Clima mediterráneo

Clima mediterráneo
Áreas de clima mediterráneo según la clasificación climática de Köppen.

El clima mediterráneo es una variante del clima subtropical (en el clima mediterráneo típico), o del clima templado (en el clima mediterráneo continentalizado) que se caracteriza por sus inviernos templados; y los veranos secos y calurosos. El nombre lo recibe del Mar Mediterráneo, área donde es típico este clima, pero también está presente en otras zonas del planeta. Se caracteriza por tener una pluviosidad bastante escasa (500 mm) y concentrada en las estaciones intermedias (primavera y otoño), con temperaturas muy calurosas en verano y relativamente suaves en invierno, con un periodo más o menos largo de heladas en esta estación. La vegetación resultante es arbórea de tipo caducifolio o perennifolio con los árboles no muy altos y unos estratos herbáceos y de matorrales. Afecta principalmente a los países que rodean el mar mediterráneo.

El clima mediterráneo también es un clima con lluvias estacionales. Pero su distribución es la inversa a la del clima de la zona intertropical. No llueve en verano, lo que genera un gran estrés hídrico. Por otro lado, los meses de invierno puede llegar a helar. Las precipitaciones anuales son intermedias entre las de los climas templado y tropical y las del clima subtropical (oscilan entre los 400 y 800 mm generalmente). Así pues, el clima mediterráneo es una mezcla de clima templado con características tropicales, lo que lo enriquece de elementos de la flora de ambas latitudes. Tiene un estrato arbustivo y lianoide muy desarrollado, de herencia tropical, que enriquece el bosque y lo hace apretado y a veces incluso impenetrable. El follaje de los árboles y arbustos permanece en la planta todo el año, ahorrando así una excesiva producción de material vegetal, muy costoso de hacer por tener muchas defensas. Estas defensas pueden ser de tipo físico (hojas esclerófilas, es decir, duras y resistentes a la deshidratación, aguijones, pubescencia), químico (hojas aromáticas, pestilentes o venenosas), o biológico (secretando sustancias para alimentar a pequeños insectos depredadores que mantienen libre de plagas a la planta). Son estrategias desconocidas en el mundo templado, y que mezclan las del mundo tropical húmedo (hojas perennes) y seco (hojas xeromorfas, espinosas, aromáticas, atractores de hormigas).

Las denominaciones típicas de las formaciones resultantes son la garriga en el mediterráneo, el chaparral en California o el fynbos en Sudáfrica o el matorral chileno en Chile.

Contenido

Los diferentes climas mediterráneos

Climograma de Toledo (España), un ejemplo del clima mediterráneo continentalizado.
Viñedos en California, esta región formaría parte del mediterráneo de ultramar.
Monte del Pardo, un paisaje propio del clima mediterráneo continentalizado.

Mediterráneo continentalizado

No todas las zonas mediterráneas del mundo conocido son iguales, por ejemplo en La Meseta española (dividida en: Submeseta Norte y Submeseta Sur) de la Península Ibérica, esencialmente son de clima mediterráneo, pero con varios elementos de clima continental, por las amplitudes térmicas pronunciadas tanto diarias como anuales, con veranos calientes (en la meseta sur) e inviernos severos y algunas precipitaciones de nieve. De hecho, sin la influencia del océano y de las borrascas que tienen asociadas condiciona que la lluvia caiga en diferentes épocas del año, pese a que coincida siempre con que no sea en los meses más cálidos. Generalmente, los máximos de lluvias suelen ir asociados al solsticio de invierno, que es cuando las borrascas de latitudes frías se acercan hacia el ecuador al retirarse los potentes anticiclones subtropicales.

En cambio, en los lugares alejados de la influencia oceánica, como le pasa a la parte occidental de la cuenca mediterránea, las borrascas llegan muy desgastadas y las lluvias invernales son escasas. Entonces, las lluvias más importantes se dan en primavera y en otoño, ligadas a irrupciones de aire frío ascendente. Son lluvias derivadas de masas de aire inestables y no provocadas por los frentes, que pueden ser muy fuertes y suelen provocar inundaciones. Son más probables en otoño donde las irrupciones de aire frío se encuentran con un mar que aún está cálido.

