- Ataques apaches a México
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Ataques apaches a México
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La población Indígena Apache y la Colonia
El avance de la población y los establecimientos en estas provincias norteñas, había sido gradualmente disputado por los aborígenes, hasta que la espada y la cruz tivieron éxito en que las tribus menos nomadas cayeran bajo sometimiento, y de conducir el resto a las montañas o más allá del Río Bravo y de las líneas de los presidios que lo bordean.[1] Entre estas tribus indomables, señaladas por los términos generales de apaches y de comanches, la caza era prácticamente la única ocupación.[1] Por lo tanto, el derecho, así como la venganza, los impulsó al contraataque regresando a este dominio legado por sus antepasados, y tomando una parte de su producto en ganados y corceles para la tribu, y los cueros cabelludos para los trofeos.[1] La caza ordinaria se desprestigio comparativamente, al lado de esta fuente de provisiones servida ante si, glorificada por hazañas atrevidas y logros sangrientos.[1] El gobierno colonial intentó una medida tras otra en el esfuerzo por detener las terribles incursiones, que entre 1771 y 1776 causaron la muerte de 1674 personas solo en la Nueva Vizcaya , sin contar soldados, viajeros, o a cautivos, mientras que extensos distritos quedaban desolados.[1]
Estrategia del Virreynato
En 1786 el Virrey Gálvez propuso una guerra sin fin ni misericordia contra cada tribu hasta que fuera forzada a demandar la paz, una paz que se basará en el interés mutuo, animando a los indios con regalos regulares u ocasionales mientras que perjudicaría su salud con la distribución sutil del aguardiente, y crea un deseo para los lujos que podrían ser obtenidos solamente en convivencia pacífica con los colonos.[1] Cualquier infracción de los tratados debía ser castigada implacablemente, y provocando guerras de exterminio entre las tribus.[1] Esta política maquiavélica alcanzó gran éxito, aunque sujeta a los cambios de los diversos comandantes, porque durante el resto de ese siglo y el principio del siquiente no se registran brotes serios.[1] Con los cambios y la corrupción administrativa a la entrada del Virrey Iturrigaray se vino un grado de desatención que animó la insolencia y atrevimiento de los apaches.[1] Dos jefes, Rafael y Jose Antonio, probaron ser especialmente problemáticos en sus incursiones, las cuales se extendieron, durante 6 años, del Río Bravo y hasta dentro de las fronteras de Durango, asesinando 300 personas, secuestrando a más de dos docenas, además de pérdidas cuantiosas de bienes.[1] Sonora sufrió también. La muerte de estos dos jefes en 1810 trajo un periodo de calma, excepto en 1813-1814, cuando a Sonora le toco la parte más difícil.[1] Con todo los ataques menores estaban a la orden del día. La transformación de la colonia en una república, con su desarrollo rápido de la politica de partidos y la mala administración, condujo en el norte a la indiferencia y la deserción entre los soldados malpagados o desatendidos, y a una reducción de las guarniciones de presidios ó a la inutilización de varios de éstos.[2] Los comandantes y los comandantes generales siempre que cambiaban habían sido incitados por compromisos o envidias a reorganizarze para mejorar las guarniciones, pero la carencia de fondos y de medios había probado ser siempre insuperable.[1] Las asignaciones de fondos con frecuencia eran procuradas por los estados y los gobiernos generales, sólo para ser puestas a un lado para otras tareas, o para ser absorbidas por las revoluciones que se iniciaban a menudo solo para posesionarse de tales sumas.[2] Estas cantidades sirvieron para sostener la situación momentáneamente, para asegurar una porción pequeña al grupo en el poder; los otros, los soldados, solo recibían paga parcial.[2] Los pagos atrasados eran esperados tanto por los soldados, como por los colonos a quienes los mismos soldados habían sido obligado a pedir a crédito.[2]
Colapso de los Presidios
Por un rato el sistema colonial del presidio fue dejado intacto para incitar las guarniciones que disminuían a cierto mantenimiento del orden entre las tribus circundantes, por búsqueda y el castigo enérgicos de los intrusos, en expediciones que fueron sostenidas hasta cierto punto por los protectores locales, aunque éstos fueron raramente abastecidos de más armas que arcos y lanzas.[2] Pronto, sin embargo, el espíritu aflojó, en parte porque las incursiones no eran suficientemente severas para someter a la gente, en parte de la preocupación política y de las causas arriba nombradas. Los indígenas no tardaron en percibir el cambio, y como la carencia de medios llegó a ser perceptible en regalos y permisos que disminuían, sentían un motivo adicional para reanudar las incursiones largamente diferidas.