El orden del discurso

El orden del discurso

El orden del discurso

El orden del discurso
Autor Michel Foucault
País Francia
Idioma Español
Género Ensayo
Editorial Tusquets Editores
Fecha de publicación 1999
Páginas 80

El orden del discurso fue la lección inaugural que Michel Foucault impartió cuando, en 1970, sucedió a Jean Hyppolite en la Cátedra de «Historia de los sistemas del pensamiento» en el Collège de France. Foucault realizó en este texto una breve síntesis de lo que hasta entonces habían sido sus investigaciones, que giraban en torno a las relaciones entre saber y poder, al mismo tiempo que adelantaba el que iba a ser su futuro programa de trabajo.

Contenido

Introducción

Foucault comienza su propio discurso afirmando que siente inquietud hacia lo que es el discurso en tanto que realidad material, que siente en exceso la responsabilidad de ser autor de un discurso, pero que también siente cómo la «Institución» acude en su ayuda ritualizando el inicio del discurso, y consiguiendo así que el poder que pueda tener el discurso será de la propia «Institución» de donde éste lo obtenga. Con este inicio, Foucault plantea las líneas generales de la lección: el hecho de que la noción de 'discurso' ha de ser peligrosa si las formas institucionales tienen tanto interés en determinar todo el proceso de su creación. Así pues, Foucault se plantea seguir «arqueológicamente» todo el rastro que ha llevado hasta nuestra noción de ‘discurso’...

Procedimientos de control de los discursos

Partiendo de que en toda sociedad la producción material de los propios discursos está controlada, seleccionada y redistribuida por cierto número de procedimientos, Foucault distingue entre tres tipos de estos procedimientos: en primer lugar los procedimientos de exclusión (de carácter externo al propio discurso, y cuya función es dominar los poderes que los discursos conllevan), entre los que se destacan los de prohibición (a través del tabú del objeto, del ritual de la circunstancia y del derecho privilegiado del sujeto que habla), centrados hoy en el sexo (haciendo que el mismo discurso sobre el sexo sea, no sólo lo que habla o calla sobre el deseo, sino también él mismo objeto de deseo) y en la política (convirtiendo al mismo discurso en objeto de la lucha política y no en su mera manifestación); los de separación y rechazo, como en el clásico ejemplo foucaultiano de la separación entre razón y locura; y los de oposición entre lo verdadero y lo falso, que son los que a través de su propia historia han dado su forma general a nuestra voluntad de saber, es decir, a la forma de nuestro conocimiento, a la distinción entre lo que es conocimiento y lo que no. Foucault constata que los tres están apoyados en una base institucional, pero que los terceros operan a un nivel más profundo, hasta el punto de que durante los últimos siglos ha ido haciéndose cargo de los procedimientos de prohibición y los de separación y rechazo, tornándose así la oposición entre lo verdadero y lo falso más profunda e insoslayable, más invisible ante nuestros ojos.

Procedimientos de limitación de los discursos

En segundo lugar, los procedimientos de limitación (éstos de carácter interno y dedicados a conjurar los azares de la aparición de discursos), entre los que Foucault apunta el comentario, que reformula una y otra vez los discursos según ciertos intereses para así limitar el azar del discurso por medio del juego de una identidad que tiene la forma de la repetición y de lo mismo; el autor, que queda establecido como principio de agrupación y de origen de las significaciones del discurso, para así limitarlo por el juego de una identidad que tiene la forma de la individualidad y del yo; y la organización de las disciplinas, que permite construir discursos sólo de acuerdo con un estrecho margen previamente instituido, fijando los límites del discurso por el juego de una identidad que tiene la forma de una reactualización permanente de las reglas. Y en tercer lugar, los procedimientos que determinan las condiciones de utilización de los discursos, destinados a imponer reglas a los individuos que dicen los discursos y a no permitir el acceso a éstos a todo el público. De este modo, todo intercambio y comunicación funcionan siempre dentro de sistemas complejos de restricciones, entre las que Foucault destaca el ritual, que define la cualificación del individuo que habla y la situación que debe acompañar al discurso, y fija la efectividad del discurso, el efecto de las palabras sobre aquéllos a quienes va dirigido; las sociedades de discursos, que hacen circular los discursos por espacios cerrados y los distribuyen según reglas estrictas; las doctrinas, que vinculan a los individuos a ciertos tipos de enunciación al mismo tiempo que les prohíben cualquier otro tipo; y la adecuación social del discurso, que viene impuesta políticamente por todo el sistema de educación.

Primeras conclusiones

Todo este análisis sigue las líneas maestras del habitual modus operandi de Foucault: mostrar cómo realidades que entendíamos como «naturalizadas», como inocuas, transparentes, no sólo no son tales, pues funcionan como elementos efectivos de producción material de saber y poder, sino que además su realidad no es tan «natural» como suponíamos, ya que responde a complejos mecanismos e intereses que vienen actuando sin pausa en toda la historia de las tales nociones. Así, Foucault, y expresándolo en otros términos, encuentra que el ‘discurso’, al que se suele entender como mero «medio» de comunicación, como simple transmisor de información desde el autor hacia el público, supone en realidad una noción material, que el mismo discurso es ya información, que no es un mero transmisor sino que su producción está complejamente regulada de acuerdo a ciertos intereses, y que su objeto no es el simple mensaje que el autor quiso lanzar, sino que todo el proceso discursivo (incluyendo figuras tan «naturales» como la del propio ‘autor’) está lleno de implicaciones y de formalizaciones concretas de las relaciones saber–poder, para nada naturales sino que responden a determinados intereses concretos que tratan de «ocultarse» tras esa aparente «ingenuidad», «inocencia» de todo ‘discurso’ en tanto que realidad material.

