Motilleja

Motilleja
Motilleja
Motilleja.png
País Flag of Spain.svg España
• Com. autónoma Bandera usual de Castilla-La Mancha.svg Castilla-La Mancha
• Provincia Bandera provincia Albacete.svg Albacete
• Partido judicial Casas-Ibáñez
• Mancomunidad La Manchuela
Ubicación
• Altitud 650 msnm
• Distancia 22 km a Albacete
Superficie 23,82 km²
Población 573 hab. (2010)
• Densidad 24,06 hab./km²
Gentilicio Motillejano/a
Código postal 02220
Pref. telefónico 967
Alcalde (2011-2015) Pedro José Charcos Expósito (PSOE-PSCM)
Presupuesto En espera
Patrón San Isidro y Santísimo Cristo
Patrona Santa Ana
Sitio web www.dipualba.es/motilleja

Motilleja es un municipio de la provincia de Albacete. Esta provincia pertenece a la Comunidad Autónoma de Castilla-La Mancha (España). Se encuentra a 22 km de la capital de la provincia. En 2010 cuenta con 573 habitantes según datos oficiales del INE.

Contenido

Fauna y Flora

Se encuentra a menos de 2 km el río Júcar y es conocido por su gran variedad de fauna y flora. También destaca en la fauna acuática del rio Júcar su gran cantidad de ejemplares de cangrejo americano.

El paraje de Cuasiermas.

También destaca su Club de Golf Las Pinaillas, situado a 3 km del casco urbano de Motilleja.

Motilleja, pueblo de La Manchuela: localización y territorio

Motilleja es un municipio fundamentalmente agrícola que contaba con 615 habitantes a 1 de enero de 2010 (INE) y se encuentra situado al noreste de la provincia de Albacete, a 25 km de la capital provincial, en la comarca de La Manchuela. Es ésta una comarca compartida entre las provincias de Cuenca y Albacete que se define en un territorio común entre los ríos Júcar y Cabriel, y en la que las distintas civilizaciones antiguas de la Península Ibérica dejaron su huella y un pasado esplendoroso a la vista de los numerosos vestigios conservados con el paso de los siglos: yacimientos de poblamientos ibéricos, restos de calzadas y villas romanas, fortalezas árabes, castillos medievales, iglesias, murallas, puertas blasonadas, etc.

Viajar por La Manchuela supone descubrir y encontrar todo un interesante conjunto de elementos culturales y patrimoniales que la identifican como comarca y le otorgan su propia idiosincrasia, su razón de ser. Tal vez sea su situación geográfica, entre dos ríos, tal vez sea su amalgamado paisaje que transcurre entre hoces fluviales, pinares, planicies y altozanos, o quizás sea su historia común, tan ligada al pasado medieval del Marquesado de Villena, o simplemente su vinculación con el entorno físico mismo en forma de territorio cultural campesino, agrario o rural, hacen de La Manchuela un espacio de altísimo interés histórico, natural y cultural.

Los rasgos humanos y sociales de esta comarca constituyen otra característica cultural importante y diferenciadora, puesta de manifiesto en un riquísimo calendario festivo donde los acontecimientos se suceden cíclicamente en cada uno de sus pueblos (fiestas patronales, mayos, carnavales, alardes de Moros y Cristianos, romerías, aguilandos, etc.)

Por otra parte, la fisonomía más tradicional de los pueblos de La Manchuela ha sufrido los indefectibles cambios provocados por la moderna construcción y el mayor nivel de vida, desapareciendo, en muchas ocasiones, una arquitectura tradicional y popular específica que, a pesar de todo, nos ha dejado algunos de sus elementos más característicos como son: las fachadas enjalbegadas, blancas, las rejas de forja, los tejados a una agua, el trazo urbanístico medieval en algunos casos, las edificaciones sociales e históricas (posadas, ventas, pósitos...), plazas y callejuelas, que todavía hoy le dan un magnífico sabor aromático de rancio abolengo a muchos rincones y esquinas de los pueblos manchuelos.

A la hora de comer, toda una amplia cultura gastronómica basada en los productos del terreno se descubre al paladar. Así, platos como el ajo arriero, ajo mataero o atascaburras, cuyo principal ingrediente es la patata, los gazpachos, realizados con una torta de pan cenceño, los potajes de legumbres, las gachas, guisadas con harina de guijas, o la caldereta de cordero, pueden convertirse en suculentos manjares para cualquier comensal ávido de encontrar los nuevos y ricos sabores de estas tierras. Sin olvidarnos del champiñón como producto estelar y aglutinador de la comarca.

Por otra parte, los vinos de La Manchuela son excelentes y de gran calidad, ya sean tintos, blancos o rosados, y son etiquetados cualitativamente bajo la denominación de origen Manchuela.

Y los dulces, siendo los más populares las tortas de manteca, los sequillos, los rolletes de sartén y los mantecados de almendra, que se pueden encontrar en cualquier tahona de nuestros pueblos.

El pueblo de Motilleja se encuentra a 650 msnm en una pequeña elevación de la llanura manchuela, cercana, siquiera 2 km, al río Júcar. Muchas fueron las aldeas que en torno al río surgieron al amparo del núcleo urbano motillejano poblando la ribera del río. Las décadas de 1960 y 1970 produjeron el mayor descenso demográfico de la población, tanto en las aldeas del río (hoy todas desaparecidas) como en el pueblo propiamente dicho, debido a la emigración a las ciudades (Valencia, Barcelona, Albacete, y también a Francia) de cientos de personas en busca de nuevas oportunidades de vida y trabajo. El cambio tan importante de las faenas agrícolas que supuso la transformación en regadíos de las tierras de secano frenó la caída demográfica y estabilizó la población actual.

La iglesia parroquial es de estilo barroco y, con su gran torre, se impone en el llano motillejano. Se terminó de construir el año 1787 y mantiene su advocación a Santa Ana, patrona de la localidad. A los pies de la iglesia se encuentra la Plaza Mayor, pequeña y coqueta, de urbanismo cerrado y con un antiguo reloj de sol. Las calles de la población son largas y rectas de marcado carácter manchego.

La artesanía más destacada de Motilleja es el encaje de bolillos que elaboran con esmero muchas mujeres de la población.

Las fiestas más importantes son:

  • Las fiestas patronales en honor a Santa Ana, en las últimas semanas de julio.
  • Los mayos, con cantos populares en la iglesia y calles del pueblo, en la noche del 30 de abril.
  • San Isidro, patrón de los campesinos, el día 15 de mayo.
  • El período de la Navidad, con rondas de aguilandos por las casas del pueblo.
  • Y, por supuesto, el encuentro de Rondas populares conocido con el nombre de La Chicharra, fiesta ésta previa a las fiestas de Santa Ana y a la que dedicaremos más espacio posteriormente.

Por último, cabe decir que el motor económico motillejano, como ya hemos dicho, lo constituye la agricultura de regadío, apoyada y promocionada con firmeza en las últimas décadas con el fin de consolidar y favorecer la estabilidad y la calidad de vida de todos los habitantes de este pueblo albacetense, manchuelo y manchego.

Fiestas

El fin de semana anterior a Santa Ana (26 de julio) se celebra una fiesta que se llama La Chicharra. Interesante de visitar y conocer. Grupos de música tradicional (Rondas), recorren las calles y bares de la localidad durantes dos noches y tres días. El final de la fiesta es una batalla de agua en la que los miembros de la Ronda de Motilleja rompen sus instrumentos en el suelo.

Es un fiestazo, que mezcla de manera perfecta la tradición con la modernidad. Para no perderse.

