- Revolución uruguaya de 1858
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Revolución uruguaya de 1858
En el Uruguay, el enfrentamiento entre los partidos Colorado y Blanco llevó a una larguísima guerra, justamente llamada Guerra Grande, entre 1836 y 1851.
El fin de la guerra dejó una situación política muy inestable. Tras el gobierno de Juan Francisco Giró, del Partido Blanco, una revolución había llevado al poder al general Venancio Flores, del Partido Colorado. Su administración tropezó con sucesivas intromisiones del Imperio del Brasil, hasta que se vio obligado a renunciar.
Su sucesor fue Gabriel Antonio Pereira, del Partido Colorado, pero con mejores relaciones en el Partido Blanco que en el propio; de hecho, fundó un efímero Partido Fusionista, al que se opuso el sector conservador del Partido Colorado, liderado por Flores.
Flores y varios de sus colaboradores se exiliaron en el Estado de Buenos Aires, donde los militares prestaron servicio en la guerra contra los indígenas. Entre ellos estaba el general César Díaz, que dirigió una conspiración contra el gobierno de su país.
En diciembre de 1857, varios grupos de colorados se rebelaron en distintos puntos de la campaña uruguaya. El 6 de enero del año siguiente desembarcó en Montevideo César Díaz; intentó copar la capital, pero fue obligado a retirarse al interior. El 16 de enero fue alcanzado en Cagancha por el coronel Lucas Moreno. La batalla quedó indecisa, pero Díaz no pudo resistir el ataque del general Anacleto Medina — el antiguo oficial de Francisco Ramírez — y se vio obligado a rendirse en el Paso de Quinteros, sobre el río Negro, con garantía de sus vidas.
Pero el presidente Pereira ordenó ejecutar a los oficiales rendidos, orden que Medina cumplió el 1 de febrero: las fuentes favorables a los Colorados citan 152 fusilados. Esa fue la "Hecatombe de Quinteros".
Los oficiales que lograron salvarse de la matanza se refugiaron en Entre Ríos, de donde el presidente Justo José de Urquiza se negó a enviarlos a su país para ser ejecutados. Pero los Colorados clamaban venganza, y como Urquiza se negara a apoyarlos, huyeron a Buenos Aires. El gobierno porteño, olvidando la matanza de Villamayor, consideró que los Blancos — y por simpatía los federales — merecían ser castigados por sus crímenes. Estos hechos tendrían mucha importancia en las siguientes guerras civiles en la Argentina, pero aún más en el Uruguay.
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