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Dominium mundi
El Dominium mundi es el nombre con que se conoce la idea de dominio universal desarrollada en la Edad Media. Inspirado en el recuerdo del antiguo Imperio Romano, este propósito implicaba el reconocimiento de una autoridad suprema, lo que generó una prolongada pugna política y espiritual entre el poder imperial y el eclesiástico, representados principalmente en el Sacro Imperio Romano Germánico y la Iglesia Católica, los que erigían como máximos líderes al Emperador y al Papa respectivamente.
La idea de dominio universal marcó una época, dividiendo a la sociedad en dos bandos: güelfos y gibelinos. Los primeros apoyaron a la Iglesia, mientras los segundos al Imperio. Luego de doscientos años de diferencias (siglos XII y XIII), ninguno de los poderes se impuso sobre el otro, debido a la mutua dependencia existente entre ambos. Desde entonces, y a causa del surgimiento de poderosos reinos prácticamente independientes de la Iglesia y el Imperio, la idea del Dominium mundi no volvió a aparecer en su esencia original, a pesar de que ambos poderes universales subsistieron.
Contenido
La idea imperial
Auge y sustento
En la época del reinado de Federico I Barbarroja (1152-1190), la idea imperial llegó a su madurez. Se resalta su continuidad en Europa desde la época romana, a través del eslabón carolingio. De hecho, Federico I se refería a Carlomagno como modelo de emperadores y lo hará canonizar en 1165 sin los debidos requisitos.
Se utilizan también a favor de las ideas imperiales las tesis sobre la soberanía pública que contiene el derecho romano (redescubierto por los juristas y políticos europeos en el siglo XII). De ellas se deducía la unicidad y el carácter universal del Imperio, considerado como "un proyecto de dominio mundial" que simboliza toda la época.
Dadas estas premisas, se pensaba en la corte de Federico I que el Imperio, establecido directamente por la voluntad divina como forma de organización política de la humanidad, era sagrado. La expresión Sacrum Imperium aparece por primera vez, en efecto, en un documento del año 1157.
En un plano distinto, no se puede olvidar que al siglo XII le correspondió ver el inicio de la revitalización del poder monárquico por sobre el de los señores feudales, luego de varios siglos de profundo decaimiento de la autoridad real. El Imperio no se mantuvo al margen de esta evolución, recobrando fuertemente su prestigio, sin embargo la manejo mal, de lo que vendrían importantes consecuencias para el futuro político de los territorios de Alemania e Italia.
La reconstrucción de las monarquías iba también en contra del proyectado Dominium Mundi. Por esto, tanto Federico I como su hijo y sucesor Enrique VI, intentaron conciliar ambos sucesos imaginando un imperio temporal universal, a cuyo frente se ubicaría un emperador con autoridad suprema, superior al poder de los reyes diversos, llamados "régulos" o "reyes locales". Esta autoridad suprema parecía necesaria, pues se pensaba que el Imperio era la forma de mantener unida a la cristiandad en espera del fin de los tiempos. Sin tener en cuenta este elemento escatológico y mesiánico, no se puede entender correctamente lo que el Imperio significaba para los hombres de la época, en especial para el emperador Federico I.
La visión de la Iglesia
Los fundamentos de la visión eclesiástica podemos observarlos desde las siguientes fuentes:
- Según el papa Alejandro III:
La unicidad de la creación implica también la unicidad de la autoridad suprema sobre todas las criaturas. Ésta debía corresponderle al papa por la propia superioridad de su poder espiritual y porque la salvación eterna, que éste promovía, era el fin social primero.
- Según el Summa Coloniensis (texto de 1170):
El papa es el verdadero emperador, siendo el emperador efectivo vicario suyo (papa verus imperator est, et imperator vicarius eius).
- Según Geroh de Reichersberg y los grandes canonistas como Graciano y Huguccio:
El poder temporal laico poseía funcionamiento autónomo, tanto para escoger a los que lo ejercían por medio de la elección o la herencia, como para desarrollar sus propios medios administrativos sin interferencias. El papa conservaba, sin embargo, una autoridad suprema, pero sólo podía ejercerla para sancionar o refrendar los actos políticos, no para modificarlos ni actuar directamente, salvo por motivos morales o religiosos (ratione peccati: "por razón de pecado") o cuando fuera preciso dirimir una cuestión para la que ningún otro poder del mundo estuviese autorizado.
Derecho imperial y eclesiástico en los siglos XII y XIII
Derecho romano
En los siglos XII y XIII el redescubrimiento del antiguo derecho romano y la ordenación del derecho canónico o eclesiástico iniciaron una época nueva para el ordenamiento jurídico del Mundo Occidental. Este hecho influyó profundamente en el acontecer político de la época, y muy en especial en el curso de la pugna por el Dominium mundi entre el Imperio y el pontificado.
