- Juana la Beltraneja
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Juana de Trastámara, apodada la Beltraneja (Madrid, 28 de febrero de 1462 – Lisboa, 1530[1] ). Infanta castellana, reina proclamada de Castilla y de León, reina consorte de Portugal. Destituida de su rango, hubo de renunciar por tratado a todos sus títulos y señoríos, incluso a su calidad de infanta castellana y de Alteza, quedando llamada oficialmente, por real decreto portugués, "a Excelente Senhora" (la Excelente Señora), hasta el final de su larga vida en el exilio de Portugal. Fue la única hija y heredera de Enrique IV y de su segunda esposa la reina Juana de Portugal, hija de Eduardo I de Portugal.[1] Una parte de la nobleza castellana no la aceptó como hija biológica del rey su padre, a quién acusó de haber obligado a la reina su mujer a tener un hijo con su favorito, Beltrán de la Cueva, primer duque de Alburquerque, a pesar de que ambos habían jurado solemnemente que no había sido así. Había sospechas sobre la impotencia de Enrique IV ya que previamente había estado casado con Blanca II de Navarra y el matrimonio se anuló porque nunca llegó a consumarse. Además, Enrique IV no tuvo más hijos ni con su mujer ni con ninguna de sus amantes.
Contenido
Infancia
Enrique IV fue apodado en su tiempo por sus adversarios el Impotente, no tanto por no haber tenido descendencia de su primera esposa, Blanca de Navarra, como por ser de dominio público la dejación que hacía de sus obligaciones conyugales. Por eso, cuando su segunda esposa, Juana de Portugal, dio a luz una niña, esta fue atribuida a una supuesta relación adúltera de la reina con uno de los privados del monarca, don Beltrán de la Cueva; de ahí que se motejase a la princesa como la Beltraneja.[1] [cita requerida]
Pocos meses después de su nacimiento fue jurada en las Cortes de Madrid como princesa de Asturias y heredera del reino (9 de mayo de 1462).
Unos dos años de edad contaría la princesa durante el apogeo de las revueltas nobiliarias contra Enrique IV, que acusaron de ilegítima a la princesa y tomaron partido por el hermano del rey, el infante Alfonso. El monarca intentó solventar la sublevación nobiliaria acordando el matrimonio de Alfonso con su hija Juana; así, se avino a proclamarle como príncipe Alfonso, heredero y sucesor del reino (1464).
El mismo Enrique IV propuso al rey Alfonso V de Portugal, poco antes, el enlace de Juana con el infante Juan, hijo del portugués. Ni uno ni otro proyecto se realizaron, y en cambio el monarca de Castilla desheredó por segunda vez a su hija al reconocer, en el Tratado de los Toros de Guisando, como princesa de Asturias a su hermana Isabel, siempre y cuando ésta casara con el príncipe electo por él. No mucho más tarde (1468 y 1469) se trató de casar a Isabel con Alfonso V de Portugal, hermano de la reina de Castilla, y a Juana, renovando el antiguo proyecto, con Juan, hijo primogénito de Alfonso V, con la condición de que Juana sucediera a Isabel si esta moría sin ningún hijo. Tampoco se realizó estre proyecto.
Véase también: Conflicto por la sucesión de Enrique IV de CastillaUna princesa bajo custodia
Es curioso que siendo hija del rey Enrique IV, la mayor parte de su vida vivió custodiada por la nobleza, que tenía en ella un valioso rehén. Desde 1465 hasta 1470 la custodió el conde de Tendilla, de la familia Mendoza, en los castillos de Buitrago del Lozoya y Trijueque. Desde 1470 a 1474, Juan Pacheco, en el castillo de Escalona y en el alcázar de Madrid. Desde 1474 a 1475 Diego López Pacheco, en el alcázar de Madrid y en los castillos de Escalona y Trujillo. Lo que queda bien claro en sus diversas biografías es que nunca estuvo custodiada por Diego López Pacheco en su castillo de Belmonte (Cuenca).
