Poesía española contemporánea

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Se puede considerar la poesía española como contemporánea a partir de la segunda mitad del siglo XX, emancipada de la literatura de postguerra. Alrededor del año 1960 comenzó a surgir una nueva promoción joven de poetas y creadores cuyos cánones estilísticos se diferenciaban de los de sus más inmediatos predecesores.

Contenido

Los Novísimos y sus coetáneos

Como reaccion frente a la “poesía social” aparece a finales de los años 60 un nutrido grupo de poetas cuya más relevante característica fue una muy importante atención a la forma, atención que la poesía social no había situado en primer lugar en su concepción del hecho poético, y un marcado interés hacia los fenómenos que han recibido el nombre de cultura de masas: cines, cómic, música pop, entre otros.

De entre todos ellos, el historiador literario Josep Maria Castellet eligió a varios para su antología Nueve novísimos poetas españoles.[1] Esta antología tuvo una gran repercusión de forma inmediata ya que supuso un verdadero cambio y también una gran polémica en cuanto al criterio de selección y a la forma de entender la poesía de los poetas antologados. Los nueve novísimos eran: José María Álvarez, Félix de Azúa, Guillermo Carnero, Pere Gimferrer, Antonio Martínez Sarrión, Vicente Molina Foix, Ana María Moix, Leopoldo María Panero y Manuel Vázquez Montalbán.

El poeta Pere Gimferrer a los veinte años consigue el Premio Nacional de Literatura con Arde el mar, el título que simboliza en mayor medida a esta generación. En 1970 abandonó la escritura en castellano, que ha retomado recientemente con libros como Amor en vilo. Su “Oda a Venecia ante el mar de los teatros” inauguró la estética veneciana. La muerte en Beverly Hills recrea paisajes emocionales mediante la imaginería del mundo cinematográfico.

De Guillermo Carnero destaca su visión personal del amor y el cultivo de la metapoesía, además del gusto por formas métricas clásicas. José María Álvarez ha publicado un único título, Museo de Cera, que ha ido ampliando en siete nuevas ediciones. La poesía social de sus comienzos pasa a un cierto decandentismo culturalista en sus últimas entregas. Leopoldo María Panero se configura como “poeta maldito” desde la producción del documental El desencanto por Jaime Chávarri, malditismo que se acentuaría, junto a un empeoramiento de su estado de salud, hasta llegar a la publicación de Poemas del manicomio de Mondragón. El resto de miembros de la antología se dedicaron más tarde a la narrativa excepto en el caso de Manuel Vázquez Montalbán, que durante unos años siguió escribiendo poesía, de un marcado carácter social, y novela.

A pesar de que no fueron incluidos en la canónica nómina de José María Castellet, es posible considerar a poetas como Antonio Colinas, Luis Alberto de Cuenca, Luis Antonio de Villena o Jaime Siles como las poéticas más relevantes afines a los novísimos.

La evolución poética de Luis Alberto de Cuenca es un caso muy particular. Desde una postura cercana a la “novísima” por su culturalismo (Scholia), evoluciona de forma paulatina hacia una poesía realista, de temas cotidianos, delicadas emociones y fino sentido del humor. (La caja de plata, El otro sueño). Luis Antonio de Villena recrea en sus primeros libros un mundo mítico basado en la cultura clásica y bizantina (El viaje a Bizancio), aunque en títulos posteriores se ha acercado más al prosaísmo (Los gatos príncipes). Jaime Siles ha publicado libros muy diversos, desde los que se acercan a la poesía pura y visionaria (Canon) como a los que lo hacen a una más formalista y clásica pero también más cercana a la realidad (Semáforos, semáforos).

José Miguel Ullán destaca en la línea de la poesía visual (De un caminante enfermo que se enamoró donde fue hospedado) y Juan Luis Panero combina en sus poemas el culturalismo con el intimismo. Jenaro Talens y Aníbal Nuñez (autor de Cuarzo) son también poetas destacados que reflexionan sobre temas clásicos de la poesía como el amor, la soledad y la muerte.

