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Aqueloo
En la mitología griega Aqueloo (del griego Αχελώος, ‘el que ahuyenta el pesar’) era el dios del río del mismo nombre, entre Etolia y Acarnania, y el más antiguo y poderoso de Grecia. Era un oceánida, el primogénito de Océano y Tetis, o según otras versiones, de Océano y Gea o de ésta y Helios. En algunas monedas de Acarnania se le representaba como un toro con cabeza de hombre. También aparece como un anciano con dos cuernos, pelo gris y barba hirsuta de la que constantemente mana agua.
Disputó con Heracles la mano de Deyanira, de la que estaba enamorado. En la lucha de los dos pretendientes, Aqueloo se transformó en serpiente y después en toro, momento que aprovechó Heracles para derribarle y arrancarle uno de sus cuernos, que sólo recuperó a cambio del cuerno de Amaltea, llamado cuerno de la abundancia. Según Ovidio fue el mismo cuerno de Aqueloo el que las náyades recogieron y convirtieron en la cornucopia. Heracles obligó al vencido pretendiente a refugiarse en el río Toas, que desde entonces se llamó Aqueloo. Estrabón interpreta este mito atendiéndose a la naturaleza del mismo río, cuyas frecuentes inundaciones asolaban los campos de Calidón, confundiendo las fronteras y provocando por esto varias guerras entre los pueblos limítrofes. La forma de serpiente de Aqueloo alude a la sinuosidad de su curso, y la de toro, a la fuerza de sus inundaciones y al bramido de sus aguas. Heracles uniformó su cauce poniéndole diques y reuniendo en un sólo lecho los dos brazos de su curso (de aquí que le dejara con un cuerno sólo). El cauce arreglado del Aqueloo fue la causa de la riqueza del país que regaba con sus aguas, de donde vendría lo del cuerno de la abundancia.
Este río fue formado por las copiosas lágrimas que derramó Níobe cuando Apolo y Artemisa mataron con sus flechas a todos sus hijos menos a Melibea, en castigo por haberse burlado de su madre Leto por haber tenido ésta sólo dos hijos.
Otra versión alternativa sobre la formación del río afirma que cuando Aqueloo perdió a sus hijas las sirenas, estaba tan afligido que, invocando a Gea, ésta le acogió en su seno. En el punto mismo donde la Tierra le recibió, surgió el caudaloso manantial que formó el río.
Cuando el rey Eolo arrojó a su hija Perimede desde un acantilado, Aqueloo la salvó y la convirtió en su esposa, teniendo de ella a Hipodamo y a Orestes. Además era el padre de las sirenas, bien con la musas Melpómene o Terpsícore, o bien con su propia nieta, Estérope. Varias ninfas eran hijas suyas, siendo las más conocidas Pirene, Calírroe, Castalia o Dirce.
Alojó a Teseo cuando éste volvía de la caza del jabalí de Calidón, narrándole la forma en que había creado las islas que había en la desembocadura del río. Cuando Alcmeón mató a su madre, ésta le maldijo con ser perseguido por las erinias en todas las tierras conocidas. Por esto el matricida se refugió en unas islas que había creado Aqueloo después de su crimen y que, por lo tanto, no estaban mencionandas en la maldición. Se alojó allí y se casó con Calírroe, la hija del dios-río cuya vanidad sería fatal para su esposo.
Aqueloo era muy respetado en la antigua Grecia. Su nombre se invocaba en oraciones, sacrificios y a la hora de hacer juramentos. El oráculo de Zeus en Dodona añadía a cada respuesta que daba la orden de ofrecer sacrificios a Aqueloo. Según Virgilio este culto tan extendído se debía a que Aqueloo terminó representando a todos los ríos o aguas dulces, fuentes de la agricultura y, por tanto, de la vida de los hombres.
Por otra parte, el río Aqueloo, que llevó su nombre, procedía del monte Pindo y desembocaba junto a Eníadas en una zona pantanosa formada por materiales aluviales.
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