Queniquea

Queniquea

Queniquea

Municipio del estado Táchira en Venezuela.

Contexto geográfico

Situado en el piedemonte andino, en una región montañosa, bajo un relieve accidentado envuelto en una densa niebla que recuerda a los Montes Cárpatos, con una vegetación muy rica y variada. Posee una altura promedio de 1.517 msnm y una temperatura media de 17,9°C.

Datos básicos

Es hoy un municipio pujante, emprendedor, lleno de vida y de optimismo, con una población que se acerca a los 20.000 habitantes, los cuales corresponden a Queniquea, que es la capital del Municipio Sucre y a sus dos parroquias: San Pablo y Mesa del Tigre.

Su principal actividad económica es la agrícola, herencia que se remonta al periodo histórico indígena.

Historia

Grandes estudiosos como Julio C. Salas y Alfredo Jahn, por mencionar algunos han dado hipótesis a los primeros asentamientos indígenas del Táchira, dando a la región de Queniquea la cuna de la civilización Kenike. Don Tulio Febres Cordero es más explicito y señala que todas estas tribus estaban asociadas a “la vasta población indígena que tenía su centro principal en la altiplanicie de Cundinamarca, asiento de los Muiscas, cuyo imperio ocupa el tercer lugar en el orden jerárquico de la antigua civilización del nuevo mundo”. Y, más recientemente la arqueóloga [[Reina Durán ha señalado que en Queniquea, en la aldea Machado se encuentra el Machu-Pichu tachirense. Lo cierto es que el nombre de Queniquea pervive, y es un nombre indígena y que ya Don Tulio Febres Cordero señala en su lista de poblaciones indígenas del Táchira. La arqueóloga Reina Duran en una clasificación muy interesante que hace sobre las poblaciones indígenas señaló que “los quiniqueos” pertenecen a la familia Aruaca.

En ese periodo histórico que se pierde en el tiempo, los indígenas denominados Queniques, vivían de la tranquilidad, sembrando el campo, adorando a sus deidades, hasta que un día el dios del Trueno les envió aquellos seres vestidos de metal. Esto sucedía el día que Juan de Maldonado cruza la ciudad del Espíritu Santo (La grita) y dirigiéndose a la derecha llega a un Valle, el cual bautizara como Valle del Espíritu Santo (donde hoy se asienta San José de Bolívar) habitado por una aldea de nombre Babuquena, esto ocurría el 24 de mayo de 1561, allí Maldonado pernotaría con sus hombres aquella noche, como señala en sus Crónicas Fray Pedro de Aguado. Al día siguiente, Juan de Maldonado se dirige a otra meseta, donde encuentra otra aldea con los indios Queniques, es así como Juan de Maldonado descubre Queniquea el 25 de mayo de 1561. Juan de Maldonado y sus acompañantes debieron quedar admirados ante la belleza de estos paisajes, ya para 1601 el Juez Pedro de Sandes mandaría a construir un Monasterio en el Valle del Espíritu Santo a donde acudirían los indios del Capitán Gabriel de Anguieta del pueblo de Queniquea.

Al leerse con detenimiento las Crónicas de Aguado observamos y sentimos la travesía de Maldonado por el Páramo de la Cimarronera hasta llegar al Valle del Espíritu Santo y luego llegar a la Meseta de Queniquea. Señala Aguado que allí habían dos pueblos “Sunesua” y “Quenega”, Coincidencia o no, Quenega y Queniquea tienes mucha relación. Por lo tanto Maldonado entraría a la Meseta de Queniquea el 25 de mayo de 1561.

Luego de su estadía en Queniquea, Maldonado continuaría su travesía hacia el Páramo del Zumbador y de allí a San Cristóbal. Más adelante el 8 de agosto de 1581 a Baltasar de Artiga le es dado como recompensa el pueblo de Queniquea por el Cabildo de La Grita. En ese intercambio de tierras Baltasar de Artiga entrega treinta indios de Queniquea y su poblado al Cabildo, que luego fueron dados al Capitán Gabriel de Anguieta.