Cultivando una poesía más clásica en forma y fondo se encuentran Antonio Carvajal, Miguel d'Ors y Eloy Sánchez Rosillo. Carvajal, autor de Tigres en el jardín, es partidario de un lenguaje barroco que sin embargo no comulga con los postulados novísimos; busca el esteticismo y para ello se vale de metáforas y formas clásicas como el soneto. D’Ors se caracteriza por una lírica humanizada e intimista a la que añade su particular visión de la existencia y una fina ironía; es autor de Curso superior de ignorancia y Hacia otra luz más pura. En Sánchez Rosillo, ganador del Premio Adonáis con Maneras de estar solo (1977), se presentan simultáneamente los tonos celebrativo y elegiaco, con predominio del segundo; trata de forma grave los mayores temas existenciales; es también autor de Elegías, Autorretratos y La certeza, Premio de la Crítica.

Años ochenta: poesía figurativa, poesía metafísica, irracionalismo

Como reacción al culturalismo, un grupo de poetas escribe en Granada el manifiesto La otra sentimentalidad, que reivindica una poesía realista, con un léxico sencillo, situaciones cotidianas y búsqueda de la emoción. De entre sus redactores sobresalen Álvaro Salvador y Luis García Montero. Los modelos de esta promoción hay que buscarlos en los poetas del 50, especialmente en Jaime Gil de Biedma, Ángel González y Francisco Brines.

Luis García Montero se ha convertido en el mayor representante de esta corriente de poesía llamada “poesía de la experiencia”. Ganó el Premio Adonáis con El jardín extranjero (1982), libro al que siguieron Diario cómplice (1988), Las flores del frío (1991), Habitaciones separadas (1994), Completamente viernes (1999) y La intimidad de la serpiente (2003), con los que cosechó el Premio Nacional de Literatura, el Premio de la Crítica, o el Premio Loewe. La mayor parte de sus poemas son de tema amoroso, especialmente en escenarios nocturnos, aunque también abundan los de reflexión existencial.

Felipe Benítez Reyes es otro representante destacado de este grupo. Sus temas preferidos, además del amoroso, son la memoria, el paso del tiempo y la propia literatura. Es autor de, entre otros, Los vanos mundos y Vidas improbables, ganador del Premio de la Crítica y del Premio Loewe. Jon Juaristi (Bilbao, 1951) se aleja levemente de estos planteamientos, ya que en él predomina un tono melancólico y desengañado ante la realidad y ante él mismo, cubierto con una sutil ironía. Destaca su reinterpretación de los clásicos y su preocupación por el problema vasco. Es autor de obras como Diario de un poeta recién cansado o Tiempo desapacible.

Como lo es Carlos Marzal, cuyo reconocimiento llegó algo más tarde que sus dos predecesores. Con Metales Pesados (2001) ganó el Premio de la Crítica y en el 2002 ganó el Premio Nacional de Literatura por el mismo poemario. Marzal, desde una poesía realista, escéptica e irónica, meditativa sobre el amor o la amistad (La vida de frontera), pasa, sin embargo, a una menos figurativa y más cuidada.

Otros autores cercanos a estos planteamientos son Francisco Bejarano, José Mateos, Javier Salvago, Abelardo Linares, Juan Lamillar y José Antonio Mesa Toré, andaluces todos ellos, que hablan del amor y la nostalgia con lenguaje sencillo y directo y con métrica tradicional. Poeta intimista y amigo de las formas es Justo Navarro.

Andrés Trapiello, en poemarios como La vida fácil, defiende una poesía tradicional, de tono sereno y basada en moldes como Unamuno o los Machado. También leonés, Julio Llamazares se encuentra a medio camino entre un simbolismo y una serenidad similar a la de Trapiello, y una nueva poesía épica del mundo rural de Castilla, que recuerda a la intrahistoria. La poeta Amparo Carballo Blanco, en poemarios como Maleficio de otoño o Espejo de Alinde, apuesta por una estética de la naturalidad, término que acuña.

