Historia de Monteagudo de las Vicarías

Historia de Monteagudo de las Vicarías

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Origen del nombre: Monteagudo de las Vicarías

Es posible que el nombre de Monteagudo se deba al hecho de que el núcleo original del pueblo se encontraba en un lugar elevado, y Vicarías se deba a las vicisitudes políticas que sufrió en cuanto territorio de frontera. En un primer momento, Don Alfonso VII lo conquistó para después donarlo, junto con el resto de poblaciones pertenecientes al Arciprestazgo, al obispo de Sigüenza, Don Bernardo y sus sucesores. Perteneció a éste hasta 1136, fecha en la que pasó a formar parte del Arciprestazgo de Osma. Posteriormente, fue conquistado por el rey de Aragón, Alfonso I El batallador, quien determinó incluir a Monteagudo en la comunidad de Calatayud y sus Vicarías.

Monteagudo en la Edad Antigua

En el 350 a. C., el espacio geográfico en el que encontramos a Monteagudo de las Vicarías ya era un asentamiento celtíbero importante, bien situado en la vega de dos ríos, el Nágima y su afluente el arroyo de San Bernandino. Los pueblos celtibéricos que encontramos en la provincia de Soria son cuatro: los pelendones, quienes ocupaban las escarpadas sierras del norte, los arévacos que dominaban el centro, los titos y los belos, siendo estos últimos los primeros pobladores de Monteagudo. Como testimonio de esta época remota contamos con muestras de cerámicas pintadas, realizadas con torno, y con dos necrópolis, una situada en la Vega de las Espinillas y otra en el Cerro de las Hermosas. En esta última existe una superposición de estratos que corresponden a dos culturas, la celtibérica y la visigoda. El nombre de este cerro quizá se deba a una tradición, según la cual, en la mañana de San Juan, las mozas que iban a este lugar a ver salir el sol, antes de acudir, se lavaban la cara por que así decían estar hermosas todo el año.

Las huellas arqueológicas descubiertas revelan la existencia de los poblados de Bojiamorat, Borjabudo, Cántabos, Los Castillejos, Cerro Hijoso, Cerro de los Muertos, San Bernardino, Tartaragudo, Torrepardilla y Villapardillo.

Los pueblos celtibéricos fueron conquistados, a pesar de su tenaz resistencia, por Roma. Los romanos trataron de asentarse en los espacios llanos cultivables de las tierras sorianas. La romanización de esta zona tuvo lugar a partir de la pacificación del valle del Ebro realizada por Graco en el 179 a. C. Pero los ejércitos del Imperio se encontraron con la fuerte resistencia de belos y titos, entre otros pueblos.

Cabe suponer que en el año 142 a. C., Monteagudo fuese destruida por Metelo quien, en su lucha contra Numancia, ocupó las ciudades del valle del Jalón. A partir de ese momento los romanos utilizarían la comarca de las Vicarías como vía de penetración desde Medinaceli hasta el valle del Jalón.

La conquista visigótica destruyó todos los logros de la romanidad, no dejando, sin embargo, signos que nos hablen de aquella época. Es muy probable que, posteriormente, en Monteagudo se diera una ocupación musulmana de su territorio, a pesar de no contar con restos que así lo confirmen, como si sucede con el propio topónimo, de la vecina Almazán.

Monteagudo en la Edad Media

La época de los castillos

Las condiciones sociales, políticas y territoriales de la Edad Media determinaron la organización del territorio en la Península Ibérica e hicieron de la arquitectura militar un factor importantísimo. La posesión o no de una plaza fuerte o línea fronteriza podía ocasionar transformaciones en el equilibrio socioeconómico de la región.

Los castillos y fortalezas, durante todo el Medievo tuvieron gran relevancia porque, por una parte permitían el control de la población, la agricultura, la ganadería, y el comercio; y por otra parte, vigilaban y afrontaban los movimientos de los posibles enemigos o rivales. Esta época se caracteriza por las constantes luchas por los territorios, y por el aumento de los dominios, pues éstos significaban un incremento en el poder político y económico.

Estos castillos y fortalezas podían pertenecer a la monarquía, a la nobleza, a las órdenes militares o simplemente al concejo que mandara en un territorio determinado, ya que las fortificaciones eran muy buenas defensas por sí mismas, constituían un elemento de salvaguarda ante los continuos ataques, muy a menudo realizados por sorpresa, del enemigo. Sin embargo, el rey era el único que daba permiso para la construcción de las fortificaciones, aunque esta norma, a veces, no era respetada.