La Ronda de Motilleja: introducción conceptual

La Ronda de Motilleja es una de las pocas rondas tradicionales manchegas que mantienen viva la transmisión cultural generacional, tanto en el repertorio como en las formas de interpretar, tocar y cantar el mismo. En la actualidad, la Ronda cumple la función de utilizar este modo de expresión popular de la tradición motillejana para diversión de los propios músicos y de quien gusta de las músicas y bailes que interpretan. La Ronda de Motilleja está formada por músicos locales que han recogido el fruto de una tradición cultural festiva muy arraigada en esta población y que, con su actividad de hoy, realizan una meritoria labor de conservación, valorización y actualización de uno de los repertorios de la música tradicional más interesantes de la vasta región manchega y del sur de Castilla en general.

La Ronda, una Ronda como tal, se podría definir como el grupo de músicos aficionados que tocan instrumentos populares y cantan temas de la tradición oral, propios del calendario festivo de cada pueblo, ya sean del ámbito privado o público, (aguilanderos, mayos, pasacalles, bailes, celebraciones varias, etc.). Este tipo de agrupación musical, aunque en algunos casos con matices diferenciadores, es conocida en otros lugares como Cuadrilla, en Murcia, Panda, en Málaga, Parranda, en Canarias, Colla, en Valencia, y Ronda en las comarcas manchegas y en otras zonas de Castilla, en Extremadura y Aragón, etc.

La Ronda manchega se caracteriza por no ser un grupo organizado, no pertenecer a ninguna cofradía religiosa, ni participar en celebraciones rituales, generalmente. Por el contrario, es de creación espontánea e independiente, y basa su actividad en el mantenimiento del elemento musical en fechas determinadas del calendario cíclico festivo de cada comunidad rural, por un lado (las rondas de mayos y aguilandos son claro ejemplo de ello); y, por otro, en el uso de manera arbitraria del repertorio tradicional así como de la inclusión de nuevos ritmos que las modas imponen, en reuniones informales, familiares, de amigos, donde mantener el ambiente de fiesta y diversión es lo único importante, su razón de ser; o bien los músicos de la Ronda son contratados ad hoc para hacer los bailes de bodas, participar en murgas de Carnaval, realizar los bailes del Domingo, etc. La Ronda no tiene una composición fija en número de componentes, puede estar formada por tres o cuatro músicos y llegar hasta una docena. Tradicionalmente los músicos siempre han sido hombres y todos eran considerados por igual salvo el director, cuando lo había, que era el encargado de decir lo que había que tocar, dónde, y cuándo, y era quien enseñaba las piezas nuevas, afinaba los instrumentos, daba las entradas y hacía los solos.

Las Rondas usan instrumentos populares de cuerda propios de la zona (guitarra, bandurria, laúd, octavilla, guitarro, requinto, etc.); a veces utilizan instrumentos de la música culta popularizados y adaptados al repertorio de cada lugar (violín, acordeón, flauta, etc.) y también pueden acompañarse de instrumentos de percusión tradicionales (botella labrada, almirez, hierrecillos, panderetas, panderos, platillos, zambombas, etc.). Por tanto, podemos asegurar que la Ronda es un verdadero vehículo de transmisión cultural y herramienta de autoestima e identidad grupal.

Rondas en Motilleja: evolución histórica

Como otras muchas actividades cotidianas llevadas a cabo por el pueblo llano en cualquier ámbito, que no son documentadas ni reflejadas históricamente de ninguna manera, y, en nuestro caso, por tratarse de agrupaciones espontáneas de personas creadas para divertimento de ellas y de los demás, es difícil acertar con el origen cronológico de este tipo de agrupación musical, de esta forma de expresión popular surgida a través de la música, y conocida hoy, y ya en el siglo XIX y XX, con el nombre de Ronda. No nos cabe duda que, atendiendo a los orígenes de algunas de las piezas que conforman el repertorio tradicional de la música popular de Motilleja, es posible pensar que desde el siglo XVIII se toca, se canta y se baila en Motilleja y sus aldeas ribereñas con una clara y evidente transmisión generacional local de formas rítmicas, interpretativas, vocales, instrumentales y coreográficas.

La primera Ronda que podemos datar fielmente en Motilleja es la denominada Ronda de Pedro o Ronda de Perico Coronel que ya se hacía oir allá por el año 1917 por las calles del pueblo y que estaba compuesta por Pedro Ruipérez (voz y guitarra), José Cuesta (voz y guitarra), Juan José Leal (laúd), y Bernabé Cebrián (octavilla). Precisamente será éste último, Bernabé Cebrián, quien vaya enseñando el repertorio a nuevos músicos. Además, Bernabé Cebrián es el origen de una saga de músicos locales que sigue viva en la actualidad ya que su hijo Pascual, su nieto Antonio, y su bisnieto Enrique, son verdaderos continuadores de la tradición musical familiar y ejemplo vivo y diáfano de la transmisión generacional motillejana a la que ya nos hemos referido y aludido en varias ocasiones.

Aproximadamente en el año 1925 se creó una nueva Ronda propiciada por Bernabé Cebrián y Modesto Monteagudo. Son años en los que la música más tradicional comparte protagonismo con nuevas melodías que la moda imponía (pericones, mazurcas, valses, polcas, javas, pasodobles, etc.), lo que obligaba a la modernización del repertorio e incluso al cambio de nombre de Ronda por Banda, de tal forma que en esos años podemos hablar de la popular Banda de Modesto.

Esta nueva agrupación estuvo formada por Modesto Monteagudo Alcañiz (guitarra), Amador Monteagudo Alcañiz (violín), Bernabé Cebrián (octavilla), Pascual Cebrián (voz y laúd), Damián Navarro (laúd) y Anita Cuesta (bandurria). Algunas veces, y si lo requería la ocasión, Modesto, que era quien contrataba las actuaciones, traía también algunos músicos de pueblos vecinos para apoyar y reforzar la Banda, como fueron un acordeonista de Tarazona de la Mancha o un guitarra de Valdeganga.

La guerra civil española de 1936-1939 provocó la disolución de la Ronda e incluso la pérdida de alguno de sus miembros en la contienda. La crisis económica y social de los primeros años de posguerra obligó a las gentes de España entera a pensar más en llenar la barriga que en cantar o bailar.

Con el paso de los años la vida se fue remontando y con ella los músicos volvieron a tener la ilusión por rondar y templar sus instrumentos pero un nuevo presente, ideológicamente dirigido por el poder político establecido, propiciaba la creación de grupos de coros y danzas (también después conocidos como de educación y descanso), así llamados por la Sección Femenina del Movimiento, organismo oficial que se puso al frente de este tinglado, con la intención de clasificar el folclore por provincias, recopilar músicas y bailes que, erróneamente en muchos casos, se dieron por muertos, y con el fin de estructurar todo el material recogido en simples exhibiciones de escenario y convertir ese “nuevo folclore” en un espectáculo oficial y oficializado transformando toques, cantares y bailes en ritmos simples, coplas censuradas y coreografías inventadas, es decir, se instauró un “folclore oficial” que, curiosamente, era bien distinto al tradicional.

Mientras, los viejos músicos de la Ronda, de las Rondas, seguían tocando y echándose unas piezas con sus amigos y familiares, al amparo de un vaso de vino y una sartén de gachas, fieles a una tradición que en sus manos, en sus instrumentos y sus gargantas sí seguía viva, y las gentes que siempre habían bailado con sus pasos de jota, de fandango o de seguidilla, continuaban haciéndolo, de manera natural, sin necesidad de colocar los brazos de una manera u otra, o cambiar de pareja en el sexto o noveno compás, o disfrazarse con un absurdo y falso refajo “típico”.