Ya para 1601, los colonos se habían repartidos los pueblos e indios. Sigue en esta historia tan interesante otro nombre de un encomendero, y es para 1631 que los indios Queniqueas que fueron antes de Gabriel de Anguieta, después de la mujer de éste, serán entregados a Don Juan Méndez y Miranda, Procurador General del Cabildo de La Grita. Se pagó por el pueblo de Queniquea en 1631: 13 patacones y 6 reales y medio por el tributo. La encomienda tenía 15 personas en total y su cacique se nombraba Mateo. Este Mateo es el primer queniqueo que se nombra en las Crónicas de Indias.

La historia - según Lucas Castillo - señala que Mateo, Cacique de los Queniqueas, respondió con franqueza al Cabildo que en la estancia de dos leguas de la población de Queniquea se sembraba algodón, maíz y trigo. El papel jugado por la iglesia católica en la formación de la sociedad queniquea después del periodo indígena es fundamental, desde los primeros curas doctrineros venidos junto con los conquistadores a fundar pueblos a comienzos del siglo XVI, hasta la creación del poblado en 1817, esto ha sido de primera importancia. La Iglesia fue un factor determinante en el desarrollo de la educación, la política, la economía y la formación espiritual de los habitantes de Queniquea, y por tal razón debemos mencionar algunos hechos, aunque sea de manera breve sobre la evolución de la iglesia queniqueña. La historia de la evolución religiosa está muy ligada también a la historia del pueblo.

En 1628 pasan por Mérida los primeros Jesuitas y Franciscanos, provenientes del Nuevo Reino de Granada y la Ciudad de León, con destino hacia Caracas. Al encontrarse con un mundo ideal para el recogimiento espiritual y el estudio, con montañas coronadas de cumbres altas cubiertas de nieve, bosques poblados de árboles de todo tipo y huertas feraces y campos de cultivo donde la naturaleza se derramaba en abundancia de frutos y flores, deciden quedarse en estos lugares. Muchos de estos monjes Franciscanos y Jesuitas se internaron montaña adentro con los colonos en la formación de nuevos poblados. Los Jesuitas, Dominicos y Franciscanos, aparte de sus ocupaciones de tipo espiritual tenían un sentido muy desarrollado para las actividades productivas: desarrollaron una red comercial y agrícola muy vasta con haciendas de cacao en el Puerto de Gibraltar en Maracaibo, caña en Mérida, tabaco en Barinas y otros productos. En la ciudad de Mérida contribuyeron mucho a la educación al fundar el primer colegio bajo el nombre de San Francisco Javier.

En 1778 se crea la Diócesis de Mérida de Maracaibo, mediante una Bula del Papa Pío VI, siendo el primer obispo Fray Juan Ramos de Lora de la orden Franciscana. Desde su llegada a Mérida, despliega una gran actividad civilizadora, con la erección de la Catedral, El Palacio Episcopal y un seminario para formar nuevos sacerdotes, y sobre todo la catequización para los Andes, en ello estaba el Táchira.

Señala Lucas Castillo Lara que en la visita pastoral de 1805 hecha a La Grita, el Obispo Hernández Milanés traslada de Bailadores al Río Bobo al Padre Casimiro Mora, donde debía encargarse de una Capilla o Monasterio que estaba en ruinas en el Valle del Espíritu Santo, Monasterio hecho por los franciscanos en el año de 1631.

Y para 1810 el padre Mora se encuentra en Queniquea levantando otra iglesia junto a los vecinos José María Roa, Cecilio Pérez, Isidro González, Jacinto Ramírez, Rafael Ramírez, Feliciano Pulido, Joaquín de la Rosa Pulido, José Florentino Pulido, Luís Antonio Moreno y Antonio Bernabé Vivas. Lo cierto es que para 1816 vuelve el padre Mora a Queniquea y se encuentra con desavenencias entre sus pobladores, unos quieren al Padre Mora como sacerdote, mientras que otros piensan en un cura de raíces queniqueas para la fundación del pueblo, entre los que representan este nuevo proyecto aparece Don Venancio Escalante, Enrique Roa, Antonio María Contreras, José María Morales y Manuel Sánchez. El padre Mora había restaurado el Monasterio del Río Bobo en 1806, pero los queniqueos que tenían mayoría de votos, pidieron que se trasladase a Queniquea la iglesia del Río Bobo y para ello ofrecen donar nueve cuadras de tierra para la nueva iglesia. En estas discusiones los de Queniquea querían como párroco al padre Pablo Antonio Morales, cuyos antecesores eran de los primeros fundadores de Queniquea. Esta solicitud es dirigida al Obispo por intermedio del Vicario Fernando José García. Desde Maracaibo, el 21 de diciembre de 1817, el Obispo decreta la traslación de la Capilla de Río Bobo a Queniquea, convertida desde ese día en Vice-parroquia de Nuestra Señora del Rosario de Queniquea.

