Califato Abasí

Califato Abasí
الخلافة العباسية
al-khilāfah al-‘abbāsīyyah
Califato Abasí de Bagdad

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750–1258

Fatimid Islamic Caliphate.png
Ilkhanate in 1256–1353.PNG

Bandera de Califato Abasí

Bandera

Ubicación de Califato Abasí
El Califato Abasí hacia el 850.
Capital Bagdad
Religión Islam
Comendador de los creyentes
 • 750754 Al-Safar
 • 12421258 Al-Musta'sim
Historia
 • Establecido 750
 • Disolución 1258
Moneda Dinar; dirhem
Este artículo se refiere al Califato Abasí de Bagdad; para el establecido en el Egipto mameluco entre 1261 y 1517, véase Califato Abasí de El Cairo
El califa Harún al-Rashid recibe a una delegación de Carlomagno. Pintura de Julius Köckert.

El Califato Abasí (llamado también abásida), fue la segunda dinastía de califas suníes (750-1258), sucediendo a la de los omeyas. También se conoce como Califato de Bagdad.

Los abasíes basan su pretensión al califato en su descendencia de Abbas ibn Abd al-Muttalib (566-652), uno de los tíos más jóvenes del profeta Mahoma. Muhammad ibn 'Ali, bisnieto de Abbás, comenzó su campaña por el ascenso al poder de su familia en Persia, durante el reinado del califa omeya Umar II. Durante el califato de Marwan II, esta oposición llegó a su punto culminante con la rebelión del imán Ibrahim, descendiente en cuarta generación de Abbás, en la ciudad de Kufa (actual Irak), y en la provincia de Jorasán (en Persia, actual Irán). La revuelta alcanzó algunos éxitos considerables, pero finalmente Ibrahim fue capturado y murió (quizás asesinado) en prisión en 747. Continuó la lucha su hermano Abdalah, conocido como Abu al-'Abbas as-Saffah quien, después de una victoria decisiva en el río Gran Zab en 750, aplastó a los omeyas y fue proclamado califa.

El sucesor de Abu al-'Abbás, al-Mansur, funda en 762 la ciudad de Madinat as-Salam (Bagdad), a la que traslada la capitalidad desde Damasco.

La época de máximo esplendor correspondió al reinado de Harún al-Rashid (786-809), a partir del cual comenzó una decadencia política que se acentuaría con sus sucesores. El último califa, al-Mu‘tasim, fue asesinado en 1258 por los mongoles, que habían conquistado Bagdad. Sin embargo un miembro de la dinastía pudo huir a Egipto y mantuvo el poder bajo el control de los mamelucos. Esta última rama de la dinastía se mantuvo hasta 1517 cuando los turcos otomanos conquistaron Siria y Egipto.

Contenido

Orígenes

Hasta mediados del siglo VIII los abasíes habían dado poco de que hablar. Eran descendientes de Abbás, un tío del profeta Mahoma que no se había distinguido especialmente en los tiempos heroicos. Sus descendientes habían apoyado al califa Alí, y aunque no parece que mantuvieran relaciones cordiales con los omeyas, se habían establecido en Humayma, una pequeña aldea de Palestina.

Más allá de las sutilezas genealógicas, el factor fundamental fue que supieron sacar provecho de los principales grupos opuestos a los omeyas, que basaban su ideario en colocar en el califato a un miembro de la familia del profeta. A tal fin, los abasíes empezaron a tejer una conspiración en Kufa. Para no cometer los errores de revueltas anteriores se fueron a la región fronteriza de Jurasán, donde habían emigrado muchos árabes, enviando a Abú Muslim. Éste fue un personaje misterioso que proclamó que los omeyas habían traído la opresión, por lo que se necesitaba a un miembro de la familia del profeta para dirigir a la comunidad musulmana y vengar las atrocidades cometidas por los omeyas, sin revelar que el instigador de la revuelta era Ibrahim ben Muhámmad ben Alí, el cual esperaba en Humayna la evolución de los acontecimientos.

Mucha gente se unió al ejército de Abú Muslim. El resto es historia militar: el año 748, aprovechando la caótica situación que se vivía en el imperio de Marwan II, Abú Muslim conquista Merv, un año más tarde Kufa y poco después vence en la batalla del Zab. Entre tanto capturan a Ibrahim ben Muhámmad ben Alí y le matan, y cuando los rebeldes entran en Kufa, su sucesor, al-Saffah (750-754) fue proclamado califa.

