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Atonismo
Atonismo (también conocido como herejía de Amarna o periodo de Amarna) es la primera religión monoteísta (o henoteísta) conocida de la historia, favoreciendo el culto al disco solar Atón. Por razones aún mal conocidas, pero probablemente a causa del conservadurismo y la hostilidad del clero tebano, Ajenatón decide abandonar el culto al dios dinástico Amón, "el dios oculto", y el joven soberano va a imponer el atonismo, primero progresivamente, y luego drásticamente.
Los antecedentes del culto al Sol
La preeminencia del Alto Egipto fue perdiendo lugar poco después de los primeros dos reyes de la dinastía XVIII; cabe recordar que la liberación de Egipto y su reunificación por parte de los príncipes del Alto Egipto, coloco a Tebas en la supremacía por sobre el resto de las ciudades del antiguo Egipto, y por ende en el culto a Amón, junto con su triada Amón, Mut y Jonsu.
Dicha supremacía se fue desvaneciendo cuando el bajo Egipto comenzó a tener prevalencia, primero con el traslado y la construcción de nuevos palacios y templos, y después en la mudanza del palacio real a la ciudad de Menfis, la llave de entrada al Delta del Nilo. Esta preeminencia continuó no solo durante la dinastía XVIII sino también se afianzo durante los Ramésidas teniendo el punto cumbre con la creación y traslado de la capital a Pi-Ramsés.
Se transformó como costumbre, que el hijo mayor del rey se convirtiera en sumo Sacerdote de Ptah previo al comienzo del reinado, como fue Amenhotep II, o como el hijo mayor de Amenhotep III, su hijo mayor Tutmosis.
A su vez, el traslado del centro de influencia del sur al norte de las dos tierras, implico una revitalización del antiguo culto al dios solar Ra, cuyo centro de adoración se centraba en la ciudad de Heliópolis, distante unos trece kilómetros al noreste de la capital Menfis.
El culto se sostenía principalmente respaldado en el poder faraónico. Básicamente el mito sostenía que Ra fue el primer rey en gobernar en Egipto para después dejar los asuntos del genero humano resueltos, regresar al cielo dejando a su hijo con la responsabilidad del gobierno del reino en su lugar. La fortaleza de esta creencia era sostenida por los sacerdotes de Heliópolis, quienes formaban un centro de conocimiento y sabiduría que era muy reputada no solo dentro de las fronteras de Egipto sino también en sus fronteras.
Así el culto solar cobraba significación con el gobierno del país, pero también con una cuestión de máxima significación como era el mito de la resurrección, el viaje al más allá. El paralelismo del viaje del sol, Ra en su barca solar surcaba el cielo para ocultarse en el occidente y volver a renacer en oriente, con el amanecer. El mismo viaje haría el alma después de muerto.
Las primeras menciones de Atón
Atón es conocido desde el comienzo de la dinastía XII como mínimo, durante el reinado de Ammenemes I en el relato de la Historia de Sinuhé, donde se encuentra muriendo y volando al cielo para unirse a Atón, la carne divina que lo había engendrado.
En la Dinastía XVIII vuelve a usarse el nombre Atón, Tutmosis I en uno de sus cinco títulos lo refiere "Horus Ra, poderoso toro con afilados cuernos, quien proviene del Atón". Asimismo las referencias al Atón durante los reinados de Amenhotep II y Tutmose III son numerosas, pero cobra fuerza en el reinado de Amenhotep III, el padre del futuro Ajenatón.
El lento incremento de la influencia del culto de Ra fue progresivo, fermentando y evolucionando a un rol más amplio, ya no era sólo el dios solar, sino que adquiere una concepción más universal, siendo el creador y generador de todas las cosas, inclusive los otros dioses, considerándolos menores.
Así, Ra está ensimismado con otras deidades como Atum, Shu, Tefnut, Geb, y por supuesto Horus, que claramente se puede observar en la llamada Letanía de Ra, oración compuesta que se exhibía en muchas tumbas del Imperio Nuevo, donde se invocaba a Ra. Así cada deidad no es más que una manifestación de Ra, logrando un carácter no solo de universalidad sino también de unicidad, es la “única” divinidad.