Esponsales con el duque de Guyena
Casó luego en secreto Isabel con el infante Fernando de Aragón en 1469, rompiendo lo dispuesto en el tratado con su hermano Enrique IV. Este, que durante toda su vida prodigó a su hija las muestras de afecto paternal, dio respuesta favorable a los embajadores de Luis XI de Francia, que le pedían la mano de Juana para el duque de Guyena, hermano del francés. Las capitulaciones matrimoniales se firmaron en Medina del Campo (1470).
A petición de Juan Pacheco y de los embajadores de Francia, revocó Enrique IV el tratado de los Toros de Guisando, después de jurar, juntamente con su esposa, que la infanta Juana era su hija legítima. Se verificó la ceremonia en Valdelozoya (26 de octubre), en una pradera convenientemente dispuesta al objeto, no lejos de Buitrago del Lozoya, y luego que los nobles presentes prestaron a la infanta el acostumbrado juramento de fidelidad como heredera de la corona, acto que no llegó a ser sancionado por las Cortes, se desposó a la princesa con el conde de Boulogne, representante del duque de Guyena. El cardenal de Albi, uno de los embajadores de Luis XI, fue en aquel día el encargado de tomar juramento a los reyes y verificar los desposorios.
Juana e Isabel, sobrina y tía
La crítica histórica no ha podido todavía comprobar la verdad de una disposición testamentaria en la que Enrique IV declaraba a Juana su hija y heredera, pues son muchos los que creen que aquel monarca, dando una muestra más de su ordinaria imprevisión, murió sin dejar dispuesto nada (11 de diciembre de 1474). En sus últimos días había visto Enrique desbaratado el enlace de Juana, porque dicho duque falleció en 1472. Por esta causa realizó el castellano nuevas e infructuosas tentativas para procurar un apoyo a su hija, casándola con los citados Alfonso V o Juan de Portugal. Se pensó también en dar a Juana por esposo a Enrique Fortuna, infante de Aragón, o a Fadrique, infante de Nápoles.
Algún historiador supone que existía un testamento de Enrique favorable a su hija; que este testamento fue ocultado a la nación, y que Fernando el Católico lo destruyó después de la muerte de Isabel. Es evidente que si existió dicho documento, los adversarios de Juana procurarían ocultarlo, como cualquier otro que pudiera fortificar los derechos de aquella princesa.
Guerra civil
Bando de Juana
Muerto Enrique IV el impotente, casi toda la nobleza apoyó la causa de Isabel, en otras palabras, la alianza de las coronas de Castilla y Aragón; pero algunas familias muy poderosas de Castilla abrazaron el partido de Juana.
Juana había sido reconocida como reina por Diego López Pacheco, marqués de Villena, de gran influencia en los países meridionales de Castilla la Nueva por sus inmensos estados, que se extendían desde Toledo a Murcia. Lo mismo había hecho el duque de Arévalo, que disfrutaba notable crédito en Extremadura, y en el mismo bando ingresaron el marqués de Cádiz, el Gran Maestre de Calatrava, un hermano de este y el arzobispo de Toledo, Alfonso Carrillo.
Reina de Castilla y Portugal
Comprendiendo los defensores de Juana que sus fuerzas eran inferiores a las de Isabel, pidieron al portugués Alfonso V que defendiera el derecho de su sobrina, que lo era Juana, y le propusieron que se casara con ésta, con lo que vendría a ser también rey de Castilla.
Aceptó Alfonso, dirigió a Isabel y Fernando una manifestación, exigiéndoles que renunciaran a la corona en favor de Juana si querían evitar las consecuencias de la guerra, y pasando la frontera con 1600 peones y 5000 caballos avanzó por Extremadura. Llegó a Plasencia, donde se le incorporaron el marqués de Villena y el duque de Arévalo, y allí se desposó (25 de mayo de 1475) con Juana,[1] a la vez que dirigía mensajeros a Roma solicitando la dispensa del parentesco que entre ellos mediaba.