A mediados de la década, un conjunto de autores que se agruparon bajo lo que ellos mismos denominaron la Diferencia, reivindicaron la independencia y libertad literarias, frente a la poesía de la Experiencia, que consideraban tendencia dominante, protegida, tal y como afirmaban en sus poéticas y textos teóricos, por los poderes públicos.

Aunque en un principio cualquier desmarcamiento del paradigma oficial validaba las propuestas de esta corriente, sus autores fundacionales fueron derivando hacia un tipo de poesía formalmente más exigente, lejos de la lengua coloquial y las temáticas urbanas. Dicha estética, más cercana a la generación del 60 (poetas como Antonio Hernández Ramírez, Ángel García López, Rafael Soto Vergés o Jesús Hilario Tundidor) que a los poetas de la generación del 50, propugnaba una mayor consistencia verbal en orden a la atención de los recursos estilísticos, dentro de un lenguaje más figurativo, esto es permeable a los símbolos y metáforas, ya que consideraban el cultivo de la imagen esencial al discurso poético, así como una preocupación temática que excedía los ámbitos de la cotidianeidad. Frente a una sociedad cada vez más uniformada, tal y como afirmaban en su teoría poética, en sus hábitos y pensamiento, fue objetivo de estos autores la diversidad y la disidencia.


En cuanto a poesía épica, destacan los nombres de Julio Martínez Mesanza, Julio Llamazares y Juan Carlos Suñén. En ambos domina el trasfondo moral. Mesanza, a través de endecasílabos, recrea en su poemario Europa los temas de la valentía y el honor, con escenarios clásicos o medievales pero con un reflejo en la vida moderna. Suñén es autor de Un hombre no debe ser recordado, Premio Rey Juan Carlos.

Surge asimismo una corriente de poesía enmarcada en el irracionalismo, alejada de los postulados de la poesía de la experiencia. Dentro de este grupo destacan poetas como el leonés Juan Carlos Mestre, autor de poemarios como Antífona de otoño en el valle del Bierzo, premio Adonais, La poesía ha caído en desgracia o En la tumba de Keats; o Blanca Andreu, ganadora del Adonais con De una niña de provincias que se vino a vivir en un Chagall, poemario que justifica su neosurrealismo y su postura irracional con las constantes alusiones a la droga. Otro lugar importante lo ocupa Fernando Beltrán, cuyo "Aquelarre en Madrid", accésit del premio Adonais el año que lo gana Luis García Montero, supone un claro ejemplo de poesía rupturista con el pasado culturalista y una apuesta por la vanguardia poética. Posteriormente su poesía se orientará también por el lado social, aunque sin abandonar nunca un cierto irracionalismo y surrealismo. Otros nombres asociados a la corriente irracionalista son Luisa Castro, Amalia Iglesias o Ángel Petisme.

Otra corriente sería la poesía metafísica o del silencio, representada por autores como Miguel Casado, Esperanza López Parada, Andrés Sánchez Robayna, Álvaro Valverde, Vicente Valero, Olvido García Valdés, Pedro Provencio, Ada Salas y Amparo Carballo Blanco que defienden una poesía minimalista en la que cobran suma importancia los espacios entre palabras. Partícipe de la reflexión metafísica y del hermetismo formal es la poesía de José Carlos Cataño Aunque es difícil encontrar grandes semejanzas en sus planteamientos, suele agrupárseles por no pertenecer a la corriente dominante.

Es notable la proliferación de poemarios sobre el erotismo desde un punto de vista femenino, escritos por autoras como Ana Rosetti (Los devaneos de Erato), Almudena Guzmán (Poema de Lida Sal, Usted, Calendario, El príncipe rojo) o Aurora Luque (Hiperiónida, Problemas de doblaje, Camaradas de Ícaro).