El Derecho romano que conocerá la Europa medieval es exclusivamente la recopilación realizada por el emperador Justiniano en el siglo VI, que consta de varias partes bien diferenciadas:
- El Digesto o Pandectas, compendio de jurisprudencia.
- Las Institutiones o manual de estudio que, en parte, compendia al anterior.
- El Código de Justiniano, que reúne todas las constituciones dadas por los emperadores desde la época de Adriano.
- Las Novelas, o constituciones imperiales posteriores al año 53.
De todos estos componentes, el de mayor influencia en el nuevo descubrimiento medieval fue el Digesto. La obra justinianea que, desde el siglo XVI, se conocerá con el nombre de Corpus Iuris Civilis, pero su difusión era escasísima y a través de compendios que la deformaban.
En los siglos XII y XIII, por el contrario, y en una ciudad de la Romaña italiana, Bolonia, se produjo un renacimiento de los estudios romanistas que influiría sobre toda Europa. No fue escaso, en esta difusión, el papel de los emperadores romanogermánicos, que actuaban, ya lo hemos visto, movidos por su interés político tanto como por su supuesta condición de sucesores del antiguo Imperio romano.
Los maestros de esta famosísima "escuela de Bolonia" actuaron según un método de estudio muy medieval, el de la glosa o comentario del contenido y significado de los textos justinianeos. No se trata de comentarios críticos, sino más bien analíticos. Los profesores boloñeses aceptan el derecho justinianeo como algo superior e incluso supremo; se limitan a comentarlo, sin demasiado bagaje crítico, pues para ello les habrían sido necesarios unos conocimientos filológicos (dominio del griego y estudio de los textos originales) e históricos de los que carecían. Pero de su comentario se deducen consecuencias fundamentales para la Europa de la época, mediante la creación de una casuística riquísima que cubría un campo de hipótesis jurídicas muy superior y mucho más amplio que el conocido hasta entonces. La fundación de la escuela de maestros boloñeses se debe a Irnerio, a comienzos del siglo XII. Discípulos suyos fueron Hugo, Búlgaro, Jacobo y Martín, llamados "los cuatro doctores" por su sabiduría e influencia. Todos ellos fueron gibelinos (apoyaron la idea del Imperio por sobre el pontificado) y partidarios de Federico I, del que son contemporáneos.
Derecho canónico
Por los mismos tiempos, aunque con algunos decenios de diferencia, se produce una sistematización del derecho eclesiástico que va a dar origen al llamado derecho canónico en toda su plenitud. Romanistas y canonistas son hermanos de oficio y de mentalidad, como fruto de una misma época, aunque los segundos defiendan los derechos pontificios, por la misma materia que trataban.
El primer compilador y sistematizador de los cánones de concilios universales anteriores fue Graciano, maestro boloñés de teología, escribió hacia 1140 su Concordancia de las Discordancias de los Cánones,, llamada corrientemente Decreto. La obra de Graciano, no tuvo carácter oficial, pero alcanzó gran prestigio y provocó en los decenios siguientes un auge de las consultas jurídicas formuladas a los pontífices, algo lógico en una época de insuficiente organización del poder civil como era aquélla. Éstos contestaban por medio de litteras decretales o "decretales", cuya recopilación se hizo necesaria, al cabo, como única forma de utilizar y conservar la riqueza jurisprudencial que contenían, ya que no sólo afectaban a materias eclesiásticas, sino también seglares y civiles.
La primera compilación se debe a Ramón de Penyafort, un dominico catalán, y lleva el nombre de Decretales de Gregorio IX; reúne las decretales aparecidas entre 1154 y 1234 y se divide en cinco libros, por lo que la siguiente recopilación, que abarca hasta 1298, se conocerá con el nombre de Liber sextus. En el siglo XIV se realizarán nuevas compilaciones, las Clementinas, las Extravagantes de Juan XXII y las Communes. Desde el siglo XVI, todo este Derecho canónico en sus compendios reconocidos oficialmente llevará el nombre de Corpus iuris canonici.
Decreto de Graciano y Decretales pontificias fueron comentadas por el mismo procedimiento de la glosa que se aplicaba al derecho romano. Y algunos de los principales glosadores jugaron un papel decisivo en la contienda contra el Imperio: Rolando Bandinelli, papa Alejandro III, y Sinibaldo Fieschi, papa Inocencio IV. La síntesis de glosas corre a cargo, sobre todo, de Bartolomé de Brescia, en el siglo XII, y también de Juan el Teutónico, en el XIII, de Huguccio de Pisa y de Enrique de Susa.