Mediterráneo con influencia oceánica

Las zonas mediterráneas de ultramar, la costa de California, la costa de Chile central, las zonas de Perth y Adelaida en Australia y la franja costera sudafricana en torno a Ciudad del Cabo son el paradigma del primer caso comentado, donde la influencia oceánica da lugar a lluvias concentradas en invierno principalmente. Aun así, Sudáfrica y Australia están influidas por los ciclones tropicales, de forma que en verano pueden producirse algunas precipitaciones.

La flora mediterránea

El alcornoque es un árbol típico mediterráneo.
La encina es un típico árbol de clima mediterráneo continental, soporta tanto temperaturas superiores a 40ºC como fuertes nevadas y heladas. Destaca en España.

Muchos de los acontecimientos históricos, tanto geológicos como climáticos, han determinado la distribución y riqueza actual de la flora mediterránea. Cada una de las diferentes áreas mediterráneas del mundo ha tenido su pasado peculiar, pero se puede decir que la evolución de la flora ha sido desde el principio separada en dos grandes áreas: las tierras del hemisferio sur y las tierras del hemisferio norte.

Así, Australia, Sudáfrica y Sudamérica presentan muchas plantas próximas, que derivan de una flora pretérita única que poblaba Gondwana. Familias enteras de plantas tienen una repartición eminentemente austral (Proteáceas, Podocarpáceas, Ericáceas, Restionáceas, Mirtáceas, etc.) con gran diversidad de géneros y de especies que son endémicos de cada continente. Esto es así debido al relativo aislamiento que han padecido estas tierras separadas de golpe hace tantos millones de años (aislamiento sólo roto por algunos fenómenos migratorios transoceánicos y por la conexión ahora hace 5 millones de años de las dos Américas), hecho que ha promovido una fuerte especiación y ancianidad de la flora (un ejemplo de esto es la repartición de los géneros de coníferas, pues encontramos los representantes más antiguos como Podocarpus, Araucaria, Welwitschia, Fitzroya o Larix americano en áreas australes, y los más nuevos como Pinus, Abies, Picea, Larix en áreas boreales). También es muy sintomático que la familia de plantas en flor (angiospermas) más arcaica esté confinada al hemisferio sur (Winteráceas).

En cambio, Norteamérica, Europa y Asia son profundamente diferentes. De hecho, las cosas que tienen en común son más bien la ausencia que la presencia de grupos afines (carecen de familias tropicales y australes). Asia concentra los representantes más arcaicos de la flora boreal (siguiendo el ejemplo puesto de las coníferas, géneros paleoendémicos como Ginkgo, Ephedra, Cryptomeria, Metasequoia, etc.). También es el centro de máxima diversidad de muchos géneros y familias repartidos por el hemisferio norte como Fagus, Cupressus, Taxus, Magnolia (que por otro lado es miembro de la familia de angiospermas más primitiva del hemisferio norte). De hecho, se piensa que Asia ha sido uno de los principales puntos de especiación de la flora boreal, y donde el efecto de las últimas glaciaciones fue más atenuado.

Norteamérica y Europa han tenido una historia reciente que ha marcado profundamente la vegetación actual. La flora terciaria, esplendorosamente selvática, sucumbió a las glaciaciones, dejando paso a los elementos más septentrionales de la flora, adaptados al frío y la nieve. Pero a pesar de todo, aun cuando se puede decir que la dureza y tenacidad del mal tiempo fue equiparable en ambos continentes, la suerte que padecieron sus plantas fue diferente.


Norteamérica, dado el movimiento horizontal de sus placas tectónicas, tiene una orogenia en sentido Norte-Sur, siguiendo los meridianos de la Tierra. Esto permitió el desplazamiento latitudinal de su flora en áreas refugio que se encontraban a más o menos altura, y preservó de la extinción a numerosas especies.

