Tecnocracia (burocracia)

Tecnocracia (burocracia)

El término tecnocracia significa literalmente «gobierno de los técnicos» y se deriva de los vocablos griegos tecnos ('técnica') y kratos ('fuerza', 'dominio' o 'poder'). El «técnico que gobierna» es por consiguiente un tecnócrata, o más bien lo que se consideraría como que la tecnocracia es el gobierno llevado por un técnico o especialista en alguna materia de economía, administración, etcétera; que ejerce su cargo público con tendencia a hallar soluciones apegadas a la técnica o técnicamente eficaces por encima de otras consideraciones ideológicas, políticas o sociales. El tecnócrata es quien es partidario o implementa la tecnocracia.

El término tecnocracia se impone a partir de los primeros años 1930 para indicar la progresiva expansión —alentada por parte de algunos, temida por otros— del poder de los técnicos de producción (químicos, físicos e ingenieros) basado en el supuesto de que quien está capacitado para gobernar el proceso industrial empresarial está capacitado para gobernar no solamente enteros sectores productivos, sino también la sociedad industrial en su conjunto.

Los técnicos industriales son pronto reemplazados por la clase de los «directores», que debe su fortuna al debilitamiento de la función de la propiedad —ya sea en su faceta de titularidad, con la sociedad por acciones, ya sea en su faceta decisional—, característico de los grandes grupos industriales. Con la creciente intervención del Estado en la vida económica de los pueblos, con la planificación económica y con la integración entre industria y sistema de defensa durante los periodos bélicos, con la carrera armamentística durante la llamada Guerra Fría, el tecnócrata medio se abre a los más altos niveles de la burocracia estatal y de los aparatos industrial-militares, además de, evidentemente, a exponentes de renombre de las facultades universitarias científicas, tecnológicas y económicas, con un trasvase continuo de una realidad a otra, ejemplificado por la carrera de Robert S. McNamara, en primer lugar presidente de la Ford Motor Company, luego Secretario de Defensa de EE. UU. en la época de la guerra de Vietnam (1965-1975) y finalmente presidente del Banco Mundial.

La importancia económica y social de los flujos financieros e informativos de los años ochenta determina una imponente aportación del mundo de las finanzas, de la informática y de la comunicación en la formación de la mentalidad y del personal tecnocráticos. No obstante, la calificación de tecnócrata se otorga al técnico no como especialista, sino más bien como presunción de poseer los elementos para aplicar la técnica al gobierno de todo entorno humano.DSS

Entre las denominadas familias políticas del franquismo, se denominaron tecnócratas a los que dirigieron el área económica de los gobiernos desde el Plan de Estabilización de 1959, muchos de ellos en la órbita del Opus Dei.

Contenido

La ideología tecnocrática

Por regla general, se atribuye la primera expresión consciente de la ideología tecnocrática al filósofo y sociólogo francés Claude-Henri Rouvroy, conde de Saint-Simon (1760-1825), que en su obra Réorganisation de la société européenne, de 1814, afirma:

Todas las ciencias, no importa de la rama que sean, no son más que una serie de problemas que solucionar, de cuestiones que examinar, y se diferencian entre ellas sólo por su naturaleza. De esta forma, el método que se aplica a alguna de ellas conviene a todas las demás por el mero hecho de que conviene a algunas [...]. Hasta el momento el método de las ciencias experimentales no ha sido aplicado a las cuestiones políticas: cada uno ha contribuido con sus propias formas de ver, de razonar, de evaluar, y la consecuencia es que todavía no hay exactitud de soluciones ni generalidad de resultados. Ahora ha llegado el momento de superar esta infancia de la ciencia.
Claude-Henry Rouvroy, conde de Saint-Simon

Saint-Simon es el primero que propone para el poder político a aquellos que, en su época, dirigen el proceso de transformación económica en Francia, los dirigentes industriales y los técnicos; augurando el reemplazo de la política por la ciencia de la producción, el «gobierno de los hombres» por «la administración de las cosas».