Por fin el secreto de quién era ese sucesor había sido desvelado, y hay constancia de que a algunos les causó una gran decepción. Para contrarrestar esta pérdida de apoyos, al Saffah hizo todo lo posible por atraerse a los jefes militares que habían formado la espina dorsal del antiguo ejército omeya. Además, las circunstancias en las que se había producido la ascensión requerían contar con más apoyo, lo que quedó muy claro cuando a la muerte de al-Saffah, después de solo cuatro años de mandato, se planteó la cuestión sucesoria, que enfrentó a un hermano del fallecido, Abú Ya‘far, conocido como al-Mansur, con su tío Abdalah. La crisis se decidió por las armas y si Al-Mansur pudo proclamarse finalmente califa (754-775) fue gracias al decidido apoyo que le otorgaron Abu Muslim y sus jurasaníes. Pero aun así el nuevo califa no pudo permitirse el ser agradecido y ejecutó a Abu Muslim valiéndose de engaños. Luego, ante el temor de nuevas revueltas entre sus familiares mandó encarcelar a varios de sus tíos y matar a familiares y allegados. Durante su reinado mejoró la economía del país, alcanzó gran prosperidad, implantó el árabe como lengua oficial y las letras y las ciencias florecieron bajo su reinado. Fue el fundador de Bagdad, Madinat al-Salam. Murió cerca de la Meca durante la peregrinación.

Siglo VIII

A al-Mansur le sucede su hijo al-Mahdi (775-785), que supo mantener y aumentar el rico califato que heredó de su padre. Continuó con las mejoras iniciadas por su padre, mejorando la industria alimentaria y textil y la calidad de las viviendas. Mientras tanto, los bizantinos, aprovechando las luchas internas desde los inicios del califato abasí, fueron apoderándose de Siria, para que al final el califa enviara tropas obligando a la emperatriz Irene a firmar la paz y a pagar un tributo anual. En Jorasán, donde no se consolidaba el Islam, el guerrero al-Muqanna, con la idea de revivir los ideales persas, se enfrentó a los abasíes llegando a conquistar Trasoxania. Los ejércitos del califa lograron vencerle y Al-Muqanna se suicidó.

Al-Mahdi quiso que le sucediera su hijo menor, Harún, pero su primogénito no estaba de acuerdo y se enfrentó a su padre, que murió en el camino a la batalla contra su hijo. Le sucede entonces su primogénito, Musa al-Hadi, que tenía la intención de nombrar heredero a su hijo excluyendo de la línea sucesoria a su hermano Harún, pero murió antes de hacerlo. El celebérrimo Harún al-Rashid (786-809) es el califa abasí que mejor ilustra el apogeo de la dinastía. Se cuidó mucho de llamar a la yihad para extender el islam en Anatolia, aunque no avanzó demasiado. Se rodeó de gran lujo y boato, distanciándose de sus súbditos y se hacía llamar «la sombra de Alá en la tierra».

Tuvo que hacer frente a varias rebeliones: los jariyíes tomaron por dos veces Mosul pero fueron sometidos y el califa mandó derribar las murallas que la rodeaban. El emperador bizantino Nicéforo rehusó a pagar el tributo y tuvo que ser obligado a la fuerza. Los beréberes volvieron a rebelarse en Ifriqiya, y en Fez un rebelde llamado Idrís fundó el reino independiente de los idrisitas. Allí se dirigió un ejército de Ibrahim al-Aglab, que se sublevó en Túnez y fundó la dinastía de los aglabitas, con capital en Qayrawan (Kairuán). La mayoría de las revueltas se sofocaron con gran contundencia, por lo que se siguieron de un tiempo de calma. Se vivió un renacimiento cultural y se hicieron traducciones al árabe de textos griegos, persas y siríacos y basándose en esos conocimientos se realizaron grandes avances científicos. También alcanzaron gran auge la industria y el comercio.