Así las cosas, los fundamentos para la teología de Amarna se encontraban sólidamente arraigados antes del comienzo del reinado de Ajenatón.
El sincretismo en las creencias religiosas durante la dinastía XVIII evolucionaban hacia una clara concepción monoteísta alrededor del culto al dios solar.
Atón
La elevación de Atón
Otros dioses como Amón u Osiris fueron referidos en numerosos textos y monumentos como reyes, dándoles el título de "Gobernante de la Eternidad" o "Señor de las dos tierras", pero nunca sus nombres fueron encerrados en cartuchos a la usanza de los faraones.
Precisamente es Ajenatón, quien toma el nombre de Atón y lo cierra bajo cartuchos, afirmando el lazo indisoluble entre lo religioso y el poder temporal. Uniéndose así, en una reafirmación del culto de Ra, siendo el faraón el representante del dios en la tierra con derecho a gobernarla.
El completo desarrollo de la evolución teológica de Ajenatón se puede ver en la omisión de los signos de plural en el nombre de Atón, como bien afirma el eminente Cyril Aldred: «Había un único dios, y el faraón era su profeta.»
La triada real
La afirmación del monoteísmo no fue en términos absolutos, sino que existió un margen para incluir elementos adicionales de adoración.
Durante el Imperio Nuevo, florecieron un multitud de cultos bajo la característica común de Triada de dioses, el padre, la madre y el hijo.
Cada ciudad tenía su triada de adoración, así Amón el padre, Mut la esposa y el hijo Jonsu conformaban la triada de Tebas-Karnak, Ptah, Sejmet y Nefertem era la triada de Menfis: Osiris, Isis y Horus niño de Abidos.
Ahora, durante el periodo de Amarna, Atón gobernaba en solitario como único dios. Pero las evidencias de los monumentos, muestran una clara intención de Ajenatón de instalar en el panteón de adoración del culto oficial, no solo al rey, sino claramente a la reina Nefertiti, quien aparece en similar tamaño y exposición que el rey.
La multitud de imágenes familiares del faraón, tienden a mostrarlo y ser usado en reemplazo al panteón habitual de dioses.
Defecto en el sistema de creencia de Atón
Es aquí donde se revela la principal falla en la instauración de la religión del Atón, la necesidad espiritual subyacente en la mentalidad del egipcio.
Al barrer con todo el panteón y sistemas de creencias preexistentes, Ajenatón había dejado huérfanos espiritualmente a sus súbditos, vacío que resultó imposible de rellenar por parte del faraón con su nueva creencia de Atón, y a la postre implico el olvido de la religión a la muerte del rey.
Antecedentes del culto funerario
Si consideramos el lapso de tiempo en el que se desarrolló la cultura y la religión en el Antiguo Egipto, veremos que desde antes de la reunificación de las Dos Tierras por el mítico Narmer – Menes (alrededor del 3100 a. C.) hasta el reinado del faraón herético Ajenatón (cerca del 1353 a. C.) más de 1500 años de transcurso de historia egipcia habían ocurrido, y al contrario de lo que la mayoría de los pensadores, tanto la cultura como la religión habían evolucionado adoptando tanto costumbres como innovaciones de otros pueblos. No obstante ello, ha existido un hilo conductor envolviendo a la religión egipcia: el mal llamado culto de los muertos.
Mal llamado así, porque el culto concretamente trataba de saltar de alguna manera el hecho de la muerte, creando todo un nuevo mundo existente más allá.
Décimos que es un hilo conductor, porque si hay algo que precisamente tienen en común la religión egipcia en tiempos del predinástico hasta los reinados de la dinastía XVIII, es precisamente el culto al más allá. Desde las mastabas de las primeras dinastías, pasando por las grandiosas construcciones de las dinastías IV y V, hasta las más modestas pirámides que le siguieron hasta llegar a los hipogeos del Imperio Nuevo, todos son enormes elementos que demuestran la profunda creencia en una existencia traspasando la muerte terrenal. La profusión de recursos materiales y humanos usados por los faraones y a posteriori por el resto de la sociedad egipcia, es un testimonio elocuente de la fuerza en la creencia del mundo existente después de la muerte.