Como consecuencia de esta desgraciada política cultural se unificó y “uniformó” todo el folclore y se metió en un mismo saco músicas y bailes para mayor gloria nacional y, además, sólo fue legítimo durante muchos años tocar y bailar en grupos de coros y danzas, que respondían a idénticos criterios y a una única forma de ver y entender el folclore musical y coreográfico, lo que supuso una pérdida irremediable de no sólo buena parte del repertorio más tradicional, sino de fuentes de información, de formas de interpretación, metodologías de enseñanza, peculiaridades artísticas, y singularidades de actuación musical, vocal y coreográfica que habían transmitido las generaciones precedentes. Las manifestaciones vivas de la cultura tradicional campesina, como las Rondas, van a ser olvidadas de manera intencionada por los medios de comunicación del régimen, incluso por una inducida y apática sociedad, difundiéndose exclusivamente el “folclore oficial”, “el folclore verdadero”.

Lo cierto es que en Motilleja los músicos locales, “a su chini chana”, siguieron tocando, sobre todo en los mayos, en Santa Ana y en el Cristo, y enseñando las piezas más antiguas de la tradición, “las de siempre”, las denominadas “de baile suelto”, a los más jóvenes, junto a los temas más innovadores o modernos llamados “de baile agarrao”, a pesar del empuje de la modernidad, imparable, que imponía los bailes de gramola y tocadiscos, con más posibilidades de variedad de piezas, frente a los músicos locales de la Ronda quienes debían constantemente ponerse al día y actualizar su repertorio incluyendo siempre nuevas piezas de baile para poder competir con aquéllos.

Durante la década de 1950 destacan dos grupos de músicos, dos Rondas, que hacían los dos bailes del Domingo en Motilleja: el baile del cupo forzoso y el baile de la penicilina. Tal vez influidos por herencia de la penosa guerra que les tocó sufrir, los dos bailes se convirtieron en una “trinca” absurda que provocó un distanciamiento enorme entre vecinos y hasta entre miembros de una misma familia ya que un baile era considerado como de “los ricos” (de derechas) y el otro como de “los pobres” (de izquierdas), y los que iban a uno no iban al otro y viceversa.

En la década de 1960 se perdió casi por completo la organización de los bailes de los Domingos y festivos por parte de la Ronda o Rondas. Poco a poco la música más tradicional, la más nuestra, la más popular, se iba arrinconando y las gentes comenzaban incluso a no pedirla por considerarla agotada, caduca y fuera de moda. La modernidad mal entendida, la influencia de la radio, con sus coplas o canciones españolas y programas de discos dedicados, junto a la incipiente televisión empezaban a hacer mella y herir de muerte a los músicos tradicionales quienes, en un arrebato de amor a lo aprendido de sus mayores, continuaban tocando y enseñando a nuevos músicos quienes mantenían la interpretación y la ejecución del repertorio festivo cíclico más público, como era la noche del 30 de abril con sus rondas de mayos, a la Virgen y a las mozas, o la ronda de las coplas aguilanderas de la Navidad, o tocaban por Santa Ana y por el Cristo por las calles del pueblo. Tampoco faltaban las “zahoras” de amigos, meriendas y comidas festivas en las que la música y la “cuerva” no podían faltar.

Curiosamente, en 1965 se crea en Motilleja el grupo local de coros y danzas sin contar con los músicos tradicionales del pueblo y trayendo a tocar a la rondalla de Navas de Jorquera, con lo que en vez de tocar el repertorio de la tradición oral motillejana se reinventa un nuevo folclore para este grupo con otros bailes y músicas ajenos al pueblo.

En los años posteriores a 1970 se produjo la gran crisis demográfica que trajo consigo la emigración a la ciudad de muchas familias motillejanas. La música realizada por los músicos locales se reduce ya a celebraciones privadas, cada vez más esporádicas y cada vez más de puertas adentro que en la calle. El cine sustituye definitivamente a los bailes mientras guitarros, octavillas, violines, guitarras, bandurrias y laudes comienzan entonces a colgarse en las paredes como elementos decorativos de muchas casas o a guardarse en las “cámaras” junto a los muchos trastos viejos que la modernidad y el desarrollo iban provocando y acentuando su caducidad. Algunos músicos siguen desarrollando su afición en sus casas, de manera individual y particular, aisladamente. Sirva como anécdota la afición musical de Pascual Cebrián “El Blanco” (hijo de Bernabé, padre de Antonio y abuelo de Quique, la saga de los Cebrián, músicos populares de Motilleja), de oficio barbero, que deleitaba a sus clientes tocando su viejo laúd mientras les afeitaba o cortaba el pelo, quien cuando tenía la faena a medias dejaba la navaja o las tijeras y decía “te voy a tocar una pieza”. Cogía su laúd tocaba una o dos piezas y después continuaba con el servicio solicitado por el cliente.

Será la década de 1980 la que vuelva a desempolvar los viejos instrumentos y se retomen las coplillas y cantares de los ya abuelos músicos que, como el mejor tesoro, guardaban en su memoria todo un saber popular, tradicional, muchas veces despreciado y poco valorado. Todo ello gracias a una nueva moda que va a revalorizar y a actualizar algunos de los elementos más importantes de la cultura tradicional campesina.

Se crean asociaciones culturales que dedican su esfuerzo a recuperar tradiciones en vías de extinción. De gran importancia será la creación de la Asociación “Alquería”, que realizaba una revista de tradiciones populares, llamada “Lugares” en la que recopilaban desde coplas hasta recetas. Gracias a la Asociación de Amas de Casa se crea un nuevo grupo de folclore, que coexiste con los músicos tradicionales de las antiguas Rondas en algunas festividades como los Mayos. También desde la Asociación de Amas de Casa de Motilleja, hay gran inquietud por enseñar a hacer encajes de bolillos, bainicas o la gastronomía más tradicional.

La década de 1990, principalmente, ponen de manifiesto el especial interés de las nuevas generaciones y las instituciones públicas por actualizar y valorar culturalmente y en su justa medida el saber de nuestros mayores, definido en toda su extensión como la cultura tradicional campesina. Algunos estudiosos, etnógrafos y antropólogos, como Manuel Luna o la Asociación Cultural Ronda de Los Llanos de Albacete, rescatan y ponen en valor las músicas, los instrumentos y los bailes ya casi desaparecidos socialmente haciendo entender a todos, la importancia y el valor cultural del fenómeno de la Ronda como recurso patrimonial del pueblo.

Desde las diversas asociaciones de Motilleja se realizan importantes actuaciones de recuperación de costumbres y tradiciones, entre las que destaca la formación de la Ronda al más puro estilo tradicional, ya que se parte de la unión de los viejos músicos locales, quienes van a decir cómo hay que hacerlo, cómo hay que tocar y cantar, junto a un nutrido grupo de jóvenes entusiastas quienes vuelven a sentir la música tradicional como suya, como algo que les llega muy dentro y les impregna, como algo que les pertenece simplemente por ser motillejanos, y retoman de nuevo la denominación de Ronda, en este caso como la Ronda de Motilleja. Para ello, los nuevos músicos van a utilizar el repertorio tradicional con el que varias generaciones cantaron, tocaron y bailaron en Motilleja y en las aldeas de la ribera del Júcar, la manera y las formas de interpretar esas piezas, los instrumentos más populares, las coplillas, los rituales, etc.

El siglo XXI, por tanto, nos va a mostrar, excepcionalmente, la actualización de la Ronda como elemento perfectamente válido y actual, heredado de la tradición lúdica y festiva de Motilleja, con capacidad suficiente de obtener esa clara, y casi exclusiva, funcionalidad de diversión, fuera de su primitivo origen pero inevitablemente unido a él, encadenado en él, inducido por él, evolucionado de él.