En este momento se produce el inicio de la decadencia del califato. Provincias como Ifriqiya y al-Ándalus se fueron independizando poco a poco y en Samarcanda se sublevó Rafi ben Layt que, en poco tiempo, independizó la Transoxania. En Jorasán se sublevaron los jariyíes y el propio califa acudió para sofocar la revuelta, pero murió antes de llegar. Con todo, el aspecto más importante que marcó el califato de Harún al-Rasid fue la cuestión sucesoria. En el año 803, justo antes de asestar su formidable golpe contra los bamarkíes, el califa hizo públicos los términos en que habría de producirse la sucesión: uno de sus hijos, al-Amín, habría de convertirse en califa con el apoyo del ejército estacionado en Bagdad; su segundo hijo, Al-Mamún, habría de recibir la provincia de Jurasán, y aun cuando debía de prestarle fidelidad a su hermano su gobierno era independiente en la práctica. Apenas dos años después de la muerte de su padre, sus dos hijos se enzarzaron en una guerra civil de catastróficos resultados. El episodio culminante de esta guerra fue el asedio a Bagdad por parte de las tropas de al-Mamún (813-833), que se rindió en 813. Esta rendición no trajo el final de la guerra, que se alargó hasta el 819 por la decisión del califa de nombrar como heredero a Alí ben Musa, conocido como Al-Rida ('el elegido') por ser un descendiente directo de Alí. Al final, y por razones algo oscuras, el propio califa dio fin a la conflagración. Tras deshacerse de los elementos persas que hasta entonces conformaban su círculo político decidió regresar a Bagdad. Al-Rida fue «convenientemente» envenenado (es considerado mártir por los chiíes) y la autoridad central restituida.

Siglo IX

Las conmociones políticas con las que se inauguró el siglo IX no fueron las únicas que azotaron al imperio. Detrás de ellas, y a veces claramente interrelacionadas, existieron importantes convulsiones sociales que ahora se manifiestan con gran virulencia y extensión geográfica. Una de las razones de estas convulsiones fue la sombría situación de los campesinos. Sometidos a una fuerte presión tributaria, estaban obligados a pagar en dinero las cosechas, lo que significaba el venderlas a un precio más bajo cada vez que los agentes fiscales tenían la ocurrencia de aparecer por su aldea. La negativa o tardanza en el pago eran castigadas con una dureza ejemplar y la única salida que tenían era la huida de sus tierras, lo que provocaba que las comunidades se quedaran con menos miembros y con la misma cantidad a pagar.

En algunos casos las revueltas sociales adquirieron tintes de movimientos religiosos. Este es el caso de las revueltas que tuvieron como escenario Jurasán y que se basaron en el recuerdo de la carismática figura de Abú Muslim, que inspiró una doctrina de grupos conocidos con el nombre genérico de Jurrumiyya. Sus doctrinas le otorgaban a Abú Muslim el rango de profeta, negaban la resurrección, creían en la transmigración de las almas y predicaban la comunidad de mujeres, creencias directamente herederas del mazdakismo, el gran movimiento social y religioso que había conmocionado a la comunidad persa en el siglo VI.

Las conmociones sociales y políticas del siglo IX trajeron también el debilitamiento del antiguo ejército jurasaní que había llevado al poder a la familia abasí. El califato de al-Mamún presenció la subida de un miembro de la familia abasí que fue quien mejor supo darse cuenta de estos cambios, al-Mutasim. Este personaje alcanzó notoriedad gracias a su habilidad para rodearse de un ejército privado compuesto por unos pocos millares de soldados, en su mayoría turcos procedentes de territorios más allá de las fronteras del imperio.

Para sofocar las revueltas jariyíes de Jurasán, envió a un oficial de ejército, Tahid, que sofocó la revuelta y gobernó la zona con gran acierto para independizarse posteriormente. A su muerte, su hijo instauró en la zona la dinastía de los tahiríes (822). También tuvo que hacer frente a los chiíes de Kufa y Basora y favorecer a los muztalíes, cuyas ideas coincidían con su carácter intelectual. Esto provocó muchas tensiones, así como el arresto del imán Ahmad ibn Hanbal, fundador del hanbalismo, que se convirtió en un héroe para muchos. Al-Mamún intentó poner fin a estos descontentos renovando el pacto con los chiíes y nombrando al imán chií al-Rida su heredero. No gustó en Bagdad esta decisión y el pueblo se sublevó, proponiendo como candidato a Ibrahim, hijo de Al-Mahdi.

