Guerra de los Obispos

La Guerra de los Obispos (en latín Bellum Episcopale) hace referencia a dos encuentros armados que se llevaron a cabo entre Carlos I y los Covenanters escoceses en 1639 y 1640, y que contribuyeron en sentar las bases de la Guerra civil inglesa y las posteriores guerras de los Tres Reinos.^[1]

Alzamiento de los obispos

La reforma Escocesa de 1560 tenía la intención de resolver el asunto del estado de la religión en Escocia, pero en los años siguientes persistieron controversias. Durante algún tiempo considerable la precisa estructura y gobierno de la nueva iglesia permaneció confusa, aunque en 1580 aparecieron dos bandos distintos, los presbiterianos (a favor de gobernar por cortes eclesiásticas) y los episcopalistas (a favor del gobierno por los obispos). Aunque las líneas de batalla no pueden ser trazadas con absoluta claridad, la primera posición tendió a favor de ministros radicales en la iglesia, con hombres como Andrew Melville, y los últimos por la corona. Desde el comienzo del siglo XVII Melville reintrodujo un panel de obispos en la iglesia escocesa. A finales de su reinado en 1625, la iglesia escocesa puede que fuese calvinista en doctrina, pero su jerarquía era tal y como había sido antes de la reforma.

El ascenso de los obispos pudo haber causado preocupación a los presbiterianos encomendados, pero todavía causó mayor preocupación a la nobleza escocesa, preocupada por la pérdida de poder e influencia gubernamental. Muchos habían sufrido un fuerte descenso en situación y prestigio desde que el rey se trasladó a Londres después de la unión de las coronas en 1603, siempre con la disminución de avances y oficios en Escocia. Por 1630, al comenzar Carlos I a promocionar obispos al Consejo Privado las oportunidades de una nobleza peligrosamente desempleada disminuyeron todavía mucho más. En 1635 John Spottiswood, arzobispo de St Andrews, fue nombrado canciller, el oficio de cargo político más alto de la ciudad, siendo la primera vez que se nombraba a un clérigo desde antes de la reforma. A muchos nobles se les dejó fuera del Consejo en impotente frustración, incluyendo a James Graham, primer marqués de Montrose.

Aunque la situación distaba de ser satisfactoria, las cosas continuaron más o menos igual, aparte de una extraordinaria crisis que se desencadenó en 1637. Carlos I decidió presentar un nuevo libro de oraciones de estilo anglicano en la iglesia escocesa que debía ser predicado sin ningún tipo de consulta en contra de las advertencias de los obispos ancianos.^[2] En la crisis subsiguiente, la ira de los presbiterianos encontró causa común con los resentimientos de la nobleza, y en febrero de 1638 se produjo lo que se podría describir como un manifiesto conjunto en el Pacto Nacional Escocés. Aunque el documento no dice nada sobre el oficio del obispo como tal, rechazó todas las innovaciones eclesiásticas de Carlos I. Los oponentes del rey tenían ahora un nuevo nombre: los Covenanters. En noviembre del mismo año la Asamblea General de la iglesia en Glasgow, atendida por muchos nobles presbíteros como ministros, expulsó a los obispos uno a uno. Escocia se había convertido en este momento oficialmente en presbiteriana. Carlos I exigió que se retirasen los actos de la asamblea, pero los covenanters se negaron, dando paso a la guerra como única manera de salir del estancamiento.

Primera guerra de los obispos (1639)

Para Carlos I la guerra con los escoceses era una estrategia arriesgada. En Inglaterra había gobernado sin parlamento durante once años y simplemente no contaba con los recursos para sostener una campaña militar. Hacer un llamamiento a un nuevo parlamento era potencialmente peligroso debido a anteriores oposiciones y por la actual hostilidad a la política oficial. En su lugar el rey intentó formar una coalición de fuerzas contra los covenanters con los recursos existentes que tenía en Inglaterra, la oposición interna escocesa a los covenanters, se concentró en las sierras altas y en el territorio de los Gordons de Huntley en Aberdeen, así como tropas procedentes de Irlanda. Escocia iba a verse envuelta en ataques desde dentro y desde fuera.

La estrategia de Charles consistió en avanzar con el ejército real hasta las fronteras de Berwickshire, mientras que James, el marqués de Hamilton, introdujo una tropa anfibia en el Forth, y Randal Macdonnell, conde de Antrim, avanzó contra Archibald Campbell, conde de Argyll, un Covenanter de la directiva. A Hamilton se le concedió el objetivo suplementario de socorrer al marqués de Huntly.

Pero como todas las grandes estrategias, el montaje se vino abajo cuando al estar los ejércitos confrontados por los problemas logísticos detallados en los que los verdaderos soldados se enfrentan: los hombres se encontraban mal entrenados y equipados; el transporte, era un serio problema, especialmente el empaquetamiento; había pocas bases seguras y almacenes insuficientes; y no poseían un plan detallado de la campaña. Thomas Wentworth, conde de Strafford y Lord Diputado de Irlanda, hizo poco en disimular su desprecio por el himno mercurial y rehusó extender el apoyo necesario para la invasión que se había planeado para Escocia. Los covenanters, aunque algo mejor preparados que el rey, al menos contaban con la ventaja de poseer la moral más alta por defender una causa que creían justa. Toda la resistencia interna a los covenanters fue aniquilada en junio de 1639 cuando los Gordons fueron derrotados por Montrose en la batalla del río Dee, el único enfrentamiento serio en toda la guerra.

Referencias