Los castillos tenían distintas funciones de muy diversa índole:

  • Su finalidad primordial era militar: por una parte servían de residencia a una guarnición, que estaba bajo el mando del alcaide, protegía la zona y era la base de las expediciones guerreras. Por otra parte, los castillos también servían como refugio cuando, en caso de desigualdad, las huestes decidían retirarse de la batalla, y afrontar la lucha desde la fortificación, pues como estrategia, la lucha desde una fortificación era más segura y albergaba más posibilidades de vencer, al ser muy difícil su conquista.
  • Los castillos además eran unidades económicas auto-suficientes. En su interior contaban con las dependencias de vivienda-fortaleza y además, en su exterior, estaban rodeados por una muralla que abarcaba el núcleo de población. Los castillos y la población de la Villa se abastecían de los campos próximos: alimentos, madera para construcción, leña como combustible, etc. De esta manera no era necesario buscar productos más allá de los territorios que pertenecían al castillo.
  • Por último, estas fortificaciones eran un símbolo de poder, al representar al señor de la zona, al propietario del castillo y a las tierras de la comarca, defendidas desde el castillo.


Hasta el siglo XIII, es decir, durante los primeros siglos de la Reconquista en la Península Ibérica, las fortalezas se construían, como era lógico, en las zonas fronterizas como protección ante los musulmanes, aunque también existían rivalidades entre los reinos. Posteriormente, en los siglos XIV y XV, los castillos serán erguidos por los enfrentamientos entre reinos y, sobre todo, por el deseo de ser reforzado el poder señorial frente al poder Real, es decir, del Monarca. Ante esto, los Reyes Católicos reaccionarán mandando derribar murallas y torreones. Por otra parte, las sociedades se fueron haciendo paulatinamente más estables y la gente requería unas condiciones de vida más confortable. Las fortificaciones que se realizaron en la Edad Moderna, se adaptaron a las nuevas necesidades defensivas, distintas de los medievales, ante el alcance cada vez mayor de la artillería y su mayor poder destructivo.

Entre los castillos señoriales y fronterizos existen diferencias de localización y aspecto; los castillos señoriales se construyeron para potenciar el poder económico y político, demostración de poder frente a otros señores más que función militar, y los fronterizos para una fácil defensa de lugares estratégicos, fundamentales en el avance de la reconquista. Durante toda la Edad Media los castillos y fortalezas fueron elementos indispensables para garantizar la seguridad del territorio, por lo que según pasaban los siglos y progreso de la poliorcética ("del griego poliorketicos, de poliorkeo, sitiar una ciudad", Arte de atacar y tomar las plazas fuertes) fue preciso una amplia mejora en las fortificaciones y un acondicionamiento de las mismas para las armas de fuego. Por esto las fortalezas construidas en el siglo XI conservan elementos constructivos de varias épocas.

La historia de Monteagudo en torno al castillo

Durante los siglos X y XI la parte oriental de la que es actualmente provincia de Soria se constituyó en frontera y sufrió los avatares y cambios de denominación propios de la época. Desde la segunda mitad del siglo X, los territorios de la parte norte de la actual provincia, hasta Tera y Magaña, pertenecían al término de Pamplona, mientras que toda la zona suroriental estaba en poder de los musulmanes hasta la reconquista de Medinaceli en 1122. Los árabes lucharon también por defender la frontera con el valle de este río hasta que en 1128 el rey Alfonso I El batallador reconquistó esta zona.

La fecha de la terminación de la reconquista de Alfonso I El Batallador, no está muy clara, cabe suponer que las fechas varían entre los años 1123 y 1128. Pero no llega la paz con la terminación de la reconquista, ya que la zona pasa a convertirse de frontera cristiano-musulmana a frontera castellano-aragonesa, en una "extremadura" entre reinos cristianos durante los siglos XII al XV; también se producían en este territorio incursiones de los reyes navarros. Esta zona fue conocida como de La recompensa, territorio fundamentalmente fronterizo y de gran importancia estratégica en las luchas que enfrentaban a Aragoneses y Castellanos por la determinación de la Raya o frontera entre ambos reinos.