Comentábamos anteriormente que la religión misma sufre una evolución, conforme a cambios que surgen fundamentalmente en la sociedad del Antiguo Egipto; y el culto al más allá también tiene cambios.
El culto funerario: reservado al enviado de los dioses
Primeramente el terreno del más allá estaba reservado solamente al faraón en los inicios del culto funerario, ya en tiempos pre-dinásticos; como un ser divino, su muerte representaba una similitud con la muerte de Osiris, asesinado por su hermano Seth, resucitado por la magia de su esposa Isis y vengado por su hijo Horus. El rito de la momificación esta íntimamente vinculado al mito de Osiris y su resurrección.
Ampliación de la base de participantes
Segundo, el culto evoluciona, al hacer lugar en el más allá a personalidades distintas del rey; aquellos sujetos que, por su ubicación dentro de la jerarquía estatal, detentaban un poder político y económico adjunto al rey, como ser visires, tesoreros reales, jefes militares, etc.; sujetos que no sólo tenían una posición de decisión dentro del gobierno del faraón, sino que también contaban con los recursos para afrontar tamaño gasto en la construcción de la morada de eternidad (la tumba) así también como en la momificación que implicaba una significación de gastos en ataúd de madera (escasa en un país desértico como Egipto), esencias y telas.
De los sacrificios humanos a los ushebti
Tercero, el traslado al más allá no era en solitario, sino que el viaje se hacia con toda una parafernalia de servidores, utensilios y alimentos para una existencia señorial en el reino de los muertos. En las primeras dinastías, el viaje del faraón al más allá era acompañado por un grupo de servidores, muertos a modo de sacrificio al momento del entierro del rey, como bien lo demuestran los restos encontrados en las excavaciones en Abidos (la necrópolis de los reyes de la primera dinastía) llevados a cabo por Werner Kaiser y apuntado correctamente por Kathryn Bard (The Oxford history of Ancient Egypt, editado por Ian Shaw, Oxford University Press, 2000).
Únicamente en los entierros de los reyes de la dinastía I se han encontrado restos humanos a modo de sacrificios: jóvenes hombres y mujeres fueron muertos aparentemente para acompañar al rey y brindar su servicio en el otro mundo, por ejemplo el faraón Dyer es quien tuvo mayor cantidad de restos humanos; pero no fueron estos los únicos restos encontrados, restos de perros, leones, y otros animales junto con utensilios de cobre, cerámica, etc.
Por alguna razón desconocida, después de la dinastía I, la práctica de enterrar servidores junto con el rey fue dejada de lado, dando un giro hacia la creación de pequeñas estatuillas a modo de reemplazo.
Así en el Imperio Medio era común incorporar a la tumba un conjunto de estatuillas que reflejara la vida cotidiana del egipcio, con ganado, pastores, etc.
Hacia el Imperio Nuevo aparecen unas estatuillas que se confeccionaban de materiales varios como ser madera, fayenza y caliza, se les daba una forma parecida al modelo real, los ushebti. Estas estatuillas estaban destinadas a convertirse en los servidores del faraón una vez ingresado en la vida después de la muerte. Por lo general contenían una breve frase a modo de invocación mágica, que al pronunciarse, se suponían que tenían el suficiente poder mágico para transformarse en real y concreto. Así los ushebti hacían referencia a los distintos oficios que se suponía el rey necesitaría en su existencia en el reino del más allá. Esta costumbre resultó ser de importantísimo valor a la hora de dimensionar los hallazgos de los arqueólogos, al ser un elemento de prueba importante sea desde la existencia de un faraón, como ser de su entierro, ajuar, etc.
Como conclusión, al analizar los cultos religiosos en el Antiguo Egipto, el culto funerario es un eje fundamental de todo el sistema de creencias.
El culto a Atón y el tribunal del más allá
Volviendo a la religión centrada en el Atón, un punto fundamental y todavía no conocido en forma completa al día de hoy es la cuestión de cómo Ajenatón reemplazo el culto funerario, también llamado culto osiriaco o culto de Osiris.