[2] En 1831 la sublevación comenzó, extendiéndose gradualmente en Sonora. El gobierno de Chihuahua tomó medidas rápidamente enviando a tropas en diversas direcciones, una partida de las cuales, bajo el capitán Ronquillo penetraba el Río Gila.[2] Sin embargo las ofertas de la paz de los indígenas fueron satisfechas en 1832 hasta el punto que los ganados robados y el otro botin les fueron obsequiados. El efecto de tal clemencia, en contraste marcado con la política colonial de la exterminación, animaba a los indios a renovar las incursiones a mayor escala.[2] De hecho, la Capital del Estado fue amenazada aquel año, y sus pillajes alcanzaron tal grado que un poblado tras otro fueron abandonados.[2]
La estrategia Apache al atacar
El método de las tribus que invadían era bien calculado para infligir el mayor daño posible con el mínimo de exposición. Después de dejar un grupo pequeño para la seguridad de las mujeres y de los campos, el resto de la tribu, en número de quizás 200 o 300, se acercaría al terreno seleccionado para el ataque, dividiéndose en partidas pequeñas, atacando él blanco desde diversos puntos, asegurando así más botin, mientras que distraían a los colonos de una búsqueda eficaz.[2] El ataque ocurría generalmente durante las noches de luna, el día lo pasaban ocultos, cuidados por centinelas. Si viajeros o caravanas eran el objetivo, las emboscadas probaron ser la mejor forma para robar. Una resistencia resuelta, sin embargo, obligaba fácilmente a los asaltantes a la retirada.[1] Para la captura de ganado, la estampida estaba mucho de moda. En retirada con el botín, a menudo las partidas se dividían en grupos más pequeños, para asegurar por lo menos una porción del pillaje, ocasionalmente un vigilante era dejado atrás adviertendo o distrayendo a las partidas de persecución por parte de los colonos.[2] Ocasionalmente un número más grande se reunía para detener a las tropas, y dar dirección al ganado capturado.[2] Si eran perseguidos de cerca, los indios preferían sacrificar los animales en lugar de abandonarlos para después.[2] En el punto de reunion elegido antes de partir, los grupos se dividían el pillaje, con lo cual cada uno regresaba a su hogar, para celebrar el éxito con las danzas, a las cuales la posesión de cueros cabelludos provocaba un orgullo especial. Mujeres y niños eran capturados para la adopción, los últimos eran criados como guerreros. De hecho, algunos de los combatientes y de los caciques más feroces y más formidables se supone tenían este origen.[2] Aunque evitaban el riesgo de batallas abiertas, los apaches sin embargo lo ofrecieron y aceptaron combate en muchas ocasiones, exhibiendo tácticas completamente iguales a las de las tropas, con la coordinación debida de la caballería y de la infantería, de arqueros y de lanceros.[2] Bajo el sistema de Gálvez, cada presidio tuvo que enviar cada mes una partida de reconocimiento. En tiempo de peligro, los colonos y los soldados guardaban caballos y provisiones listas para la marcha inmediata.[2] La declinación en fuerza y la disciplina entre las guarniciones implicaron el abandono total o parcial de este cordón de vigilancia. Conforme pasaba el tiempo, las maniobras expertas y atrevidas de los indígenas hicieron estas excursiones de menos valor. Por otra parte, las partidas pequeñas separadas regularmente para tal deber ahora eran expuestas a mayor peligro, debido a la eficacia cada vez mayor del armamento indio, a los mosquetes y la pólvora obtenidos de los comerciantes de Estados Unidos a cambio de ganado y de otros efectos robados.[2] La gran proporción de reclutas forzados en el ejército republicano había tendido todavía mas a disminuir su valor, porque estos soldados poco dispuestos estaban poco inclinados a exponer sus vidas. Conforme el peligro crecía, fue hecha una llamada general a las arnas, el gobernador recibió amplios poderes y un préstamo de $80,000 fue decretado para emprender la guerra contra los salvajes. Aún asi nada sirvió.[2] Siempre que una tribu era presionada de cerca, aceptaba lo ofrecido muy fácilmente, así obteniendo una oportunidad de disponer de su botin y de llenar su almacén de munición.[2] Hecho esto, se detenía, preparadose para unirse a otras tribus, que mientras tanto habían estado ampliando sus pillajes en distritos menos protegidos. Y la devastación continuó así; poblados fueron abandonados, y el hambre le seguía.[1] Repetidas súplicas fueron hechas al gobierno general por ayuda; pero la lucha continuaba durante esta década entre los conservadores y los liberales, en ambas direcciones, distrayendo tropas y fondos, de modo que poco se podía conceder para la protección de estas provincias.[2]
Apaches van al Sur