En 1263, Alfonso VIII que estuvo protegido en Soria hasta su mayoría de edad, una vez nombrado rey, otorgó un Fuero ( cada uno de los privilegios y exenciones que se conceden a una provincia, ciudad o persona) extenso a esta ciudad. Fuero que después aplicó a Deza, y que más tarde se traspasa a Monteagudo.


El Fuero de Monteagudo: Fue otorgado por el rey Alfonso X el Sabio, El Fuero de Soria Hallándose este en Sevilla, martes día de julio de 1263, con su mujer Doña Violante y sus Hijos los infantes Don Fernando, primogénito heredero; Don Sancho , Don Pedro, y Don Juan entendiendo que la puebla de Monteagudo es gran pro e a gran guarda de nuestra tierra e de que nos puede vernir a nos dé gran servicio , por facer bien e merced a todos los homes que agora ahí son pobladores e moradores...e a los que serán de aquí adelant para siempre jamás otorgamoles que , dando cada un vecino un caiz de pan cada año en el mes de Agosto , la mitad de trigo y la mitad de cebada ,e dando otros dos mencales en dinero cada año en el mes de Marzo , que los quitamos de todo pecho e de facendera e de protazgo , he otro si les damos e les otorgamos que hallan el Fuero de Soria , así como dice el Privilegio de Deza . Termina prohibiendo que nadie sea osado de ir contra de estre privilegio, pues tendría la ira del rey, pagarían pena y a los de Monteagudo todo el daño doblado. Medio siglo después el nieto de Alfonso X, Don Fernando IV, estando en Almazán, confirmaba este privilegio en 2 de febrero de 1312, decía que: Por ruego del infante don Pedro, mi hermano, e por facer bien e merced al Concejo de Monteagudo, por que son pobres e estragados por razón de los males e daños grandes e robos que rescibieron en tiempo de las gerras e por que está en frontera de Aragón, en mi servicio, en mi servicio, otórgoles e confirmoles todos los <privilegios e cartas> que tienen de los reyes onde yo vengo e de mi e del Fuero que le dieron, los cuales privilegios e cartas e fueros les yo confirmo... . Documento extraído del Archivo de Simancas. Libros y Privilegios y confirmaciones, libro 307. art. 2. (col. Franq. De Castilla. V.p. 177-179)

La protección Real de Monteagudo debe achacarse a su alto valor estratégico, pero el Rey Sancho IV El Bravo de Castilla redujo su patronazgo a favor de la Iglesia, y otorgó al obispo de Osma las iglesias de Serón y Monteagudo, incluyendo sus aldeas. Hasta entonces Monteagudo fue una jurisdicción real en la que el rey designaba como delegados a vicarios. En 1369 La villa y el Castillo fueron donados al bretón Beltrán Gueselin, pero a finales del siglo XIV, el castillo pertenecía a María Ruíz de Ayllón, casada con Pedro González de Mendoza, el hijo de estos y su esposa construyeron la mayor parte del edificio con sus escudos a partir de 1415.

María de Mendoza, era hija del conde de Monteagudo, fue la madre de Juan Bravo

Relaciones con Aragón

Sancho IV El Bravo, hijo de Alfonso X tuvo problemas al acceder al trono, porque los hermanos de la Cerda, hermanastros suyos, también lo reclamaban y Aragón les apoyaba. Declarada la guerra con Aragón dispuso el de Castilla sus huestes, ordenando que se reuniesen ellos con él en Almazán, y salió precipitadamente de Palencia a Burgos. Entre tanto Aragón situó sus ejércitos en Monreal, y los de Castilla situados en Almazán. Los de la Cerda atacaron Fuentelmonge y Morón creyendo encontrar al rey allí, pero este había ido a pactar con el rey de Francia. Los Castellanos mueven sus tropas de Monteagudo a Soria y Almazán enviando precipitadamente mensajeros en busca del rey para informarle de la invasión de los aragoneses. Don Sancho salía de Santo Domingo de Silos para San Esteban de Gormaz, y ordenó se armaran todos para correr a Almazán al encuentro de Alfonso III de Aragón y los suyos. Envió un arrogante mensaje al monarca aragonés en el que le dice que espere para luchar y si no tiene víveres él mismo se los daría. Cuando los aragoneses recibieron tan arrogante mensaje decidieron retirarse a Aragón.

