Revolución de la Acordada

Revolución de la Acordada

Revolución de la Acordada

Revolución de la Acordada
Fecha 11 de septiembre de 1828 - 5 de diciembre de 1828
Lugar México
Resultado Llegada de Vicente Guerrero como presidente
Beligerantes
Flag of Mexico (1823-1864, 1867-1968).png Yorkinos radicales Flag of Mexico (1823-1864, 1867-1968).png Yorkinos moderados
Comandantes
Antonio López de Santa Anna
Isidoro Montes de Oca
Juan N. Álvarez
 ??
Fuerzas en combate
2,000 hombres  ??
Bajas
 ?  ?

La Revolución de la Acordada fue un conflicto armado surgido luego de las elecciones presidenciales entre Vicente Guerrero y Manuel Gómez Pedraza, y en las que surgió electo éste último.

Contenido

Contexto

Luego de la victoria de Pedraza sobre Vicente Guerrero se polarizó de nueva cuenta al país. En el estado de Veracruz se intentó formar causa ante el Congreso de Veracruz, siendo el general Antonio López de Santa Anna y el ayuntamiento de Jalapa, suspendidos luego de las elecciones de Pedraza; Santa Anna no simpatizaba con éste último y tenía una amistad particular con Vicente Guerrero. El regimiento número 5 de infantería, residente en el mismo punto, había publicado una proclama, en la que expresaba de una manera distinta que no reconocería a Pedraza.

En México se procuraba fomentar esta idea, y es cierto que Guerrero no contrarió, como quizás debió hacerlo, para detener el espíritu de discordia que prevalecía en aquel momento. Los del partido de Pedraza publicaron una proclama con la firma de Guerrero, exhortando a la paz y la obediencia, sometiéndose como él mismo a las leyes. Éste era un lazo que se tendía a Guerrero, pues se encontraba en la necesidad de desmentir o de callar, y entonces se creyera suya la proclama.

En un periódico expresó: “La proclama no es mía… pues yo no tengo ningún carácter público para dirigir proclamas al pueblo. Yo amo la paz y las leyes.” Esta era una evasiva que no podía satisfacer ni al ministerio ni a Guadalupe Victoria, que, se decidió a mantener la elección de Pedraza por haberle elegido la mayoría, invitando a Guerrero a que realizase una proclama en la que expresase sus sentimientos de obediencia a la voluntad de la mayoría, que era la voluntad de la ley. No obstante, Guerrero se negó rotundamente a dar éste paso.

Los que le rodeaban y se llamaban sus amigos, porque querían medrar bajo su mando, lo estimulaban a hostilizar la elección de Pedraza, moviendo con el apellido de Guerrero muchas veces los ánimos de las personas. El gobernador Lorenzo de Zavala recibía diariamente cartas, en las que se exhortaba en nombre de Guerrero a mantener en su estado el espíritu de partido, e igualmente emisarios representantes de una junta formada en México, cuyo objeto era intimidar con la perspectiva de un horrible porvenir en el caso de que Pedraza llegara a la presidencia.

La conducta hostil e injusta que se tenia con Antonio López de Santa Anna en Jalapa, atribuida al influjo y a la enemistad de Pedraza; la existente con el gobernador del Distrito José María Tornel, suspendido de sus funciones por haber declarado la formación del Senado por un motivo insignificante; el aparato militar que se desplegaba por todas partes y el aspecto de sombrío en que se tomaban las cosas, anunciaban una nueva convulsión.

Toma de Perote

El 7 de septiembre se publicó en México un papel alarmante titulado: Levantamiento del general Santa Anna o grito de libertad. Este impreso anunciaba ya lo que dentro de tres días había de acontecer a 70 leguas de distancia; lo cual indica que los que dirigían los negocios a favor de Guerrero en México, tenían correspondencia con Santa Anna y lo estimulaban a obrar. Sea lo que fuere, Santa Anna se lanzó de nuevo en la carrera de la revolución, y con 800 hombres se dirigió a la fortaleza de Perote, 15 leguas distantes de esa villa, y recibido con salvas de artillería ocupó ese punto.

