versallesco de su diseño. Estas sendas de terrazo integral en diferentes colores: blanco, gris y negro, emplean una composición con motivos decorativos de líneas y elementos geométricos que acentúan direccionales o destacan puntos o áreas determinadas. El estudio de la vegetación, desarrolló a partir del dominio y el conocimiento del paisajismo, las áreas exteriores y la jardinería que Forestier poseía, se encamino a significar la monumentalidad del edificio, en un juego sencillo de las especies utilizadas, que de forma fachadas, partiendo de planos de césped, con acentos formados por macizos de plantas de fluoración como adelfas, lantanas moradas, cannas rojas y amarillas, embelesos, y un conjunto de palmas reales situadas en los cuatro ángulos del edificio como culminación del tratamiento, con este elemento típico de la vegetación tropical y símbolo de la nacionalidad cubana. Resulta innegable lo positivo y destacado que significó para la ciudad el legado y la impronta clara y legible de los proyectos de remodelación que para la misma realizara el equipo de Forestier, porque estos marcaron al urbanismo de La Habana de una particular, reconocible e imperecedera.

El Edificio. Algunas Apreciaciones Generales

Estatua de la Republica.

La construcción ocupó un área total de 43, 418 metros cuadrados de los cuales 13, 484 metros cuadrados corresponden al inmueble, con un área circundante de jardines y parques de 26, 391 metros cuadrados. El resto, 3, 543 metros cuadrados se dedicaron a la ampliación de las calles y acerca del entorno. El inmueble se construyó a partir de una estructura metálica encargada a la compañía norteamericana Pudrí & Henderson, que ya había ejecutado con anterioridad numerosas obras de importantes edificios en la capital. La longitud total de la construcción fue de 207.44 metros y su composición arquitectónica y volumétrica se estructuró a partir de un cuerpo central compuesto por la escalinata monumental de casi 36 metros de ancho por 28 metros de largo y un total de 55 pasos interrumpidos por tres descansos intermedios. A ambos lados del desembarco de la gran escalera, se emplazan dos grupos escultóricos hechos en bronce por el artista italiano Angelo Zanelli, “La Virtud Tutelar del Pueblo y El Trabajo,” de 6.50 metros de altura cada uno. El pórtico central con 36 metros de ancho y 16 de alto, es sostenido por 12 columnas jonicas de granito. En este espacio se ubican las tres puertas de los accesos principales al edificio con 7.70 metros de alto y 2.35 metros de ancho, así como un conjunto de bajorrelieves de mármol realizados por el mismo artista italiano. La Cúpula, midiendo una altura de 92 metros fue en su momento la quinta más alta en el mundo con un diámetro de 32 metros. El domo cuenta con 16 nervios entre los que se destacan los panales recubiertos con laminas de oro de 22 kilates. Remata la cúpula una linterna con 10 columnas jonicas en cuyo interior estaban antes de 1959 ubicados 5 reflectores giratorios. En el interior de este espacio se materializa el simbolismo arquitectónico en la imponente escultura de La Republica, situada bajo el domo, obra también de Zanelli, hecha en bronce, con 15 metros de altura y 30 toneladas de peso, en su momento fue también la segunda más grande en el mundo bajo techo.

Este espacio constituye el nudo de articulación del gran Salón de los Pasos Perdidos, el más monumental de los espacios existentes en los edificios públicos del país, con casi 50 metros de largo 14.50 metros de ancho y casi 20 metros de puntal; los que sirven de vinculo con los cuerpos laterales del edificio, de proporciones mucho más bajos y en los que predomina la horizontalidad con respecto al bloque central. En ellos se albergaban la Cámara de Representantes (situada al norte) y el Senado (situado al sur), los que son rematados en sus extremos por las formas curvas correspondientes a los hemiciclos para reuniones, que se expresan en la arquitectura exterior de las fachadas laterales. Estos dos bloques se organizan en une planta tradicional rectangular alrededor de dos patios centrales cuyas dimensiones son de 45 por 15 metros cada uno. Ellos resuelven eficazmente la ventilación e iluminación de los locales de los cuatro niveles con que cuentan estos bloques. El zócalo que rodea el basamento del edificio, la gran escalinata monumental principal, el pórtico central y las escalinatas secundarias están construidas en granito. En el resto del edificio se utilizó piedra de capellanía, tanto para las fachadas como en sus interiores.

Estatua del Trabajo.
Estatua de la Virtud Tutelar del Pueblo.

Resulta notable la variedad y riqueza de los materiales empleados en esta construcción, como las 58 variedades de mármol nacionales y de otras partes del mundo empleados en los pavimentos y en los paneles escultóricos labrados, los herrajes de bronce de puertas y ventanas, la lamparería, apliques, candelabros, las pinturas murales que decoran los hemiciclos (más de veinticuatro), las decoraciones y molduras de fina ejecución de los falsos techos y paredes realizadas en yeso y estucado. Las maderas preciosas, preferentemente la caoba, empleadas en le ejecución de puertas, ventanas, estrados, estantería y otros trabajos de talla y ebanistería; las rejas y otros elementos de función, los vitrales y lucernarios de vidrio emplomados, entre otros.