Por otra parte, Alfonso III acudió presuroso a Cataluña, al saber que los reyes de Francia y Mallorca pretendían invadirla, y dejaba en las fronteras de Castilla a su protegido, el de la Cerda, que era como retirarle su valioso apoyo. En esta situación decide Don Sancho tomar represalias contra el de Aragón, Alfonso de la Cerda fue incapaz de hacer frente a su tío Don Sancho. Anteriormente a fínales del siglo XIII (1289) don Alfonso de la Cerda obligó a don Sancho a fortificar Almazán y Monteagudo y, posteriormente, se adueñó de Serón, Soria, Osma y Deza.

A los dos años falleció Alfonso III (18 de junio de 1291), sin dejar sucesión y le sucedió su hermano Jaime II encomendando el reino de Sicilia a su hermano Fadrique.

Después de estos acontecimientos, la Muela de Monteagudo sería repoblada todo lo antes hacia el final de la segunda década, quizá sobre los restos de una atalaya musulmana y su defensa abandonada bastantes años antes de la reconquista como parece indicarlo el que su nombre no perdurase en el nuevo poblamiento cristiano, igual que se impuso en el caso de Almazán y tantas otras poblaciones de estas tierras.

Se entrevistaron en el año 1291 Sancho IV y Jaime de Aragón. Como resultado del encuentro se firma la alianza entre Aragón y Castilla rubricada con el pacto matrimonial de Jaime II con la Infanta Isabel (de ocho años) hija de Sancho IV El bravo, acordándose que Jaime fuera a Soria en busca de su prometida el sábado siguiente, matrimonio que no llegó a realizarse. Teniendo lugar en las tierras de Monteagudo el 28 de noviembre, la primera entrevista no pudo ser más cordial: para saludarse se abrassaren es besaren es reeberen ab gran goij, et refermaren lur amor et les paraules qui eren emprises. Aquella entrevista tuvo casi carácter íntimo, pues tan sólo asistió, como rico hombre, el aragonés don Pedro Fernández, porque los otros caballeros de ambos reinos no alcanzaron a llegar aquel día por premuras de tiempo. Luego se tornaron el Aragonés para Ariza y Sancho para Monteagudo, hasta el día siguiente, jueves, que de mañana volvieron a reunirse. Aquel jueves, 29 de noviembre se firmó en Monteagudo el tratado de Alianza entre Aragón y Castilla, ya citado anteriormente.

En la paz de Monteagudo se estipulaba que fueran recíprocamente los monarcas de Aragón y Castilla "Amigos de sus amigos y enemigos de sus enemigos", no debiendo acoger en sus respectivos reinos a ningún ricohombre o caballero sin previo consentimiento de su soberano. Los reyes de Castilla y Aragón se obligaron a ayudarse obligatoriamente en caso de Guerra contra Francia y a mantener lo convenido con Pedro III. Los motivos que llevaron a firmar el tratado de Monteagudo fueron varios, primero que se debía continuar con la reconquista y la Santa Sede presionaba para ello, segundo que al rey Aragonés le interesaba resolver el conflicto de Sicilia y tener las manos libres para sus empresas mediterráneas, y tercero que el rey de Castilla necesitaba cierta estabilidad en su reino. Las paces se firmarían después en Soria de modo más suntuoso.

Después de la paz en Monteagudo y Soria, el papel e influencia de Sancho IV fue considerable, pues había logrado la concordia con sus vecinos y podía ser árbitro entre los Franceses y el rey de Aragón. Al morir Sancho IV (25 de abril de 1295), la paz de Anagni venía a anular el Tratado de Monteagudo y Soria; Jaime II devolvía su prometida esposa Isabel a los delegados de María de Molina y casaría con Blanca de Nápoles, hija de Carlos de Salerno. Años difíciles serían para el concejo de Monteagudo los de 1295-1305 debido a las incursiones desde Aragón y dominio de esta tierra por parte de los Infantes de la Cerda, pretendientes a la corona de Castilla, como advierte Fernando IV, que acabo sucediendo a Sancho IV en el trono, en la confirmación del fuero (Almazán 2-febrero de 1312): ...Por ruego del infante don Pedro mi hermano e por bien e merced al concejo de Monteagudo, porque son pobres e estragados por razón de males e daños grandes que recibieron en tiempos de guerras e porque está en frontera de Aragón, en mi servicio, otorgoles e confirmoles todos los ``privilegios de cartasque tienen de los reyes onde yo vengo e de mi e del fuero que le dieron los cuales "privilegios e cartas" yo confirmo.... Este infante se casa en enero del mismo año con la infanta María de Aragón hija de Jaime II de Aragón, y al morir Fernando IV, Don Pedro, junto con María de Molina es nombrado cotutor del heredero Alfonso, de un año de edad. Don Pedro murió en 1319 en el 25 de julio, unos días después su esposa daría a luz una niña en Córdoba, Blanca, su única descendencia. Posteriormente el señorío de Monteagudo y esas otras villas sorianas donadas por juro de heredad pasaron a su hija póstuma, la infanta Blanca, bajo la tutela de su madre. Hasta la mitad de este siglo Monteagudo vivió pacíficamente libre de incursiones fronterizas.