Perote, era una fortaleza construida por los españoles en el punto mismo en que acaba de subirse al plano elevado sobre el nivel del mar hasta dos mil trescientas varas en algunas partes. Los españoles, que temían siempre movimientos subversivos por parte de los indígenas del país, levantaban por precaución éstos castillos, desde donde intimidaban a los habitantes y en donde sometían a prisioneros y presidiarios.

Esta fortaleza, fue sin duda, una de las obras más costosas y más notables en éste género, y su posesión muy importante para un revolucionario cualquiera. Fue en ésta fortaleza a donde se retiró el general Santa Anna, y desde ella declaró que no reconocía el nombramiento hecho en Manuel Gómez Pedraza para la presidencia de la República, y que sólo dejaría las armas cuando el general Vicente Guerrero fuese sustituido a aquel.

Santa Anna, intentando justificar sus actos, publicó una proclama llena de inexactitudes, calificaciones arbitrarias y apasionadas declamaciones; documento que se hizo circular en México a los pocos días del pronunciamiento de Perote, que se verificó el 11 de septiembre, llegando la noticia a la capital el día 14. Tal acontecimiento produjo una gran sorpresa, y el Congreso de la Unión, indignado, declaró por decreto del día 17 de septiembre fuera de la ley a Santa Anna y a quien se uniera a su causa.

A Santa Anna poco le importó la excomunión del Congreso, por lo que permaneció en Perote haciendo correrías por los pueblos circunvecinos. Mientras, el gobierno, que conocía de la desfachatez del enemigo, preparó con actividad fuerzas bastantes para sofocar el escándalo donde se había iniciado, desapareciendo a Santa Anna y a sus subalternos, para sofocar de una vez por todas a los que querían colocar en trance en la presidencia al general Vicente Guerrero.

Toma de Acapulco y persecución

Estando en esos preparativos, se tuvo noticia en México de que el general Isidoro Montes de Oca y el coronel Juan N. Álvarez, que se hallaban en el sur, habían ocupado la plaza y el castillo de Acapulco con gente armada en las costas y proclamando el mismo plan de Santa Anna, pidiendo al mismo tiempo se cumpliese la Ley de expulsión de los españoles. Movimientos semejantes se verificaron ya en los partidos de Chalco y Apám, que ponían al gobierno en verdadero peligro, ya que amenazaban los hechos un desenlace violento.

Por ese entonces, el sistema de opresión militar no se encontraba organizado bien, y puede ser esta causa, o por el carácter humanitario de Guadalupe Victoria y que gran parte del Ejército no era adicto a Pedraza que no se desplegó con toda su severidad. Los sucesos parecían precipitarse a tiempo que Lorenzo de Zavala, declarado por el Congreso de la Unión con lugar a formación de causa, fuera perseguido por el Ministro de la Guerra, refugiándose en la misma capital, irritado en extremo y sin duda resuelto a abdicar todas sus ideas sobre los medios pacíficos y legales que, según escribió en sus libros, había puesto y quería seguir para que se reconociese como legítima y constitucional la elección de Manuel Gómez Pedraza, a pesar de no ser de las simpatías de éste y del ministro de la guerra.

Motín de la Acordada

Artículo principal: Motín de la Acordada

Zavala refiere que penetró en la ciudad de México favorecido por algunos amigos en la noche del 29 de octubre y que todo el tiempo que permaneció en ella estuvo en contacto con multitud de personas enemigas del gobierno, sin que éste hubiese descubierto a sus guardias. Zavala logró permanecer oculto hasta el 30 de noviembre en que Santiago García, coronel del Batallón de Tres Villas y José María de la Cadena, coronel de un cuerpo de cívicos, al que se unió otro de artillería, marcharon sin dificultad a ocupar el edificio llamado de La Acordada, donde existía gran cantidad depositada de municiones, armas y artillería, suficientes para oponer una vigorosa resistencia.