Por los mismos derroteros circula otro filósofo y sociólogo francés, Auguste Comte (1798-1857). Contemplando la sociedad industrial, científica y tecnológica como fruto de toda la historia universal, saca la conclusión de la necesidad de una dirección tecnológica y no política de la sociedad. La ideología tecnocrática se fundamenta en una concepción del radio de acción y del método de la ciencia, de las relaciones entre la ciencia y la técnica y del papel social de la técnica, según la cual es real solamente aquello que es cuantificable, comprobable empíricamente y manipulable. Por lo tanto, todo aspecto de la realidad, incluso de la realidad socio-política, es investigable con los instrumentos de las ciencias exactas. De esta manera, según la visión moderna de la indisoluble relación existente entre la investigación teórica (la ciencia) y el dominio sobre el objeto investigado (la técnica), es esta la que tendría una función de experimentación y de dirección social y política. Ya que la concepción tecnocrática es una visión simplificada de la realidad, apta para dirigir la acción, se la puede definir como una auténtica ideología.

Para la promoción de la tecnocracia trabajan el Instituto de Tecnología de Massachusetts y, más recientemente, la Asociación Filomati, con sede en Roma.

El poder tecnocrático

Lo que caracteriza a la tecnocracia es la tendencia a suplantar el poder político en vez de apoyarle con su asesoramiento, asumiendo para sí la función decisional. Eliminando la división entre política como reino de los fines y técnica como reino de los medios, el tecnócrata abandona el terreno técnico-económico y de los medios de la acción social para meterse en el de los fines y en el de los valores, intentando que la decisión de tipo político y discrecional —con base en criterios prudenciales y morales— puede ser reemplazada por una decisión no discrecional, fruto de cálculos y previsiones de tipo científico, en base a puros criterios de eficiencia.

«En la mentalidad tecnocrática —sintetiza Claudio Finzi— racionalidad y "verdad" están indisolublemente unidas, según un esquema reconocido casi universalmente en el pensamiento contemporáneo, en el que además la racionalidad está fundada sobre elementos meramente cuantitativos, postergando al mundo de lo irracional, y por lo tanto de lo lamentable por definición, todo aquello que no sea cuantificable. Es obvio que ya no habrá sitio para los juicios de valor, esto es, para los juicios que por su misma sustancia no pueden fundarse sobre elementos cuantitativos».

La ocupación de la esfera política trae consigo la demonización por incompetencia, por corrupción y por particularismos de los individuos que actúan tradicionalmente en ella; y también la afirmación de la plena suficiencia de la competencia para la gestión de los asuntos públicos, conforme a una concepción simplista de la sociedad como unidad productiva de la que, en un primer momento, hay que maximizar su expansión económica, o —en un segundo momento— integrar en un sistema económico mundial. Para tal fin hay que adaptar las estructuras institucionales (recuérdese a todos aquellos que en Italia desean una Constitución reescrita teniendo como objetivo el mercado mundial) y administrativas.

De la desconfianza tecnocrática en la voluntad o en la capacidad de los individuos particulares o asociados de realizar un sistema económico más eficiente se deriva tanto la propensión a planificar la sociedad por medio de un sistema de control tecnoburocrático, como la expulsión de la vida social de todo principio que no sea cuantificable, la aversión hacia una concepción del bien común que no se reduzca a puro bienestar material.

Tecnocracia y mundialismo

Si las coordenadas culturales remotas de la ideología tecnocrática se remontan a la industrialización de los Estados nacionales europeos (sobre todo de Francia en el siglo XIX) su consumación de hecho se desarrolla y se afirma en la segunda mitad del siglo XX, cuando se realizan las condiciones para una proyección a escala mundial en su doble perspectiva de solución de los grandes problemas planetarios y de globalización de la economía.

Al principio de la década de los setenta (coincidiendo con la aparición del famoso informe realizado para el Club de Roma por el System Dinamics Group del MIT, el Massachussets Institute of Technology, uno de los mayores laboratorios mundiales del pensamiento tecnocrático, que fue difundido en Europa en 1972 con el título Los límites del crecimiento) comienza a afirmarse la necesidad de planificar una detención del crecimiento demográfico y una reducción de los consumos para encarar la degradación del medio ambiente y el agotamiento de los recursos naturales. El proyecto de confiar los destinos de la humanidad a una comunidad científica y tecnológica internacional supone una centralización en la toma de decisiones que concentraría poderes inmensos en manos de una burocracia mundialista y una merma de las libertades de los particulares y de las soberanías de los pueblos, como desde hace tiempo ocurre cuando los órganos oficiales del superpoder financiero mundial (Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial) condicionan las ayudas a países subdesarrollados o en vías de desarrollo a la adopción de determinados modelos socio-económicos o de políticas antinatalistas.