El origen de la Ronda, de las Rondas, tal vez sea difícil de precisar, y a mi juicio, ni falta que hace; lo que sí sabemos es que se trata de una tradición viva en Motilleja que ha ido evolucionando, adaptándose a todas las épocas, a los tiempos, y actualizándose per se, como legado de la cultura tradicional campesina de nuestros antepasados. No será extraño al visitante de Motilleja encontrar a la Ronda en el bar, en la taberna, templando sus guitarros y echando unas piezas, sin necesidad de crear un espectáculo folclórico, sin necesidad de un escenario, sin necesidad de grandes carteles anunciadores, sin necesidad de que el día sea festivo o no lo sea, sin alharacas, simplemente sintiendo la necesidad de expresión, comunicación y de divertimento que tantos músicos motillejanos sintieron en tiempos pretéritos.

Jotas, fandangos, seguidillas, rondeñas, torrás, tonadas, jeringonzas, toreras, aguilanderos, mayos, forman su repertorio; la improvisación dentro de un orden, las inflexiones de voz, los melismas, el vigoroso toque de guitarros y guitarras, la libertad de ejecución en entradas de jotas o fandangos, los golpes de percusión, el inicio de los temas únicamente con el ritmo básico de una guitarra, el rasgueo más primitivo y diferenciado, las guitarras cruzadas en afinación, las coplillas inventadas e improvisadas, el baile espontáneo, son sus maneras, sus formas interpretativas; la octavilla, el laúd, la bandurria, las guitarras, el requinto, los guitarros, los platillos, el pandero, las panderetas, las castañuelas, la botella de anís, el cántaro y las voces, son sus instrumentos; el buen hacer, las ganas de divertir y divertirse, la autenticidad, la sencillez, la armonía, la fiesta, la amistad, la generosidad y el respeto a la tradición, son aspectos de su filosofía, de su sentido actual, de su función social, de su razón de ser.

La Ronda de Motilleja es una linda y saludable excepción en el panorama musical de Castilla-La Mancha, una excepción que hay que conocer, que hay que cuidar, que hay que valorar, que hay que amar, que hay que mimar, que hay que respetar para poder gozar, para poder sentir, para poder vivir, para poder entender la música tradicional, la música de un pueblo, en su estado original, en su medio natural, en su esencia espacio-temporal y ritual; sin adulteraciones, sin necesidad de intuir, imaginar o reinventar nada, sin acudir a nostálgicos y pedantes costumbrismos rurales, sin crear hipócritas y vacías solemnidades, sin necesidad de ofrecer grandes piezas musicales para lucimiento de virtuosos instrumentistas. La Ronda de Motilleja existe, es, está, en la calle, en la plaza, en un patio, en un porche o en la taberna, pa echar unos cantares, pa tocar unas piececillas, pa echar unos beiles y unas güeltas al aire, ¡ea!.

Músicas, cantares y bailes: repertorio

En Motilleja se puede estudiar la música tradicional desde el prisma óptico de cualquiera de las diferentes clasificaciones que estudiosos de toda España han descrito con anterioridad para el análisis científico de la música popular en general. Los ciclos del año, los ciclos de la vida, los ciclos litúrgicos, los cantos profanos, los cantos religiosos, las músicas festivas, las músicas para el baile, o los propios bailes sueltos y “agarraos” están presentes y muy vivos en las gentes motillejanas que entienden y valoran eso que les pertenece, “lo de siempre”. Por tanto, no vamos a ser nosotros quienes hagamos una descripción metodológica ni científica, ni vamos a sentar cátedra en algo que ya está más que estudiado y divulgado. Para hablar del repertorio de la Ronda de Motilleja vamos simplemente a relatar de manera sencilla cómo se estructura y se usa, cómo se llama y cómo se utiliza, cómo lo sienten las gentes de Motilleja, quienes lo perciben como suyo, como patrimonio propio que les pertenece.

Así, tenemos que empezar hablando de los “estilos” que se fundamentan y se agrupan según la función que desempeñan, principalmente se diferencian los estilos que se cantan y los que se bailan. Como es lógico, algunos estilos son más usados que otros por ser tradicionalmente más populares que otros, como puede ser el caso de las seguidillas, baile preferido en el pueblo y tema básico y obligado en el repertorio de la Ronda. Los estilos más característicos de la música tradicional en Motilleja los encontramos en: los cantares y las rondas, entre los estilos de cante, y los bailes agarraos y los bailes sueltos, entre los estilos de baile.

Los cantares están representados por temas cantados de referente festivo, como es el caso de las toreras, tema en el que se relata un festejo taurino llevado a cabo en la Aldea del Rincón, se nombran a amigos y personajes del lugar con un estribillo muy pegadizo cantado a coro y con ritmo de jota; las tonadas, piezas de diverso género para ser cantadas por una o varias personas, con o sin instrumentos musicales, siendo la más popular de todas la conocida como A la luz del cigarro y otras como La Tarara, Ya estamos de borrachera, Campanera, etc.; los cantos de labor, propios de una sociedad rural campesina que al tiempo de realizar las faenas en el campo se acompañaban de cantares alusivos a éstas y otras labores (labranza, siega, trilla, etc.) utilizando para estos temas aires de jota o aires flamencos; los romances, que se difundieron por todos los pueblos de España, también estuvieron muy presentes en Motilleja, contando con temáticas muy populares y versiones locales como fueron los caballeros, los hechos truculentos, los amores no correspondidos, las desgracias de mal casadas, los sucesos de guerras pasadas, o hechos legendarios de distinta índole como es el caso del celebérrimo romance por tierras albacetenses de El Pernales, que narra la persecución y muerte de este famoso bandido en la Sierra de Alcaraz.

Las rondas destacan, principalmente, en el ámbito público, y cuando procede en el religioso, por tanto estaremos hablando de rondas de clara función social, cíclica y festiva para la comunidad vecinal. Las rondas más características son la de los mayos y la de los aguilandos, ejes fundamentales para entender el hecho de rondar por mayo y por Navidad.

Los mayos los hay de dos tipos: el mayo religioso, que se canta a la Virgen María en la puerta de la iglesia el día 30 de abril de cada año (estamos a treinta del abril cumplido, mañana entra mayo, mayo bienvenido) y que se estructura con una introducción en jota, en la que se pide licencia a Dios para cantar, y se pasa al mayo propiamente dicho, en el que se alaba y ensalza a la Madre de Dios y se le piden favores, para terminar con jota en la que la despedida más popular en los cantares motillejanos hace también aquí su aparición: se despide la Ronda de su morena con un pie en el estribo y otro en la arena; y el mayo de ronda, o mayo profano, que es con el que se ronda durante esa noche mágica de los mayos a las mozas casaderas de la localidad. Es éste un mayo original que únicamente se acompaña de instrumentos de percusión, principalmente pandereta, donde un rondador canta las estrofas y el resto de la Ronda canta el estribillo a coro. Los mayos destinados a las mozas en Motilleja, como en tantos pueblos manchegos, están cargados de metáforas y de versos llenos de una lírica amorosa extraordinaria (Ha venido la Ronda a cantarte, ha venido a cantarle a tus ojos..., Asómate a esa ventana cara de luna brillante..., Y si debo despedirme yo lo haré con una rosa, que en tu vida encontrarás despedida tan hermosa) cumpliendo la función tradicional de declaración pública de nuevos noviazgos o confirmación de ellos, declarándole el amor a la moza con la que se quiere unir en noviazgo bien al que canta el mayo o bien al que lo ha encargado cantar, quedando de esta forma así establecida públicamente esa nueva relación de pareja, cumpliendo además con el ciclo estacional de mayo, con el ciclo vital de noviazgo, con el ciclo litúrgico del mes de María, etc.