Muere el califa cuando se dirigía a enfrentarse con los bizantinos y le sucede su hermano Al-Mutasim (833-842). En este califato aumentaron las rebeliones internas y la inseguridad. Su guardia personal de confianza estaba formada por esclavos turcos que fueron subiendo en la escala de la administración, lo que causó la protesta de la población de Bagdad. Por ello se hizo construir una nueva capital, Samarra, a 100 km. de Bagdad, pero al contrario que ésta, no tuvo éxito. Los oficiales turcos fueron adquiriendo más poder, hasta el punto de que la vida del califa y el gobierno llegaron a depender de ellos. Algunos oficiales turcos (emires) se hicieron independientes y crearon sus propios estados. Además la vida de lujo que llevaba el califa tenía que ser pagada mediante extorsiones a funcionarios.

Le sucedió su hijo Al-Wathiq (842-847) y a éste su hermano al-Mutawakkil (847-861). Este último llevó a cabo un gobierno represivo. En el año 849 anuló los decretos que favorecían a los muztalíes y excarceló a los presos por motivos religiosos. Persiguió a los chiíes y buscó apoyo en la ortodoxia, a la que concedió puestos de responsabilidad en la administración. Persiguió también a cristianos y judíos. Para huir de la presión turca mandó construir a las afueras de Samarra un grandioso palacio llamado al-Gafariyya, pero este cambio no evitó que fuera asesinado en 861, víctima de un complot de uno de sus hijos y varios oficiales turcos.

Esta muerte señalaba un cambio en las relaciones entre los califas y sus «esclavos» militares turcos. Durante el periodo anterior los califas habían sido capaces de ejercer un control absoluto sobre esos soldados, pero a medida que pasaba el tiempo, este poder iba disminuyendo. Durante los nueve años posteriores a este asesinato (861-870), el califato abasí quedó sumido en el caos más absoluto. Cuatro califas se sucedieron durante este periodo, todos asesinados y en un estado virtual de guerra civil.

Como consecuencia de la debilidad de poder abasí, la situación de los territorios del Islam cambió radicalmente. Esto supuso que cuando el califato pudo superar su crisis interna en los años posteriores a 870, ya no les fue posible mandar gobernadores a las provincias y esperar tranquilamente a que recaudaran los impuestos y mantuvieran el orden: ante el hecho consumado de que los poderes locales tenían una sólida implantación en sus provincias, los califas de Bagdad no tenían más remedio que hacer reconocer y conseguir que estos gobernantes locales mandaran las recaudaciones de su zona. Pero el proceso de desintegración era ya irreversible. De hecho, Áhmad ben Tulún (gobernador de Egipto nombrado en el 868) desafió más al gobierno extendiendo su dominio también a Palestina y Siria, donde gobernó 37 años.

Pese a tener todos estos elementos en contra, durante los 30 últimos años del siglo IX, el califato abasí experimentó una fugaz recuperación de la mano de al-Muwaffaq, que paradójicamente nunca ejerció como califa. Su logro fue aglutinar en torno a sí a los principales jefes del ejército turco. Con esta visón política, Al-Muwaffaq permitió que gobernara su hermano Al-Mutamid (870-892), aunque al final este califa fue relegado a un mero papel de comparsa. Ambos hermanos murieron uno después del otro en 891 y 892. Un hijo de Al-Muwaffaq conocido como al-Mutadid (892-902) fue proclamado califa. Sus años de gobierno estuvieron marcados por luchas en todos los frentes, que en algunos casos tuvieron éxito (Siria y el norte de Mesopotamia y Egipto). No fue así en el oriente de Irán, que pasó de ser de los safavíes a ser de los samaníes.

Pese a todo esto, a comienzos del siglo X, el califato abasí parecía haber recuperado sus tiempos de esplendor; incluso los samaníes (gobernadores independientes), tenían que reconocer la soberanía califal. Con todo, este momentáneo resurgimiento se debió al buen gobierno de unos pocos califas. En cuanto el poder pasó a manos de califas peor dotados todo este imponente edificio se derrumbó con pasmosa facilidad.

Organización del Imperio

Los abasíes, aupados en el poder por un movimiento que tuvo en el componente ideológico y el potencial militar sus principales bazas, pudieron imponer en un primer momento un alto grado de centralización en todo el imperio, con la excepción de al-Ándalus y el norte de África.