En los libros parroquiales de Queniquea quedan muchas dudas ante la historia que nos cuenta Don Lucas Castillo. No queda claro cuando se trasladó la Capilla en si de Río Bobo a Queniquea. El 8 de abril de 1818 el Padre García, Vicario de La Grita, va a Queniquea, a tomar posesión de lo donado, lo cual verifica ese mismo día. Así nacía de manera oficial un pueblo al erigirse la primera iglesia de lo que se conocería como Queniquea. La traslación de ornamentos de la Capilla del Río Bobo estuvo a cargo de Don Jacinto Ramírez, quién se encargó de traer las imágenes de San José, la Virgen del Carmen, San Rafael, Virgen de los Dolores, entre otras. La Capilla del Río Bobo, era conocida como la “Iglesia de las Guamas”, pues con ese material se empezó la construcción del antiguo Monasterio, información dada por Don Altagracia Peñalñoza, ya que en tiempo de la colonia el Valle del Espíritu Santo estuvo como una gran hacienda de tábaco bajo el cuidado de los monjes Franciscanos. Los Queniqueos levantaron otra capilla, y a su alrededor comienzan a juntarse los vecinos. El Masón Don Thomas Pulido diestro en la ebanistería, traza las calles y la plaza de [[Queniquea siguiendo el patrón de un poblado español, y modela la primera iglesia a escala de una Iglesia perteneciente a la Ciudad de León en la madre patria; España. En 1838 la población de Queniquea alcanza su Parroquia en su estado civil - como señala el Cronista queniqueo Aparicio Molina -, quedando de manera definitiva separada de la ciudad de La Grita, esta autonomía daría nuevos rumbos a la historia de una Queniquea que ha dado hombres de bien a la patria. Queniquea continuara siendo un pequeño pueblo a través de todo el siglo XIX, sus gentes se dedicaran a la faena del campo y a construir sus casas con tejas y paredes de tierra pisada, con grandes corredores, con amplios ventanales y un jardín amplio en el centro de esas Casonas, la gente se dedica con esmero a trabajar y a rezar a Dios. Sus diversiones son sanas, se espera el domingo con alegría, los días de Semana Santa y Navidad son un jolgorio. Cuando muere un queniqueo el pueblo lo siente todo, pues en el siglo XIX Queniquea era una comunidad. La “palabra santa”, dicha por el sacerdote es ley, nadie se atreve a seguir al maligno, aunque se sabe que en la montaña azul ronda una vieja hechicera con sus ungüentos y brebajes mágicos. El Silbón y La Llorona se aparecen a aquellos hombres infieles y que no dedican tiempo para ir a misa. El miche se hace en alambiques caseros. La comida se da en abundancia, pero la cizaña crece. Dos pueblos siguen enemistados. Un domingo del mes de noviembre del año 1882 se presenta una trifulca entre queniqueos y rioboberos, y allí sale herido Pedro Juan Pulido, queniqueo radicado en Buena Vista, este fue herido por otro queniqueo, José María Moreno. Es allí cuando la familia Pulido descendiente directa de Don Joaquín de la Rosa Pulido decide radicarse para siempre en el Río Bobo y el Patriarca Don Ramón de Jesús Pulido funda al año siguiente el pueblo de San José de Bolívar. De este linaje de los Pulido en Queniquea sólo queda en el pueblo Don José Gregorio Pulido - como señala su descendiente directo José Gregorio Pulido (bisnieto)-. En este año era sacerdote de Queniquea Fernando María Contreras. Después de ese incidente entre rioboberos y queniqueos, el Padre Contreras ayuda a su amigo Ramón de Jesús Pulido a fundar San José de Bolívar, en esa fundación conocería al General Manuel María López, quién sería el padre de Eleazar López Contreras. Esta finalizando el siglo, el café da solidez económica a las familias de Queniquea. El pueblo empieza a germinar como el café, da muchos frutos. Pero Queniquea duerme aún, se prepara quizá para otro paso en la historia, la etapa de la revolución, la era de los montoneros, la era de los andinos en el poder. A finales del siglo XIX los queniqueos se preocupan por que sus hijos se preparen y estudien; ya para 1877 existía una Escuela de varones con 25 alumnos. De ahí saldrían hombres como el Dr. Diógenes Escalante, un baluarte para la historia, pero en Queniquea uno