En sus orígenes, la fiesta de los mayos, como fiesta propiamente dicha, trata de conmemorar la entrada del mes más fértil del año, del mes de las flores, del mes de los frutos, del mes de los campos preñados, del mes de la esperanza, del mes de mayo, del mes de la primavera. Para ello, la noche previa a su llegada, es decir, la noche del 30 de abril, la Ronda canta durante la noche a las mozas, a la fecundidad, al amor entre mozos y mozas, mayos y mayas, etc. Como ya hemos dicho anteriormente, es interesante vincular y ligar funcionalmente esta fiesta con la declaración pública de noviazgos e intenciones amorosas.

Al mismo tiempo, como todas las fiestas que tienen un origen precristiano, y debido, principalmente, al arraigo y a la participación social tan importante, no es de extrañar que la fiesta de los mayos sufriera el proceso de cristianización, y así, de ser una celebración de tipo social de carácter festivo y pagano, sobre un suceso cíclico de la madre Naturaleza, la conmemoración adquiere una nueva dimensión, en este caso espiritual y religiosa, que se pone de relieve bajo la advocación de la Virgen, haciendo de este mes de mayo el mes de María, a la que se rinde una especie de culto floral en estos días muy acorde con esa exaltación tradicional de la fertilidad y fecundidad de la Naturaleza. Por este motivo, dos son los mayos que se repiten en casi todas las poblaciones que todavía conservan esta tradición tan antigua: el mayo a la Virgen y el mayo a las mozas. Estaríamos hablando, pues, de un mayo profano y otro religioso. El mayo dedicado a las mozas, o profano, estaría basado en la referencia directa y exaltada sobre el mes de mayo junto con elogio de la mujer a la que va dirigido el canto; mientras que el mayo a la Virgen, o religioso, se canta en honor a la Madre de Dios, en señal de alabanza, y en muchas ocasiones cumpliendo una función petitoria y rogativa de buenas cosechas, de lluvias, de alimentos, etc. La conexión entre los dos mayos es más que evidente (formas musicales, formas métricas, estructuras, etc.), de hecho, en muchos pueblos la música de los dos mayos es la misma y sólo cambia la letra, ya sea referida a la Virgen o a las mozas casaderas.

Es evidente que, en el proceso de cristianización de esta fiesta, el mayo religioso no es sino una derivación obligada del mayo profano. Los mayos dedicados a la Virgen se suelen cantar, por un entendido respeto tradicional, en primer lugar, acudiendo a las puertas de las iglesias para dar mayor honra a la patrona del lugar. Hay mayos dedicados también al Santísimo, a Jesucristo o a la Cruz, pero estos son más raros. Tras cantar a la Virgen es costumbre dirigirse a la casa del Alcalde del pueblo, como representante de la máxima autoridad, donde se canta el primer mayo profano y se pide permiso para poder realizar la ronda por las calles del pueblo. Y, a partir de ahí, ¡a tocar y cantar, y a echar los mayos que hagan falta!

Por otro lado, y colocándonos en las antípodas del ciclo festivo primaveral, es decir, introduciéndonos de lleno en el ciclo invernal o de Navidad, la ronda aguilandera, la ronda utilizada para pedir el aguilando, ese obsequio (bien en especies, bien en dinero) que se hace a los músicos de la Ronda por cantar a la puerta de alguien en la Nochebuena y el día de Navidad, va a ser la gran protagonista de estas fechas navideñas en Motilleja. Para cantar y pedir el aguilando se usan coplillas que hacen alusión al nacimiento del Niño Jesús, a la adoración de los pastores, a la Virgen María y a San José, a los Reyes Magos, etc., sobre todo en las coplas aguilanderas que se cantan en la Misa del Gallo, en la Nochebuena; después, para rondar en la calle se alternan éstas con otras coplas profanas, más alegres, simpáticas, atrevidas y, a veces, picantes, aludiendo a algún músico de la Ronda, o al dueño de la casa donde se canta y no dan el aguilando, etc.

Junto a los aguilandos o coplas aguilanderas, también hay un rico repertorio de villancicos tradicionales de la Navidad motillejana que se cantan por las calles y en las reuniones familiares de esos días, acompañados de panderetas y zambombas.

En cuanto a los estilos de baile, ya hemos dicho que la tradición nos habla de los bailes sueltos, “los de siempre”, y los bailes “agarraos” o modernos, éstos últimos introducidos en las celebraciones festivas y salones de baile desde el primer tercio del siglo XX y que terminaron por doblegar y dejar anticuados a los bailes que hasta entonces eran más populares, esos que en Motilleja cariñosamente se refieren a ellos como “los de siempre”.

Los bailes agarraos se introducen a principios del siglo XX en las Rondas tradicionales como músicas de moda y bailes que rompen con el modelo establecido, el modelo tradicional de una pareja de baile distanciada y sin poder tocarse. Los bailes agarraos supusieron una auténtica revolución en los modales de la época en tanto en cuanto los hombres cogían de la cintura a la mujer y la mujer se abrazaba a la espalda del hombre para poder bailar, dejando a un lado pudores de otros tiempos. Evidentemente esta nueva moda iba a hacer olvidar rápidamente los bailes sueltos en una juventud deseosa de cogerse, agarrarse y arrimarse el máximo posible a su sexo opuesto, y de forma socialmente admitida. Además, estos nuevos bailes se regían por unos pasos muy marcados y muy fáciles de ejecutar, por tanto muy fáciles de aprender por cualquiera, lo que aceleró todavía más el proceso de abandono y olvido de jotas, fandangos, seguidillas, etc., que eran las piezas pasadas de moda, obsoletas, que bailaban sus padres y sus abuelos.

Con todo, estas formas coreográficas se seguían utilizando para abrir o cerrar el baile, baile que ahora pasa a celebrarse en recintos cerrados acondicionados para bailar y al que se accede pagando la correspondiente entrada. Los agarraos más populares fueron, en un primer momento, las mazurcas, valses y pericones, todos ellos bailados casi de la misma manera y con los mismos pasos, y más tarde los pasodobles se convirtieron en el eje fundamental de cualquier baile de época. Otros bailes de moda fueron las javas, polcas, chotis, etc, y más tarde los boleros. Resulta curioso como, en Motilleja, uno de los temas de baile suelto más tradicionales y de arraigo más antiguo en la práctica totalidad del territorio español haya evolucionado hacia un baile agarrao, y lo que siempre había sido un baile suelto, festivo, de mocedad, de cocinilla, de reunión familiar, de amigos, se convierte por propia evolución, de motu proprio, en uno de los agarraos más populares en el primer tercio del siglo XX: nos estamos refiriendo a las Jeringonzas.

Los bailes sueltos son, por tanto, los más antiguos, “los de siempre”, esos que, de generación en generación, se han ido transmitiendo y que en Motilleja encontramos algunos ejemplos vivos y otros presentes en la memoria fresca de las gentes que los recuerdan de cuando los bailaron, tocaron o cantaron. Los tres palos más importantes de la música y el baile tradicional de la España del siglo XIX, los que la sostienen y la identifican, se encuentran en Motilleja, o sea, las jotas, las seguidillas y los fandangos.