Además, las quejas de esa zona habían sido frecuentemente exageradas para crear más atención. Pronto, sin embargo, vino una confirmación amarga. Animados por la impunidad gozada por los apaches, los comanches aumentaron sus incursiones, y los indios penetron más hacia el interior, hasta que llegaron a Durango, y luego a Zacatecas.[2] Entonces vino un clamor que reveló la naturaleza seria del peligro y animó al gobierno por lo menos a un esfuerzo espasmódico. Las sugerencias de delegados y de comandantes para proteger las fronteras fueron sometidas a los comités que analizaban los informes. Mientras tanto enviaron algún dinero y tropas para cooperar con las fuerzas del estado, que tuvieron éxito en hacer retroceder a los invasores, o en algo inducirles a que se retiraran. Logrado esto, las tropas volvieron a la arena política, y los indios renovaron sus operaciones.[2]
Cazando Cueros Cabelludos
En su desesperación los estados pusieron un precio sobre las cabezas de los intrusos, ofreciendo $100 para cada cuero cabelludo masculino y la mitad de esa cantidad para el de una hembra. Con este estímulo los extranjeros y los indios amistosos (denominados indios de paz) entamblaron la caza humana, notablemente un hombre nombrado Kirker, que organizó una compañía regular para los que buscaban cueros cabelludos.[3] Su primer éxito, al sorprender un campo indio, probó ser tan grande que solamente una porción de los fondos prometidos fue pagada.[3] Los celos también asistieron a suspender el proyecto. El resultado había sido una disminución marcada de incursiones, pero éstas luego aumentaron una vez más en magnitud, hasta “apenas un caballo permanecía en todo el estado, “ los intrusos que penetran al centro de Durango, matando en una semana de septiembre de 1845, a 100 personas, y en octubre a 50 de personas solamente en la región de Cuencamé.[3] Se formaron y fueron enviados las tropas y los voluntarios adelante, y las noticias vinieron de victorias y de Indios expulsados, para ser seguidos por otras de ultrajes frescos y de derrotas desastrosas, hasta el mismo ministro de asuntos interiores declaraba que el estado estaba en desolación.[3] En Chihuahua, el gobernador García Conde había recurrido en 1842 al triste y peligroso recurso de la paz comprada. Esto, según lo demostrado a menudo, probó ser solamente un incentivo a otras hostilidades. Sonora protestaba en voz alta contra la conclusión de tales tratados, los cuales aseguraron temporalmente ciertas porciones de Chihuahua, a expensas del estado colindante, que fue atacado por las tribus que tomaron refugio dentro Chihuahua, vendiendo el botin capturado unas horas antes por apaches. Cansado de la vida aburrida, Kirker escapo con el dinero asegurado con el botin vendido de apaches, y ahora parecía dejar a sus anteriores camaradas.[3]
Asalto a Janos
En su exasperación, una ocasión, los Sonorenses siguieron secretamente a algunas tribus a sus campamentos alrededor de Janos, y cuando aparecieron para divider el botin bajaron sobre ellos, matando más que cien hombres, y llevándose casi tantas mujeres y niños. Los hechos como éstos se dicen no haber sido tan raros en aquellos días, y haber hecho más por inflamar a los indios que campañas sobre sus terrenos de caza.[3] Todas las medidas no pueden evitar la tempestad, se recurre otra vez a la terrible caza humana y Kirker una vez más se dedica a cuero-tomar. Pero el Apache es astuto, y la persecución pronto se convierte en un poco provechosa. Pero si los cueros cabelludos hostiles no pueden ser tenidos hay abundancia en las rancherias pacíficos. El derrocamiento del sistema federal en 1836 por una forma centralizada de gobierno redujo los estados a departamentos bajo de los gobernadores designados por la autoridad suprema.[3] El cambio era intendido para calmar por una época las facciones políticas, y la guerra que sobrevenía con Francia (Guerra de los Pasteles) unieron a opositores. Sin embargo, la demanda federal no estaba extinta dentro de Durango, y en 1837 gobernador y la asamblea llamo al presidente a favor de la constitución de 1824, declarando el gobierno central para estar muy alejado de entender correctamente lo que desea la provincial.[3]
Reanudación de la Guerra con los Indígenas
