Incendio de la Iglesia de la Compañía

Incendio de la Iglesia de la Compañía
Acuarela que retrata el incendio.

El incendio de la Iglesia de la Compañía de Jesús fue el incendio más grande que haya afectado hasta ahora a la ciudad de Santiago, capital de Chile. Más de 2000 personas, principalmente mujeres y niños, fallecieron dentro de la céntrica iglesia durante una festividad religiosa, el martes 8 de diciembre de 1863, y por su magnitud ha sido considerado uno de los peores incendios de la historia moderna.

Contenido

La tragedia

Nota: Se ha conservado cuidadosamente la ortografía original, con sus contradicciones y frecuentes errores de léxico, redacción y tipografía.

La iglesia de la Compañía de Jesús, estrechamente asociada con el culto mariano, estaba ubicada una cuadra al poniente de la Plaza de Armas de Santiago, en la esquina norponiente de las actuales calles Compañía y Bandera, donde hoy se encuentran los jardines de la Cancillería, ex Congreso Nacional.

A las 19:45 del martes 8 de diciembre de 1863, debía celebrarse la misa en conmemoración de la Inmaculada Concepción con la que se daría por finalizada la celebración del mes de María, una de las festividades religiosas más populares del Catolicismo chileno.

Era la iglesia de moda de la alta clase social. La regentaba en 1863 el clérigo don Juan Ugarte que gustaba dar gran esplendor a las funciones que allí se celebraban. Fué [sic] uno de los primeros que introdujo en Chile la celebración del Mes de María que comenzaba el 8 de noviembre para terminarlo el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen María y por ser ese el mes de las flores entre nosotros. El señor Ugarte adornaba el templo con una profusión de colgaduras, cenefas y flores naturales y artificiales que eran un primor. Durante ese mes la concurrencia se desbordaba. El 8 de diciembre por la mañana más de tres mil personas habían recibido la Santa Comunión y el señor Ugarte invitó al concurso para que volviera a la noche, a la última distribución de la clausura del Mes de María.[1]
Abdón Cifuentes Espinosa, Memorias, 1936 (ortografía original).

Ya al atardecer, el santuario estaba iluminado por miles de lámparas de aceites, hidrógeno y parafina y adornado con cortinajes, globos de colores, cintas y flores de papel.

En los días de novena había yo estado en la Iglesia [...], de suerte que conocía las disposiciones interiores del adorno y alumbrado que fueron causa del siniestro.

El altar mayor era, hasta la misma bóveda del edificio, un monumento de velas y flores que sobrecubría las columnas y demás miembros del mismo altar. Una cantidad de arañas de diferentes portes colgaban en disposiciones de simetría, aumentando por los aires el número incalculable de las luces colocadas sobre candeleros. Cortinajes con orladuras de oropel adornaban las cornisas de todo el templo, cuyas líneas generales eran acentuadas por nuevas filas de velas encendidas que seguían al mismo tiempo los arcos de las naves y el círculo desde donde se levantaba la cúpula. Las llamas del gas, más vivas y claras que las de las velas y cirios, habían sido dispuestas en media luna bajo la imagen de la Purísima, en el centro de aquella apoteosis.

Se dijo que allí estuvo el origen del fuego; pero es cierto que nadie lo supo a punto fijo, pues todas las hipótesis eran combatidas por otras.[2]
Ramón Subercaseaux Vicuña, Memorias de ochenta años: recuerdos personales, críticas, remiscencias históricas, viajes, anécdotas, 1936.

Cerca de las 18:45, una de estas lámparas habría fallado, encendiendo el fuego que se extendió velozmente. Las primeras llamas provocaron gran pánico entre los fieles, principalmente mujeres y niños, los cuales se precipitaron a las salidas. Los grandes vestidos con crinolina usados en la época hicieron que el escape fuera difícil, si no completamente imposible, provocando que las personas cayeran y fueran pisoteadas por las que venían detrás. Esto provocó un tumulto que bloqueó las puertas impidiendo la huida de las personas, que fallecerían aplastadas por la multitud, calcinadas por las llamas o sofocadas por el humo.

Como entonces no había asientos para las mujeres en ninguna iglesia [...] nosotras teníamos que llevar una pequeña alfombra para sentarnos en ella y no sufrir tanto con el frío de los ladrillos. Estas alfombritas parece que enredaron a muchas de las víctimas de esta horrible catástrofe, y lo mismo que la amplitud y resistencia de los vestidos de las señoras, contribuyeron a inmolar a muchas en ese día de lúgubre memoria.