En la ejecución de los bailes sueltos en Motilleja mandaba la mujer, que era quien gobernaba la situación coreográfica debiendo seguir el hombre los pasos y mudanzas que aquélla realizaba. Como en cualquier parte, el baile suelto sera espontáneo y cada bailador o bailadora sólo tenía que seguir el ritmo y aplicar los pasos que quisiera o supiera a la diversión que le proporcionaba el propio baile, a la expresión, a la interpretación y a las más profundas relaciones sociales de la comunidad rural. No había ni entradas ni salidas, no se bailaba al unísono con el resto de parejas, si las había, y las mujeres guardaban sus vergüenzas y su decoro a pesar de las vueltas y saltos que los diferentes pasos y bailes les obligaba (lejos de esos tópicos bailes de coros y danzas a los que se nos ha acostumbrado, falseando la verdadera realidad, en los que las muchachas al bailar enseñan al público sus pololos, sus enaguas, la entrepierna y hasta el ombligo; y ¡no digamos nada de los escotes!. Todo falso).

En la actualidad se puede ver en Motilleja bailar, principalmente a mujeres, con la espontaneidad y libertad que el baile tradicional siempre ha gozado; sin alardes, sin falsos movimientos, sin forzadas poses, sin alocados saltos, sin “enseñar” nada, etc., y cada bailadora es capaz de marcar sus pasos dándole un estilo propio, personal, a una misma pieza o baile.

Como ya hemos comentado, los tres ejes de la música tradicional decimonónica, jotas, seguidillas y fandangos, los hallamos en Motilleja en forma de músicas, cantares y bailes.

De este extraordinario repertorio de baile heredado de las generaciones pretéritas empezaremos a hablar de las Jotas. Tres son las más conocidas, hoy por hoy, entre los músicos de la Ronda: La Jota del Vino, tal vez la más popular de todas, conocida también como La Jota de La, cuyas características más destacadas son que siempre se inicia con una copla de Torrás y el estribillo, que se repite siempre, es cantado con energía por toda la Ronda; tiene además un estribillo final diferente, de despedida, muy propio de la música popular motillejana (se despide la Ronda de su morena con un pie en el estribo y otro en la arena), siendo este elemento común también a las Jotas de baile en muchas zonas de la geografía nacional; la Jota corrida, que es de ejecución más pausada, más lenta, con todos sus estribillos cantados y unidos a las coplas, de ahí el epíteto de “corrida”, se suele tocar por Re; y, por último, la Jota de ronda, conocida también por el nombre de Jota bonita, es una de las preferidas para el baile por su cadencia musical y su carácter melódico; se toca en tono de Sol y las variaciones entre coplas son interpretadas por los instrumentos de plectro dejando al final de cada variación libertad al cantante para entrar con la copla al que se le apoya con acordes rítmicos tonales. En todos los temas los músicos intérpretes intentan cantar coplas diferentes, nuevas, inventadas, resultando en consecuencia que la misma jota, por ejemplo, siempre es tocada igual pero cantada con distintas coplas.

En Motilleja la Jota goza de una salud excelente en su variedad e interpretación.

La familia de los Fandangos también está perfectamente representada en el repertorio de la localidad de Motilleja. Se puede decir que hay un gusto muy especial, y a veces extraordinario, por cantar fandangos, en toda su extensión, entre el vecindario del pueblo en general. Cuatro estructuras de fandango son las más destacadas dentro de la Ronda: el Fandango propiamente dicho, que consta de variación instrumental con una frase rítmica y melódica de ocho compases repetidos en escala andaluza, y la copla, o parte cantable, que entra de manera libre con el inicio final de la variación repetida, como cualquier fandango estandarizado; es de baile vigoroso, muy parecido a la Jota; si no se baila, se suele tocar y cantar más despacio para lucimiento del intérprete; el Fandango con estribillo, que, además de variaciones y coplas, introduce un estribillo de bella factura literaria y poética, cantado con ímpetu y sentimiento por toda la Ronda; la Rondeña, tal vez uno de los temas más populares y queridos en Motilleja, por sus estribillos picantes, sarcásticos o graciosos en forma de seguidilla y con la variación instrumental prácticamente similar al mismo Fandango; para la entrada del cantante en la copla los instrumentos le hacen la espera con iguales acordes rítmicos hasta que, como siempre, en plena libertad, el intérprete echa su copla, quien, además, introduce el estribillo que es seguido por toda la Ronda al unísono; tras la copla de despedida, vuelve a cantarse el estribillo final más popular motillejano: se despide la Ronda de su morena con un pie en el estribo y otro en la arena; y, por último, la Malagueña, una variante más del fandango genérico que en Motilleja se convierte en un toque vigoroso, introducido en escala andaluza por el laúd.

Al igual que comentábamos en las Jotas, las coplas literarias de los fandangos son siempre diferentes, sólo se mantiene fija la estructura musical, la melodía, y así el que canta tiene la libertad de echar la copla que desee oportuna lo que le otorga siempre un toque de sorpresa y novedad para el público que escucha a la Ronda, también para músicos y bailadores.

Hemos dejado para el final a la familia de las Seguidillas por tratarse, como de todos es sabido, de la más estimable aportación de las comarcas manchegas a la música tradicional española. En Motilleja, hablar de seguidillas es hablar del baile por antonomasia, del baile preferido, el más popular, el más esperado, el más deseado. Podemos decir que, precisamente, son las seguidillas las que más identifican y diferencian a la Ronda de Motilleja de otras Rondas similares o de otros grupos de música popular.

Hay un sentimiento especial cuando se tocan seguidillas, cuando se cantan seguidillas, cuando se bailan seguidillas. Sin lugar a dudas, las seguidillas son las reinas del baile, con un ritmo trepidante y una manera de hacer sonar los guitarros y las guitarras de difícil explicación, con marcación rítmica en las tapas de los instrumentos y una concentración musical intensa con la que los músicos casi alcanzan un estado de éxtasis al interpretarlas.

Entre seguidilla y seguidilla, entre copla y copla, se hace un pequeño corte temporal en el que tanto músicos como bailadores recomponen sus fuerzas y alientos. También se pueden interpretar instrumentalmente marcando en este caso la voz, la melodía, con el laúd y el resto de instrumentos de plectro.

Otro genéro de seguidillas muy popular y apreciado en Motilleja son las conocidas como Torrás, consideradas ya por los músicos más viejos del lugar como una de las piezas más antiguas del repertorio tradicional. Se trata de un tipo de seguidilla pausada, tocada con un ritmo más cercano a la Jota, en la que la variación musical que antecede a la copla de seguidilla se muestra como retrasada, como recelosa de entrar en ritmo, en tempo, casi descuadrando la marcación, arrastrando su musicalidad, reteniendo su cadencia y dando al baile una mayor vistosidad. Se cantan con un verso introductorio, al igual que las propias seguidillas, o entrada, y le siguen tres partes entrelazadas, unidas entre sí, en las que no se detiene el ritmo musical hasta el final, hasta la copla completa de despedida y con la que, en muchas ocasiones, se suele dar paso a la Jota.

Guitarros, requintos y octavillas: instrumentos

La investigación, el estudio y el análisis de los instrumentos de la música tradicional forma parte de una de las facetas más interesantes de la etnomusicología histórica y actual. Existen distintos modos de clasificar estos instrumentos para su estudio, bien se consideren criterios de tipo tipológico, o de tipo histórico, o de funcionalidad y uso por parte de los músicos, etc. Lo cierto es que la clasificación organológica más utilizada, y por tanto más usual y admitida por todos, es la que hicieran en 1914 los investigadores Erich Hornbostel y Curt Sachs, basada en el tipo de emisión de sonido de cada instrumento, estableciendo cuatro grandes familias: aerófonos (el sonido es producido por el aire insuflado por ellos), membranófonos (construidos con membranas sonoras), idiófonos (el sonido lo producen por sí mismos) y cordófonos (el sonido se produce por vibración de cuerdas). Ésta es la clasificación que vamos a seguir también nosotros para describir los instrumentos utilizados tradicionalmente en Motilleja, sin entrar en subclasificaciones que serían objeto de otro tipo de análisis y estudio.