pregunta por Diógenes, y nadie sabe darle respuesta. A principios del siglo XX, Queniquea empieza a reestructurarse con Cipriano Castro en el poder. Ya el 16 de noviembre de 1901 la junta comunal queda integrada por los ciudadanos: Timoteo Escalante, Asunción Chaparro y Agustín Roa Escalante. Durante el mandato de Castro, Queniquea empieza a prosperar, pero al tomar el poder el Gómecismo, Queniquea se une a la revolución de la montaña junto a Pregonero y El Cobre. El pueblo vuelve a caer en el atraso, pues los Jefes Civiles empiezan a mermar el miedo y el terror, son muchos los queniqueos que huyen a la guerrilla de montaña. Eustoquio Gómez se enguerrilla con los queniqueos por esta causa, cuestión que manifiesta en una carta al mismísimo Benemérito General Gómez fechada el 15 de septiembre de 1921, y entre otras cosas dice: “… lo mismo que los queniqueos, donde hay varias guerrillas por esos montes amenazando los pueblos y robando varias aldeas, en estos días robaron dos aldeas de Río Bobo; en estos días le he estado dando una espulgada a la Mesa del Tigre donde se la pasan esos bandoleros que no se pueden coger entre esas montañas”. El enfrentamiento más fuerte que se dará en esta época se producirá por la muerte de José Antonio Roa, hijo de Joaquina Roa por la recluta ordenada de Eustoquio Gómez. Por el alzamiento de Félix Matamoros en San Antonio del Táchira en 1917. La muerte de José Antonio Roa, abrió un periodo de violencia para Queniquea, San José de Bolívar y Pregonero. Queniquea a pesar de no estar con Juan Vicente Gómez y seguir las hazañas del General Juan Pablo Peñaloza, era un Municipio de hombres pacíficos, dedicados al trabajo de la tierra. José Antonio Roa era muy apreciado en el poblado y porque al hablarle al Jefe Civil Rubén Rojas reclamando sus derechos por el sentimiento de dejar la faena del campo e irse de recluta, fue llevado a la fuerza. En el lugar de Los Pilones, se cuenta el Coronel Cárdenas, encargado del Regimiento Militar, al observar que José Antonio Roa no quería seguir en su batallón le introdujo un tiro en la frente. Y como una marioneta a quién le cortan los hilos, el cuerpo de José Antonio Roa cayó en aquel Páramo. Su cuerpo fue llevado entre lágrimas a Queniquea y enterrado en el cementerio del pueblo. La muerte de José Antonio Roa no quedó impune, los otros reclusos entre queniqueos y rioboberos se alzaron y se dice - señala Ramón Vicente Casanova en su libro Candelas en la Niebla - corrió “abundante la sangre, que los campesinos no iban a pasar por alto la agresión de la que fue víctima” José Antonio Roa. A partir de este enfrentamiento en Los Pilones, Eustoquio Gómez cobró especial querella contra Queniquea y siempre escogió los peores subalternos para encomendarle su Jefatura Civil. A Domingo Cárdenas lo sustituyo el Coronel Francisco Ayesterán. Este Coronel Ayésteran, era un sanguinario, pues llegó apropiándose de ganado, decretó nuevos impuestos sobre cada carga de café, maíz y otros productos agrícolas. Ayesterán persiguió sin clemencia a los generales montoneros Angel María Salcedo, Baldovino Sánchez y al Coronel Meliton Mora, cabecillas visibles del conglomerado liberal que seguía los alzamientos del General Juan Pablo Peñaloza. En otro de los alzamientos que se diera en Queniquea - comenta Casanova - debieron sacar a Ayesterán en un cajón de maíz para poder salvarle la vida, ya que su cuartel fue atacado por bombas caseras de Kerosén. Esta acción bélica la realizaría Ángel María Salcedo y sus montoneros, bajo la consigna: “Peñaloza sí, Eustoquio No, Peñaloza la vida, Eustoquio la muerte”. Más adelante es enviado a Queniquea el Coronel Sixto Rangel, imponiendo una contribución de dos bolívares a las personas que entraran o salieran de Queniquea. Luego empezó a decomisar ganado y cosechas, el pueblo victorioso de Queniquea se volvió a alzar. El Coronel Sixto huyó con sus hombres por Mesa del Tigre, pero allí era esperado por Baldovino Sánchez y sus montoneros, el Coronel Rangel cayó herido, tuvo que defenderse a muerte y logro escaparse a Cordero. A esto señala Ramón Vicente Casanova volvió la