El gobierno se encontraba descuidado, pues no tenía bajo custodia tantos pertrechos de guerra en ese local que fácilmente pudieron ocupar los sediciosos, siendo entonces cosa sencilla reprimirlos, porque apenas se verificaba el movimiento el conde de la Cadena entró en pugna con el coronel García, y es bien sabido que nada rebaja tanto a la fuerza armada como la discordia si se apodera de los jefes.

Manuel Gómez Pedraza, en su manifiesto publicado en Orleans, refiriéndose al hecho de que se trata, dice:

“En aquel momento era preciso obrar con la velocidad del rayo. Tal vez si hubieran marchado doscientos hombres al punto de reunión de los sediciosos, la revolución hubiera tomado otro sesgo; pero no se hizo así: la sorpresa ocupó los ánimos; de todas partes se pedían informes, y no se tomaba ninguna providencia. El palacio se llenó de toda clase de gentes; el gobierno, débil y sin prestigio, no era ya ni un simulacro de poder. Así fue que después de dos horas no se había dictado la más leve disposición. Los sediciosos, entre tanto, iban derecho a su fin, con tanta mayor facilidad, cuanto que no se les oponía el menor obstáculo. A las diez de la noche previene al coronel Ignacio Inclán que mandase a ocupar la Acordada por un capitán de su confianza y cuarenta hombres de su batallón. Se hizo así; pero el coronel García, jefe de día, bajo tal envestidura, sorprendió sin dificultad aquel destacamento y se apoderó de un edificio fuerte, deposito de cañones y de un parque inmenso.”

Aturdido el gobierno, ya no tuvo serenidad ni energía para obrar con la entereza que el caso exigía. Entretanto, el brigadier José María Lobato se presentó en la Acordada y propuso a los disidentes tomar el mando en calidad de jefe de mayor graduación; pero el coronel Santiago García se opuso con una resistencia decidida recordando que Lobato, en su pronunciamiento de 1824 en la Rebelión del Plan de Hernández, en la que depuso las armas, abandonando a los mismos con quien se había comprometido.

Este incidente, aumentó la discordia que dio como consecuencia la falta de medidas y orden necesarias para resistir con éxito un ataque del gobierno, en el caso de que este pudiera allegar elementos suficientes para tomar la iniciativa en las hostilidades. Las cosas habrían marchado de mal en peor, si Lorenzo de Zavala, que dijo haber sido llamado por los rebeldes no se hubiese presentado en la Acordada a mediodía del 1 de diciembre, hora en que el coronel José María de la Cadena se había retirado y presentado al gobierno; éste, que no parecía conocer el numero ni los peligros que le rodeaban y creyendo ser todavía tiempos de apagar una sedición con discursos, encomendó a José María Tornel y a Ramón Rayón el trabajo de disuadir a los facciosos en su intento y obligarlos a deponer las armas. Como era de esperar, éstos contestaron con una negativa, y comprendiendo la falsa posición del gobierno, se prepararon a resistir teniendo la seguridad de un buen éxito.

Sin embargo, Zavala, ya a la cabeza del movimiento, comenzó a imprimirle una acertada dirección, comenzando a dispersar las disidencias existentes entre los jefes del movimiento, pues lo consideraban un hombre extraordinario, atribuyéndole un gran respeto. Zavala escribió en sus memorias que fue invitado por los disidentes a servir de Jefe principal del movimiento, situación muy probablemente convenida con anterioridad si se atiende a las platicas que sostenía de una posible revolución con Vicente Guerrero, quien le había prevenido “nada hacer sin avisarle para obrar de concierto”.

El general Vicente Guerrero se encontraba en Santa Fe, punto cercano a la ciudad, el 1 de diciembre, en cuya fecha el diputado Anastasio Zerecero comunicó a Zavala que él y Guerrero estarían en la capital el mismo día. Inclusive, los rebeldes intimaron la rendición del gobierno y exigir la expulsión general de españoles en el tajante término de 24 horas; el gobierno, lejos de contestar, se dispuso a atacar por distintos puntos a los sediciosos, que a su vez se apercibieron a la defensa.

