- Matanza del 2 de agosto de 1810
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Matanza del 2 de agosto de 1810
Capítulo de la historia colonial de la actual República del Ecuador, previo a su independencia definitiva del dominio español en las tierras de la otrora Real Audiencia de Quito; en el que se desarrolló la infame masacre de los héroes que un año antes (10 de agosto de 1809) habían declarado la independencia del poder hispánico en estas tierras en el conocido "Primer Grito de Independencia Americana". Además de un espeluznante saqueo de las tropas realistas a la ciudad y sus habitantes.
Contenido
Antecedentes
Primer Grito de Independencia
La revolución del 10 de agosto de 1809, conocida comunmente como «Primer Grito de Independencia», fue un movimiento autonomista el cual proclamaba el retorno del rey Fernando VII, quien había sido derrocado debido a la invasión de los franceses, al mando de Napoléon Bonaparte, a España. Esta revolución fue liderada por una élite criolla, descendientes de españoles nacidos en América, la cual destituyó al presidente de la Real Audiencia de Quito, conde Ruíz de Castilla, y se instaló en el poder bajo la administración de quiteños y no de españoles.
La Junta Soberana de Quito
Se formó entonces la Junta Soberana de Quito bajo el liderazgo de Juan Pío Montúfar Marqués de Selva Alegre; quienes tomaron posesión de la administración de la Audiencia en la sala capitular de San Agustín, en la que redactaron además los lineamientos que seguirían. "La junta de gobierno establecida el 10 de agosto de 1809 se titulaba suprema y debía mandar a la prvincia de Quito, y a las de Guayaquil y Panamá si voluntariamente querían unirse; y atribuyéndose el tratamiento de Majestad, dió a su presidente el de Alteza Serenísima y a sus miembros el de Excelencia... El juramento que hizo la junta y que exigió a cada uno de los empleados y corporaciones del nuevo gobierno fue de obediencia y fidelidad al monarca español Fernando VII...".[1]
- Disolución de la Junta Soberana
Fue tal la falta de principios ideológicos y la incapacidad de sus miembros para administrar la Audiencia, que antes de cumplir un mes ya habían empezado a buscar la manera de devolver la presidencia al anciano conde Ruíz de Castilla. Finalmente, aislada y bloqueada, huérfana de ideales e incapaz de administrar, el 13 de Octubre de 1809 la Junta entregó el mando al enviado español, Conde de Selva Florida, poniendo fin a 75 días de incertidumbre y zozobra política.
El trágico 2 de agosto de 1810
El 25 de octubre de 1809, tras 12 días de encargo del poder, el conde de Selva Florida entregó de manera oficial la presidencia de la Audiencia de Quito al anciano Conde Ruíz de Castilla, quien la había administrado antes de la revuelta independentista.
Aprehensión de los patriotas
Instalado nuevamente en el poder, y a pesar de haberse comprometido a no tomar represalias, Ruíz de Castilla traicionó su palabra y desató una feroz persecución en contra de quienes habían participado en la revolución del 10 de agosto de 1809, capturando a un gran número de ellos y encerrándolos en los calabozos del Cuartel Real de Lima, en Quito. Al mismo tiempo, y para completar su traición, hizo promulgar la advertencia de que se aplicaría la pena de muerte a todo aquel que, conociendo el paradero de algun insurgente, no lo denunciara.[2]
A partir de entonces y durante casi un año, los soldados realistas del coronel Manuel Arredondo -que a petición de Ruíz de Castilla había llegado desde Lima para sofocar la revolución- cometieron una serie de atrocidades, saqueando, violentando, asesinando y atropellando diariamente a los quiteños que, cansados de sus abusos, formaron nuevos comités para defensa de los vecinos y prepararon un plan para liberar a los prisioneros.
Matanza del 2 de agosto de 1810
Llegó entonces el 2 de agosto de 1810. Ese día, poco antes de las dos de la tarde las campanas de la Catedral tocaron a rebato, y seis hombres armados con cuchillos vencieron la guardia del Cuartel Real y penetraron resueltos al interior; sembraron el pánico entre los soldados dispersos en los corredores y el patio de la planta baja y se dirigieron denodadamente a cumplir su principal objetivo: liberar a los próceres.[3]
En el primer momento, y tomados por sorpresa, los soldados españoles no ofrecieron resiustencia; pero después reaccionaron y disparando un cañón barrieron con casi todos los atacantes. Seguidamente bajaron a los calabozos donde permanecían encerrados los patriotas e iniciaron la matanza.
Salinas fue degollado en su cama, más allá cayeron Ascázubi y Aguilera; Quiroga murió altivo desafiando con la mirada a un soldado que, haciendo caso omiso de las súplicas de las dos hijas del patriota que habían logrado escabullirse entre la confusión, le descargó furiosamente un golpe de sable sobre la cabeza. Ahí, en los oscuros calabozos, entre carreras, disparos, olor a pólvora y sangre, gritos de horror y frases de valor, fueron despedazados el patriota Juan Pablo Arenas, el teniente coronel Juan Salinas, el teniente coronel Antonio Peña; el capitán José Vinueza, el joven teniente Juan Larrea, y otros cuyos nombres escribieron con su sangre la historia de la asonada quiteña.[4]
Aquello fue una carnicería horrible cometida contra hombres indefensos, muchos de ellos sintieron extinguir sus vidas aún encadenados y sin opción a siquiera retorcerse del dolor. Muy pocos se salvaron.
El saqueo español a Quito
Consumada la masacre del cuartel, sedientos de venganza y sangre, los soldados españoles salieron a las calles. El pueblo desarmado les enfrentó con coraje. Las casas y almacenes fueron saqueados, rotos los muebles, espejos, lámparas, cristales y relojes. Los soldados se repartían el dinero robado tomando como medida la copa de un sombrero. Mataron a menos gente con tal de robar más.
Al caer la tarde, las víctimas mortales de la cobardía hispánica sobrepasaban las 300; mujeres de acaudaladas familias habían sido violadas, llantos de infantes ahora huérfanos se escuchaban por toda la ciudad, indígenas y esclavos negros yacían sobre los portales de las casas que habían intentado defender contra el saqueo de los soldados españoles. La ciudad era un escenario deprimente como nunca antes lo había sido.[5]
Solo gracias a la valerosa intervención del obispo José Cuero y Caicedo se pudo detener la masacre y el vandalismo. A la mañana siguiente Quito se despertaba con casi el 15% de su población total rumbo a panteones y cementerios para ocupar sus respectivos nichos y fosas comunes para los esclavos que habían perecido en la infame masacre española.
Referencias
- ↑ BENEDETTI, Carlos. Historia de Colombia, pág 377. Imprenta del Universo de Carlos Prince. Lima, 1887
- ↑ AVILÉS Pino, Efrén. Historia del Ecuador, pág 66. Editorial Diario El Universo. Guayaquil, 2002
- ↑ DE LA TORRE Reyes, Carlos. La Revolución de Quito del 10 de Agosto de 1809. Centro de Investigación y Cultura del Banco Central del Ecuador. Quito, 1990
- ↑ AVILÉS Pino, Efrén. Historia del Ecuador, pág 68. Editorial Diario El Universo. Guayaquil, 2002
- ↑ AVILÉS Pino, Efrén. Historia del Ecuador, pág 69. Editorial Diario El Universo. Guayaquil, 2002
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