- Muqui (leyenda)
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Muqui (leyenda)
En los Andes centrales, el Muqui o Muki, es un duende minero y, como tal, su existencia está circunscrita al espacio subterráneo: el Muqui habita en el interior de la mina. Ser fantástico que pertenece al extenso dominio de lo mágico, el Muqui se inmiscuye en el destino de los trabajadores del socavón, gratificándolos o escarmentándolos. es un misterioso enano conocido como el dueño de las minas. Su descripción varía de acuerdo a la época. Antiguamente, por la década de los años 1930, se decía que recorría los socavones sosteniendo en la mano, una pequeña lámpara de carburo, abrigado con un poncho hecho de lana de vicuña. Tenía en la cabeza dos pequeños cuernos relucientes y hablaba con voz suave. En la actualidad no es muy diferente, aunque ahora vista ropa de minero, botas de agua y use una linterna eléctrica a batería.
A veces el pequeño duende toma también la forma de animal o de un hombre muy blanco y rubio para presentarse a los mineros y engañarlos.
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Muki en quechua significa "húmedo" o "humedad". De ahí se dice que el Muki aparece en los lugares donde hay agua. Aunque también podría significar "el que asfixia" (Mukiq en quechua), asociándosele al gas mortal que suele encontrarse en algunos lugares de la mina.
A pesar de la distancia y el aislamiento de los campamentos mineros, la creencia y la descripción del Muki es, prácticamente, la misma en la sierra desde Puno, en el sur hasta Cajamarca en el norte del Perú, en el centro hasta Pasco, aunque su nombre varía en algunos lugares. En Arequipa, por ejemplo, se le llama “Chinchilico”; en Puno, “Anchancho” en Pasco, “Muqui” y en Cajamarca, “Jusshi”. Todas estas ciudades están localizadas en el Perú.
Por su naturaleza, el Muqui está emparentado con las "gentes pequeñas" que habitan las diversas minas del mundo. Hermano distante del Leprechauns, natural de las minas irlandesas, elfo industrioso, marrullero y solapado., que gratifica a los buscadores de tesoros con monedas o pepitas de oro; y de los Trasgos, cuya estirpe los hace atenazados y malignos. Mas, existe un tipo de duende benigno para el hombre, aquel que mora en las minas de estaño de Cornualles y Devon.
Y, también están los enanos, habitantes de las minas de la Alemania nórdica, que al tiempo que extractores de metales de ricos yacimientos, son excepcionales herreros y excelentes metalurgistas. Un detallado estudio de los gnomos canadienses, belgas y suecos vinculados con las minas, bien puede ilustrar la frondosa genealogía del Muqui. Estas comparaciones permiten comprender la índole universal del duende de las minas andinas.
La palabra Muqui resulta de la castellanización del vocablo quechua murik, que significa "el que asfixia" o muriska "el que es asfixiado". En su vertiente huancavelicana, la palabra muqui sugiere "el acto de torcer", "ahorcar". Por ello, los antiguos mineros inconscientemente, identificaron al Muqui con el silicio, gas letal que produce la enfermedad de la silicosis.
Contenido
Fisonomía, vestimenta y costumbres
De estatura pequeña, el Muqui no excede los cincuenta centímetros. Tiene la apariencia más de enano que de pigmeo. Es sabido, desde la Grecia antigua, que los pigmeos presentan una armónica porporcionalidad entre los diversos órganos que conforman su cuerpo pues pareciera que, en determinado instante, se les hubiera detenido el funcionamiento de las glándulas del crecimiento. Éste no es el caso de los Muquis. Pertenecen, estos seres, a la especie de los enanos. Además, a la de aquellos imposibilitados de regular su propia estatura, como sí lo hacen ciertos seres feéricos de otras latitudes, que pueden ser, en un momento minúsculos faunos y, al rato, gigantes o temibles ogros.
Para la tradición cerreña, el Muqui es un ser pequeño, de cuerpo fornido y desproporcionado. Su cabeza está unida al tronco, pues no tiene cuello. Su voz es grave y ronca, no concordante con su estatura. Sus cabellos son largos, de color rubio brillante. Su rostro es colorado y está cubierto de vellos. Posee una barba larga, del color blanquecino de la alcaparrosa. Su mirada es penetrante, agresiva e hipnótica, de reflejos metálicos. En otras tradiciones mineras, su cabeza presenta dos cuernos. Éstos le sirven para romper las rocas y señalar las vetas. Su piel es muy blanca y lleva colgado de la mano un farolito (cf. Sosa y Tamara). Además tiene las orejas en punta. La influencia occidental es nítida en este aspecto de la representación. El diablo, originario de la cultura etrusca y difundido extensamente en el bajo medioevo por el catolicismo, ha sido vinculado con los duendes mineros. Los metalarios del periodo inicial de la alquimia, atribuían a los duendes, gnomos, Kobolds y al diablo mismo, las perturbaciones en el tratamiento de los metales. Por ejemplo, el nombre del cobalto deriva de Kobold (duende escandinavo) y níquel del diablo mismo, como lo llamaba un sector de alquimistas.