Años noventa: más allá de realismo y metafísica

Algunos poetas tienden a una cierta conciliación de posturas, en la que se incluyen poetas como Jorge Riechmann, los últimos libros de Carlos Marzal y Vicente Gallego. Riechmann evoluciona desde una poesía metafísica y hermética (Cántico de la erosión) hasta una comprometida con la sociedad (El día que dejé de leer El País). Gallego comenzó con un periodo reflexivo (La luz, de otra manera) al que fue incorporado meditaciones sobre la vida actual y las relaciones de pareja (La plata de los días). Fernando Beltrán, tras su manifiesto en favor de una "poesía entrometida", orientará parte su voz poética a un lado social, sin abandonar el estilo que comenzó con "Aquelarre en Madrid". Fruto de esta conciliación son también las voces de Antonio Moreno Guerrero, Miguel Ángel Velasco, Luis Muñoz, Álvaro García, Lorenzo Oliván, Lorenzo Plana y Carlos Pardo, cada vez más abiertas al experimentalismo y a una relectura irónica de la vanguardia.

Por otro lado, recogiendo la herencia del realismo sucio, surge una poesía centrada en explorar emociones que redundan en el hastío y el desengaño. Los autores principales en esta línea son a Roger Wolfe y Pablo García Casado.

Una nueva tendencia, a quien parte de la crítica ha venido a denominar poesía de la conciencia, se forma en una poesía de fuerte raigambre social, alrededor tanto de los encuentros poéticos organizados en Moguer con el nombre de Voces del extremo como a través de diversos movimientos de izquierda anticapitalista. Autores en esta línea serían Antonio Orihuela, Isabel Pérez Montalbán, Jorge Riechmann, Antonio Méndez, David González y Enrique Falcón.

Un nuevo milenio

La poesía más reciente se mueve en muy diversos frentes sin que se pueda hablar en ningún caso de una escuela predominante. Incluso dentro de cada grupo las diferencias son enormes y en muchos casos un poeta se puede adscribir a varios de ellos.

Se produce en algunos poetas una vuelta al tratamiento de los temas humanos y sociales con un tono grave pero con leves cesiones a la ironía, Ana Isabel Conejo, José Daniel García, Carlos Martínez Aguirre, Vanesa Pérez-Sauquillo, Mariano Peyrou, Julia Piera,Marjiatta Gottopo, Miriam Reyes, Ben Clark, Julieta Valero, David Leo García o Martín López-Vega. En una línea también humana y social, pero añadiendo un tono expresionista y existencial se situaría Julio Mas Alcaraz. Otros poetas se adscriben de alguna manera a la herencia del culturalismo Juan Carlos Abril, Juan Antonio Bernier, Rafael Espejo, Abraham Gragera, Antonio Portela, José Luis Rey y Alberto Santamaría o, en menor medida, Elena Medel. Algunos poetas escriben una poética confesional centrada en el yo poético. Ejemplos serían Alfonso Berrocal o Pablo Méndez. Existe por otra parte una cierta recuperación del purismo en la órbita de José Ángel Valente, Amparo Carballo Blanco y Ada Salas: Marcos Canteli, Jordi Doce, Fruela Fernández y Ana Gorría. Un nuevo grupo sería el denominado "lanzarotistas", moderados por Sánchez Robayna, grupo en el que destaca Rafael-José Díaz. Y finalmente se puede hablar de un grupo de poetas continuadores de la herencia rilkeana, con antecedentes en Claudio Rodríguez y Vicente Valero: Javier Cánaves, Javier Cano, José Antonio Gómez Coronado o Javier Vela.

En definitiva, postmodernismo y eclecticismo en un grupo extraordinariamente heterogéneo.

Referencias y pies de página

  1. [Nueve novísimos poetas españoles. Seix Barral. 1970. ISBN 84-211-0004-1. Reeditado en 2001 por Ediciones Península ISBN 84-8307-336-6. Reeditado de nuevo en 2006 por Ediciones Península ISBN 84-8307-755-8]
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Wikimedia foundation. 2010.

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