normalidad a Queniquea, hasta que apareció el Coronel Tomás Ramírez, con parecidos procedimientos a sus antecesores. Este colocó carteles por todo el pueblo en una cerrada persecución a los montoneros. Como no pudo su cacería de brujas se lanzó contra los campesinos, llevándose sus cosechas y útiles de trabajos. Comenta Casanova que Ramírez caía “en las fincas de caña y colocaba su gente a cortar y moler, para cargar con la panela. Se cuenta, además, que no pocas veces desmontó las pailas de los trapiches y se las llevó, por lo que fue apodado “El Pailas”. Pero como todo poder que tortura y discrimina cayó abaleado de gravedad en la aldea San Pablo, cuando estaba tras la pista de Ángel María Salcedo. A “El Pailas” le siguió el Coronel Maximiliano Depablos, cuyo botín predilecto era el café. Se cuenta que hizo pagar al mismo padre José Ignacio Moncada los fletes de mulas para que le llevase un café a Colón. Depablos se lanzó a una coacción colectiva con sus jueces de Aldea para atrapar a los “lagartijos” o montoneros. Mientras en San Pablo pernoctaba Pedro Molina, cabecilla de la guerrilla de montaña, Ángel María Salcedo, Melitón Mora y Baldovino Sánchez. Pedro Molina había ganado el título de General combatiendo a los Gómez en Pregonero. Mientras Salcedo, Mora y Sánchez ganaron sus títulos con Juan Pablo Peñaloza. Cincuenta montoneros de a pie - señala en su “Crónica” Casanova - se lanzan a rescatar de nuevo a su natal Queniquea, unos van a pie, otros a caballo, unos llevan fusil, otros machetes. Pedro Molina se caracteriza por ser buen tirador con revólver. Suben por el río Samparote, sabedores de que en Queniquea los espera Depablos, pues uno de sus soplones ya le ha ido con el cuento. Depablos amenaza al Padre Moncada con quemar a Queniquea, así como quemaron a Pregonero y al Cobre. El padre Moncada trata de prevenir que la gente del Combudo lleve su ofensiva sin que los habitantes de Queniquea salgan heridos. Los montoneros llegan de noche y los hombres de Depablos no pueden dar en el blanco, sus enemigos se pierden en la noche. Al final de la contienda Pedro Molina despunta su revolver y con su puntería mata al Jefe Civil Depablos, quedando el pueblo en manos de montoneros. Los queniqueos gritaban: “Los Gómez mandan en la ciudad, pero los guerrilleros dominamos los montes y de los montes no nos bajaran, Viva Peñaloza, viva la libertad”. Con esta victoria llega la paz a Queniquea, pues Eustoquio Gómez es enviado al Estado Lara y con una amnistía, las nuevas Autoridades bajo el mando del General Ángel María Salcedo toman la Jefatura Civil del poblado. Son días de paz y tranquilidad y los montoneros parecen deponer las armas. Ya para el periodo de Salcedo en el poder, a Queniquea lo componen las Aldeas de Santa Filomena, Los Barros, Mesa del Tigre, Machado, La Pérez, La Blanca y El Combudo o San Pablo. Esta poblado para esta época por 2933 habitantes, de los cuales 1448 son varones y 1485 son hembras. En “El Álbum del Táchira” de 1930 Humberto Díaz Brantes señala que “el municipio cuenta con climas cálidos, templados y fríos, llegando en algunas partes hasta el frío intenso, de manera que en el suelo se producen la variedad de productos que se cosechan en la diversidad de ellos. Sin embargo, de preferencia se cultiva el café, de cuyo producto exporta alrededor de 8000 quintales anuales”. Sus haciendas están provistas de maquinarias criollas para el beneficio del café, la caña de azúcar y el trigo. Por este tiempo se esta haciendo el ramal de la carretera transandina que conectara a Queniquea con el Zumbador. Las calles del poblado son empedradas y las casas están pintadas de diversos y bellos colores. Igual para esta época suceden las instituciones a cargo de Domingo Zambrano Roa y su escuela de varones y la señorita María Arias. La escuela de varones enseña las materias básicas de Lengua, Matemática, Geografía, Historia, Latín, Religión y Música. El maestro Domingo Zambrano Roa llevaba a sus alumnos a enseñarles al aire libre, a amar la naturaleza mientras le leía a sus alumnos los clásicos griegos y el Quijote de Miguel de Cervantes.