En seguida se proclamó a los desposados reyes de Castilla, y se expidieron cartas a las ciudades, exponiendo el derecho de Juana y reclamando la fidelidad de estos. Juana, en dichas cartas, expedidas por el secretario Juan González, asegura que Enrique IV en su lecho mortal declaró solemnemente que ella era su única hija y heredera legítima.
Juana trató de evitar la guerra civil, proponiendo que el voto nacional resolviera la cuestión del mejor derecho. He aquí sus palabras, tomadas de la carta o manifiesto que dirigió a las ciudades y villas del reino: “Luego por los tres estados de estos dichos mis reinos, e por personas escogidas dellos de buena fama e conciencia que sean sin sospecha, se vea libre e determine por justicia a quien estos dichos mis reinos pertenecen; porque se excusen todos rigores e rompimientos de guerra”.
Comienzan los enfrentamientos
De nada sirvieron estos buenos deseos. Fernando e Isabel hicieron preparativos para rechazar por la fuerza al portugués. Este cometió la torpeza de permanecer inactivo en Plasencia y Arévalo, dando a sus contrarios tiempo para reunir (julio) 4000 hombres de armas, 8000 jinetes y 30 000 peones.
Rompieron las hostilidades en varios puntos de la península. Alfonso V, saliendo de Arévalo, se apoderó de Toro y Zamora. Fernando se presentó delante de Toro con las milicias de Ávila y Segovia, más bien pronto hubo de emprender la retirada, que fue desordenada y desastrosa. En cambio los plebeyos castellanos, vasallos de Juana, servían con repugnancia bajo las banderas portuguesas, y los nobles que apoyaban a la hija de Enrique IV tuvieron que hacer bastante para defender sus territorios de Galicia, Villena y Campo de CalatravaCalatrava contra los partidarios de Isabel. Numerosos escuadrones de caballería ligera extremeña y andaluza causaban la más espantosa desolación en las tierras de Portugal fronterizas de Castilla, y los nobles portugueses se quejaban en alta voz de estar encerrados en Toro cuando en su propio país ardía la guerra.
En Toro tenía Juana su corte con gran magnificencia, y, al decir de sus parciales, desplegaba grandes cualidades de reina, aunque solo tuviera entonces trece años. Alfonso V, sin embargo, hubiera renunciado a sus pretensiones a la corona, recibiendo en cambio la provincia de Galicia, las ciudades de Zamora y Toro y una considerable suma de dinero; pero Isabel, que consentía en lo último, se negó a ceder un solo palmo de terreno. Fiel a esta la ciudad de Burgos, fue preciso, no obstante, que Fernando sitiara el castillo de la misma guardado por Íñigo de Zúñiga, partidario de Juana. Del sitio de aquella fortaleza pasó Fernando (diciembre) a Zamora, cuyos habitantes volvieron a la obediencia de Isabel.
Batalla de Toro
Alfonso V recibió en Toro, cerca de Zamora, (14 de febrero de 1476) un refuerzo de 2000 jinetes y 8000 infantes, dirigidos por su hijo Juan. Se rindió a Alfonso de Aragón, hermano de Fernando, el castillo de Burgos, no sin que antes tratase de socorrerle Alfonso V, que hubo de retroceder, obligado por Isabel; perdió el rey portugués la batalla de Toro (1 de marzo de 1476[1] ), aunque su hijo, el príncipe Juan, después Juan II de Portugal, venció con su hoste, quedándose en campo de batalla los tres días obligados del vencedor; pero se entregó a Fernando el castillo de Zamora; hicieron lo mismo Madrid y todas las plazas del centro del reino, el duque de Arévalo, el Gran Maestre de Calatrava, su hermano, que era conde de Ureña, y otros muchos nobles.