Europa, dado el movimiento vertical de sus placas tectónicas, tiene una orogenia en sentido Este-Oeste, que va siguiendo los paralelos de la Tierra. Esto interrumpió el desplazamiento latitudinal de su flora, aislándola en lugares minúsculos relícticos (donde las glaciaciones no tenían tanto efecto por razones microclimáticas), dando lugar a la extinción de numerosas especies.
Un ejemplo de la consecuencia final de todo esto es que existe casi el doble de especies de los géneros Quercus y Pinus en la pequeña área californiana mediterránea (de unos 150.000 km²) que en toda Europa (de unos 6 millones de km²), donde se mezclan climas tan diversos como el mediterráneo, el templado o el boreal.

Adaptaciones morfológicas y fisiológicas de las plantas mediterráneas

El romero es una planta adaptada al clima mediterráneo.
La jara pringosa es una especie adaptada a la sequía estival de este clima que ha desarrollado unas hojas especiales para recoger el agua de la evaporación.

El clima Mediterráneo presenta unas restricciones acusadas para la vida durante la época estival. La carencia de precipitaciones conjuntamente con las elevadas temperaturas producen unas condiciones de gran demanda de agua para las plantas.

El potencial de evaporación que presenta la atmósfera es muy elevado. Cualquier planta que no tenga ningún mecanismo para parar el agua que contienen los vasos conductores de la planta provenientes de las raíces enseguida quedaría mustia y desecada. Por ello, todas las plantas, no sólo las mediterráneas, tienen unas compuertas que se abren y cierran denominadas estomas, y que se encuentran en todas las hojas. Son las bocas por donde la planta transpira al fotosintetizar de día, y respira por la noche (cuando no hay luz).

Estas compuertas, en el caso del clima mediterráneo, están muy bien reguladas y protegidas del excesivo calor y la desecación por pelos y concavidades. Esto hace que durante las horas más cálidas y los días más secos, los estomas estén cerrados, para evitar excesivas pérdidas de agua a hojas y raíces.

Pero para asegurar mejor que el agua no se pierda por difusión a través de las paredes de la hoja, las plantas han desarrollado más estrategias. Por un lado, han fortalecido e impermeabilizado las hojas con un tejido muy resistente denominado esclerénquima, que imposibilita la pérdida de agua que no sea por los estomas. Las hojas con este tipo de adaptación se denominan hojas esclerófilas. Por otro lado, para evitar un excesivo calentamiento del tejido vegetal en las horas que la planta no transpira, la hoja reduce su superficie absoluta y también la relación que tiene con el volumen de la hoja (relación superficie/volumen que tiene su óptimo en las formas esféricas o bien cilíndricas). Hay que pensar que cuando se transpira hay una pérdida neta de energía calorífica y esto redunda en una refrigeración activa de la hoja. Esto hace que las hojas de la planta sean pequeñas y planas o bien largas y cilíndricas (o bien recurvadas como en el romero). Ejemplos de estas adaptaciones son los arbustos dominantes en el fynbos surafricano o el chaparral californiano.


Otra adaptación al exceso de temperatura es el recubrimiento por una densa capa de pelos blancos y lanosos que aíslan a la planta de las temperaturas extremas y reflejan los rayos solares, evitando así el máximo el absorción de calor.

Una adaptación extrema que tienen las plantas de climas áridos es la suculencia. Éste es un fenómeno que presentan muchas familias diferentes de plantas crasas (Cactáceas, Agaváceas, Crasuláceas, Asclepiadáceas, Bromeliáceas, Liliáceas, etc). Todas ellas tienen la característica de presentar una gran reserva de agua que engrosa tallos y hojas, volviéndolos al tacto blandos y turgentes.

Este almacén de agua proporciona a la planta una relativa autosuficiencia y la previene para largas épocas de sequía. Además, ésta separa en el tiempo las dos fases de la fotosíntesis (captación de CO2 y captación de luz), lo que permite poder tener cerrados los estomas de día (no hace falta tenerlos abiertos para que capten luz los cloroplastos) y abrirlos por la noche para almacenar el CO2 que al día siguiente servirá por poder cumplir la fotosíntesis. La ventaja de abrir los estomas por la noche es que la temperatura es más fría y por tanto la transpiración disminuye, evitando así pérdidas excesivas de agua. El mecanismo descrito también es propio de las plantas de metabolismo C4.

Véase también


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