La globalización de la economía se enfrentó hasta 1989 con la existencia de los dos sistemas considerados ideológicamente antagonistas, el soviético y el occidental. La presencia en ellos de las mismas pulsiones tecnocráticas y de paralelos mecanismos burocráticos y de control social, más que ratificar la consideración tecnocrática de la naturaleza superestructural de las ideologías políticas, en realidad evidenciaba la progresiva infiltración de estas por parte de la ideología tecnocrática. Esta ideología podía originar, según el contexto político, sistemas tecnodemocráticos, tecnoautoritarios o tecnosocialistas. Los significativos intercambios económicos y financieros y los inquietantes fenómenos de «solidaridad» entre grupos industrial-militares de las dos superpotencias en el clima de la Guerra Fría desvelan la actuación de corrientes de pensamiento y de grupos orientados a la superación de los bloques en un proyecto globalista de planificación de los recursos humanos y materiales del planeta. Proyecto que parece, después de la caída del sistema imperial soviético en 1989, al alcance de la mano, si los poderes tecnocráticos mundialistas consiguen evitar el resurgir de las nacionalidades hasta ahora sojuzgadas en el "infierno de las naciones" soviético, así como también que los Estados llamados libres se libren de esa especie de soberanía limitada creada por las esferas de influencia de las superpotencias.

Aprovechando situaciones de crisis, de origen a menudo ambiguo en lo referente a los actores y a las motivaciones —étnicas, religiosas e ideológicas—, se afirma la necesidad de despolitizar el ámbito internacional: en este sentido a las instituciones supranacionales ya no se les pide que solucionen problemas de justicia entre comunidades políticas y de solidaridad entre los pueblos, sino ser órganos de un único orden político y militar mundial.

El caso más significado se da en el Gobierno de Italia a finales de 2011 debido a la crisis económica, presidido por Mario Monti[1] .

Tecnocracia y totalitarismo

Dicho esto, es necesario evitar identificar como tecnocrático lo que es propio de una época tremendamente marcada por la tecnología, así como tampoco pensar que todos los ambientes que manifiesten actitudes tecnocráticas participen de las mismas perspectivas ideológicas y operativas.

La esencia de la concepción tecnocrática, más allá de los ropajes con los que se presentó históricamente (debidos principalmente a lo que, en cada momento, desde la máquina a vapor hasta los salvajes mecanismos de las finanzas, era estimado como el mayor factor de desarrollo), consiste en la pretensión de amputar de la realidad todo aquello que no sea cuantificable y manipulable, y por lo tanto de eliminar de la vida de los hombres todo aquello que guarde referencia con principios, imagen de un orden trascendente.

No sorprenden, por tanto, las ententes entre determinados poderes tecnocráticos y fuerzas políticas que, tras haber abandonado las vestiduras de una mitología socio-económica descalificada, ratifican no obstante su naturaleza relativista. Asimismo, tampoco sorprende que al relativismo «caliente» de fiebre ideológica se superponga un relativismo «frío» —pero no menos peligroso— de aparente rigor técnico. No se nos escapa tampoco su significación y orientación totalitaria —tanto en los fines como en los métodos de actuación—, si por totalitarismo se entiende la ocupación de todos los espacios de la vida individual y social por parte de quienes tratan de recrear de forma utópica la realidad.

Utilización del término

Al igual que otros términos que expresan el gobierno de una clase, profesión o rango sobre la mayoría, el término tecnocracia es usado actualmente con una tendencia burlona o de disgusto. La connotación negativa se debe, según algunos autores, a que las décadas de los años 80 y 90, que vieron nacer y florecer a la tecnocracia alrededor del mundo, vieron de la misma manera el considerable aumento de la mala distribución de la riqueza en el mundo y el crecimiento de la pobreza. Normalmente, se considera que las tendencias tecnócratas en los gobiernos buscan una menor representación popular y un mayor autoritarismo de las clases poderosas que se atribuyen la sabiduría de dirigir a un pueblo supuestamente ignorante que no sabe lo que le conviene.

Se califica de sistemas tecnocráticos al FMI, a la OMC, a la Comisión Europea y, en definitiva, a cualquier institución relevante en la toma de decisiones que no haya sido elegida democráticamente.

Véase también

Referencias


Wikimedia foundation. 2010.

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