La pretensión de que los abasíes eran miembros de la familia del profeta legitimó totalmente la dinastía; así, no fueron criticados por la sucesión dinástica y solo se tuvieron que enfrentarse a los partidarios de la rama de Alí, que se sentían decepcionados con la forma de gobernar de los califas y anularon el pacto firmado con los abasíes. En estos enfrentamientos murió Muhámmad, el biznieto del profeta, que se hizo fuerte en Medina y su hermano Ibrahim, que se había sublevado en Basora. Aparte de la familia, los abasíes tuvieron un sólido apoyo: los mawali adscritos al linaje abasí que fueron empleados en la administración central y provincial. Algunos de los mawalis llegaron a formar familias de servidores de la administración. Los bamarkíes se hicieron legendarios en poder e influencia dentro de la administración, hasta que en 803 todo esto llegó a su fin. El califa Harún al-Rashid hizo que la familia cayera en picado, encarcelando a unos y matando a otros.

También fue de gran importancia la aristocracia militar, ya que el ejército pasó a organizarse por el criterio de la procedencia geográfica de la tropa, y no en ficticias afiliaciones tribales como en la época omeya. Hay cambios políticos de marcada influencia persa: los califas abasíes ostentaron la jefatura religiosa y política. Se rodearon de un gran ceremonial jerárquico que estaba supervisado por un chambelán, dejaron las tareas de gobierno en manos de un gran visir, con plenitud de poderes, que presidía un consejo formado por los jefes de los distintos diwan o departamentos administrativos.

Diwan al-harag: tenía a su cargo el erario del Estado, administraba los ingresos recaudados en los impuestos y tasas a los que estaba sometido el califato. Durante este periodo se generalizaron y gravaron los impuestos para todos los musulmanes (diezmo de sus cosechas) y sobre el resto de la población. También se gravaron las importaciones y exportaciones.

Diwan al-nafaqat: regulaba los gastos de palacio.

Diwan al-tawqid: se ocupaba de la correspondencia del califa.

Diwan al-barid: encargado de las comunicaciones oficiales y la información secreta.

Diwan al-shurta: tenía a su cargo el mantenimiento del orden. En las ciudades un jefe de policía, sahib al-shurta, estaba a cargo de los policías que mantenían el orden. Por otro lado, Al-Muhtasib se encargaba de la vigilancia en los mercados. En las provincias la autoridad la ostentaban un gobernador y un superintendente, con cierto grado de autonomía, pero controlados por el administrador de correos. Al conjunto de estos cambios los abasíes los llamaron "dawla" (revolución de la fortuna).

Desintegración

Es muy significativo que esta desintegración se produzca en el momento en que el Islam es asumido por la mayor parte de las poblaciones que habitan en la zona. Minoritaria hasta entonces, el Islam comienza a ser la religión predominante entre los pueblos indígenas conquistados por los árabes tres siglos antes. Esta propagación de la fe trajo mayor uniformidad ideológica, pero también se acentuaron las divisiones sectarias. La definitiva crisis del califato abasí se desarrolló entre los años 908 y 945. Durante este periodo cinco califas se sucedieron en Bagdad, de los cuales cuatro fueron depuestos por métodos violentos. Los sucesos y vaivenes políticos que jalonaron esta crisis fueron complejos. De hecho, fueron las intrigas de una facción de la burocracia civil las que permitieron que se proclamara califa a uno de los miembros más débiles y fácilmente manejables del linaje abasí, al-Muqtadir (908-932), cuyo gobierno estuvo controlado por los visires, de grupos rivales que luchaban por acaparar los recursos fiscales. El asesinato de este califa fue consecuencia de la crisis de poder central y desató de forma ya imparable la espiral de crisis interna.

La falta de recursos tenía unas raíces complejas. Para hacer frente a la recaudación fiscal, los califas echaban mano de los arrendatarios, familias que adelantaban una suma al califa (la estimación de lo que se podía recaudar en una determinada zona) y luego eran ellos los responsables de recaudar los impuestos a los ciudadanos. Estos arrendatarios normalmente daban menos de lo que en realidad recaudaban, por lo que acumularon grandes fortunas y explotaban como podían a los campesinos para reunir más ganancias. Atrapado el gobierno central por la necesidad imperiosa de hacer pagos, sobre todo a un ejército siempre dispuesto a rebelarse, tuvo que ceder ante las presiones y permitir a los militares que recaudaran ellos mismos los impuestos. Eso dio lugar a la concesión de iqtá (igar), que suponía la concesión de territorios en los cuales no podían ejercer su autoridad agentes del gobierno central, sino que el beneficiario recaudaba los impuestos y le enviaba al califa una cantidad fijada de antemano que no pasaba de ser una cantidad simbólica. Durante este periodo se hizo frecuente también la ilya o himaya, donde un campesino se ponía bajo la protección de un señor cediéndole sus tierras. Con ello los campesinos buscaban ponerse al amparo de las arbitrariedades de los agentes fiscales y de las convulsiones causadas por las guerras. En algunas zonas contribuyó a imponer una situación servil sobre las poblaciones rurales.