Durante la invasión americana las incursiones indígenas eran menos frecuentes, pero en 1848 fueron reasumidas a tal grado que las autoridades mexicanas fueron influenciadas para retomar el proyecto militar al de la colonia, apropiándose de $200,000 para ayudar a los estados en esta campaña, (Plan para la defensa de los Estados Invadidos, 24 de abril de 1849) y designando a un comité de miembros del Congreso de la región invadida para que informe sobre las mejores medidas a ser adoptadas para la acción común contra las tribus. Mientras tanto, varios de los estados, incluyendo Chihuahua y Durango, regresaron a caza de cueros cabelludos, asistida por los cazadores americanos. Pero a pesar del premio que estimulaba $200 para cada captura, (ó $250 por cada guerrero capturado), los cazadores no habían podido obtener mucho beneficio, o dejar impresión en las tribus. Kirker perdió a casi toda su banda, y Glanton masacró incluso a una tribu amigable. Mientras que de los estados al sur (no tan afligidos), se dejaba escuchar la indignación contra tales contratos de sangre. Pero casi cualquier medida era permitida bajo las circunstancias tan penosas, cuando una parte grande de Chihuahua quedo abandonada, y la mitad del este de Durango fue arrasada, así como millares de familias eran arruinadas, y millares más vivián la aprehensión diaria de un destino similar.[3] Con la ayuda del gobierno una gran cantidad de tropas abrieron la campaña de 1850, con la resolución para no conceder ninguna paz a los indígenas que venían de los Estados Unidos. La principal operación fue dirigida hacia Laguna de Jaco (Hoy en el Municipio de Sierra Mojada, Coahuila, entonces en Chihuahua), operación Comandada por el Inspector Militar de la Frontera de Chihuahua; Emilio Langberg, a inicios de 1852 y apoyado por los seminolas,[4] los indígenas se rindieron algunos evacuando el país, y los restantes firmando la paz. La vigilancia de ta les acuerdos fue confiada a las colonias militares recientemente establecidas. Sin embargo las constantes rebeliones políticas dejaban a los estados solos. Así nació un proyecto de coalición con Jalisco, Zacatecas, San Luis Potosí, y Tamaulipas enviando refuerzos. Pero pronto esta unión de los estados levanto sospechas independistas, los diputados de Chihuahua sonaron la alarma en octubre de 1852 y los acuerdos fueron terminados. El resultado del arreglo fue un aumento de incursiones (En 1855 Victorio líder de los Chiricahuas del Este atacaba en Namiquipa[5] )y de la devastación, hasta que Chihuahua en 1856 pidió ayuda a Durango, estando ambos bajo el mismo problema. Tres de sus bastiones de defensa en Durango (Cuencamé, Santiago Papasquiaro y El Oro) reportaron 34, 102, y 68 bajas respectivamente en noviembre de 1856.[3]
Ultimas Incursiones de los Apaches
El 15 de octubre de 1880, el Teniente Coronel Joaquín Terrazas emboscaba a Victorio en los cerros de Tres Castillos en Chihuahua. Victorio y otros 77 Apaches cayeron en la lucha.[6] Sin embargo la lucha continuaba. Bajo los esfuerzos más enérgicos del gobierno de Díaz, y de la cooperación de los Estados Unidos, las incursiones de los Apaches habían disminuido. Los Estados Unidos propusieron más de una vez que una campaña común contra los índigenas, así como un acuerdo de manera que las tropas de ambas repúblicas pudieran cruzar los límites en su búsqueda. Este plan no agradaba a México, pues el objeto de la república norteña era más el capturar a los abigeos que a los nativos hostiles. El gobierno no podría permitir que los extranjeros arrestaran a sus ciudadanos, mientras que un privilegio similar en perseguir a ladrones de Texas habría creado dificultades. Esta vacilación causó que las demandas contra México por daños de los colonos perjudicados en Texas, aumentaran, teniendo que finalmente ser reconocidas(estando a punto de iniciar otra Guerra entre las dos naciones), mientras que los nativos encontraban un refugio en el otro lado. México inútilmente protestó contra la culpabilidad de los Estados Unidos en no guardar mejor sus reservaciones de las cuales las partidas habían salido sobre todo en los últimos años. Finalmente accediendo, en 1882, a la introducción mutua de tropas, (los EEUU restringidos a la búsqueda de indios exclusivamente). Las campañas conjuntas también fueron negociadas, con un rápido efecto en la reducción del número de ataques. Todo esto favoreció la formación de colonias al este y norte del estado, con el principal objetivo de establecer las primeras líneas del ferrocarril.
Notas
- ↑ a b c d e f g h i j k l m n History Of The North Mexican States And Texas, Vol. II 1801-1889, San Francisco, The History Company, Publishers,1889, Chapter 24En Inglés Dominio Público
- ↑ a b c d e f g h i j k l m n ñ o p q r s t u History Of The North Mexican States And Texas, Vol. II 1801-1889, San Francisco, The History Company, Publishers,1889, Chapter 24En Inglés Dominio Público
- ↑ a b c d e f g h i j History Of The North Mexican States And Texas, Vol. II 1801-1889, San Francisco, The History Company, Publishers,1889, Chapter 24 En Inglés Dominio Público
- ↑ http://www.seminolenation-indianterritory.org/seminole_in_mexico.htm Sitio de Historia de los Seminoles en México
- ↑ [1]Biografía de Victorio Inglés
- ↑ [2]Biografía de Victorio Inglés
Categoría: Historia de México
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