Consecuente con las exigencias del trabajo, el Muqui usa casco, ropa de minero y calza botas claveteadas. En otras tradiciones, se le representa como un geniecillo vestido de verde musgo, a veces con una finísima capa de vicuña o con el traje de agua que usan los mineros. Generalmente, porta en la cintura una lámpara, ya de carburo, ya eléctrica, según el avance teconológico de la mina. Lleva un shicullo, soga de pelos de la cola del caballo, atado a la cintura. Camina como pato, pues sus pies son de tamaño anormal. Sus extremidades inferiores pueden adoptar la forma de las patas de un ganso o cuervo. Asimismo, pueden tener la punta hacia atrás. Por ello su ropa les cubre hasta los pies. Los curiosos esparcen ceniza o harina en su camino para auscultar la huella que dejan a su paso.
El Muqui se abstrae en el juego o el trabajo. Por esa razón bien puede observársele sin que lo advierta. En esa circunstancia, los audaces, logran cogerlo y sujetarlo con el shicullo. En tal caso, al Muqui "se le amarra sólo con soga de cerda de caballo, porque hasta el alambre lo rompe" (cf. Huanay: 78-79). Enseguida, se lo cubre con la misma ropa de su captor. Este secreto, lo inmoviliza. Ha habido mineros que habiéndolo amarrado lo han amenazado con llevarlo a la luz y el Muqui se ha vencido, sabedor de su debilidad: los reflejos del sol lo desvanecen y matan.
"Atrapar al Muqui es ambición de todo minero. Pues, por liberarse, el Muqui, se ve obligado a trabajar por el minero, en unos casos; en otros, lo hace depositario de una determinada cantidad de oro, con la que el minero se enriquece y retira de la mina".
(cf. Sosa y Tamara)#GGC11CEl Muqui puede andar solo o acompañado: refieren, algunos informantes, episodios protagonizados por varios Muquis formando grupos; otros dan fe sobre su inclinación de vivir solos. Pueblan, estos seres, un mundo de eterna oscuridad, sin tiempo. No se le ha visto envejecer, pareciera que el tiempo no le afecta. Y, en su sorprendente existir, se torna visible o invisible a los ojos mortales. Los Muquis gustan de lanzar penetrantes silbidos. Éstos, anuncian peligro y salvaguardan a los mineros de su simpatía. En otras ocasiones, producen desconcierto y miedo. Los Muquis, son comunicativos. Hablan a los oídos conversan en los sueños, poseen un extraño poder premonitorio. Esta energía dialogal es sentida, vitalmente, por las gentes de las minas. El Muqui no gusta de los agnósticos. Le molesta que duden de su existencia.
La mayoría de relatos coinciden en que es posible atrapar al Muki y hacer “pacto” con él para enriquecerse. En el caso más frecuente el enanito de las minas ofrece al trabajador hacer su “tarea” a cambio de coca, alcohol y hasta de la compañía de una mujer para mitigar su soledad. Pero casi siempre el resultado del pacto es trágico, pues a la larga de una u otra manera el minero incumple y el Muki se venga quintándole la vida.
La creencia en el Muki surgiría tanto de las antiguas tradiciones andinas sobre los demonios y pequeños seres que pueblan el “Uku Pacha” o mundo de abajo, como de los propios temores y de la necesidad de los trabajadores de encontrar una explicación a las cosas extraordinarias que suelen ocurrir diariamente en la labor minera.
De ahí que se atribuye a los Mukis los ruidos extraños, las inexplicables pérdidas de herramientas, los cambios en el estado de las labores de un turno a otro, el repentino agotamiento o cambio de dirección de una veta o manto de mineral y otras muchas cosas que ocurren en la mina y que en cambio tienen que ver con las características del trabajo en la minería, sometida ella misma a los caprichos de la geología y desarrollada a través de una compleja organización del trabajo colectivo.
El Muqui es un duende investido de poder. A su voluntad, hace aparecer o desaparecer las vetas (veta de oro). Está atento a las obsesiones, resentimientos, ambiciones y frustraciones de los mineros. Y, al tiempo que demuestra simpatía hacia unos, genera castigo y escarmiento a otros. Puede aliviar el trabajo, ablandar las vetas o endurecerlas, si prefiere. Suele conceder favores, establecer pactos, sellar alianzas, llegar a acuerdos a plazo fijo, que cobra puntual e inexorablemente. Pues, estos donantes de la buena o mala suerte, poseen un código de honor preciso y reservado. Su ética exige discreción y reciprocidad en sus pactos. De allí que los amigos del Muqui sean personas de opiniones reservadas y criterios parcos.