Zavala, ya como jefe de los pronunciados, ordenó que el general Lobato se encargara de sostener la Ciudadela; que García mandara unas guerrillas y penetrara hacia el centro de la ciudad quedando el mismo Zavala al mando de la Acordada, del Hospicio de Pobres y los puntos inmediatos. Así dispuestas las cosas, las tropas del gobierno, al mediodía del 2 de diciembre, rompieron sus fuegos contra los disidentes, y el gobierno daba seguridad a las Cámaras de que los facciosos quedarían desechos dentro de pocas horas.

Por tres días las tropas del gobierno lograron defender el palacio donde el Congreso de la Unión estaba reunido, y también sostuvieron varios conventos y edificios en que se hicieron fuertes, siendo victimas en la contienda el coronel Santiago García, que inició el movimiento revolucionario, y el general de brigada Gaspar López, coronel de caballería, que permaneció fiel al gobierno; sucumbieron además algunos oficiales bien ameritados.

Una vez dado el primer impulso a la rebelión, el general Guerrero se retiró al pueblo de Tláhuac, no se sabe con que objeto, y Pedraza, disfrazado, abandonó precipitadamente la capital en la noche del 3 de diciembre, y huyó hasta Guadalajara; la cuestión, pues, se decidió el 4, cuando ya los dos principales interesados en ella se asustaron de la capital.

Saqueo del Parián

Lucas Alamán, enemigo de los pronunciados, asegura que Zavala y Lobato, queriendo atraer a su partido a la gente del pueblo de la ciudad, le ofrecieron el saqueo del Parián, donde gran parte de las tiendas eran de comerciantes españoles.

En aquellos momentos tan críticos apenas y puede explicarse la retirada hacia Puebla del general Vicente Filisola con una fuerza de tropas que se podía utilizar, cuando no para vencer al enemigo, si para evitar los desastres consiguientes al amotinamiento de los sediciosos. La ausencia de Filisola, facilitaba el fin de las operaciones, que en efecto llegó con la ocupación del palacio allí el pueblo y la tropa saquearon los almacenes del gobierno, siguiéndose el robo y la iniquidad en el Parián y portales próximos; tal fue el furor de los amotinados que de nada sirvió el haberse presentado su cuñado Felipe de Jesús Azcárate y Guadalupe Victoria en la Acordada suplicando se cesaran los crímenes y desastres cometidos.

El general Guerrero, había contribuido con su presencia en la toma del cerro de Chapultepec, para dirigirse en seguida a la Acordada, donde fue aclamado con increíble entusiasmo. Tanto el hospital de Terceros, el colegio de Minería y otros edificios fueron de repente abandonados, siendo muy regular la defensa del convento grande de San Francisco y la resistencia que opuso la guarnición del convento de San Agustín, mandada por el coronel Cirilo Gómez y Anaya; tomada por el capitán Lucas Balderas.

Descubierta la Profesa, retirada la guardia de la casa de la Diputación, el gobierno no conservaba mas que unos 300 a 400 soldados, repartidos en el palacio y en la Universidad, pues había desaparecido la avanzada de las alturas de la catedral. El general Lobato, entrando por el callejón de Mecateros, estableció una batería en la calle del Empedradillo, y con la metralla barría la puerta principal del palacio; una columna avanzaba por el portal de Agustinos y otra desembocaba por la de San Bernardo. El general Vicente Filisola, con 80 a caballo, permanecía inmóvil cubriendo el frente del Parían. A los cuerpos de los facciosos por su parte un inmenso cuerpo de personas.