La creencia en el más allá proveía un trasfondo de referencia hacia donde eran dirigidos los actos de la vida terrenal. El tribunal del más allá funcionaba como una regla ética que regulaba todos y cada uno de los actos de la vida terrenal. En cada tumba real del Imperio Nuevo se vislumbra esta creencia, y en cada escena es claramente visible la imagen de Osiris.
El culto funerario en el periodo de Amarna
En el culto al Atón, las escenas funerarias ya no portan la imagen de Osiris, ni tampoco hacen referencia a la momificación. En cambio, las paredes de las tumbas fueron decoradas con imágenes del Ajenatón y su familia junto con el Atón, en vez de las tradicionales pinturas del muerto junto con Osiris.
Al parecer el mito de la resurrección fue borrado o al menos modificado drásticamente en su significado original: la resurrección ocurría en forma diaria, cada ves que el sol salía por el este para hacer su viaje estelar y ocultarse finalmente por el oeste. Ahora las tumbas estaban orientadas al naciente, al origen del Atón como lo demuestran las ubicaciones de las tumbas reales en la abandonada ciudad de Amarna, totalmente opuesto a la necrópolis tebana, situada en la margen occidental del río Nilo.
Todo hace suponer en un cambio fundamental en el credo, el derecho a la existencia en el más allá, ya no era regulado por Osiris, obteniendo el derecho a la existencia post-mortem mediante el cumplimiento de los deberes de los tradicionales dioses.
Durante el reinado de Ajenatón, la existencia más allá del deceso, dependía del seguimiento del difunto de las enseñanzas y preceptos dictados por Ajenatón. En que forma y contenido, esta oculto a nuestros ojos, ya que las imágenes de las tumbas no muestran ni indican nada más.
La transformación en la vida religiosa
Desde hacia milenios antes de Ajenatón, los dioses egipcios habían existido imágenes en paredes o en esculturas modeladas en formatos preestablecidos. Sus formas estaban precisamente definidas en archivos existentes en las bibliotecas de los templos, los cuales eran consultados ante un requerimiento de construcción de una nueva escultura o pintura del dios.
Las imágenes de los dioses no solo eran representaciones de la divinidad, sino también eran su sustancia. Dichas imágenes vivían en grandes mansiones, los templos, y eran atendidas por todo un cuerpo de sirvientes, los sacerdotes, quienes despertaban las estatuas (los dioses), las lavaban, vestían, alimentaban y las ponían a descansar como si fueran auténticos seres vivientes.
El ritual diario consistía en dichas rutinas alrededor de la imagen del dios. Instaurado el culto de Atón, todo el ritual fue prohibido, las prácticas quedaron sin efecto, anatematizadas como una vanidad ridícula, las imágenes y los templos quedaron sin mantenimiento, en fin, todo el panteón dejado de lado y reemplazado por el Atón.
En pocas palabras, las prácticas, imágenes, esculturas, etc., fueron reemplazadas por un único dios, quien era representado por un solo jeroglífico: el disco solar, elevándose un abstracto e intangible dios a única deidad para todo el país de las dos tierras.
El cambio en el culto Osiriaco o del más allá
De todos los cultos, el Osiriaco, era el que tenía una importancia central en la cosmovisión del egipcio, ya que el culto a Osiris era el culto del más allá.
Ajenatón, al borrar el panteón, incluso a Osiris, eliminaba todo el cosmos del más allá, junto con los rituales vinculados a él. Pero la limpieza no fue completa, subsistieron diversos rituales vinculados a los cultos anteriores de la muerte, precisamente los rituales de momificación, enterramiento y demás temas vinculados con el más allá persistieron, pero dándoles otro contenido, borrando toda mención a Osiris y reemplazándolo por el Atón.
Las festividades religiosas
Antes de la revolución teocrática de Amarna, el año teológico egipcio estaba cubierto por distintas festividades de diversa índole que jalonaban todo el territorio del reino; de estas festividades, las que más nos ha llegado son las fiestas que se celebraban en la región tebana: la fiesta de Opet y la del Valle.
