Dominación universal del papa Inocencio III (1198)-(1216)

Dominación universal del papa Inocencio III (1198)-(1216)

Dominación universal del papa Inocencio III (1198)-(1216)

Inocencio III, papa de la iglesia católica desde 1198 a 1216.

La dominación universal del papa Inocencio III o Lotario (Conde de Segni) (1198)-(1216)[1] es un período de la historia de la Baja Edad Media Occidental en la que el papa Inocencio III de la iglesia católica, hijo de unos condes que dominaban en la Campania meridional, gobernó «totalmente el mundo».[nota 1] La dominación que el papa nº 176 Inocencio III aplicó fue la misma que interpuso a Roma: la actitud que consistió en extenderse ella misma sobre el poder profano y la cultura laica y asumir en su seno lo aprovechable de las corrientes espiritualistas para mejor combatir el residuo inasimilable.[1]

Inocencio III igualó su manera de dominio al igual que la de Gregorio VII controlando el territorio únicamente sostenido en una razón por la que trabajaba sin cesar.[2] Por el dominio que Inocencio III sostuvo la iglesia católica y la iglesia de Inglaterra lo persiguieron pero el logró escapar de tales líos por imposible que parecieran por medio de sobornos o escapando «divinamente».[2] También sabía tocar los registros prohibidos de la iglesia que únicamente podría leer en el convenio de la iglesia en Anagni.

La actitud de Inocencio III durante su dominio que comenzó desde el día que fue nombrado papa era frío con su seriedad brusca, su antipática mirada, pero lo que más lo caracterizaba era la fuerza para hacer su voluntad como si hubiera sido el rey de los judíos o más bien como el «segundo Salomón».[3]

Contenido

Contexto histórico

Antepasado: Pensamientos de Joaquín

Por dos lados veíase amenazada la iglesia pontificia a fines del siglo XII: por el sentimiento vital, el poder político, el derecho, el saber, el arte y la economía del mundo profano que despertaba; pero también por un espiritualismo que despuntaba del fondo de la contemplación religiosa, y que ponía en cuestión la firme imagen cósmica y el orden jerárqueico de la Iglesia. En este orden fue la más notable y extraña figura, a fines del siglo, el abad Joaquín (muerte en 1202), que salió de la orden cisterciense, y que luego, desde el convento de calabrés de San Giovanni di Flori, fundó una congregación propia. Era Joaquín un espíritu especulativo, sin propósitos revolucionarios; sobre un extenso conocimiento de la Biblia y de la antigua mística sagrada de los números edificó su sistema. Partiendo del paralelismo evolutivo determinado por interpretación tipológica entre la antigua alianza del padre y la nueva alianza que comienza con el advenimiento de Jesucristo y llega hasta el presente, alcanzó la conclusión de que ha de venir un tercer período superiro bajo el signo del Espíritu Santo, y para el cual la evolución toda del cristianismo habría de ser una preparación, de modo semejante a como el Antiguo Testamento judaico fue praparación del cristianismo. Así, pues, un movimiento ascensional de la Humanidad llevaría a ésta servidumbre, del temor y de la ley a la obediencia infantil, a la fe, a la gracia y, por último, en el futuro, a la libertad, a la iluminación espiritual y a la perfección, siendo estos tres grados representados por seglares en estado matrimonial, clérigos activos y frailes contemplativos.

Joaquín: Inocencio III

Artículo principal: Inocencio III

Inocencio III, de la familia de unos condes que dominaban en la Campania meridional, familia que má tarde se denominó Conti-los condes por antonomasia-, habíase asimilado en Roma, París y Bolonia la educación universitaria de su tiempo con rara perfección, llegando a ser agudo dialéctico, impresionante teólogo e insuperable jurista, que elevó el Tribunal pontificio y llegó a ser nombrado «segundo Salomón», a sede de la justicia aclamada del Occidente.[4] Inocencio durate su capitolio eclesiástico sabía encontrar una salida a cualquier situación por desfavorable que fuera, sabía tocar los registros, desde el halaga hasta la amenaza, desde la suavidad más blanda hasta la más inflexible dureza, desde el entusiasmo arrebatador hasta el cálculo más frío, para vencer al enemigo, y todo ello sustentado por una grandiosa entrega a sus funciones, considerando el depositario de la tiara como mediadro entre dios y el hombre: «Menos que Dios, pero más que hombre.»[5] Así de alta consideraba Inocencio su misión como representante de Cristo en la tierra, como ungido del Señor, en quien Cristo nuavamente había asumido su carne mortal, sacerdote y a la vez rey como Malquisedech, con facultades para intervenir en los dominios de las soberanías terrenales, como sucesor de san Pedro, a quien fue confiado el gobierno no sólo de toda la Iglesia, sino en última instancia del mundo entero.

La unificación de la independencia cristiana

Tras la muerte de Enrique VI se dio inmediatamente la posibilidad de librar a la Iglesia de la teneza que envolvía entre el Imperio y Sicilia y reponer la independencia de la Iglesia sobre una base de poder propio. Para ello había juntado la curia durante los días de su impotencia una bundante colección de todas las pretensiones económicas, políticas y jurídicas del pontificado, consignándolas en el libro de censo de la iglesia romana preparado por el camarero Cencio en 1192.[6] En la cabeza de Inocencio adquirieron pronto la forma de un programa de acción.

Enrique VI quien años atrás había sometido al papa Gregorio VII.
Rogelio II de Sicilia siendo bendecido por Jesucristo.