Reinicio de hostilidades
Juana entró en Portugal escoltada por su primo Juan y 400 jinetes. Regresó Alfonso a su reino, y, aunque dejó tropas en Toro, esta ciudad proclamó en seguida a Isabel, ejemplo seguido por el pueblo de Castronuño.
El castillo de Toro se rindió en 20 de octubre; los caudillos de Isabel ganaron las villas y castillos de los magnates valedores de Juana, y el arzobispo de Toledo, el marqués de Villena y los demás acabaron por implorar el perdón y prestar a Isabel juramento de fidelidad.
Concedió el papa la dispensa solicitada por Alfonso V y Juana, y el portugués trató de renovar (1478) su empresa en Castilla, obrando de acuerdo con el arzobispo de Toledo y el marqués de Villena; mas, Sixto IV anuló la dispensa antes concedida para el matrimonio de la Beltraneja;[1] el Maestre de Santiago destrozó a un cuerpo de portugueses en la Albuera, e Isabel, situada en Trujillo, expidió órdenes para cercar a un mismo tiempo a Mérida, Medellín, Montánchez y otras fortalezas de Extremadura.
Fin de la Guerra (Tratados de Alcaçovas y Tercerías de Moura)
La guerra duró hasta septiembre de 1479. Intentó el rey portugués neutralizar a los aragoneses en Castilla, abdicando las coronas portuguesas en su hijo y viajando a Francia para buscar la alianza del rey Luis XI, y a Flandres procurando la de su primo carnal Carlos el Temerario, pero ambos eran enemigos al tiempo y luchaban entre ellos, muriendo el duque de Borgoña en 1477 a manos de los suizos.
Fue después de Alfonso V abandonar la hipótesis de esas alianzas que se empezaron a negociar dos convenios de paz entre Isabel I y Fernando V, y Alfonso V y su hijo heredero el Príncipe Perfecto, ya regente de Portugal, por mediación de Beatriz, infanta de Portugal, duquesa de Viseu y de Beja, madre del futuro rey de Portugal Manuel I. La infanta portuguesa era a la vez prima hermana y hermana política de Alfonso V al mismo tiempo que tía materna de la futura reina Católica. Firmados por su intermedio dos convenios en la localidad portuguesa de Alcáçovas, uno estipuló la sucesión dinástica en las coronas de Castilla: las Tercerías de Moura, obligando a los hijos primeros de los Católicos y al hijo único del Príncipe portugués, junto a sus primos los infantes hijos de la Infanta Beatríz, a vivir y educarse junto de esta princesa viuda en su señorio de Moura, tierra del ducado de Beja que también le pertenecía. Quedó estipulado el matrimonio entre el nieto heredero de Alfonso V y la hija mayor de los Católicos, que iban a crecer juntos. En virtud de dicho tratado, dejó Alfonso V el título y las armas de rey de Castilla; renunció a la mano de su sobrina Juana;[1] se obligó a no apoyar las pretensiones de esta al trono de Castilla, y se dio a Juana un plazo de seis meses para que eligiese entre casarse con el infante Juan, hijo de Fernando e Isabel, luego que el infante llegase a una edad proporcionada, o retirarse a un convento y tomar el velo.
Bien conoció Juana que sus intereses habían sido sacrificados, pues la cláusula de su matrimonio futuro con el infante don Juan era irrisoria, dado que se agregaba que el infante, al llegar a la edad conveniente, podía rechazar aquel enlace si no le agradaba, no quedando a Juana en tal caso otro derecho que el de recibir una indemnización de 100 000 ducados.