Es razonable que al rey castellano le preocupase la posesión de esas estratégicas plazas fronterizas por señores no de fiar y así revertirían al dominio real aunque en 1352, al menos el infante bastardo don Tello señoreaba Berlanga y Monteagudo pero no con carácter dominical sino como tenencia u honor concedido posiblemente por su padre Alfonso XI. Ese año don Tello roba en Aranda la recua de Burgos que iba para la feria de Alcalá y escapó para su plaza de Monteagudo con su mayordomo Pedro Ruiz de Villegas que era señor de Moñux. Al saber su hermano Pedro I que desde esos lugares y Fuentidueña "que era de don Tello" le hacía guerra, salió rápidamente de Aranda con su hueste el 14 de septiembre hacia Fuentidueña y Moñux, que se defendieron algún tiempo y marchó después contra Monteagudo. Don Tello escapó a Aragón y su mayordomo Pedro Ruiz encargado de la defensa de esa plaza, se sometió al rey con pleitesía. El resto de los nobles que se levantaron junto con don Tello fueron vencidos en 1353 o exiliados. Posiblemente Fuentidueña sería en realidad el castillo de Valtueña en el alfoz de Monteagudo, una confusión más entre topónimos con cierta asonancia o consonancia cuando al cronista sólo sonaría el principal, en este caso la villa de Fuentidueña que además era señorío de don Tello. Al año vemos al tornadizo don Tello que asistía a la boda del rey y en 1354 participar en la revuelta nobiliaria y acabar por unirse al bando de su hermano, el pretendiente Enrique de Trastamara, que encabezaba a los nobles rebeldes vencidos por Pedro I. El ejército de Trastamara se pone al servicio del rey aragonés con mercenarios franceses, '"las Compañías blancas"'. Monteagudo es partidario de los Trastamara, y Pedro I lo recupera después de violentos combates sitiándolo en 1358 y dejando allí 200 escuderos reales. Este rey pretende escarmentar con ajusticiamientos a la nobleza y pierde muchos apoyos.

Enrique, que sin duda era un buen conspirador, sacó partido de esta situación proclamándose Rey de Castilla en 1366, trasformando la lucha nobiliaria por el poder casi en una cruzada religiosa, a causa de los apoyos que a Pedro I le otorgaban judíos y musulmanes. Sobre la muerte de Pedro I en 1369 en Montiel, dicen las crónicas que Beltrán Dugesclin fue el asesino, el jefe de las "Compañías blancas", que había rechazado la oferta de ser el señor de una serie de villas que le serían dadas a cambio de su apoyo por Enrique de Trastamara, las llamadas Tierras de la recompensa: Soria como ducado y las villas de Almazán, Deza, Morón, Atienza y Monteagudo. Beltrán Dugesclin (Mosén Claquin, como era llamado en España habitualmente) fue el siguiente señor de Monteagudo. quien ante el rechazo de los habitantes las vendió al rey Enrique II por 260.000 doblas. Llamado por su rey regresó a Francia en junio de 1370, donde fue nombrado condestable (máxima dignidad militar) para combatir a los ingleses; murió en 1380 en Gévaudan. (Parece ser que él fue el que pronunció la ya célebre frase "ni pongo ni quito rey pero ayudo a mi señor", aunque este testimonio parece que no tenga ninguna validez histórica).