La iglesia era más bien pequeña, de una sola nave y sin más puertas de salida que una grande en la fachada y una pequeña [...] que permitía salir a un callejón que separaba la iglesia del edificio del Congreso, entonces en construcción. El altar de la Virgen estaba esa tarde muy engalanado con tules y flores artificiales, que eran las únicas que se usaban entonces en las iglesias, y muy iluminado con profusión de velas, única luz que podía usarse en aquellos días a más de las lámparas de aceite. De improviso comenzaron a quemarse los tules, lo que quizás no se advirtió, por los fieles, desde el primer momento y no pudo sofocarse por eso el incendio, el que fué [sic] cundiendo con rapidez a causa de las flores que, como eran de tela encerada, facilitaban extraordinariamente la propagación del fuego. Por las colgaduras del altar trepó hasta la cúpula que era toda de madera y en poco tiempo abrasó toda la iglesia.

Parece que, en un principio, la gente que estaba bien colocada, no pretendió moverse creyendo que se lograría sofocar en el acto el pequeño fuego; pero, cuando éste se hizo amenazante, se abalanzaron todas a un mismo tiempo hacia la puerta de entrada, con tal empuje y precipitación, que se formó en ella una masa humana y una lucha entre las que desesperadamente querían huír [sic] de la hoguera y los que anhelaban entrar para salvar a los suyos [...] La confusión dicen que era enorme, que el humo no dejaba ver, que era imposible el respirar, que nadie podía conservar la calma y el raciocinio en semejantes momentos de horror; que la puerta quedó materialmente obstruída [sic] con una masa humana hasta una altura considerable.[3]
Martina Barros Borgoño, Recuerdos de mi vida, 1942 (ortografía original).
La iglesia estaba repleta desde temprano, en gran parte con la porción más escogida de nuestra sociedad femenina. Se comenzó a encender la extraordinaria y brillante iluminación que dejaba al templo como de día y parece que el incendio comenzó por unas colgaduras del presbiterio. La gente más próxima se alarmó y comenzó a remolinarse; unos decían incendio; los más lejanos creyeron que era temblor, pero unos pocos se dieron cuenta exacta del caso. Pronto todo era confusión y desorden. Muchos tocaron retirada, pero los más, creyendo que era un alboroto inmotivado se internaban más en la iglesia para tomar mejor lugar y allí fué [sic] Troya.[1]
Abdón Cifuentes Espinosa, Memorias, 1936 (ortografía original).
Las llamas no aparecieron en un principio; por la cúpula se escapaba un humo negro solamente, que después se tiñó de reflejos rojos que se pronunciaban más a medida que obscurecía [sic] el día, largo en esa parte del año.

De repente, y como rompiendo obstáculos, subieron las llamas, inquietas y enormes, abrazando la cúpula entera, construída [sic] de pura madera; aumentándose y alzándose con nuevo pábulo, parecían llegar a una gran altura en el cielo que se mantenía en toda tranquilidad. Avanzando el fuego por dentro, desde el coro hasta la fachada, el humo iba traspasando sucesivamente los tejados del templo, precediendo a las llamaradas que no tardaron en asomar en pos de él. La única torre del frente vió [sic] así llegar su turno; primeramente la envolvió el humo que se hacía denso poco a poco, que luego arrastraba fuegos de materias que volaban con él, y que se tornó en nueva llama que lamía la torre entera hasta más arriba de su empinada flecha. El fuego más vivo y voraz, hecho por las gruesas vigas y los maderos, llegaba hasta la parte angosta de la torre que formaba como un talle o cintura encima de la cual venía la linterna y la punta que sostenía la cruz. Linterna y flecha, devoradas ya en su base, se inclinaron entonces ligeramente, crujieron, y en seguida [sic], como un tizón ardiente arrojado desde el cielo, cayeron juntas envueltas en humo y fuego y marcando el trayecto con chispas y destellos como de pirotécnica. Voces se oían de todos lados. Algunos hombres pasaban por la calle gritando y gesticulando, sin sombrero; corrían mujeres de vestido abultado, pues en esa época se usaba la crinolina, sin manto en la cabeza, y con todo el pelo en desgreño.

En todas las esquinas se había colocado un piquete de policía y tropa de línea; los coches solían, sin embargo, pasar, corriendo y aumentando con su sonajera los clamores de la calle. Desde la plazuela de la Compañía se sentían levantarse también voces y otros ruidos que se mezclaban con el chisporroteo sordo del hogar encendido.[2]
Ramón Subercaseaux Vicuña, Memorias de ochenta años: recuerdos personales, críticas, remiscencias históricas, viajes, anécdotas, 1936 (ortografía original).

El improvisado rescate de las víctimas fue en su mayor parte infructuoso.

En los umbrales mismos han perecido centenares de personas, quemadas a la vista de un pueblo inmenso a que dirijian sus brazos en ademan suplicante i que en esos momentos era impotente para salvarlas.
Diario El Ferrocarril, 10 de diciembre de 1863 (ortografía original).