Según los datos aportados por el Libro del Capitolio, se calcula el costo por metro cuadrado de construcción fue entre $180 y $230 incluyendo todos los trabajos de ornamentación, lámparas, mobiliario, obras de arte, etc. Un lugar poco conocido de este edificio es la "Tumba del Mambí Desconocido". Está ubicada en la parte baja de la escalinata principal; debajo y a ambos lados de este es posible apreciar dos arcos que conducen a un pasaje cubierto donde se encuentran las entradas a este recinto, que contiene un sarcófago rodeado por seis figuras de bronce que representan cada una las seis provincias de la república. Atendiendo al volumen de su construcción se estima que es el tercero en importancia por su construcción monolítica en el mundo y el único de esas características construido en el siglo XX.

La Decoración y el Mobiliario. Un Complemento Notable

Salón de Pasos Perdidos

Como expresa el enunciado de este acápite, los elementos decorativos y ambientación de los espacios del Capitolio constituyen un complemento destacado de las soluciones arquitectónicas del edificio. Los elementos componentes del mobiliario, la lamparería, los herrajes de la carpintería entre otros, cuentan con diseños propios y con monogramas particulares para este edificio. La casa Waring & Gilow Ltd. radicada en Londres y especializada en decoración y ornamentación tanto en interiores como exteriores fue la encargada de ejecutar toda la ambientación general del proyecto.

De modo particular a diferentes casas se les encargo diseñar y elaborar elementos como los herrajes de bronce a The Yale & Towne Mfg. Co. de Stanford, Connecticut; la Societe Anonime Bague y la Saunier Frisquet de Paris tuvieron a su cargo la lamparería, las casas Fratelli Remuzzi de Italia y Grasyma de Alemania todos los trabajos en mármol, basalto, porfido, granito semita y onix y los trabajos de herrería y fundición, como barandas, rejas, escaleras de caracol, faroles de los jardines fueron ejecutados por el establecimiento de los señores Guabeca y Ucelay cuyo taller se localizaba en Luyano. Además de esto debe añadirse la incorporación de una gran cantidad de obras artísticas consistentes en tallas de paneles escultóricos y bajorrelieves en piedras y mármol que se encuentran incorporados en las fachadas del edificio y en algunos espacios interiores, realizados notables artistas nacionales entre los que se encuentran Juan José Sicre, Alberto Sabas y Betancourt, así como franceses e italianos, Droucker, Remuzzi, Casaubon, Fidele, Lozano y Struyf, entre otros.

Algo similar ocurre con las tallas de las grandes puertas monumentales que incorporan conjuntos y escenas diversas, tribunas, estrados, mesas con elaborados trabajos de ebanistería y tallado. La presencia además de pinturas murales y lienzos que también decoran muchos ambientes particulares que incluyen obras de maestros como Leopoldo Romañach, Armando Menocal, Enrique García Cabrera y Manuel Vega entre otros. Tapizados, cortinajes, lucernarios y vitrales, esculturas, bustos de mármol y bronce formaban parte de toda esta parafernalia decorativa que correspondía con el gusto y el momento en que fue concebido el edificio.

Un Edificio Emblemático de La Habana

El Capitolio de La Habana fue inaugurado el 20 de mayo de 1929 (Día de la Independencia), a un costo total de casi diecisiete millones de pesos. En un periodo de gran recensión económica nacional, reflejo de lo que ocurría en la mayoría de los países en ese momento y que provocaría al siguiente año la crisis mundial conocida como el crack del treinta, el gobierno de Gerardo Machado se enfrascaba en la construcción de este monumental proyecto, ajeno a la realidad social que aquejaba al país. A veces nos resulta difícil analizar a un autor o a una obra determinada, situarnos en una óptica que considere dicha producción en su momento, época, gustos, condiciones socioeconómicas, entre otros aspectos. Frecuentemente lo realizamos desde el rigor, la intolerancia y los modelos y esquemas de nuestra realidad inmediata.

La cúpula colosal, vista desde el interior del edificio.

Como expresa nuestro amigo, el investigador Carlos Venegas Fornias en su libro La Urbanización de las Muralla. Dependencia y Modernidad, al referirse al Capitolio “categorizar el mismo peyorativamente, debido a su origen social seria asumir un enfoque parcial, superficial e inútil para una verdadera apreciación histórica y arquitectónica”.

