La restauración del capitalismo es un período de transición al capitalismo y la economía de mercado iniciado en las antiguas economías planificadas de la antigua URSS, Europa del Este y la República Popular China, entre otras, hacia la década de los 80 y 90 por el conjunto de reformas económicas y políticas conocidas como perestroika y glasnost en la antigua URSS, con Gorbachov como presidente, o como socialismo con características chinas en China, a partir de 1978, bajo el gobierno de Deng Xiaoping, y que tuvo consecuencias similares en otras antiguas economías planificadas de Estados satélites.^[1] Este proceso pondría fin en estos estados a su anterior sistema basado en la propiedad estatal de los medios de producción, el monopolio del comercio exterior y los planes quinquenales, dando lugar a las políticas de privatización y a la introducción y extensión de la propiedad privada^[2] en diversos sectores de la economía, que caracterizarán al posterior período post-comunista.

Todo ello acarreó una serie de consecuencias propias del capitalismo, en el estilo de vida, que resultaban desconocidas hasta el momento, tales como el desempleo, la caída del salario mínimo, el aumento de la privatización de empresas, las crisis cíclicas, recortes en los servicios sociales y pérdida de calidad en los servicios públicos como la sanidad o la educación, la subida de impuestos, reducción de ayudas gubernamentales, el aumento de la especulación, el incremento de la delincuencia y el aumento de la violencia de extrema derecha contra la presencia de extranjeros,^[3] la aparición de mafias organizadas, el aumento de la corrupción en los cargos públicos, el desarrollo de la prostitución, el aumento de la desigualdad social y, en definitiva, el incremento de la polarización social etc.

Esto, sumado al férreo control y monopolio político de los respectivos Partidos Comunsitas en un régimen político heredado de la burocracia estalinista, y el mantenimiento de procedimientos represivos del Estado contra manifestaciones de descontento popular e individual, daría lugar a sucesivas protestas, que conducirán a un período conocido como de las Revoluciones de 1989, que culminará con la caída del muro de Berlín (1989), de los regímenes de partido único en la URSS y Europa del Este, el estallido y paralización popular del Golpe de agosto de 1991 y la disolución de la antigua URSS.

Es especialmente significativa a nivel político la disolución de la antigua URSS, por cuanto caía una de las principales potencias militares, políticas y aeroespaciales a nivel mundial, clave para comprender la historia de la mayor parte del siglo XX, en especial en la época de la llamada Guerra Fría. Ésta se vio acelerada por las consecuencias que tuvo a nivel político la glasnost, por la situación de crisis en la economía heredada de los años anteriores y que no fue capaz de resolver sino de complicar aún más todo el conjunto de medidas privatizadoras desarrolladas por la perestroika, y en especial de medidas secesionistas promovidas por los gobiernos de las distintas repúblicas soviéticas periféricas, que encontraron respaldo en el movimiento popular de las nacionalidades oprimidas.

Todo esto condujo, por un lado, a la disolución, más tarde o más temprano, de la mayoría de las antiguas economías planificadas de los países del llamado socialismo realmente existente (según el trotskismo Estados obreros degenerados), y su incorporación paulatina al sistema capitalista mundial, en la fase de la denominada globalización. Supuso, o permitió a su vez un salto cualitativo en el desarrollo a nivel mundial de las políticas neoliberales, basadas en la privatización de servicios públicos y amplios sectores de la economía, y en una mínima intervención o injerencia estatal en materia económica.

Pero también condujo, a la par, a una caída de los antiguos regímenes de partido único de origen estalinista (basados en una férrea nomenklatura), y la adopción de un régimen de democracia formal ó parlamentaria. Éste no siempre supuso, como en el caso de Rusia, un incremento del pluralismo político, sino en ocasiones, una mayor concentración del poder político y policial estatal en torno a presidentes autoritarios del tipo de Putin, fortalecido mediante mecanismos de reelección como el control mediático y el fraude electoral, que han servido de base para instigar protestas populares conocidas como Revoluciones de colores en varios países de Europa del Este, y que, a falta de alternativas reales favorables a los intereses de la población, favorecen de manera gradual, o transitoria, los intereses de grupos pro-occidentales, siendo el ejemplo más conocido el de la Revolución Naranja en Ukrania, que consiguió impedir el fraude electoral y permitió la reelección del líder Víktor Yushchenko, cuyo gobierno abrió las puertas del país a las políticas pro-occidentales y profundizó en políticas neoliberales, frustrando las espectativas del pueblo y llevándolo a volver, dos años después, a manifestarse, enfrentando al gobierno y abriendo una nueva crisis política.^[4]

Referencias