La Escuela de Niñas a cargo de la Señorita María Arias enseñaba a las niñas a leer y escribir, pero sobre todo las preparaba en los quehaceres de bordado y cocina, y en la lectura y meditación de la Biblia.

A continuación transcribimos lo que aparece de Queniquea en La Guía General de Venezuela (1929): “Tiene este municipio 534 casas y 2933 habitantes. De los cuales son varones 1448 y hembras 1485. La capital del municipio es Queniquea y pertenecen a su término municipal las aldeas de Machado, Los Barros, La Pérez, La Blanca, El Combado y Mesa del Tigre. Durante los primeros años de la Guerra de la Independencia, muchas familias realistas que se vieron hostilizadas en La Grita por las fuerzas revolucionarias, huyeron al fondo de las montañas del sur y fueron a situarse en una meseta de gran altura, a la margen derecha del río Samparote donde empezó a fundarse la población de Queniquea, erigida después en capital del municipio.

Su altura sobre el nivel del mar es de 1597 metros y su clima aunque es sano es sumamente frío. Jefe Civil del Municipio: Buenaventura Buitrago. Secretario: José R. García. Presidente de la Junta Comunal: General Ángel María Salcedo. Cura Párroco: Presbítero José Ignacio Moncada.

Comerciantes: Rubén Darío Pérez, Francisco Alviarez, José Leonardo Rojas, Simón Carrero, Pedro Franchesconi. Hombres en el Gobierno: Dr. Diógenes Escalante. General Eleazar López Contreras. Ya después de 1930 el periodo gómecista empieza a declinar y eclipsar, ello lleva a que Queniquea viva en una aparente tranquilidad, las mujeres comparten los café de tarde con sus amigas y los hombres escuchan a Gardel en la vieja Vitriola en la casa de Don José Gregorio Pulido o van a una pelea de gallos. En el año de 1934 toma la Jefatura Civil el Coronel Melitón Mora y con él se escribirá una de las páginas más oscuras de la historia de la Queniquea del siglo XX. El Gómecismo esta por morir y un queniqueo dejará su firma en la historia del país. El 7 octubre de 1936, bajo el mandato del país del General Eleazar López Contreras, Queniquea estaba bajo el poder del Coronel Melitón Mora, quién no quería entregar la Jefatura Civil. Se armó tremenda trifulca entre Julián Carrero, quién tenía un pleito severo con Ángel María Salcedo por la Prefectura. Aquella noche - señala Doña Ana Francisconi - sale herido Don Julián Carrero, a este le salvo la vida Dona Teresa Roa, quién en ayuda de Don Pedro Francisconi intercedieron para que no mataran a Don Julián. Un familiar de Don Julián, de nombre Carmen Carrero, estaba en estado y aborto cuando vio que a Julián lo habían herido. En la pelea Doña Itala Pulido de Roa, casada con Don Luís Roa se llevó a Digna Roa, una niña recién nacida a su casa. Era aquel 7 de octubre víspera de la Virgen del Carmen, y en esa marea de emociones el Coronel Melitón Mora mata a Argimiro Varela con una daga, de una puñalada. Este Argimiro Varela era familia de Monseñor Ramírez. Se dijo que Argimiro estaba armado con un revólver, pero dicha arma nunca apareció. Esa misma noche murió también el Coronel Melitón Mora y un policía de apellido Roa. A finales de 1936 Don Julián Carrero toma la Jefatura Civil, y Queniquea se enrumba al progreso, no sólo tiene a un hijo de ese pueblo en la Presidencia, sino que con educación y trabajo se preparan a enfrentar el siglo XX, que es como señala