El general Guadalupe Victoria, que lo vio todo perdido, profundamente indignado y sin otra compañía que la de su amigo el coronel José María Tornel, bajó precipitadamente de su caballo y con espada en mano, ansioso de morir peleando, se colocó en la puerta del palacio, que todavía defendían algunos soldados del batallón de Toluca, exponiéndose a las balas, que caían como lluvia.

Los coroneles Juan Nepomuceno Almonte, José Ignacio Basadre y José María Tornel, únicos que permanecían a su lado y compartían los peligros, le rogaron salvara su vida de un inútil sacrificio y que autorizara la llamada al parlamento para obtener garantías a favor de los defensores del gobierno, salvar los archivos y hasta el edificio, residencia de los supremos poderes. A pesar de resistirse a la acción, cedió y designó al coronel Tornel, para que, hablando con el general Lobato, obtuviera promesa de respetar al presidente y de no atentar contra la seguridad de los soldados y de los que se encontraban en palacio.

Zavala en aquellos momentos debió conservar su aplomo y no alimentar la exaltación de la masa; sin embargo, lejos de esto, el director del movimiento, sin cuidar de la deshonra de su partido y del buen nombre del benemérito caudillo a quien se pretendía colocar en la presidencia, mandó fusilar al teniente coronel prisionero Manuel González. De igual forma, dio orden de muerte contra el Coronel Cristóbal Gil de Castro, que había entregado a los rebeldes el punto de San Francisco, bajo la garantía de la vida para él y sus compañeros de armas; por fortuna, cuando le habían puesto en capilla, logró escapar aprovechándose del alboroto que se suscitó en la Acordada a la llegada de Victoria.

En la noche del mismo 3 de diciembre, Zavala en persona, se dirigió a la casa del magistrado de la corte Suprema, Juan Raz y Guzmán, a quien Zavala mismo disparó un tiro de pistola que hirió la mano del magistrado, pues había comenzado a instruir el proceso correspondiente contra el gobernador del Estado de México, una vez declarado por el Congreso que debía formársele causa.

A estos hechos Zavala escribe su versión en su Ensayo histórico, intentando sincerarse y dándoles un tinte colorido:

“En cuanto al primer suceso, más de dos mil testigos existen que pueden dar testimonio que al conducir a este desgraciado, todos los oficiales pidieron a gritos su muerte. Para acallar aquel tumulto, di la orden para que se dispusiese cristianamente, y cuando esperaba que ganando tiempo podría libertar a González de la muerte, oí el tiro fatal que lo privó de la vida. ¡Justo castigo de los crímenes de la vida! En cuanto al más ruidoso que desgraciado acontecimiento de la casa de Juan Guzmán, sólo podrá acusarme de no haber permitido o haber impedido con muchos esfuerzos el que fuese asesinado por una porción de gente que entró en su casa, quizá únicamente con ese objeto”.

En aquel vértigo revolucionario, natural era que ninguna persona de las que tomaban parte en la política creyera asegurada su vida y sus intereses. Ignacio Esteva, que había vuelto a desempeñar la secretaria de Hacienda, tuvo que ocultarse durante algunos días; y Miguel Ramos Arizpe, que se había separado del ministerio de Justicia, huyó hacia el interior, experimentando en su marcha algunas contrariedades, siendo una de ellas las que vivió en Querétaro, donde hallándose de paso, estalló la revolución, y el exministro tuvo que ocultarse en el casi abandonado convento de la Cruz.

Vicente Riva Palacio sobre estos hechos escribe:

“Penoso, por demás, seria el detallar el saqueo del Parián, la consternación de los propietarios, y el despecho y el llanto ahogado de tantos corazones al ver en unas horas destruidas las fortunas adquiridas en muchos anos de afán, de economía y de trabajo. La noticia de tan grande desbarajuste no tardó en llegar a los Estados haciéndose general el trastorno. Desde entonces todo fue capricho y violencia; la Cámara de diputados lejos de disolverse dignamente ante tantos actos ilegales y aun criminosos, y sobre todo, después de haber sellado con su legítima aprobación la elección de don Manuel Gómez Pedraza, aceptó los hechos escandalosos de un motín, que no podía estimarse popular, y llegó a lo peor, que fue a declarar insubsistente la elección de Pedraza, sin atender a la renuncia que éste presentó al abandonar el país, y olvidando intencionalmente, por supuesto, la ley fundamental de la república.”