Desarrollo del conflicto
La dieta de Besanzón y las primeras diferencias
A su regreso de Italia, luego de haber ido en ayuda del pontífice Eugenio III, Federico I convocó una dieta en Besançon (1157), con objeto de reformar el estatuto político de su reino en Arlés. En aquella dieta se produjeron las primeras diferencias entre los altos funcionarios del emperador, en especial el canciller Rainaldo de Dassel, y el legado pontificio, y futuro papa, Rolando Bandinelli. La querella entre teócratas e imperialistas se avivava, siendo el pretexto la interpretación de un documento papal en que se aludía a los "beneficios" que el Pontífice otorgaba al emperador.
La palabra "beneficio", en ese entonces, tenía un significado muy específico, pues eran los vasallos quienes recibían beneficios o feudos de sus señores. Así lo entendió Rainaldo de Dassel y, puesto a polemizar, Rolando Bandinelli no tuvo inconveniente en aceptar la tesis de su rival: en efecto, para él, el emperador recibía el Imperio como un "beneficio" de manos del papa. Adriano IV, papa de origen inglés que coronó emperador a Federico I, aclaró posteriormente que la palabra tenía un sentido más general: el papa otorgaba beneficios espirituales, no feudos. Pero la querella se había reavivado, y cuando Rolando Bandinelli subió a la sede pontificia, se mostró como un verdadero renovador de las teorías teocráticas (véase Gregorio VII). Teorías que ya no tenían la simplicidad enérgica de los tiempos gregorianos. En la primera mitad del siglo XII, sobre todo, hay autores que continúan las tesis de Gregorio VII, como Hugo de San Víctor, Juan de Salisbury u Honorio Augustodunense, pero lo normal es que las ideas teocráticas asimilen de alguna forma las nuevas realidades: redescubrimiento del derecho romano, afirmación de los poderes políticos, complicación del esquema social en un mundo en el que los oficios y situaciones individuales posibles se multiplican, rompiendo el primitivo ideal de la "sociedad trinitaria" (políticos, militares y agricultores).
Federico Barbarroja contra Alejandro III
En 1158 se produjo el segundo viaje imperial a Italia. Poco después, la muerte de Adriano IV abrió una crisis sucesoria en el pontificado. En torno a ambos hechos se produce la primera coyuntura propicia para el enfrentamiento entre emperador y papa. Federico pretendía sojuzgar a las ciudades lombardas. Milán se alzaba a la cabeza de este nuevo mundo urbano. El emperador la asedió y la obligó a capitular, conservando ésta su autonomía interna pero aceptando plenamente la autoridad imperial. A continuación, Federico I reunió una magna asamblea en Roncaglia con el fin de reorganizar la administración del reino de Italia y recuperar en él toda su autoridad. Pareció conseguirlo, pero la resistencia contra sus medidas levantaría a las ciudades y renovaría su vieja "entente" con el pontífice, para el que la constitución de un poder imperial fuerte en el norte y centro de Italia era el peligro inmediato más grave contra su independencia política.
Papa y antipapa
Cuando murió Adriano IV, los 24 cardenales partidarios de oponerse al dominio de Federico I en Italia eligieron papa a Alejandro III, mientras los tres que preferían contemporizar daban su voto al cardenal Octaviano, que se tituló Víctor IV. La escisión permitió que Federico interviniera al modo clásico reuniendo un concilio en Pavía (enero de 1160), donde se reconoció como papa a Víctor IV, mientras Alejandro III buscaba apoyos en el reino normando del sur de Italia, cuyos reyes eran vasallos de la Santa Sede, y en otros países europeos, además de atizar el descontento lombardo contra el emperador.
Milán se sublevó de nuevo en 1161, pero fue conquistada por las armas y arrasada; poco después, Alejandro III se veía obligado a partir para Francia. Federico vencía, pero Alejandro era el papa reconocido por toda Europa, salvo el Imperio, y, aun así, contaba dentro de éste con aliados temibles, en especial en Italia, donde el emperador y sus cancilleres, Rainaldo de Dassel y Christian de Bach, organizaban un gobierno autoritario a contrapelo de las antiguas autonomías locales, que no se resignaban a aceptar su nueva suerte sin resistencia.
Culminación del intervencionismo imperial
La muerte de Víctor IV privaba también a Federico de un apoyo importante, porque los antipapas que hizo elegir para sucederle (Pascual III, Calixto III) no tenían justificación posible ni eran reconocidos de buen grado por el mismo clero alemán, ya que el emperador aprovechaba las circunstancias para inmiscuirse en la vida eclesiástica como en los peores momentos de la "Querella de las investiduras": En 1165, el sínodo de Wurzburgo y la seudocanonización de Carlomagno fueron la culminación del intervencionismo imperial. Además, la querella con Alejandro III obligaba a hacer concesiones y lograr alianzas tanto en Alemania como en otros países. Los grandes nobles germanos se hacen pagar cara su fidelidad y, en el exterior, Federico buscaba tanto la alianza francesa, nunca conseguida, como la inglesa, aprovechando la lucha existente entre el rey Enrique II y el arzobispo de Canterbury, Thomas Becket.