El segundo convenio luso-castellano, el tratado de Alcáçovas, reflejo de la victoria naval lusa en el Atlántico durante la guerra, bajo el comando de Diogo Cão: establece las fronteras de expansión marítima y la respectiva jurisdición de ambas coronas vecinas sobre el océano. Los monarcas aragonés y castellana reconocen a Portugal la propriedad de Madeira y de las Azores, del exclusivo del derecho de conquista sobre Tingitánea, Mauritania, y el reino marroquí de Fez — que Guinea y toda su navegación, y las islas atlánticas más allá de Canarias (Santo Tomé y Príncipe y Cabo Verde) continuarían en manos portuguesas. La corona de Portugal reconoce a Castilla la propriedad de las Canarias, limite sur establecido a la navegación de aragoneses y castellanos en el Atlántico.
Religiosa en Coimbra
Herida en su dignidad e intereses, se retiró inmediatamente al monasterio de Santa Clara de Coímbra donde pronunció sus votos al año siguiente. Fernando e Isabel enviaron a la ciudad portuguesa, para que fuesen testigos de la ceremonia, a Díaz de Madrigal, individuo del Consejo Real de Castilla, y a Hernando de Talavera, confesor de la reina, el cual dirigió a Juana una exhortación, en la que le dijo que había adoptado el mejor partido según los evangelistas, y terminó su discurso declarando que ningún pariente, ningún amigo verdadero, ningún consejero fiel, querrían apartarla de tan santa determinación.
Los votos irrevocables pronunciados por Juana no impidieron que su mano fuese en 1482 solicitada por Francisco Febo, hijo de Gastón de Foix y de Magdalena de Francia, hermana de Luis XI. Febo era el heredero de Navarra. Esta proposición, hecha por las instigaciones del monarca francés, servía a Luis XI para suscitar dificultades a los reyes de Castilla que amenazaban el Rosellón.
La muerte de Francisco Febo impidió que las cosas siguieran adelante. Se dice (pero no está probado) que viudo de Isabel I en 1504, el Rey Católico propuso a Juana que se casara con él. Así esperaba Fernando resucitar los títulos de esta princesa a la sucesión de Enrique IV y quitar el reino de Castilla a Felipe de Austria, que gobernaba a nombre de Juana I. La Beltraneja no quiso aceptar como esposo al que en otro tiempo la había declarado hija adulterina de Juana de Portugal y Beltrán de la Cueva.
Sin embargo, la religiosa de Coímbra, como complacían en llamarla los castellanos desde que tomó el velo; la excelente señora,[1] como decían los portugueses, salía con frecuencia del convento. Finalmente los reyes de Portugal le otorgaron morada en el castillo de san Jorge (Lisboa), y vivía con gran aparato, protegida por los reyes de Portugal, los cuales insinuaron más de una vez que podían dar nueva vida a los derechos de la infortunada princesa. Esta, hasta el fin de sus días, firmó con las palabras Yo la reina. Poco antes de morirse, en el año 1530, testó sus derechos a la corona de Castilla a favor del rey Juan III de Portugal.
Sus restos mortales se hallan actualmente desaparecidos, (como consecuencia del terremoto de Lisboa) por lo que resulta imposible la realización de una muestra de su ADN para demostrar su ascendencia.
Predecesor:
Enrique de CastillaPrincesa de Asturias
1462 - 1464Sucesor:
Alfonso de CastillaPredecesor:
Isabel de CastillaPrincesa de Asturias
(en paralelo con Isabel de Castilla)
1470 - 1474Sucesor:
Pierde la guerra contra IsabelPredecesor:
Enrique IVReina de Castilla
Junto con Alfonso V de Portugal
(en guerra contra Isabel)
1474 - 1479Sucesor:
Isabel IPredecesor:
Isabel de PortugalReina consorte de Portugal
1475 - 1481Sucesor:
Leonor de PortugalReferencias
Bibliografía
- DE AZCONA, Tarsicio. Juana de Castilla, mal llamada la Beltraneja, Madrid 2007.
- MENÉNDEZ PIDAL, Ramón. Historia de España. Tomos XV y XVII * y **.
- SITGES, J.B. Enrique IV y la Excelente Señora, Madrid 1912.
Enlaces externos
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