Otra preparación para la ulterior política fue que el papa, apoyado por la influencia de su familia y eliminando todas las pretensiones imperiales, supo asegurar su soberanía sobre Roma y los Estados de la Iglesia hasta las comarcas fronterizas disputadas en el sur de Tuscia. Pero para la total independencia necesitaba remover el gobierno del Imperio en toda Italia y substituirlo por la dominación pontificia. Vino a ayudarle en este empeño un movimiento hostil a Alemania. En el ducado de Spoleto y en la marca de Ancona se llegó, en realidad, a reconocer la supremacía del papa. Por medio de estas «recuperaciones» (como se las llamaba con referencia a las antiguas concesiones discutidas de los carolingios)[7] se logró extender los Estados de la Iglesia de uno a otro mar, siendo a modo de cerrojo que separaba por completo la Sicilia y el norte de Italia. En Tuscia y en la Romaña siguió siendo insuperable la resistencia a un gobierno del papa; tampoco los bienes de Matilde pudieron en su mayor parte ser arrebatados a los usurpadores urbanos. Asimismo la liga lombarda mantuvo toda su independencia. Pero la dominación del Imperio en Italia se hallaba conmovida por doquiera en sus cimientos.

También en Siilia el Partido Nacional Germanófobo había logrado la supremacía.[8] La emperatriz Constanza misma navegó por la aguas normandas, expulsó a los alemanes, renunció al reino de Roma e nombre de su hijo, a quien hizo coronar rey de Sicilia. Esta política de separación correspondía perfectamente con el programa del papa. Pero sólo cuando éste hubo obtenido un concordato con la hija de Roger II, concordato que mantuvo como restos de los derechos eclesiásticos de la corona solamente el consentimiento real en las elecciones episcopales, restableció Inocencio la antigua relación feudal con tanta oportunidad, que a la súbita muerte de la emperatriz (1198) pudo asumir como señor feudal supremo la tutela del joven Federico y concentrar en sus manos la autoridad sobre los destinos de Sicilia. El país, para quien instituyó un consejo de regencia formado por el «colegio familiar de obispos silicianos», había de costarle, sin duda, preocupaciones y trabajos. No consiguió expulsar por completo a los alemanes. Éstos tenían un jefe activo y enérgico en Marcuardo de Annweiler, el principal auxiliar fallecido del emperador, de quien había recibido el encargo de llevar a la práctica de su «testamento», pronto, empero, superado por la precipitación de los acontecimientos. Marcuado mantuvo siempre el enlace con el Gobierno Imperial de los Staufen. Cuando Marcuardo logró apoderarse de la mayor parte de la isla Siciliana e incluso del niño regio, con la fortaleza de Palermo, estuvo en extremo amenazada la política separatista del papa. Pero entonces un nuevo golper favorable de la fortuna eliminó este peligro, pues falleció Marcuardo en 1212; y si bien prosiguieron las luchas anárquicas, la regencia, sin embargo, acabó por quedar reducida a la autoridad del papa (1206),[9] que se esforzó por asegurar a la mayor edad del joven soberano, al menos, la posibilidad de una reconstrucción, estableciendo un ordenamiento de paz territorial en 1208.[9] También en esto había realizado Inocencio un punto capital de su programa político: la unión con el Imperio quedó rota y la soberanía del papa reconocida. Del país, agotado, no había por de pronto nada que temer. Libertada la curia en toda Italia de las cadenas que poco tiempo antes envolvían sus miembros, pudo el papa intervenir con enérgica decisión en la política mundial.

Notas

  1. Se denomina «totalmente el mundo» por Karl Hampe cuando Inocencio III mediante actos religiosos logró manipular a todas las religiones derivadas de la cristianidad, aunque algunos dudan de eso.

Referencias

  1. a b Historia Universal, Tomo III, La edad media, pp.604. 1933. Karl Hampe.
  2. a b Historia Universal, Tomo III, La edad media, pp.605. 1933. Karl Hampe.
  3. Historia Universal, Tomo III, La edad media, pp.605. 1933. Karl Hampe.
  4. Historia Universal, Tomo III, La edad media, pp.605. 1933. Karl Hampe.
  5. Historia Universal, Tomo III, La edad media, pp.606. 1933. Karl Hampe.
  6. Historia Universal, Tomo III, La edad media, pp.607. 1933. Karl Hampe.
  7. Historia Universal, Tomo III, La edad media, pp.607. 1933. Karl Hampe.
  8. Origen del nacionalismo italiano.
  9. a b Historia Universal, Tomo III, La edad media, pp.608. 1933. Karl Hampe.

Bibliografía

  • Isaac Asimov, "La formación de Inglaterra". Alianza Editorial. Impreso en México. Año 1983. Páginas 254-256. Sobre el problema de Stephen Langton.
  • Paul Labal, "Los cátaros". Editorial Crítica. Impreso en España. Año 2000. Sobre la política de Inocencio III hacia el catarismo.
  • F. Degalli, "Historia de la Iglesia". Editorial Codex S.A. Impreso en Argentina. Año 1963. Páginas 147-148. Visión eclesiástica sobre Inocencio III, con nihil obstat del Arzobispado de Milán.
  • Gerardo Laveaga, "El sueño de Inocencio".Editorial Ediciones Martínez Roca. Impreso en México. Año 2006.Ascenso y caída del Papa más poderoso de la historia.
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