Pontificado e Imperio en la época de Federico I Barbarroja
1152: Federico sucede a Conrado III. Primer conflicto con el papa. Las iglesias escandinavas son separadas de Hamburgo.
1153: Tratado de Constanza entre Federico y Eugenio III.
1154: Federico en Italia; decreto de Roncaglia. Violencias contra las comunas italianas. Adriano IV, papa.
1156: Coronación imperial de Federico. Revuelta de Roma y retirada del emperador, que restituye Baviera a Enrique el León. Alianza entre Adriano IV y Guillermo I de Sicilia. Concordato de Benevento. Austria, ducado independiente.
1157: Asamblea de Besançon. Ruptura entre el emperador y el papa.
1158: Revuelta y castigo de Milán. Dieta de Roncaglia.
1159: Nueva revuelta de Milán. Sitio de Crema. Muerte de Adriano IV. Alejandro III, papa, y Víctor IV, antipapa.
1160: Toma y destrucción de Crema. Inicio del sitio de Milán. Asamblea de Pavía.
1162: Toma y destrucción de Milán. Alianza de Federico con Pisa y Génova contra Guillermo de Sicilia. Proyecto de entrevista entre Federico y Luis VII de Francia para poner fin al cisma. Thomas Becket, arzobispo de Caterbury.
1162-1165: El clero alemán pasa al partido de Alejandro III.
1163: Concilio de Tours.
1164: Venecia forma la llamada Liga de Verona contra Federico. Muerte del antipapa Víctor IV, sucediéndole Pascual III.
1165: Dieta de Wurzburgo. Persecución contra los partidarios de Alejandro III. Enrique II Plantagenet rompe con Alejandro III y reconoce a Pascual III.
1167: Federico se apodera de Roma. Formación de la Liga Lombarda, que se alía a la de Verona.
1168: Fundación de Alejandría en el Piamonte por las ciudades lombardas en honor de Alejandro III. Muerte de Pascual III.
1170: La Liga Lombarda se pone bajo la protección de Alejandro III. Negociaciones de Veroli entre el papa y el emperador.
1174-1175: Asedio de Alejandría por Federico.
1175: Tregua de Montebello.
1176: Federico es vencido en Legnano por las comunas italianas. Conversaciones de Agnani con el papa Alejandro III.
1179: Ruptura entre el emperador y. Concilio de Letrán: reorganización de la elección papal.
1180: Guerra contra Enrique el León.
1181: Reconciliación entre Federico y Enrique el León. Muerte de Alejandro III.
1183: Preliminares de Plasencia y paz de Constanza.
1184: Dieta de Maguncia: desposorios entre el futuro Enrique VI y Constanza I de Sicilia. Dieta de Verona.
1185: Alianza entre Federico y Milán.
1186: Ruptura entre Federico y Urbano III. Asamblea de Gelnhausen.
1188: Reconciliación del papa con la comuna romana.
1189: Reconciliación entre papa y emperador. Muerte de Guillermo de Sicilia; le sucede el hijo del emperador y futuro Enrique IV.
1190: Tercera Cruzada: muerte de Federico en el Asia Menor.
Personajes involucrados
Imperialistas
- Enrique IV
- Enrique V
- Federico I Barbarroja
- Enrique VI
Teócratas
- Gregorio VII
- Urbano II
- Pascual II
- Enrique el León
- Urbano III
- Alejandro III
- Inocencio IV
- Geroh de Reichersberg
- Graciano (jurista)
- Huguccio
Véase también
- Santa Sede
- Sacro Imperio Romano Germánico
- Poderes universales
- Cesaropapismo
- Translatio imperii
- Teocracia
- Agustinismo político
- Dos espadas
- Plenitudo potestatis
- Dictatus papae
- Querella de las Investiduras
- Güelfos y gibelinos
Referencias
- La naissance de l'esprit laïque au déclin du Moyen Āge, 2da. ed., París-Lovaina, 1970 (Lagarde, G.).
- Histoire du christianisme, volumen VI. Un temps d'épreuves (1274-1449), París, 1990 (Congourdeau, M.H.). ISBN 2213026297
- Historia del pensamiento político en la Edad media, Barcelona, 1992 (Ullmann, W.). ISBN 0140551026
- El Papado. Breve historia del pontificado, Saldes, 2003 (Kalyan).
- La Edad Media, tomo X de la Colección de Historia Universal Salvat, 2005.
Enlaces externos
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