En enero de 946 Ahmad b. Buya hizo su entrada en Bagdad al frente de un victorioso ejército. El califa abasí de turno no tuvo más remedio que cederle el poder efectivo, poniendo fin a varias décadas de lucha en las cuales los jefes del ejército se habían hecho con todo el poder. Esta familia, los buyíes, eran oriundos de Daylam (al norte de Irán). Tres hermanos buyíes, Alí, Áhmad y Hasán supieron aprovechar este momento de debilidad y reclutaron un ejército formado por dalaymíes acumulando éxitos militares en todo su camino a Bagdad. Obligaron al califa a entregarles títulos grandilocuentes y a confiarles el gobierno de los territorios que habían conquistado. Tuvieron que establecer un sistema de iqtas y enrolar a turcos para su ejército, sistema que sobrevivió hasta la llegada de los selyuquíes. Uno de los rasgos que más ha llamado la atención sobre los buyíes es el hecho de que, a pesar del ser chiíes, no manifestaron ninguna predisposición contra el califato abasí y permitieran que sobrevivieran, aunque evidentemente reducido a un papel simbólico y que -paradójicamente- en este periodo pasaría a ser el punto de referencia espiritual de todos los musulmanes suníes.

El califa abasí, que cada vez se apoyaba más en las tribus turcas, pidió ayuda a los selyúcidas para expulsar a los buyíes de Bagdad. En 1055 los selyúcidas conquistaron la ciudad y se aliaron con los abasíes. El califa, cuyo poder era nominal, nombró al jefe turco, Togrul-Beg Rey de Oriente y Occidente, y los turcos pasaron a ser soberanos del imperio. Gobernaban de forma represiva e intolerante con las diferentes ideas y religiones que gobernaban el califato, al que sumieron en una decadencia definitiva.

Los sucesores de la hegemonía abasí tuvieron que enfrentarse a más amenazas exteriores, como los hamdaníes (norte de Mesopotamia y parte de Siria), cuyos orígenes son una tribu árabe muy anterior que, coincidiendo con la crisis del califato, afianzó su linaje y se apoderó de Mosul, entrando en conflicto directo con los buyíes. A esto se unió la toma de Alepo (944) por Sayf al-Dawla. La rama que gobernaba en Mosul sobrevivió hasta el año 979, cuando fue eliminada por los buyíes. Su frontera con el imperio bizantino también fue conflictiva, aunque su final llegó con la llegada de los fatimíes.

Características del periodo de la dinastía abasí

El periodo de la dinastía abasí fue de expansión y colonización.

Crearon una gran y brillante civilización. Creció el comercio, florecieron las ciudades. Se hicieron extraordinarias realizaciones en arquitectura y artes en general.

Bagdad fue un gran centro comercial. Los cuentos de Las mil y una noches reflejan la vida esplendorosa de esta ciudad.

Hay una gran actividad intelectual: historia, literatura, medicina, matemáticas griegas con la inclusión del álgebra y la trigonometría, geografía, etc. Gran importancia de la jurisprudencia.

Con los abasíes en el poder, el último omeya se trasladó a Al-Ándalus, donde se arrogó el título de emir. Sus descendientes se secesionarían, creando un califato independiente.

Lista de califas abbasíes de Bagdad

Árbol genealógico de la familia abasí. En verde, los califas abasíes de Bagdad. En amarillo, los califas abasíes de El Cairo. Se incluye el parentesco de los abasíes con el profeta Mahoma, señalado en mayúsculas.

Véase también

Enlaces externos

Predecesor:
Califato Omeya
Califatos
750–1258
Sucesor:
Califato Fatimí
Sucesor:
Califato de Córdoba
Sucesor:
Iljanato


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