Todo edificio surge con una vocación a partir de la necesidad de dar respuesta arquitectónica, funcional y espacial a un determinado programa de uso. Lógicamente las estructuras arquitectónicas pueden ser capaces de asumir mediante determinadas acciones de rehabilitación y readecuación, otras actividades. En el caso del Capitolio ha ocurrido esto al modificarse la estructura política de nuestro país y no requerir de estos espacios para utilizarse con estos fines. Pero sobre todo por la carga simbólica negativa que podría atribuirse a la historia y el significado de este edificio. Al mismo se le asignaron nuevas funciones que no contribuyeron a su preservaciones que no contribuyen a su preservación sobre todo en las áreas o zonas más frágiles o vulnerables como lo son los jardines exteriores que presentan un estado de deterioro notable. Internamente la estructura arquitectónica solida y resistente ha sido capaz de similar en mejores condiciones los embates de cambios, transformaciones y adecuaciones para nuevas actividades. No obstante, en los últimos años ha sido necesario realizar un conjunto de intervenciones de restauración en sus espacios interiores para devolverles a muchos de sus elementos originales sus valores ya que se encontraban muy deteriorados a habían sido alterados considerablemente.

De hecho cualquier ciudad en el mundo se sentiría orgullosa y prestigiada de poder contar en su patrimonio edificado con una obra concebida, diseñada y construida por un destacado arquitecto, paisajista y urbanista como Forestier y se preciaría de mantenerla, conservarla como una joya de la ciudad. Lamentablemente este no ha sido la suerte corrida por los jardines del Capitolio que reclaman de una acción restauradora que sustituya totalmente los pavimentos de terrazo destrozados y con grandes alteraciones en sus pendientes originales, que si no son rectificadas convenientemente de nada serviría cualquier reparación que se haga de los mismos. Otra de las situaciones a resolver en ellos no es solo a estos sino también a los jardines de los parques de la Fraternidad casi en potreros y pastizales, e instrumentar un cuerpo de vigilancia y control de guardas para los mismos, eliminando la circulación de paso por las áreas interiores de los jardines del Capitolio. Estas no deben de ser un sitio de transito del publico en su intercambio intenso por la zona, que las utiliza a menudo como atajo para acortar los recorridos. Aunque forman parte de los espacios verdes de la ciudad, estos jardines son el complemento de la arquitectura, del edificio para el que fueron concebidos. Deben ser el lugar al que se vaya a procurar el descanso, a disfrutar de su belleza (una vez que se recupere), en un espacio intimo y tranquilo. El Capitolio Nacional de La Habana ha devenido en la actualidad uno de los hitos o símbolos citadinos, tan notable como el Castillo del Morro, la Catedral de La Habana y la imagen del perfil arquitectónico del Malecón habanero.

El Capitolio de La Habana también ocupa su lugar en la historia la sede de la Asamblea Constituyente que en 1940 promulgó la famosa Constitución de 1940. Más tarde al triunfar la Revolución cubana verde olivo de 1959, el nuevo gobierno revolucionario transformó (después de haber anulado la constitución del cuarenta) en la sede del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA). Acorde con los nuevos tiempos el edificio del Capitolio de la Habana ha sido llevado a través de un proceso de renovación para fines turísticos y a menudo se sesionan encuentros, exposiciones, actos solemnes y actividades unidas a la difusión de la herencia histórica y arquitectónica del edificio.

Curiosidades y leyendas

El diamante

El diamante de 25 kilates, valorado en 25.000 pesos de la época, fue embutido en el piso de granito del Salón de los Pasos Perdidos, justo en centro mismo de la cúpula y a los pies de la Estatua de la República. Según se cuenta, el diamante perteneció al último zar de Rusia, Nicolás II, y se le otorgaban poderes curativos. El diamante marcaba el punto kilométrico cero de las carreteras cubanas.

El diamante.

A pesar de estar protegido por un sólido cristal tallado considerado irrompible, el diamante fue robado en 25 de marzo de 1946 y recuperado el 2 de junio del año siguiente (dicen que apareció encima de la mesa del presidente de la república Ramón Grau San Martín). Nunca se supo quien lo robó aunque la rumología popular, apoyada en las declaraciones del investigador Rolando Aniceto Ramos, asegura que fue un teniente de la policía especial del Ministerio de Educación llamado Abelardo Fernández González y apodado El mosquito. Cuentan que se ofreció una recompensa de 5.000 pesos con la promesa que no se iban a tomar represalias contra el ladrón, y que de tal forma se pudo recuperar la piedra que fue entregada al comandante del ejército Pablo Suárez, ayudante del presidente Grau San Martín.

En 1973 se sustituyó el diamante por una réplica por cuestiones de seguridad y se guardó en la caja de seguridad del Banco Central de Cuba.

La leyenda

Dicen que en el Salón de los Pasos Perdidos tiene un fantasma. El espíritu de Clemente Vázquez Bello que murió en un atentado perpetrado por la oposición anti-machadista en septiembre de 1932, se pasea por él todas las noches.

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Obtenido de "Capitolio de La Habana"

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