Estas fiestas generaban una tremenda expectativa entre la población y servían no solo para conectar a los gobernantes con el pueblo, sino también como puntos de comercio y de comunicación en el reino.
Este también es un punto defectuoso en el culto de Amarna, Ajenatón no pudo cubrir la necesidad del pueblo en lo relativo a las festividades religiosas, hasta donde se sabe, el culto a Atón se centraba en el faraón, quien se paraba entre la deidad y el adorador simple y sencillo.
La carencia de festividades populares entorno al dios Atón, pudo ser claramente una falla en la teología de Amarna que pudo ser una causa más de su fracaso una vez muerto el rey.
¿Hacia una vida más democrática?
El intento de Ajenatón, de reemplazar el panteón anterior, de huir del pasado, se centró en posicionar al faraón y su familia entre el dios y el pueblo como muy bien acota Barry Kemp (ver referencias) en su análisis de la realidad socio-política del Egipto en el período de Amarna; en sentido contrario a la corriente de pensamiento que fija a Ajenatón como un gobernante revolucionario hacia una faz menos despótica y más propensa al pueblo, con un carácter democrático, Kemp sostiene, basándose en la arqueología del lugar, que el llamado faraón herético realzó la figura faraónica a niveles de deificación: "Solo hay un dios, que es Atón, y el faraón es su profeta".
La revolución de Amarna no fue un intento de democratizar la vida en el antiguo Egipto, sino todo lo contrario, se afianzo el poder del monarca, y ya no sólo centrado en la cuestión temporal sino también religioso.
La iconografía oficial se concentro en la familia real, mostrando a la reina principal Nefertiti en igualdad de condiciones que el faraón, junto con sus hijas, y el giro transcendental es mostrar las imágenes familiares, aparentemente no solo con carácter de propaganda oficial, sino con una clara intención de cubrir el vacío que dejo el abandono del culto anterior.
Claramente se ve en las tumbas abandonadas de la ciudad de Amarna, donde los funcionarios ya no decoraban sus tumbas con los clásicos motivos del culto a la momificación, el tribunal del más allá o el tema de la resurrección de Osiris, sino con imágenes de la familia real y el único dios: el Atón.
Precisamente esta separación de las imágenes de la familia real, junto con el cambio radical en las imágenes, tales como el cuello largo y fino, el cráneo abultado en su parte trasera, característica común de toda la familia real (en forma única):' Ajenatón, Nefertiti, las princesas Meketatón, Meritatón, Anjesenpaatón, etc. Era un intento de la iconografía oficial de hacer una evidente separación entre la familia real y el resto del genero humano.
El culto a Atón no es un intento de adoración religiosa más democrática, sino que se asemeja más a un culto a la imagen, práctica muy habitual en los regímenes totalitarios, utilizada incluso en el siglo XX.
De las excavaciones en la ciudad de Amarna, en las viviendas de los pobladores se han hallado variados relieves con imágenes de la familia real, que conformaban altares o santuarios hogareños, donde cada habitante solía venerar a la familia real.
¿Qué fue realmente el Atonismo?
Obscuro es el período de elevación y caída del culto a Atón, más aún por causa de la maldición de su memoria que fue decretada contra todo lo relacionado con el rey herético y con mayor intensidad por los monarcas ramésidas. Por la compilación de las evidencias encontradas, se podrían sintetizar básicamente tres teorías:
Un intento de doblegar el culto a Amón
Se sustenta en la supremacía del clero de Amón por sobre el resto de los cultos, incrementando tanto su poder en tierras y recursos llegando a rivalizar con los dominios del faraón mismo. Esta teoría implica que la revolución religiosa no es tal, sino que la religión fue un mero instrumento por la lucha del poder terrenal entre el faraón y el clero de Amón.
En contra de esta teoría se alega que el clero de Amón, para el período de la dinastía XVIII (reinado de Amenhotep III), no había alcanzado tanto poder como para rivalizar con los faraones de la gloriosa dinastía liberadora de los hicsos. Y si bien la dinastía XVIII confirió muchas recursos al clero de Amón, este no era considerado único, ya que el clero de Ptah (en Menfis), de Ra-Atum (en Heliópolis) y Osiris (en Abidos) obtenían un tratamiento similar al culto de Amón.