Cerca de las 20:00 horas, la torre con el reloj se desplomó.

Ya se había derrumbado con horrible estruendo la cúpula y la torre con su magnífico reloj y sus enormes campanas aplastando a centenares de víctimas. La puerta del costado oriental ofrecía el mismo horripilante espectáculo que las otras. Debajo de los arcos de la nave lateral que quedaban cerca de la puerta, se veían murallas como de metro y medio de altura, de cadáveres carbonizados.[1]
Abdón Cifuentes Espinosa, Memorias, 1936.
Fotografía de 1863 que muestra la Iglesia en ruinas y el retiro de los cadáveres en carretas.

En poco más de una hora, la iglesia quedó completamente en ruinas y el retiro de los 1500 a 2500 cadáveres tardó cerca de diez días. El número de víctimas fue abrumador para una ciudad que tenía aproximadamente 100 000 habitantes. Debido a la imposibilidad de reconocer a los fallecidos, sólo se reconocieron siete cadáveres[4] según las fuentes, las víctimas debieron ser sepultadas en una fosa común de 25 m² frente al Cementerio General.

Las autoridades se ocupaban en hacer conducir los cadáveres al cementerio. Se enterraron más de dos mil, según la cuenta de la policía. Allí pereció una buena parte de la sociedad más aristocrática de Santiago, como luego comenzó a saberse . . . Casi no quedó familia distinguida que no contase alguna víctima.[1]
Abdón Cifuentes Espinosa, Memorias, 1936.
El número verdadero de las víctimas no fué [sic] dado sino muchos días después; llegaba a cerca de tres mil.[2]
Ramón Subercaseaux Vicuña, Memorias de ochenta años: recuerdos personales, críticas, remiscencias históricas, viajes, anécdotas, 1936.
Dos días después se pudieron extraer los cadáveres hacinados entre las ruinas del templo y el Intendente comenzó a trasladarlos al Cementerio General. No había carros fúnebres en que hacerlo de modo que hubo que recurrir a los simples carretones que cubrían como se podía, hasta con pasto y hasta el pasto se acabó; el olor a carne quemada se expandió por todos los alrededores de la iglesia hasta hacerse insoportable [...] En este incendio murió tal cantidad de señoras y niñas de nuestra sociedad que puedo asegurar que no quedó familia alguna de la aristocracia de Santiago, que no perdiese algún deudo; las listas de desaparecidos que publicaron los diarios eran interminables.[3]
Martina Barros Borgoño, Recuerdos de mi vida, 1942.

Repercusiones

Inauguración del monumento a las víctimas del incendio de la Compañía (8 de diciembre de 1873).
Monumento símbolo del dolor de la ciudad, en plaza de ingreso del Cementerio General de Santiago.
Las campanas de la iglesia en la Plaza de la Constitución.

La tragedia ocurrida en el templo motivó al ciudadano José Luis Claro y Cruz, quien había participado en el rescate de las víctimas, a crear una compañía de bomberos mediante un llamado público que fue respondido masivamente:

AL PUBLICO. Se cita a los jóvenes que deseen llevar a cabo la idea del establecimiento de una compañía de bomberos para el dia 14 del presente, a la una de la tarde al escritorio del que suscribe. J. LUIS CLARO.
El Ferrocarril, 11 diciembre de 1863 (ortografía original).

El domingo 20 de diciembre del mismo año se fundó el Cuerpo de Bomberos de Santiago, el segundo de Chile después del de Valparaíso (1851), organizado en cuatro compañías: del Oriente, del Sur, del Poniente, y de Guardias de Propiedad, actuales 1.ª, 2.ª, 3.ª y 6.ª compañías, respectivamente.

Por demanda popular, un decreto del 14 de diciembre de 1863 ordenó la demolición de los muros de la iglesia que habían soportado las llamas.[5] Posteriormente, en su lugar, se plantó un jardín donde se erigió el monumento «Al dolor», en recuerdo de las víctimas, obra en bronce del escultor francés Albert-Ernest Carrier-Belleuse,[6] que fue inaugurado el 8 de diciembre de 1873 con la inscripción:

A la memoria
de las víctimas inmoladas por el fuego el
VIII de diciembre de MDCCCLXIII.
El amor y el duelo infatigables
del pueblo de Santiago.
Diciembre VIII de MDCCCLXXIII.
Detalle del monumento.