Tan importante como el mantenimiento del amplio e interesante repertorio tradicional de la música motillejana, es la interesantísima gama de instrumentos musicales usados hoy día para la interpretación de ese repertorio. Motilleja, hoy por hoy, se nos manifiesta como un tesoro de la organología tradicional manchega, o algo así como una reserva espiritual de instrumentos y músicos de la tradición. Guitarros manchegos y tocadores de guitarros, viejos violines y tocadores de violines, octavillas viejas y nuevas y tocadores de octavillas, laúdes y bandurrias y tocadores de laúd, guitarras y tocadores de guitarras, panderetas y panderos y constructor de panderos, zambombas y botellas y constructores de zambombas, etc., existen o son recordados de manera reciente, fiel y fidedigna, inducidos todos ellos por la afición tan extraordinaria de muchísimos motillejanos a la música, al cante y al baile, y a la pervivencia estable, y casi ininterrumpida, de las Rondas históricas y músicos posteriores.

Dentro de la familia de instrumentos membranófonos utilizados por la Ronda de Motilleja, destacan: el pandero, que todavía elabora Emilio Sáez, pastor de Motilleja, hecho con piel de cabrito y chapas de hojalata rizada; en su toque se combina la percusión con la yema de los dedos para marcar los tiempos fuertes, y el dedo corrido para los demás; la pandereta, más pequeña que el pandero, se usa de la misma manera; y la zambomba, membranófono frotado usado en las coplas aguilanderas de la Navidad.

El grupo de instrumentos idiófonos están representados por las castañuelas, que evidentemente dentro de la Ronda son de reciente incorporación actualizando así el sonido de la percusión más tradicional; el cántaro, de chapa por ser de los utilizados para guardar aceite, que se percute con un gorro de lana o alpargata y se usa como si de un tambor se tratase; los platillos o chinchines, que son crótalos de bronce de gran tamaño que marcan acompasadamente un ritmo circular y machacón muy característico; la botella labrada que se percute con una cuchara que rasguea los biseles vítreos produciendo un sonido muy peculiar; y el almirez, mortero de bronce, que se percute con su propia mano o mazo a modo de badajo. Pandero, platillos y castañuelas son los más utilizados por la Ronda de Motilleja.

Por último hablaremos de la familia de instrumentos más numerosa y más destacada de la tradición en Motilleja: los cordófonos. En primer lugar mencionaremos al violín, instrumento de cuerdas frotadas que, como en otros muchos territorios del país, es usado también para el repertorio de la música tradicional por músicos que, de forma autodidacta, establecieron su propio aprendizaje y uso de este instrumento. Parece claro que la inclusión de nuevas melodías y ritmos durante el siglo XIX principalmente (contradanzas, minués, polcas, mazurcas, etc.) originó la entrada de algunos instrumentos “cultos” en ambientes populares, como fue el caso del violín, que ahora nos ocupa, la flauta o el acordeón.

La guitarra es el instrumento más popular y el más difundido en toda la comarca y es el acompañamiento fundamental para la voz de los intérpretes cantantes. En la Ronda se toca la guitarra al más puro estilo antiguo en su manera de ejecutar el rasgueo marcando el tiempo fuerte en la tapa armónica del instrumento y cruzando con cejillas las diferentes guitarras de la Ronda, lo que inevitablemente le otorga un sonido original, peculiar, diferente y diferenciador, auténtico y singular. La cercanía a Motilleja de la localidad conquense de Casasimarro, donde desde el siglo XVIII se vienen construyendo guitarras y otros instrumentos musicales de cuerda, ha hecho y hace que actualmente la práctica totalidad de guitarras de la Ronda estén fabricadas por los artesanos casasimarreños, al igual que guitarros, bandurrias, laudes, octavillas, etc. Los músicos más viejos nos recuerdan que en otras épocas usaban la cuerda prima de acero, consiguiendo de esa manera un sonido característico del instrumento.

Los instrumentos de plectro o púa juegan un papel destacado en el repertorio de la Ronda. Son instrumentos de seis órdenes con cuerdas dobles que producen un trino o trémulo al frotar ininterrumpidamente las dobles cuerdas con la púa. Estos instrumentos en la Ronda son: la octavilla, muy utilizada en otras épocas en la comarca y recuperada en la actualidad por la Ronda, es de cuerpo similar al guitarro, en forma de ocho, aunque todavía de menor proporción; su afinación es distinta a la del laúd o bandurria: do#, fa#, si, mi, la, re; la bandurria y el laúd, junto a la octavilla, se encargan de hacer la melodía principal aunque en ocasiones utilizan acordes rasgueados y suelen improvisar melodías y segundas voces como contrapunto a la voz solista del cantante.

El guitarro manchego es de forma similar a la guitarra pero de muy reducido tamaño; consta de cinco órdenes simples que se afinan con la guitarra septimada o cejilla en el séptimo traste y usa las mismas posiciones de acordes que la guitarra. Sus cinco cuerdas pueden ser de guitarra o combinarse algunas de ellas (la prima y la cuarta, por ejemplo) con cuerdas metálicas de laúd. Su manera de tocarse, su rasgueo es la nota más característica de este peculiar instrumento que forma parte de los pocos instrumentos étnicos con los que cuenta nuestra amplia zona manchega, ya que se toca de manera continuada construyendo un ritmo melódico completo para lo cual es necesario agitar la mano derecha vigorosamente y de manera circular, como la propia música que se consigue.

El toque de los guitarros de la Ronda de Motilleja en la interpretación de las seguidillas es, hoy en día, una experiencia única, singular, extraordinaria, inimitable e inigualable que cualquier aficionado a la música tradicional puede sentir y disfrutar.

El requinto o guitarrilla tiene también forma de una guitarra, también mucho más pequeña pero, en este caso, mayor que el guitarro y la octavilla, instrumentos afines en la forma. Tenemos ejemplos de conservación de este instrumento en varios pueblos de la comarca. Tiene seis cuerdas iguales a la de la guitarra que se afinan en la, re, sol, do, mi y la, o sea, con la guitarra requintada o con la cejilla en el quinto traste de la guitarra, de ahí su denominación de requinto. Su rasgueo es circular y esplendoroso como en los guitarros.

La Chicharra: Las Rondas “revientan cantando”

Los tiempos cambian y las modas con ellos surgen, se crean y desaparecen. Las necesidades de los vecinos motillejanos son así mismo cambiantes, y la actual globalización pone en peligro a cualquier manifestación cultural sea ésta del género que sea. La Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Motilleja y la Asociación EtnoMancha se propusieron iniciar una nueva andadura con el fin de ofrecer a todos los vecinos del pueblo, visitantes y turistas veraniegos una fiesta en la que el intercambio cultural de gentes y músicas fuese el leit motiv de la misma, así como la recuperación de elementos festivos tradicionales en una nueva fiesta actual que debía ser enormemente divertida y abierta, adaptada a los nuevos tiempos.

Esta fiesta se programó para que se llevara a cabo anualmente en el mes de julio, el fin de semana previo a las fiestas patronales en honor a Santa Ana, formando así parte también de las fiestas motillejanas más esperadas del año y sirviendo de antesala a las mismas. En un primer momento se pensó en reunir a diferentes rondas o grupos de músicos de pueblos vecinos, de comarcas cercanas, e incluso de otras regiones españolas, de tal manera que, además de la fiesta, este evento sirviera para dar a conocer a la Ronda de Motilleja y promocionar a la propia localidad. Se le puso el nombre de La Chicharra (original ¿verdad?) por ser un animal muy popular en la zona que canta en los cálidos veranos manchuelos “hasta reventar”, y que, precisamente, es lo que hacen los músicos cuando se juntan en esta fiesta, al decir de algunas gentes que la ven desde lo alto: “míralos, parecen chicharras, no se cansan nunca, tocan y cantan sin parar”.