El clero de Amón revistiría un papel sumamente importante en la disputa del poder temporal mucho después de la dinastía XVIII, a finales de la dinastía XX, con la ascensión al trono de sucesivos Sumos sacerdotes de Amón tales como Herihor.
Una nueva creencia religiosa
Esta teoría gira alrededor de dos pivotes: el monoteísmo y las prácticas religiosas. Existe en la pensamiento occidental una marcada tendencia a darle mayor preeminencia a las religiones monoteístas sobre las religiones politeístas. El monoteísmo del culto a Atón surge claramente en cada resto arqueológico encontrado tanto en Karnak (los famosos talata) como en la ciudad Ajetatón (la actual Tell el Amarna, o sintéticamente Amarna) sugiere fuertemente la creencia de un solo dios sol, dador de vida, reflejado en las innumerables imágenes del disco solar con rayos que terminan en una mano sosteniendo el anj.
En cuanto al nuevo culto, es decir las nuevas prácticas religiosas, el cambio es radical. De las excavaciones de los templos se observa que el culto a Amón, por ejemplo, se basaba en una terrible distancia entre el simple creyente y el dios. Éste estaba alojado en una mansión con inmensas paredes, aislado totalmente del mundo exterior y a donde sólo podrían ingresar los sacerdotes del templo. Inclusive en las naos interiores sólo los primeros profetas del culto de Amón podían ingresar al santuario interno del dios (una especie de sancta santorum) en plena oscuridad. El acercamiento entre el simple creyente y el dios sólo se daba en contadas ocasiones en el año, básicamente en las fiestas religiosas de Opet y del Valle, donde estatuas de los dioses eran montadas en barcazas y trasladadas por sacerdotes a modo de porteadores. Pero incluso en estas festividades, la imagen del dios estaba oculta a los ojos de los neófitos.
El nuevo culto a Atón sería radicalmente diferente. Los santuarios (de las evidencias extraídas de Amarna) muestran que eran al aire libre, con grandes altares al cielo cubiertos por grandes doseles a modo de protección. El hermetismo fue barrido por completo y el acceso al dios ya no dependía de muros infranqueables y sacerdotes celosos del secreto sino de la posibilidad de poder adorar al Atón abiertamente.
En contra de esta teoría se soporta por los antecedentes del Atón como así también el sincretismo religioso alrededor del culto de Ra, donde esta deidad pasa a ser el padre de los dioses y finalmente, mediante el concepto de la Manifestación se posiciona como una deidad que puede tomar diferentes formas o dioses (Atum, Tefnut, Horus), definiendo claramente que es un solo dios que puede tomar diferentes formas. Esta transformación religiosa es claramente anterior a la ascensión al trono del joven Amenhotep IV.
Ajenatón como un místico y profeta
Muchos pensadores han visto al rey como un profeta místico, más aún cuando se han observado similitudes entre el himno a Atón y algunos fragmentos del Antiguo Testamento.
Sustentan esta teoría los cambios, no sólo religiosos, sino también artísticos, con nuevos motivos; el rey ya no es mostrado como un valiente soldado destrozando enemigos sino como un sentido padre de familia, en escenas que reflejan la intimidad familiar, sea en momentos de alegría o de profunda tristeza, como los funerales de su hija.
Realmente el culto a Atón ha quedado en el olvido, porque sus seguidores se habrían dispersado una vez muerto Ajenatón y también por el olvido forzado a la que fue sometido desde los centros de poder enemigos del faraón herético, sea el clero de Amón o los primeros reyes de la dinastía XIX.
Véase también
- Nefertiti
- Ajenatón
- Las Reinas de Amarna
- Tutanjamón
- Amenhotep III
Referencias
- Cyril Aldred Akhenaton, King of Egypt. 1991. Thames & Hudson. ISBN 0-500-27621-8
- Barry Kemp El antiguo Egipto: anatomía de una civilización. Editorial Crítica. 2001.
- Ian Shaw. The Oxford history of Ancient Egypt, editado por Oxford University Press, 2000.
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