Este monumento, símbolo del dolor de la ciudad, se trasladó más tarde a una de las avenidas interiores del Cementerio General de Santiago y, posteriormente, a la actual plaza de ingreso de él por el escritor y escultor Alberto Ried Silva.[6] En los jardines del ex Congreso Nacional, en tanto, su lugar lo ocupó un monumento que representa la resignación cristiana ante los designios divinos, «La virgen orante», obra en mármol del escultor chileno José Miguel Blanco Gavilán (1839-1897),[7] de acuerdo al diseño del artista italiano Ignazio Jacometti.

Las campanas de la iglesia se vendieron como chatarra al comerciante inglés Graham Vivian, cuyo hermano mayor, el anticuario Henry H. Vivian, supo apreciar la ornamentación y el valor de ellas y propuso colocarlas en el campanario de la Iglesia de Todos los Santos en Oystermouth, Swansea, Gales, parroquia de la familia.[8] Como regalo con ocasión del Bicentenario, las campanas fueron devueltas a la ciudad de Santiago, donde se levantó un memorial provisorio a las víctimas en la Plaza de la Constitución.[9] [10]

A partir de marzo de 2011, las campanas han repicado a mediodía en los jardines del ex Congreso Nacional, en reemplazo del cañonazo de las 12 del cerro Santa Lucía.[11]

Véase también

Referencias

  1. a b c d Cifuentes Espinoza, Abdón (1936). «Capítulo III». Memorias. tomo 1. Santiago: Nascimento. pp. 82-89. 
  2. a b c Subercaseaux Vicuña, Ramón (1936). «Capítulo VII». Memorias de ochenta años: recuerdos personales, críticas, remiscencias históricas, viajes, anécdotas. tomo 1 (2.ª edición). Santiago: Nascimento. pp. 75-80. 
  3. a b Barros de Orrego, Martina (1942). «El incendio de la Compañía». Recuerdos de mi vida. Santiago: Orbe. pp. 77-85. 
  4. Vicuña Mackenna, Benjamín (1997 [1863]). «Episodios del incendio de la Compañía». El incendio del templo de la Compañía de Jesús (Santiago: Antártica):  pp. 106. ISBN 956-234-041-4. 
  5. Vicuña Mackenna, Benjamín (1997 [1863]). «Decreto supremo que ordena la demolición de las ruinas de la Compañía». El incendio del templo de la Compañía de Jesús (Santiago: Antártica):  pp. 90. ISBN 956-234-041-4. «Santiago, diciembre 14 de 1863
    Núm. 1383. En vista de lo expuesto en la nota que antecede, he acordado y decreto:
    Art. 1° Procédase a la demolición de las murallas del incendiado templo de la Compañía;
    Art. 2° Concédese un término de diez días para la extracción de los cadáveres que están sepultados en dicho templo.
    Anótese y comuníquese.
    PÉREZ. Miguel María Güemes».
     
  6. a b Hernández Ponce, Roberto (diciembre de 1994). «Estatuaria y mes de María». Difusión: Arte y Cultura (Santiago):  pp. 30-31. 
  7. Salazar, C. (25 de abril de 2009). «El monumento a las víctimas del incendio de la Compañía: ¿cuántos son? ¿dónde están? ¿cuál es el original? (Parte II)- El segundo monumento» (HTML). urbatorium.blogspot.com. Consultado el 11 de octubre de 2011.
  8. Álamos Undurraga, Felipe (26 de septiembre de 2010). «La "conexión galesa" de las campanas más viajadas de la historia de Chile». El Mercurio:  pp. E 4-E 5. http://www.mer.cl/modulos/catalogo/Paginas/2010/09/26/MERSTAT004OO2609.htm. Consultado el 20 de octubre de 2010. 
  9. lanacion.cl (10 de agosto de 2010). «Campanas de la iglesia de la Compañía regresan a Chile». Consultado el 3 de septiembre de 2010.
  10. bbc.co.uk (8 de febrero de 2010). «Church bells to return to Chile» (en inglés). Consultado el 3 de septiembre de 2010.
  11. Álvarez, Bernardita (29 de abril de 2011). «Reemplazan cañonazo de las 12 del cerro Santa Lucía por repique de antiguas campanas jesuitas» (PDF). La Tercera (diario.latercera.com):  pp. 62. http://papeldigital.info/lt/2011/04/29/01/paginas/062.pdf. Consultado el 20 de junio de 2011. 

Bibliografía

  • Casanova Casanova, Mariano (1871). Historia del Templo de la Compañía de Santiago de Chile. Valparaíso: Imprenta de El Mercurio. 
  • Riquelme Venegas, Daniel (1893). El incendio de la Iglesia de la Compañía: el 8 de diciembre de 1863. Santiago: Imprenta Cervantes. 
  • Vicuña Mackenna, Benjamín (1997 [1863]). El incendio del Templo de la Compañía de Jesús (3.ª edición). Santiago: Antártica. ISBN 956-234-041-4. 

Enlaces externos


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