En julio de 1999 se organiza, por primera vez, La Chicharra, revienta cantando, invitando a rondas de pueblos de la zona que están a punto de desaparecer, y alcanzando un éxito que sorprendió a propios y extraños, lo que dio el pistoletazo de salida para la programación de esta fiesta con carácter anual. En el año 2000 es la Ronda de Los Llanos la encargada de su organización, a partir de ahí es la Asociación EtnoMancha, la que se hace al cargo del mantenimiento de la fiesta. Desde entonces, se ha venido realizando consecuentemente todos los años hasta la actualidad en la que se puede decir que está perfectamente consolidada e instituida, formando parte ya del calendario tradicional festivo del pueblo de Motilleja.

Durante los tres días que dura La Chicharra las Rondas participantes recorren las calles y bares del pueblo tocando, cantando y bailando a cualquier hora y en cualquier lugar. Es una fiesta participativa, abierta al visitante y con un simple sentido lúdico y espontáneo. El objetivo es divertirse, es divertir. Hasta Motilleja llegan músicos de La Manchuela, de Albacete, de la región o de cualquier punto de la geografía nacional, quienes muestran sus músicas, sus cantos, sus bailes y se integran en los de los demás. En general, cualquier persona que tenga un instrumento en la mano, se eche unos bailes o simplemente acompañe en el beber a cualquiera de las Rondas se siente como un “rondero” o rondador más.

El viernes, con la llegada del anochecer, los músicos de la Ronda de Motilleja comienzan a recorrer las calles y los bares de la localidad anunciando la llegada de la fiesta. El recorrido termina con una verbena popular en la Caseta Municipal a las 22.30 horas. Se realiza baile suelto (jotas, seguidillas, fandangos, torrás, rondeñas, etc.) en el que, tanto quien sabe como quien no, baila o intenta bailar y aprovechar el momento para aprender los pasos básicos de cada baile. Después la Ronda continuará con su actividad hasta el amanecer.

La mañana del sábado está dedicada al recibimiento de los grupos musicales invitados quienes, con el paso de las horas, empiezan a tomar las calles y los bares con sus instrumentos y sus músicas tradicionales, iniciando así un recorrido que en muchos casos no terminará hasta el día siguiente. Por la tarde las Rondas están ya en pleno apogeo, uniéndose a la fiesta amigos y visitantes quienes van dando rienda suelta a sus impulsos lúdicos y festivos en torno a la música y el baile tradicional.

Tras un ligero descanso para reponer fuerzas, se inicia la verbena tradicional en la Caseta Municipal donde participan todas las Rondas invitadas junto a la Ronda de Motilleja que se suele alargar hasta que el baile se va deshaciendo por agotamiento de músicos y bailadores. Alrededor de la una de la madrugada los músicos comienzan a recorrer los bares con sus músicas y cantos, mezclándose entre sí los músicos de los distintos grupos. La algarabía y el desorden controlado se apoderan de la fiesta, convertida ya en un espectáculo espontáneo en el que cualquiera puede participar, y cada músico con su instrumento se va juntando a cualquier Ronda, coincidiendo pocas veces con la de uno mismo. La fiesta se alarga durante toda la noche o hasta que los cuerpos aguantan, y cuando los primeros rayos del sol, dominical ya, se abren paso, una buena lumbre y suculentas viandas para asar sirven para reponer las agotadas fuerzas de músicos y amigos.

La mañana del Domingo tiene una doble versión, que depende mucho de las épocas de sequía y de la espontaneidad que gobierna parte de esta fiesta:

En la primera de ellas, y menos usual, Las Rondas van despertando a aquellos músicos que decidieron dormir algunas horas. Sobre las 13 h. la fiesta se concentra en la Plaza Mayor de Motilleja donde los músicos vuelven a rasguear sus instrumentos y las voces de los cantantes se esfuerzan por afinar sus últimas coplas. Algunas mujeres agasajan a los músicos con gastronomía típica del lugar y alguna refrescante “cuerva” Y así hasta la hora de comer en la que, a su final, las Rondas comienzan a guardar los “guitarros”, echando en la Plaza Mayor las “penúltimas seguidillas”.

La segunda versión, es la más tradicional y arraigada en el pueblo. Los habitantes y visitantes de Motilleja tienen la oportunidad de “vengarse” de La Ronda, ya que se celebra la Mañana del Agua. Con esta actividad llegan a la Plaza sobre las 13.30 h. diversos remolques cargados de agua, en ellos se aprovisiona la gente usando cubos e inicia una peculiar “batalla de agua” que no impedirá que la Ronda de Motilleja continúe con sus cantos, a la vez que la población intentará acallarlos a base de agua.

En ambas versiones de la fiesta con la llegada del atardecer las Rondas y visitantes se despiden y van abandonando la localidad con la sensación de haber vivido una experiencia inolvidable y con la esperanza de, al año siguiente, en Motilleja, volver a emular a la chicharra, ese animal que, en los tórridos veranos manchuelos, revienta cantando...

La Ronda de Motilleja: los músicos

Motilleja (músicos en el año 2011)

Músicos: la Ronda (no forman una agrupación definida y casi nunca coinciden todos a la vez):

Alberto García Tejas: guitarra y voz.
Juan Antonio Gonzalez: Guitarra.
Rafael García “Tarugo”: guitarra, laúd, violín y voz.
Juan Carlos Valiente Monteagudo: violín.
Carlos Pino Martín: Guitarra, platillos, pandero y voz.
Jesús Tejas Juncos: guitarra, requinto, laúd, violín y voz.
Francisco Hernández: Violín y Octavilla
Mª Julia Juncos: guitarra.
Mª Dolores Ayuso: guitarra y voz.
Juan Manuel Gamero: guitarro manchego.
David Tejas Juncos: pandero, guitarro manchego y voz.
Francisco José Gallardo: guitarro manchego.
Antonio Cebrián: laúd.
Pascual Cebrián “El Blanco”: guitarra y laúd. (QEPD)
Enrique Cebrián: laúd.
Javier Cuéllar: octavilla.
Juan García: Flauta Travesera
Lourdes Simarro: Flautín
José Juncos: platillos, guitarro manchego y voz.
Luis Sáez Tejas: pandero y platillos.
Javier Tejas: platillos.
Isabel Galera: platillos, castañuelas y voz.
Noelia García: castañuelas y voz.
Maribel Rodríguez: Platillos, Postizas, baile y voz.
Mª Antonia Fernández: castañuelas y botella labrada.
M. Jesús Lopez Carcelén: castañuelas, voz y baile.
Eva López Carcelén: castañuelas y baile.
Jerónima Rodríguez: castañuelas y almirez.
Inés Moya Garrido: castañuelas y baile
Sara López: Castañuelas y baile
Mayeras de Motilleja
Diosinda Gómez, Alberta Tejas, Isabel Juncos, Ignacia Rodríguez, Elvira Milla, Ascensión Berlanga, Evangelista Fernández, Consuelo Berlanga, Julia Berlanga, Aurora Rubio, Llanos López, Mariana López, Pilar Cuesta, Felisa Armero, Paquita Sáez, Matilde Fernández, Natividad Gómez, Encarnación Rodríguez, Catalina Rubio y Aurora Sáez

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