Tornel salió en medio de los fuegos acompañado por el diputado Isidro Rafael Gondra, quien fungió como representante del Distrito Federal. Ambos, envueltos por las oleadas de gente, corrieron muchos riesgos antes de alcanzar a Lobato en la plaza enfrente de la catedral, conduciéndolo con el presidente. Breve fue el dialogo entre Lobato y Victoria, acordando se detuvieran los males cometidos.

Mientras el general Victioria atravesaba a caballo las calles de San Francisco, numerosos grupos de personas forzaban las puertas del Parián, sin defensa alguna luego de que el general Filisola huyera con dirección a Puebla. Es entonces que comenzó el saqueo de del edificio, que por más de un siglo fue el emporio del comercio de Nueva España, y que aun en estado de decadencia representaba una suma de dos y medio millones de antiguos pesos.

Zavala, en la entrevista con el presidente, procuró una transacción que hiciera menos funestos los males de la revolución: Victoria contestó que no hallándose en facultades de acordar nada, se limitaría a procurar la reunión de las dos Cámaras para que resolvieran mientras Guerrero se dirigía a Chalco. Apenas regresó el presidente a palacio, Zavala, en cumplimiento con su oferta, mandó una pieza de artillería y una columna para contener los excesos ya hechos; pero nada se consiguió.

El licenciado Manuel Díez de Bonilla, fiscal del Supremo Tribunal de Justicia del Estado de México, arribó a la ciudad de México luego del llamado de su padre, el general Mariano Díez, director de artillería, a fin de que cuidara de su casa; y como ésta se hallaba en el edificio mismo de la Acordada, presenció gran parte de los sucesos, y pudo prestar durante la noche del día 4 un servicio demasiado importante a la consternada capital.

Habiendo observado que tanto Zavala como Lobato se hallaban felizmente ausentes, manifestó al teniente coronel Alejandro Zamora, quien fungía de mayor general, la necesidad de contener cuanto fuera posible los robos y los asesinatos, que a su partido dañaban, y aunque vacilaba por recelo de incurrir en el enojo de Zavala, se decidió a obrar activamente, y junto con Bonilla, con alguna fuerza y un cañón, hizo retirar a los saqueadores del Parián, salvándose algunas tiendas como la de sedas de Luis Urquiaga.

Es entonces que Zamora destacó algunas patrullas a las calles que por ser del comercio estaban en mayor riesgo; recogió los cadáveres esparcidos por todas partes, e impuso orden a los ladrones que llevaron su impunidad al extremo. Cuando la muchedumbre penetró en el palacio, el coronel Tornel defendió a varios jefes, oficiales y tropa en su habitación, entre los que se encontraban los coroneles Ignacio Inclán y Ávila. El coronel Juan Nepomuceno Almonte, encomendado de la guardia de palacio en los momentos más críticos, estableció un poco de orden, impidiendo el saqueo de oficinas al igual que el coronel José Ignacio Basadre.

A la entrevista convenida entre Guadalupe Victoria y Lorenzo de Zavala, concurrió el diputado Anastasio Zerecero y los senadores José María Alpuche y Juan Nepomuceno Acosta; mientras que a Vicente Guerrero se le estuvo aguardando, pero jamás llegó.

Consecuencia también fue que la misma cámara nombrara presidente a Vicente Guerrero y a vicepresidente a Anastasio Bustamante.

Referencias

  • RIVA PALACIOS, Vicente (1940). México á través de los siglos: historia general y completa del desenvolvimiento social, político, religioso, militar, artístico, científico y literario de México desde a antigüedad más remota hasta la época actual; obra, única en su género., G. S. López edición.
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