Influencia de los Reyes Católicos

Don Pedro González de Mendoza acudió en ayuda del rey Enrique IV cuando tuvo lugar la farsa de Ávila. Agradecido, el rey le hizo merced de 300.000 maravedís de juro perfecto y acrecentó sus títulos, dándole el de conde de Monteagudo. Su hijo el I conde de Monteagudo Don Juan Hurtado de Mendoza, se casó con Doña Elvira Enríquez, hija del mayordomo mayor de Don Fernando el Católico. Se cuenta que murió de un golpe de arzón que se dio al saltar una acequia, corriendo liebres. Le sucedió su hermano D. Antonio Hurtado de Mendoza, VI señor de Almazán y II conde de Monteagudo. A este, le sucedería su hijo primogénito al que Carlos V le proveyó como Embajador de Concilio de Trento, pero murió antes de partir para tan alta tarea.

De este matrimonio se pueden ver sus armas sobre la puerta principal del castillo. Serán los Mendoza, junto a los de Medinaceli, Gómara, Altamira, Castejones, ... los que sean dueños de las grandes propiedades de tierra, posean excelentes rebaños de ovejas merinas y están unidos a grandes hechos de Imperio y de la vida en la corte de los Austrias. Paso a ser propiedad de los Condes de Altamira al casar Antonieta de Mendoza, VII Condesa de Monteagudo con Don Gaspar de Moscoso, Conde de Altamira (24-8-falta 88).

Más tarde estos dominios pasaron a la casa de Altamira. Durante siglos no hay noticias sobre la vida en el Castillo de Monteagudo de las Vicarías. Habrá que esperar al inicio del Siglo XVIII, durante la guerra de la Independencia, para tener alguna referencia sobre esta fortaleza.

Monteagudo en la Edad Moderna y Contemporánea

En el año 1707, 400 soldados de las tropas del archiduque Carlos de Austria, guarnición en Monteagudo, fueron a Torlengua, saquearon y se llevaron prisioneros y al cura del lugar al castillo de Monteagudo hasta que entregaron una campana de plata de la iglesia de Torlengua durante la invasión Francesa que sufrió la villa.

El ocaso de Monteagudo comienza en el siglo XVIII. La guerra civil entre los partidarios del archiduque Carlos y los del francés Felipe V, hace que Monteagudo vuelva a participar en la historia nacional, siendo lugar estratégico entre reinos y paso de ejércitos. Se tiene constancia de que se ha establecido una guarnición en el pueblo, posiblemente en el castillo-palacio, pertenecientes a las tropas de archiduque Carlos, los cuales se dedicaran al pillaje y saqueo (saqueo de Torlengua). Es el recuerdo hecho realidad de las antiguas luchas entre reinos, pues los aragoneses, en general, apoyaran al austriaco y los castellanos al francés. Soria, Almazán y Medinaceli son fieles a Felipe V, mientras que El Burgo de Osma y Berlanga de Duero lo serán al archiduque Carlos. La guerra supondrá el empuje definitivo hacia el declive de las tierras sorianas, que no podrá ser frenado ni por el comercio de la lana de la Mesta ni la obra de Ilustrados.

En los inicios de siglo XIX el empobrecimiento de la sociedad soriana es ya generalizado. Y sobre ella caen dos nuevos factores muy negativos: la llegada de las tropas francesas a España y la posterior rebelión de pueblo español, la Guerra de la Independencia va a volver a ser un episodio más de la villa de Monteagudo. En 1811 los franceses entran en el pueblo y tras permanecer un corto periodo de tiempo, se tiene constancia de que se llevan 40 medias y medio celemín de cebada para abastecer a las caballerías; así mismo se roban de la iglesia unas crismeras y una cruz procesional ambos objetos de plata. Además de esto esta guerra se salda en toda Soria con la destrucción de castillos, fuertes y murallas, arrasamiento de cosechas, la confiscación de ganados e incendio de ciudades, y la caída del comercio de la lana, con la consiguiente llegada de tiempos de penuria para la provincia y Monteagudo.

En 1834 la conocida como tierra de Monteagudo desaparece con la creación de los ayuntamientos lo que conlleva la supresión de los señoríos.

Con la llegada de la era industrial a España, Soria reducida a una economía agrícola de subsistencia y escasa rentabilidad, se empobrece aún más; de hecho nunca ha podido incorporarse a ella. En el siglo XX continúa el retroceso de la provincia con la llegada de la política de Autarquía que impone la dictadura del general Franco, la población en su gran mayoría se ve obligada a la emigración a núcleos industrializados.

Véase también

Bibliografía

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