Como se advierte, en el imaginario popular, no existe un solo tipo de Muqui. Así como hay diversidad de elfos mineros a nivel universal, existen también variedades de Muquis en el mundo subterráneo de los Andes. Se les conoce por los lugares en que se hicieron visibles. Sus diferencias son formales antes que de esencia. Así tenemos Muquis de Huacracocha, de Goyllar, de Morococha, de El Diamante, de Santender, de la Mina Tentadora, de la mina Julcani, de Excélsior, por citar algunos de los más conocidos de una inacabable relación que corresponde a la tradición oral de las minas.
Mansión del Muqui
La mina ha sido, secularmente, un espacio violento. Es el escenario en el que se desarrolla un trabajo peligroso y donde, irónicamente, descansan riquezas ocultas. El sino de la mina, y por lo tanto del minero, está marcado por la buena o mala suerte. A veces, el riesgo de su explotación resulta gratificante y, otras, desalentador. Por ello, las historias de las minas refieren períodos de bonanza y, al mismo tiempo, episodios trágicos de sufrimiento y muerte. En la evolución de toda mina se han dado la mano la fortuna y la agonía.
El elfo de las minas andinas necesitó de un hábitat complejo y adecuado a sus peripecias. Ya en tiempos coloniales, cuando las condiciones técnicas mejoraron y la ambición se apuró, las minas crecieron. Surgieron frontones, niveles, tajeos, piques, stops, chimeneas, botaderos, labores, un universo de recovecos y sorpresas. Allí se agitaban decenas de hombres, animados por el titánico esfuerzo de extraer los minerales, al tiempo de procurarse un salario. Una lógica distinta y desconocida desplazó a la lógica de la sociedad prehispánica, en la que el trabajo en las minas estaba organizado e impregnado de un profundo respeto por la Pachamama. Este cambio radical aconteció en el virreinato y pervive en el presente siglo, sin que los influjos de la tecnología moderna obstaculicen lo esencial de su lógica. Ese parece ser el espacio en el que apareció el Muqui, como resultado del enfrentamiento y a la vez encuentro de dos culturas. Posiblemente la idea de la existencia de este duende fabuloso se haya iniciado en Potosí. Mas fue en el centro andino del Perú donde logró su plena fisonomía y adaptación, conviertiéndose en el héroe de una frondosa tradición oral.
Para las personas ajenas al laboreo de minas existe un lado sórdido, caótico y amenazante en el mundo subterráneo. Hay, desde otra perspectiva, seres habituados al peligro, a los golpes de sorpresa, al riesgo, a retar esa oscuridad fecunda. Allí, ese universo sórdido y temible, también tienen cabida el ensueño y la fantasía. Murales de tonos y colores inimaginables, conformando una flora divina: azules turquesas, naranjas encendidos, verdes marinos, se combinan merced a filtraciones de sulfuro y oxidaciones. Y, así como se ubican lugares tenebrosos, es posible hallar escenarios serenos y bellos. Los climas son variados: candentes, infernales, en algunas zonas; templados en otras y frígidos en las demás. Si la mina es amplísima y antigua, encontraremos lugares de laboreo febril; otros, de abandono y olvido, en donde descansan el silencio y los gases tan invisibles como letales. Todo ello, envuelto en una noche eterna. Ésta es la mansión ideal para la existencia del Muqui, escenario en donde nuestro personaje dibuja sus insólitas aventuras, territorio que lo transforma en el duende maravilloso de las minas andinas.
Verdad o leyenda
Verdad o leyenda, lo cierto es que si bien hay muchas historias sobre el Muki, la mayor parte de los relatos y los encuentros con él ocurren antes de la década del setenta. Sin embargo, y hago énfasis en esta parte, últimamente se han declarado nuevos acercamientos y afirmación de su presencia, siendo las minas miradas cada vez con mayor respeto.
No por eso deja de ser temido el enanito de las minas. En minas como las de Huancavelica, en alguna medida el tradicional “boleo” de coca está relacionado al pago a la tierra para protegerse de los peligros del Muki. En Caylloma (Arequipa) una vez al año los mineros le sacrifican una llama o un carnero, mientras que los trabajadores de Vinchos o Cerro de Pasco (Pasco) depositan en su honor coca y aguardiente en la mina. Celebraciones similares se siguen haciendo en otros campamentos y era costumbre también hacerlas hasta hace algunos años en otros centros mineros, incluso con el apoyo de las empresas que entregaban dinero o mercancías para la celebración.
Notas y Bibliografía
Las ciudades listadas arriba se encuentran en Perú así como los testimonios que sirvieron de base.
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- Lira, Jorge. “Diccionario Kechua-Español”.
- Barrionuevo, Alfonsina. “El Muki en el Perú minero": Tomo II de Samame Boggie.
Véase también
Enlaces externos
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