la historia que empieza en Venezuela bajo el mandato civilista de Eleazar López Contreras. Queniquea se pregunta el devenir después de la muerte del Benemérito, un queniqueo en la Presidencia, un queniqueo que no ha pisado las calles de Queniquea desde su nacimiento en 1883, así son las cosas. Aunque aún se llega en mula o caballo al pueblo, Queniquea se lanza a la conquista de la era moderna. Con López Contreras en el poder la carretera llega al poblado. En esa nueva etapa histórica del pueblo, llega de manera igual la luz eléctrica, que antes era proporcionada por lámparas de kerosén, mecheros y velas. Por lo que antes de la luz eléctrica la gente se acostumbraba a acostarse temprano - señala en entrevista amena Doña Ana Francisconi-. La gente de Queniquea era sana, casi no había enfermedades. Es Juan Ramón Chacón quién es enfermero y su curiosidad lo hizo por mucho tiempo el medico de Queniquea, ya que al poblado sólo llegaban médicos practicantes que iban a Queniquea por cortos lapsos de tiempo. Antes, el medio de transporte era el caballo y las mulas. Y el primer carro lo trae a Queniquea el señor Carmelo Cárdenas. Entre 1933 y 1940 son maestras Elena Bermeci y Adela Zambrano. Doña Cleotilde Escalante llevaba el correo del pueblo. La Colorada y La Blanca eran las aldeas más belicosas, donde los problemas se arreglaban con armas blancas. Se daban muchos pleitos por las peleas de gallos. Doña Ana Francisconi recuerda a Gelasio Moreno como uno de los más afamados gallistas de la época. Las casas eran de una planta, con un jardín en el centro. La gente se dedicaba al campo, al café y la caña. Por lo que habían trapiches en Delicias, Machado y Los Barros en la zona del Altico. Para este tiempo habían muy pocas casas en Queniquea alrededor de la plaza. Y el miche ha sido y estado en Queniquea - se limita a señalar Doña Ana Francisconi - y las paradas de niños, los bautizos, los cumpleaños se daban con grandes “comilonas”. Y las fiestas se daban en diciembre, en torno a las misas de aguinaldo y la navidad. Los José Gregorio Pulido que vivían en San Pablo se trasladan a Queniquea. Era la época que se vendía kerosén en las bodegas y tiendas, entre ellas la de Doña Carmen Contreras y la Carnicería de Don José Antonio Zambrano. Una tienda de ropa la atendía Don Teofilo y Francisco Ramírez frente a la plaza. Donde hoy funciona Banfoandes desde los años 50 funcionó una Bodega de Carmelo Duque, que antes la tuvo en la carrera 2. José Antonio Carrero, hermano de Julián Carrero hacía las urnas y era el sepulturero del pueblo. En los 70 llegara de La Pérez Doña Flor Zambrano y su esposo Amadeo Moncada y colocaran una tienda al lado de la iglesia del Rosario. Don Clemente Narváez fue uno de los primeros queniqueos en participar en el desarrollo de una ruta de Expresos Queniquea - San Cristóbal, donde los primeros buses de transporte estaban sostenidos sobre un camión con sillas de madera. El liceo Don Simón Rodríguez fue fundado en 1974 con lo que se consigue un nuevo avance para Queniquea. Y, quizá el queniqueo sigue su rumbo a un futuro grande, y aquel caminante misterioso, curioso se detendrá ante aquella tumba, desconocida o no, quizá este allí Mateo o Juan Antonio Roa, héroes emblemáticos de esta montaña azul del sur.

Obtenido de "Queniquea"

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