La filosofía y el orden del discurso

A continuación, Foucault habla del papel que le corresponde a la filosofía frente a tal compleja situación del proceso discursivo. En primer lugar señala que la filosofía surgió para «seguirle el juego» a todos estos procedimientos de «regulación» de los discursos, primero como fundamento de una verdad ideal como ley del discurso y una racionalidad inmanente como principio de sus desarrollos, y segundo al reforzarlos mediante la elisión de la realidad específica del discurso, caracterizándolo según tres nociones que anulan la realidad material del discurso y lo convierten en mero espacio de comunicación: el sujeto fundador como autor original, la experiencia originaria, cuyo significado supone que en las cosas ya hay un sentido que como tal se transmite por el lenguaje, y la mediación universal, cuya implicación es que como todo se transmite mediante discursos, es como si éstos no estuvieran, como si no fueran materiales sino mera transparencia. Foucault explica esta actuación de la filosofía afirmando que en nuestra cultura existe una profunda logofobia contra el discurso como acontecimiento discontinuo, batallador, creador de desorden y de peligro.

El programa de Foucault

Para comprender cómo funciona este temor y cuáles son sus efectos, para desarmarlo, Foucault propone una línea de acción concreta: replantearnos nuestra voluntad de verdad, restituir al discurso su carácter de acontecimiento y borrar finalmente la soberanía del significante. Y afirma que ése es el programa que él se plantea llevar a cabo desde ese momento.

Una tematización así –continúa– requiere una metodología específica que exige cuatro principios: el de trastocamiento, que consiste en reconocer el juego negativo de un corte y de un enrarecimiento del discurso allí donde, según la tradición, se suele reconocer la fuente original de los discursos; el de discontinuidad: lo anterior no supone que por debajo de los diferentes discursos exista una gran discurso ilimitado, los discursos son prácticas discontinuas, pero por sí mismos no responden a las claras distinciones que se les imponen, sino que están en constante entrecruzamiento, yuxtaposición, ignorancia, exclusión; el de especificidad: los discursos tienen una realidad concreta, no se limitan a transmitirnos «cómo es el mundo», sino que el discurso ejerce una violencia sobre las cosas, es una práctica que les imponemos a éstas; y el de exterioridad: el camino no es ir desde el discurso hacia el «pensamiento oculto» que late en él, sino que aquello que hay que cuestionarse son sus condiciones externas de posibilidad, de dónde surge, a qué responde, cuáles son sus intereses, por qué se le trata como un origen y qué fija sus límites.

Antes de continuar, no obstante, Foucault plantea dos advertencias: lo importante es que la historia no considere un acontecimiento sin definir la serie de la que forma parte, articulándose estas nociones de acontecimiento y de serie alrededor de las ideas de regularidad, azar, discontinuidad, dependencia, transformación. Y el discurso como acontecimiento obtiene un estatus filosófico que consiste en la relación, la coexistencia, la dispersión, la intersección, la acumulación, la selección de elementos materiales.

El análisis de los discursos

Todo este trabajo de análisis de los discursos se dispone en dos conjuntos: el conjunto crítico, que mediante el principio de trastocamiento persigue determinar las formas concretas de exclusión, de delimitación y de apropiación de los discursos; y el conjunto genealógico, que mediante el uso de los tres principios restantes, investiga cómo se ha formado efectivamente el discurso por medio de, a pesar de o con el apoyo de los diferentes sistemas de coacción. Entrando en materia, un esquema de lo que sería el conjunto crítico consiste en mostrar cómo operan, por ejemplo, los diferentes procedimientos de exclusión. Así, el estudio del procedimiento de separación y rechazo ha revelado cómo se produjo la separación de razón y locura durante la época clásica; el del procedimiento de prohibición ha mostrado todo el complejo sistema de prohibiciones del lenguaje de la sexualidad desde el siglo XVI al XIX; y el de la oposición entre lo verdadero y lo falso ha desvelado cómo nuestra actual delimitación de la verdad responde a ciertos momentos clave del desarrollo histórico de las ideas: la época de la sofística y el comienzo del platonismo, con la que se inicia esta oposición; el paso del siglo XVI al XVII, con la aparición en Inglaterra de una nueva «ciencia de la mirada» ligada a nuevas estructuras políticas y a una nueva ideología religiosa; y el comienzo del siglo XIX, con la fundación de la ciencia moderna, la formación de la sociedad industrial y el advenimiento del positivismo.

Ante esta tarea de la crítica, la genealogía se ocupa de la formación efectiva de los discursos en su relación con todos estos límites de control, cómo esta formación de los discursos es dispersa, discontinua y regular al mismo tiempo. Pero en la práctica ambas tareas no son tan fácilmente separables, sólo se distinguen en el punto de ataque, de perspectiva y delimitación. Mientras que la crítica se refiere a los sistemas de desarrollo del discurso e intenta señalar esos principios de producción, de exclusión y de rareza del discurso; la genealogía atiende a las series de formación efectiva del discurso, intenta captarlo en su poder de afirmación en tanto que poder de constituir dominios de objetos a propósito de los cuales se podrían afirmar o negar proposiciones verdaderas o falsas.

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